lunes, 10 de diciembre de 2018

CAPITULO 32 (CUARTA HISTORIA)





La fiesta fue ruidosa y divertida. Paula se sentía culpable por haber envidiado la relación que aquella gente tan maravillosa tenía con Olivia. Y en lo referente a Pedro, sólo estaban intentando ayudarlo, y quizá sus amigos pensaran ir retirándose poco a poco, por sí mismos. Quizá no hubiera debido decirle nada a Sebastian, después de todo.


Mientras ella estaba ayudando a despejar la mesa después de la comida, notó que Sebastian estaba hablando con Augusto y con Bruno. 


Había elegido deliberadamente un momento en el que Pedro, Sara y Guadalupe estaban jugando con Julian. Por el modo en que los hombres miraban a su amigo, Paula estaba segura de que estaban hablando de los comentarios que ella le había hecho a Sebastian.


Dios santo, si había interferido en la relación de aquellos amigos, nunca se lo perdonaría. Quizá Augusto y Bruno se hubieran ofendido por lo que ella pensaba. Tuvo la tentación de dejar la pila de platos que tenía en las manos y decirles que se olvidaran de lo que le había dicho a Sebastian.


Después de todo, ella era una recién llegada en aquel grupo. Ellos se conocían desde hacía muchos años. Quizá ella hubiera interpretado mal la situación.


Pero al final, llevó los platos a la cocina. Y entonces, con la nueva confianza que había adquirido en su relación con Olivia, sacó a la niña del parque de juegos que Maria había puesto para ella en una esquina de la cocina mientras duraba la cena.


—Voy a cambiarla y a prepararla para que se acueste —dijo a Maria, que estaba trabajando en la pila.


—Buena idea —respondió Maria—. Creo que está cansada.


Nora dejó el vaso que estaba secando.


—¿Tiene que irse tan pronto? —entonces miró el reloj de la cocina—. Dios santo, no sabía que fuera tan tarde.


Paula tenía una especial predilección por la madre de Augusto, que evidentemente, adoraba a los niños. Aunque Paula estaba deseando estar sola con su hija, Nora estaba tan melancólica que transigió. Era una buena cosa que Guadalupe, la nuera de Nora, también estuviera embarazada.


—¿Le gustaría ayudarme con Olivia? —preguntó—. Seguro que Maria puede quedarse sola unos minutos.


—Claro que puedo —dijo Maria.


—Entonces me encantaría ayudar con esa pequeñina —dijo Nora, y dejó el trapo sobre la mesa.


Trabajando entre las dos, no tardaron mucho en cambiar a Olivia, ponerle el pijama y tenerla lista para recolectar todos los besos de buenas noches de la gente de la casa. Estar con Nora siempre hacía que Paula pensara en su madre, y en cómo le gustaría a esta mimar a un nieto. La pena que sentía porque las cosas no pudieran ser diferentes hizo que le concediera a Nora el privilegio de llevar a Olivia al salón.


Ella las siguió por el pasillo, y se quedó sorprendida al darse cuenta de que todo el mundo estaba reunido en el salón como si estuvieran esperando algo. Al principio, Paula pensó que quizá fuera la hora de sacar la tarta, pero Maria también estaba allí, así que no había nadie que pudiera hacerlo.


Pedro ya no estaba sentado en el suelo jugando con Julian, sino que estaba junto a la chimenea, y la miró fijamente cuando ella entró en la sala.


Se le encogió el estómago. La estaban esperando a ella. Se había extralimitado al hablar con Sebastian aquella tarde. Alguien iba a echarle un sermón por ser una desagradecida.


—Sebastian ha ideado un plan, Pau —dijo Pedro—. Me lo ha comentado y queremos saber qué piensas tú.


Paula se agarró las manos.


—No debería haber dicho nada. Perdonadme todos. No podría haber pedido unos amigos más maravillosos para cuidar a Olivia y...


