miércoles, 12 de diciembre de 2018

CAPITULO 39 (CUARTA HISTORIA)





Fuera porque se encontraba en un lugar extraño, fuera por la actividad que había en la cama de al lado, Olivia durmió una siesta muy corta aquel día. Pedro y Paula decidieron sacarla a dar un paseo.


—Creo que Maria me dijo una vez que estar al aire libre ayuda a los niños a dormir bien —dijo Pedro—. Y quiero que esta pequeña duerma como un tronco esta noche, porque yo tengo planeado no dormir en absoluto.


Ni Paula tampoco. Por mucho que le hubiera gustado la urgencia con la que habían hecho el amor aquella tarde, quería disfrutar de una sesión larga y perezosa con Pedro en la cama.


Cuando se vistieron y salieron al aire fresco de la tarde, Paula pensó, que ya que no podía estar en la cama amando a Pedro, aquélla era una muy buena alternativa. Olivia iba muy contenta adosada a la espalda de Pedro con un arnés, mientras seguían un camino cubierto de hojas de álamo.


—¿Qué tal funciona tu sexto sentido? —preguntó Pedro a Paula.


—No creo que esté aquí —respondió ella—. ¿No crees que es posible que vosotros tres lo asustarais cuando salisteis tras él aquella mañana?


—Eso sería estupendo, pero ese desgraciado es tan raro que cualquier cosa es posible.


Mirando el follaje brillante de los árboles que flanqueaban el camino y el cielo azul mientras caminaba de la mano con Pedro, Paula sí creía que todo era posible. Cualquier cosa.


Mientras seguían paseando, ella le habló de las hierbas silvestres que encontraban por el campo. Tras la marcha de Pedro, ella había tomado un par de clases y había pensado que quizá debiera dirigir aquel interés hacia una carrera. Como Pedro la animó mucho, ella se permitió imaginar que él estaba dibujando un futuro en el cual él dirigiría un rancho para niños abandonados y huérfanos, mientras ella recorría los alrededores buscando hierbas medicinales.


No era una fantasía difícil de construir, teniendo en cuenta la tensión sexual que había entre ellos, fuera cual fuera el tema de conversación. 


Durante todo el paseo de aquella tarde, mientras preparaban la cena y daban de comer a Olivia, todos y cada uno de los roces involuntarios amenazaban con hacerles perder el control.


Hasta el momento en el que finalmente pusieron a Olivia en la cuna para que se durmiera, mantuvieron un duelo silencioso de miradas y caricias, el juego preliminar más excitante que ella hubiera experimentado en su vida.


Paula acarició al bebé y comenzó a cantarle para que se durmiera. Habían apagado las luces de la cabaña para que la niña se durmiera, pero habían dejado la lámpara de la mesilla de noche encendida para verse mientras hacían el amor.


Pedro estaba apoyado contra la pared, con los brazos cruzados, observando cómo Paula le frotaba la espalda a Olivia y le cantaba una nana. Para hacer unas cuantas tareas domésticas, se había remangado la camisa, y tenía los antebrazos desnudos.


Había algo increíblemente atractivo en un hombre remangado, pensó Pau. Parecía que estaba preparado para la acción, y eso era precisamente lo que ella tenía en mente.


Olivia dejó escapar un suspiro y su cuerpo se relajó bajo la mano de Paula. Ésta fue bajando la voz y aligeró su roce. Aguzó el oído y escuchó la respiración de Olivia para saber cuándo estaba realmente dormida. Y finalmente, la niña concilio el sueño. Lentamente, Paula se alejó de la cuna. En el silencio, también escuchó la respiración de Pedro.


Él la tomó de la mano y se la llevó al otro lado del biombo. Se detuvo junto a la cama, temblando, y la abrazó muy despacio.


—Nunca te he deseado tanto como ahora —susurró—. Me estoy deshaciendo por dentro.


—Al principio tendremos que ser muy silenciosos —murmuró Paula—. Por si acaso.


—Lo intentaré.


Entonces, con ternura, le tomó la cara entre las manos y la besó. Fue el beso más ardiente que ella recordara. La besó como si no pudiera obtener lo suficiente. Ella le rodeó le cintura con los brazos y adaptó la erección de Pedro entre sus muslos, sujetándolo con firmeza contra ella. Los dos tenían la respiración tan entrecortada que ella se preguntó si despertarían a la niña sólo con los jadeos.


