domingo, 28 de octubre de 2018
CAPITULO 29 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro se dio cuenta durante las tres semanas siguientes que romper la relación con Paula era imposible. Habían sido vecinos durante diez años y estaban acostumbrados a ayudarse el uno al otro. Paula lo llamaba cuando le preocupaba algo acerca de sus caballos. Él la llamaba para pedirle si podía utilizar su secadora cuando se quedaba sin ropa limpia para Olivia.
Básicamente hablaban por teléfono, y las veces que ella había tenido que ir a casa de Pedro trataban de concentrarse en la pequeña a pesar de que ambos ardían de deseo. Pedro pasaba las noches sin dormir pensando en Paula e imaginándola como la madre de sus hijos.
Sin duda, nunca había sentido tanta felicidad como los días que Paula pasó con él en Rocking A. Y no tenía esperanzas acerca de poder recuperar dicha felicidad. Olivia era su hija.
Estaba seguro de ello.
Además, para empeorar las cosas, la primavera estaba a punto de llegar y el deseo sexual que sentía era cada vez más intenso.
Una semana más tarde cumpliría treinta y cinco años, y tras haber pasado tiempo con el bebé, había decidido que quería tener más hijos. Con Paula.
Nunca había imaginado que pasaría tanto tiempo con Olivia sin saber si realmente era hija suya y qué era lo que le pasaba a Jesica. Ella había llamado una vez más, pero había colgado en cuanto Pedro le había dicho que la niña estaba bien. La llamada provenía de un teléfono público de Phoenix, pero eso no servía de mucho y Pedro se planteaba contratar un detective privado.
Necesitaba descubrir si Olivia era hija suya.
Pero no estaba seguro de cómo reaccionaría si Jesica aparecía contándole que la niña no era su hija y que ya podía llevársela. Eso significaría que sería libre para continuar la relación con Paula, pero también implicaría perder a Olivia.
Tres semanas antes, lo habría aceptado sin problema. Pero las cosas habían cambiado. Olivia lo reconocía y sonreía en cuanto se acercaba a ella. Algún día lo llamaría papá.
Aquella noche la dejó en la cuna un momento mientras iba a comprobar que no se le quemara la cena, y cuando regresó vio que se había dado la vuelta.
—¡Eh, superbebé! —la tomo en brazos y se dirigió hasta el teléfono. Tenía que contárselo a Paula—. ¿Paula? Se ha dado la vuelta en la cuna.
—¿De veras? —Paula se rió emocionada—. Boca abajo o boca arriba.
—Boca abajo —Pedro contestó entusiasmado—. Pero estoy seguro de que también puede hacerlo al revés. Es la niña más inteligente de todo el valle.
—Eso ya lo sabía —dijo Paula—. Ponla al teléfono.
—Aquí está —dijo él, y colocó el auricular sobre el oído de la niña.
Mientras Paula la felicitaba, Olivia balbuceaba y se movía entre los brazos de Pedro.
Él deseaba que Paula estuviera allí, y de pronto, supo que nunca podría casarse con Jesica.
Tenía que hablar con Paula.
En esos momentos, llamaron al timbre.
«Jesica», pensó él. Quizá había llegado el momento de la verdad.
Se puso de nuevo al teléfono y dijo:
—Han llamado a la puerta. Te llamaré más tarde.
—De acuerdo —dijo ella.
—¿Estarás en casa?
—Sí.
—De acuerdo. Adiós —colgó el teléfono, respiró hondo y se fue a abrir.
Abrió la cortina una pizca para ver quién estaba en el porche. Pestañeó con incredulidad y corrió a la puerta. Augusto Evans estaba esperando con una enorme jirafa de trapo en la mano.
Cuando abrió la puerta, Augusto lo miró, pero al instante su atención estaba centrada en Olivia. Ni siquiera tenía cara de sorpresa.
Pedro sintió un nudo en el estómago.
Fleafarm salió corriendo a saludar.
—Hola, Fleafarm —Augusto le acarició la cabeza.
—¿Qué diablos estás haciendo aquí? —preguntó Pedro, confiando en que le diera una explicación diferente de la que esperaba.
—Oh, estaba por aquí... —Augusto entró en la casa sin soltar la jirafa.
—Supongo que eso no es un regalo de cumpleaños para mí.
—No. Es para Oli. Toma.
Así que sabía cómo se llamaba. El nudo que Pedro tenía en el estómago era cada vez mayor.
—¿Quién te ha hablado de ella?