—Oh, cariño —Maria se acercó a ella y le puso una mano sobre el hombro—. Tenías razón, y todos lo sabemos. No entiendo cómo esperábamos que Pedro, Olivia y tu formarais una familia en medio de este barullo.


—Necesitais privacidad —dijo Sebastian.


—Privacidad y seguridad —añadió Bruno.


—Y ambiente —dijo Augusto, guiñándole el ojo.


Paula los miró a los tres sin entender nada.


—Hay una vieja cabaña en las tierras del Rocking D. No es nada sofisticada, pero es agradable y está limpia —dijo Sebastian—. Vamos a preguntarle a Jim si puede instalar un buen sistema de seguridad allí... aunque ésta podría ser la ocasión de que Pedro llamara a su conocido de Los Ángeles.


—Una cabaña, ¿eh? —Paula estaba empezando a entender la idea, y esperaba estar entendiendo bien.


—Sí. Cuando el lugar sea seguro, podeis ir allí en una de las camionetas con suficientes provisiones como para pasar una semana o así —explicó Sebastian, y sonrió—. Sin interrupciones. Servirá para crear lazos.


Ella miró a Pedro, esperanzada.


—¿Y tú quieres hacerlo?


Él le clavó una mirada ardiente.


—Sí. ¿Y tú?


Paula no pudo contener la sonrisa.


—A mí me parece estupendo.



CAPITULO 31 (CUARTA HISTORIA)




Paula siempre había pensado que su niñez había sido solitaria y que por lo tanto, le encantaría vivir en una casa llena de gente y de actividad. Sin embargo, para sorpresa suya, no le gustaba. Después de varios días de visitas constantes de todo el mundo que tenía relación con Olivia, la falta de privacidad en Rocking D comenzó a hacer mella en los nervios de Paula.


Aunque Maria y Sebastian habían puesto la cuna de Olivia en su habitación para que no hubiera más escenas desagradables cuando la niña se despertaba, Paula había comenzado a tenerla en brazos durante cortos períodos de tiempo. Aun así, alguien en quien Olivia confiara siempre tenía que permanecer en la habitación. Si esa persona se marchaba, la niña comenzaba a llorar.


En circunstancias normales, Paula les hubiera pedido que lo hicieran para comprobar si Olivia dejaba de protestar, pero las circunstancias no eran normales. Paula no pensaba que podía exigir el control de la situación y molestar a la gente que había sido tan maravillosa con ella y con su bebé.


Lo más frustrante de todo era que la tercera persona que se quedara con ellas nunca podía ser Pedro. Él tenía que ser la persona número cuatro, o Paula se veía obligada a marcharse para que él tuviera la oportunidad de tomar a la niña en brazos. Paula se había dado cuenta de algo más.


Cuando ella tenía a Olivia, o le cambiaba el pañal, o le daba de comer, nadie le decía cómo tenía que hacerlo. Pero cuando era el turno de Pedro, todo el mundo daba su opinión.


Las mujeres no intervenían tanto como sus maridos, que constantemente hacían sugerencias y se ofrecían a enseñarle un detalle a Pedro. Eso hacía que Pedro no estuviera desarrollando ninguna confianza en sí mismo ni en sus habilidades con la niña.


De todos modos, él continuaba intentándolo con valentía, y aquello era lo importante. No había rechazado a Olivia, pero aprender a sentirse cómodo con ella mientras todo el mundo le dirigía podía ser una tarea imposible. Paula lo sentía muchísimo por él.


Además, lo deseaba. No podía evitarlo. Dormir sola en la cama doble con Pedro al otro extremo del pasillo se estaba convirtiendo en algo cada vez más difícil. Sin embargo, aquello era ya algo establecido, y cambiarlo en aquel momento despertaría los comentarios de todos. Si Paula invitaba a Pedro a dormir con ella de nuevo, y se sentía muy inclinada a hacerlo, quería que fuera en un lugar más privado.