Él deslizó las manos desde su rostro hasta sus pechos. Paula no llevaba sujetador y sabía que una vez que Pedro metiera las manos bajo la camisa y le acariciara la piel desnuda, perdería la cabeza.


Sin embargo, en aquella ocasión estaba decidida a darle todo el placer que pudiera. En aquella ocasión, ella estaría a cargo de todo. La noche era larga y podía permitirse el lujo de ser generosa. Mientras él le desabotonaba la camisa, ella le desabrochó el cinturón. Cuando él le abrió la camisa por los hombros, ella le bajó la cremallera de los pantalones. Pedro gimió contra su boca.


La perspectiva de lo que planeaba hacer, y cómo iba a alterar a Pedro, hicieron que a Paula se le acelerara el pulso. Le bajó los pantalones y los calzoncillos y descubrió que estaba duro como el hierro.


Se retiró hacia atrás, rompiendo el beso, lo guió hasta el borde de la cama e hizo que se sentara antes de arrodillarse ante él.


—Pau...


—Chist.


Lo besó rápidamente antes de quitarse la camisa por completo. El movimiento balanceó sus pechos, pero cuando él quiso acariciárselos, ella lo agarró por las muñecas.


—Todavía no —murmuró—. Quítate la camisa. Yo me ocuparé del resto.


Entonces lo torturó haciendo que mirara cómo ella le quitaba las botas medio desnuda. Sabía que el movimiento de sus senos lo excitaba, y si su respiración agitada era un síntoma, estaba muy excitado en aquel momento. Tanto que había dejado a medias el trabajo de quitarse la camisa.


—Desnúdate —le recordó ella con una sonrisa. 


Tenía la piel sonrosada de impaciencia.


Paula esperó hasta que él se la quitó y se concedió un momento para admirar su figura escultural. Con aquel cuerpo fibroso y el pelo un poco largo, parecía más un modelo que un hombre de negocios. Lo deseaba con todas sus fuerzas.


Pero en vez de apresurar las cosas, le quitó los pantalones lentamente, asegurándose de rozarle los muslos y las rodillas con los pezones. Por último, le quitó los calcetines.


Cuando lo miró de nuevo, se dio cuenta de que Pedro tenía los puños apretados y los ojos cerrados. Tal y como ella pretendía, estaba en una agonía de éxtasis. Y ella iba a darle el regalo final. Se colocó entre sus piernas, acariciándole la parte interna de los muslos con los pechos.


Él abrió los ojos y la miró.


—Me estás destrozando —susurró.


Ella se limitó a sonreír y se inclinó para darle un beso húmedo en la parte superior de su miembro rígido.


Él jadeó.


—Pau, será mejor que no...


—Chist —repitió ella—. Dame las manos.


Temblando, él obedeció como si se hubiera convertido en su esclavo. Ella se las colocó en los lados de sus pechos y le enseñó que, si apretaba suavemente, capturaría su pene en aquel valle suave y sedoso. Cuando Pedro lo hizo, cerró los ojos y soltó un gruñido. Comenzó a hacer un movimiento involuntario de masaje con las manos, mientras sostenía los senos de Paula contra su erección.


Ella se movió cuidadosamente de abajo arriba, intentando que la fricción fuera lenta y seductora.


—Abre los ojos —susurró—, y mira.


Cuando él abrió los ojos, se le inundaron de placer. Miró hacia abajo mientras mantenía aquel ritmo sensual, y comenzó a perder el control de la respiración.


—Paula... oh, Pau... voy a...


—Lo sé —dijo ella. Al observar su cara, vio que él estaba muy cerca e incrementó la velocidad de los movimientos.


Él emitió un sonido ronco desde la garganta.


—Te deseo —murmuró Paula—. Hazlo por mí, Pedro.


Él comenzó a temblar. Cuando ella notó que estaba casi al límite, se inclinó y deslizó los labios sobre la suave punta. Con un grito ahogado, Pedro alcanzó el climax. Sonrojada y triunfante, ella aceptó todo lo que él tenía que darle.



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