—Un pajarito —apoyó al muñeco contra la pared.
—¿Paula?
—No, no ha sido Paula —Augusto sacó un papel del bolsillo de su chaqueta—. Habría venido antes, pero la dirección estaba equivocada y la recibí hace tres días. Es de Jesica.
Al ver un papel de carta que le resultaba conocido, Pedro abrazó a Olivia con más fuerza. Hasta ese momento no se había percatado de lo mucho que se había aferrado a la idea de que aquella preciosidad era su hija.
—¿Y?
—Me ha escrito para pedirme que sea el padrino de su hija hasta que venga a recogerla, pero todos sabemos lo que eso significa. Es hija mía.
—¡Ni pensarlo! Déjame ver la carta —le quitó el papel de las manos
Querido Augusto:
Cuento contigo para que seas el padrino de mi hija Olivia hasta que pueda regresar a por ella. Tu enfoque divertido de la vida es lo que ella necesita en estos momentos. La he dejado con Pedro en Rocking A. Créeme, no haría esto si no estuviera en una situación desesperada.
Te lo agradezco de veras:
Jesica.
Pedro leyó la nota otra vez y blasfemó en voz baja.
—Imagino lo que ha sucedido —dijo Augusto—. La noche que nos reunimos todos los que estuvimos en la avalancha nos emborrachamos. Yo traté de liarme con ella mientras me metía en la cama. El resto no lo recuerdo muy bien, pero supongo que Jesica y yo hicimos lo que te imaginas. Estaba demasiado bebido como para utilizar preservativos. Ni siquiera lo recuerdo, pero parece ser que funciono muy bien.
Pedro lo miró. No sabía lo que sucedía, pero al menos Jesica no había dicho que Augusto fuera el padre de la criatura. Le devolvió la nota.
—Espera un momento. Tengo que ir a por una cosa. Ah, quítate la chaqueta y sírvete una cerveza si te apetece. Tenemos que hablar.
—Oh —Augusto se rascó la cabeza—. Entonces, déjame el teléfono para que llame a Deb y cancele nuestra cita.
—¿Tenías una cita esta noche? ¿Después de venir a por una hija que dices que es tuya?
Augusto se encogió de hombros.
—Le he traído una jirafa ¿no? No tengo ni idea de qué he de hacer con ella. Si te soy sincero, me sorprende que tú lo hayas hecho. Creí que habrías conseguido a alguien como Paula para que te ayudara.
—Tiene mejores cosas que hacer que cuidar a éste bebé. Para tu información, Paula es una mujer con mucho talento, no una persona a la que se puede convertir en niñera cuando aparece la ocasión.
—¡Guau! —Augusto lo miró sorprendido—. No he dicho que no tenga talento. Sé que Paula es fantástica. Trabajo para ella cada verano, ¿recuerdas? De hecho, siempre me he preguntado por qué no te has planteado... hum, no importa. No es asunto mío.
—Desde luego, no lo es —dijo Pedro, y se dirigió hacia su habitación con la pequeña en brazos.
—Hacer de niñera te vuelve gruñón, Pedro —Augusto lo siguió—. ¡Eh, Oli! Eres una pequeñaja. Lo suponía. Y tienes el pelo de los Evans.
—Nada de eso —masculló Pedro. No comprendía por qué Jesica había metido a Augusto en aquello, pero no le gustaba nada.
Quizá Jesica no quería que él se ocupara de todo solo. Pronto se convertiría en un problema, cuando llegara el verano y con él el ganado. A lo mejor, Jesica había pensado, que como Augusto era un buen amigo, podría compartir la tarea de cuidar a la niña con él.
—Eh, Oli. Mira esto. Puedo tocarme la punta de la nariz con la lengua.
—Estoy seguro de que está impresionada —dijo Pedro.
—A todas las niñas les gusta —dijo Augusto—.¡ Oh, cielos!. Me está sonriendo.
—No digas tonterías —dijo Pedro.
Olivia balbuceó.
«Qué desagradecida eres», pensó Pedro mientras la metía en la cuna. «Todo este tiempo cuidándote para que le sonrías al primero que te hace una tontería».
—Lo tienes todo montado —dijo Augusto mirando a su alrededor—. ¿Jesica te dejó todas estas cosas?
—No —Pedro buscó la carta de Jesica por encima de su cómoda y se volvió hacia Augusto.
—¿Lo has comprado todo? La cuna, y la estantería esa y...
—Es un cambiador.
—¿Y para qué es?
Pedro suspiró.