Aparte de la frustración que pudiera sentir en algunas ocasiones, se sentía agradecida por todo lo que Sebastian, Maria y los demás habían hecho por ella, y por cuánto seguían ayudándola. Además, estaba con su hija, aunque no pudieran estar solas todavía, y se sentía segura.


El amigo de Sebastian, Jim, había aumentado la seguridad alrededor del rancho, y parecía que su perseguidor se había desanimado y se había marchado. Habían pasado muchos días durante los cuales ella no se había sentido vigilada ni una sola vez, y estaba empezando a pensar que el tipo se había rendido.


En resumen, su vida iba mejorando, como era de esperar pensó, mientras ayudaba a Maria a vestir a Olivia para la fiesta de cumpleaños de Guadalupe.


Recién bañada y con un pañal nuevo, Olivia estaba tumbada en el cambiador, con el mono bien sujeto, mordiéndole el brazo vigorosamente. Paula se había preparado para otra noche viendo cómo los amigos de Pedro lo instruían en el arte de cuidar a un bebé.


Más temprano, Maria y ella habían decorado la casa para el cumpleaños. Sebastian y su mujer habían declarado que no permitirían que Guadalupe cumpliera treinta años sin armar un buen jaleo.


—Voy muy retrasada —dijo Maria mientras le ponía a Olivia un calcetín blanco y Paula le ponía el otro.


—¿Qué queda por hacer, además de arreglar a Olivia?


—Tengo que poner las velas en la tarta y envolver las treinta botellas de vino que vamos a regalarle.


Paula miró a Maria.


—Yo podría terminar de vestir a Olivia mientras tú haces eso.


Maria titubeó.


—Tenemos que comprobar si ya se ha adaptado —insistió Paula.


—Lo sé, pero puede que éste no sea el mejor momento. Quizá Sebastian haya terminado. Él puede...


—Maria —dijo Paula—, yo creo que la niña ya está lista.


A Maria se le humedecieron los ojos.


—Yo también. Llevo pensándolo un par de días, pero no quería admitirlo.


Paula sintió pena por Maria. Con una sonrisa dulce, le dio un abrazo.


—Yo no voy a quitaros a Olivia ahora mismo. E incluso cuando nos marchemos, no la apartaré de vuestras vidas. Vendremos mucho a visitaros.


Maria tragó saliva.


—Lo sé. Pero nunca será igual.


—Oh, Maria. Yo nunca quise haceros daño....


—Eh —Maria esbozó una sonrisa—, tú no has hecho nada más que mejorar nuestras vidas al dejar aquí a Olivia. Sin la niña, yo no estaría casada con Sebastian, Augusto no estaría con Guadalupe y Bruno no habría encontrado a Sara y a Julian—dijo. Se sacó un pañuelo de papel del bolsillo y se sonó la nariz—. Te agradezco mucho que nos dieras la oportunidad de tenerla aquí, pero no voy a mentirte. Cuando te la lleves, la echaré mucho de menos.


—Tu hija ayudará.


Maria se dio unos golpecitos en el abdomen e intentó ser valiente.


—Claro que sí. Rebeca ayudará, y Javier también.


—¿Quién?


—El hermano de Rebeca. Sebastian está seguro de que vamos a tener otro, y que será un niño —explicó. Después, dejó escapar un suspiro—. Bueno, me voy a la cocina. Hasta luego, pequeña —dijo a Olivia. Después se dio la vuelta y se marchó.


Olivia volvió la cabeza para observar cómo se marchaba Maria. Después miró de nuevo a Paula.


—Solas tú y yo, nena —dijo Paula, con el estómago encogido mientras esperaba a ver si Olivia iba a llorar—. ¿Crees que podrás soportarlo?


Olivia la miró como si se lo estuviera pensando.


El nudo del estómago de Paula comenzó a deshacerse cuando se dio cuenta de que Olivia no iba a llorar. El bebé estaba evaluando la situación, pero pareció que decidía que se podía confiar en Paula. Por fin.


—Solas tú y yo, nena —repitió Paula, con una sonrisa—. Suena muy bien, ¿no te parece?


Olivia agitó al mono frente a la cara de Paula.


—¡Pa! —exclamó.


—Tienes toda la razón, cariño. Sólo tú, yo y Bruce.


—¿Hay sitio para uno más?


Al oír la voz de Pedro desde la puerta, a Paula se le aceleró el corazón. Sujetó a Olivia con una mano y miró hacia atrás por encima de su hombro.


Pedro estaba apoyado en el quicio de la puerta, mirándola fijamente. Se había comprado una camisa azul para la fiesta que intensificaba el brillo de sus ojos. Estaba como para comérselo.


—¿Es la primera vez que te quedas a solas con ella? —preguntó Pedro.


—Sí —respondió Paula. Miró a Olivia y se dio cuenta de que la niña estaba observando a su padre con gran curiosidad, pero no con miedo.


—Entonces será mejor que no entre.


Animada por el triunfo con la niña, Paula fue valiente.


—Me encantaría que entraras —dijo.


No habían vuelto a estar solos los tres desde el primer día, cuando habían entrado a la habitación de Olivia para mirarla mientras dormía. Ella aún recordaba la magia de aquel momento, y quería experimentarlo de nuevo.


—Puedo quedarme aquí, para no arriesgarnos.


—¿Sabes una cosa? Estoy harta de que no nos arriesguemos.


Él sonrió con timidez.


—¿De verdad?


—Sí.


Él entró lentamente a la habitación mientras paseaba la mirada por la ropa que llevaba Paula. Era un vestido verde de punto que había comprado durante un rápido viaje al pueblo con Maria y Sebastian. Y para ser sincera consigo misma, tenía que admitir que al comprarlo esperaba despertar la lujuria que estaba percibiendo en la mirada de Pedro.


—¿Por eso llevas ese vestido? —preguntó él—. ¿Por qué estás cansada de no arriesgarte y quieres ponerme al límite?


—Quizá —respondió ella. Se le aceleró el pulso al sentir el ardor que desprendían los ojos de Pedro. De repente, no supo si había intentado abarcar más de lo que podía. Volvió a fijar su atención en Olivia y tomó un vestidito de volantes que había colgado en el cambiador.


—¿He oído de verdad que decías «quizá»? —murmuró él, y se acercó a su lado—. Eso está bastante lejos de una negativa. ¿Te das cuenta?


—Sí. No. Oh, Pedro, no sé qué pensar. Salvo que te echo mucho de menos.


—Vaya, pues eso es una buena señal —dijo Pedro con voz ronca de emoción.


Olivia agitó su mono en el aire.


—¡Pa, pa!


Olivia se quedó inmóvil.


—¿Ha dicho lo que yo creo que ha dicho?


Paula lo miró. No tuvo la valentía de decirle que probablemente, Olivia no sabía lo que estaba diciendo, y que ya había pronunciado aquellas sílabas más veces, cuando no había ningún hombre presente. Daba la casualidad de que era uno de los sonidos que había exclamado más veces, pero no significaba que lo estuviera etiquetando a él. De todos modos, tampoco sabía aquello con seguridad...


Él miró a la niña con el alma en los ojos.


—¿Sabes quién soy, Olivia? ¿Papá?


Ella agitó el mono de nuevo y sonrió.


—¡Pa, pa!


—Dios mío...


Pedro estaba atónito. Y orgulloso, como si le hubieran concedido el primer premio de una competición.


Paula atesoró aquel momento en la memoria.


Salieran como salieran las cosas, siempre recordaría la expresión de Pedro mirando a su hija en aquel momento. Ella deseaba con todas sus fuerzas cerrar la puerta de la habitación y prolongar la intimidad de aquel momento para siempre.


Pero no sería posible. La fiesta iba a empezar muy pronto.


—Será mejor que le pongamos la ropa —dijo suavemente—. Siéntala y mantenía erguida mientras le pongo el vestido, ¿de acuerdo?


—¿No se enfadará?


—¿Por qué iba a enfadarse? Después de todo, tú eres su «pa, pa».


—Tengo las manos muy frías —dijo. Se las frotó con fuerza y se las puso en las mejillas—. No, todavía están frías.


—Está bien. Yo la sostendré mientras tú le metes el vestido por la cabeza —dijo. Le entregó el vestidito y sentó a Olivia sobre el cambiador.


—Pero a ella le gusta jugar al escondite cuando le pones algo por la cabeza —respondió él, como si esa fuera una tarea que estaba más allá de su capacidad.


—Estoy segura de que tú sabes jugar al escondite.


—No sé si...


—Paula —dijo ella mirándolo a los ojos—. No sé mucho de tu experiencia con niños, pero sí sé que eres un amante tierno, sensible y creativo. Estoy segura de que podrás jugar al escondite con una niña pequeña.


La mirada se volvió apasionada.


—Estás coqueteando conmigo, Paula Luisa.


Ella sonrió y señaló el vestido con la cabeza.


—Ponle el vestido a la niña.


—Sí —respondió Pedro. Y sin previo aviso, agarró a Paula por la nuca y la besó con fuerza, buscando su lengua con movimientos descarados y agresivos. Era un gesto de posesión, de mareaje. Y entonces, con la misma rapidez, la soltó.


Ella se quedó temblorosa, con un cosquilleo en la boca, incapaz de decir una palabra. Si hubiera podido hacerlo, le hubiera pedido más.


Pedro le dedicó una sonrisa perezosa y sensual antes de volverse hacia el bebé.


—Bueno, Olivia, ¿estás preparada? —con cuidado, Pedro le puso el vestido sobre la cabeza de forma que la abertura se deslizara suavemente hacia abajo sin hacerle daño a la niña—. ¿Dónde está Olivia? —preguntó—. ¿Dónde está? —abrió el cuello del vestido y se lo metió—. ¡Aquí está!


Paula se rió alegremente, enseñando los dientes.


—¡Te pillé! —le dijo Pedro.


—¡Pa, pa! —respondió Olivia, con una sonrisa espléndida.


—Claro que sí —dijo Pedro en voz baja.


—Claro que sí —repitió Paula, mirándolo.


Él la miró también, con los ojos brillantes de felicidad.


—Pau, yo...


—Bueno, ¿qué tal marcha todo por aquí? —preguntó Sebastian mientras entraba en el dormitorio—. Parece que casi tenéis vestida a la pequeñaja. Pero esos lacitos del pelo son difíciles de poner. Pensé que quizá necesitarais ayuda.


Por mucho que Paula quisiera a su buen amigo Sebastian, en ese momento le habría dado un puñetazo.


La expresión alegre de Pedro se desvaneció mientras se apartaba del cambiador.


—Quizá tú deberías encargarte del resto. Yo voy a ver si Maria necesita ayuda en la cocina.


—O Sebastian podría ayudar a Maria en la cocina —dijo Paula, aunque tenía pocas esperanzas de que Pedro se quedara una vez que Sebastian había aparecido.


—No, no —dijo Pedro, de camino hacia la puerta—. A mí no se me dan bien los lacitos. Probablemente, le tiraría del pelo o algo así.


Sebastian miró a Paula mientras Pedro se marchaba.


—La he fastidiado, ¿verdad?


Paula esbozó una sonrisa decaída. Comenzó a meterle a Olivia las mangas del vestido por los brazos.


—La he fastidiado —afirmó Sebastian mientras se acercaba al cambiador—. Estoy seguro de que los tres estabais... estrechando lazos.


—Más o menos. ¿Te importa sostenerla mientras le abrocho los botones de la espalda?


—Claro. Hola, preciosa —le dijo a la niña, y le dio un beso en la mejilla.


—¡Pa, pa!


—¿Lo has oído? —preguntó Sebastian, con evidente placer—. ¡Qué lista es!


—Mmm —murmuró Paula. Terminó de abrocharle los botones y reunió valor—. Sebastian, ¿de verdad quieres que Pedro ocupe su lugar como padre de Olivia?


—¡Pues claro que sí! Tú lo sabes. ¿Por qué me lo preguntas? —Sebastian se inclinó hacia Olivia y frotó su nariz contra la de la niña—. Naricita, naricita...


Olivia se rió y le agarró la nariz.


—Eres muy bueno con ella —dijo Paula.


—Es fácil. La quiero mucho. ¿Verdad, cariño? Sí, sí, quiero mucho a esta pequeñina... —la tomó en brazos del cambiador y le frotó la nariz hasta que la niña estalló en carcajadas.


Pedro nunca habría tenido el valor de tomar a Olivia en brazos de una forma tan espontánea, pensó Paula.


—Todos sois muy buenos con ella —dijo—, y ha sido maravilloso verlo, porque ahora sé lo bien que ha estado la niña todos estos meses con vosotros.


Sebastian la miró.


—¿Adonde quieres llegar con todo esto?


Ella tenía mucho miedo de parecer desagradecida, pero tenía algo que decir.


—Me temo que si los tres padrinos de la niña no se retiran un poco, Pedro nunca va a conseguir sentirse cómodo en el papel de padre de Olivia.


—Pero nosotros sólo estamos intentando ayudarlo a que se aclimate. Él no sabe nada de bebés, y...


—Y cuanto más se lo repetís, menos confianza tiene en sí mismo. Y no empezó con mucha, que digamos.


—¡Ni yo tampoco!


Olivia se rió y volvió a agarrarle la nariz.


Él le quitó suavemente la mano.


—Yo tampoco —repitió más suavemente—. Cuando dejaste aquí a la niña, yo estaba aterrorizado, temiendo que pudiera hacer algo mal y causarle algún daño. Al menos, Pedro nos tiene a nosotros para ayudarlo.


—Y eso es bueno, pero hasta cierto punto. Lo que ocurre es que tú no tuviste la misma clase de padre que Pedro, y sus inseguridades acerca de la paternidad van mucho más allá que las tuyas. Ninguno de vosotros teníais experiencia con bebés, pero no creo que ninguno dudara que podía hacerlo muy bien una vez que se pusiera manos a la obra. Yo estaba segura de que tú podrías, siempre y cuando tuvieras una lista de instrucciones y un libro.


—Debiste pasar horas con esas instrucciones.


—Oh, sí. Tuve que tirar la primera lista porque estaba demasiado manchada de lágrimas.


Sebastian la miró con ternura.


—Has pasado por muchas cosas. Dime qué puedo hacer para ayudar a que esto salga como tú quieres.


—Yo... no estoy segura. Pero me parece que cuando Pedro ve lo competentes que sois todos, cree que él no llegará a conseguir nada.


—Hablaré con Augusto y Bruno esta noche.


Ella le puso la mano en el brazo.


—Si hablas con ellos, por favor, diles que adoro cómo son con Olivia. Pero en éste momento, no dejan a Pedro espacio para maniobrar.


—Pensaremos un buen plan —prometió Sebastian—. Quiero que vosotros tres seáis una familia. ¿Crees que podrá ocurrir?


—No lo sé. Por un momento, justo antes de que entraras, empecé a creer que era posible.


—Y yo estropeé ese momento. Lo siento muchísimo, pequeña.


Paula lo abrazó.


—No pasa nada. Habrá otros momentos —dijo.


Cruzó los dedos y rezó por que tuviera razón.