—Ah, ya. Le cambiais los pañales ahí. Por eso tiene una cincha.
—Acuérdate de no ponerle la rodilla sobre el vientre cuando la tenses, vaquero.
—No te preocupes. No pienso cambiar ni un solo pañal apestoso.
—¿Y por qué no?
—No entra dentro de mi trabajo —dijo Augusto—. Se supone que debo enseñarle a Oli mi actitud divertida sobre la vida. Eso son juegos, no pañales.
—Quizá quieras replantearte eso, padrino —le entregó la nota de Jesica.
Augusto agarró el papel y lo comparó con el que él tenía.
—Maldita sea —murmuró—. Entonces, ¿no habló contigo cuando te dejó al bebé?
—Llegó de noche, dejó a Olivia en el porche y llamó al timbre. Cuando salí, se estaba alejando a toda prisa.
—¿Qué diablos pasa aquí? —preguntó Augusto.
—No lo sé. Antes de que aparecieras, creía que yo era el padre de Olivia.
—De ninguna manera. Nada de eso. No puedes haberte...
—Sí que puedo. Lo último que recuerdo acerca de aquella noche es que traté de besarla.
—¿Un beso? Eso no es nada. Todo el mundo sabe que yo soy el seductor.
—¿Por qué estás tan ansioso porque sea tuya? Lo que te faltaba era tener que cuidar de un bebé.
—Cierto. Cuando recibí la carta me entró el pánico. No tengo intención de atarme a nada, ni a una esposa, y menos a un bebé. Pero después de leer la carta varias veces, comprendí lo que Jesy trata de hacer.
—Entonces, será mejor que me des una pista porque yo no tengo ni idea.
—Ella sabe que no quiero compromisos, así que ni siquiera me lo contó cuando se quedó embarazada. Creo que debería haberlo hecho, pero no lo hizo. Probablemente nunca me habría dicho que Oli es mía.
—Se llama Olivia, maldita sea.
—Ya lo veremos. En cualquier caso, Jesy está metida en algún tipo de lío y necesita ayuda temporal con la pequeña. La habría dejado conmigo, pero tu casa era más apropiada y fácil de encontrar. La mía no, y por eso se perdió la carta.
—Creo que te equivocas.
—Creo que no —dijo Augusto—. Así que aquí estoy para ayudar a la niña y a Jesy. Quizá el bebé fuera un accidente, pero asumiré mi responsabilidad.
Pedro apretó los dientes.
—No es tuya.
—Sí lo es.
—Tiene mis ojos.
—Y mi pelo.
—Y la nariz de los Alfonso.
—¡Y el sentido de humor de los Evans!
Mientras discutían, Olivia comenzó a quejarse. Ambos se volvieron para mirar a la cuna.
—No parece muy contenta —dijo Augusto.
—Probablemente porque hay que cambiarle el pañal —dijo Pedro en tono de reto.
—Hum, te ayudaría encantado, Pedro, pero tengo que ir a llamar a Deb. Sabes que a las mujeres no les gusta que las dejen plantadas.
—No sé por qué estás tan asustado. Has limpiado miles de establos en tu vida.
—¡Una idea! Yo me ocupo del estiércol de tus caballos y tú de los pañales del bebé. ¡Trabajo en equipo!
—No sé qué pensaría Jesica cuando te envió esa nota, pero si piensas quedarte por aquí, no te vas a librar de los trabajos difíciles.
—Pero no sé nada acerca de...
—Yo te enseñaré. Esta noche no tengo energía, pero el primer pañal de la mañana lleva tu nombre, vaquero.
Augusto se encogió de hombros.
—Si te pones así, lo haré —contestó, y salió de la habitación para llamar por teléfono.
Pedro recordó que había prometido llamar a Paula. Además, tenía que contarle los últimos acontecimientos. Sacó a la niña de la cuna y la colocó sobre el cambiador.
—¿Tú que opinas, Olivia? ¿Qué dices, bonita?
La niña lo miraba tan seria, que él no pudo evitar sonreír.
Ella también sonrió y movió los brazos en el aire.
Pedro sintió que se le encogía el corazón.
—No me importan las evidencias —murmuró Pedro—. Tú eres mi bebé.
CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)
Pedro la empujó contra la cama con tanta fuerza, que Paula rebotó. En menos de un segundo, estaba sobre ella tratando de desabrocharle los pantalones.
Paula había sido capaz de controlar su deseo todo el día, pero en cuanto Pedro la rozó, sintió que aquello era incontrolable.
Él acercó la boca a la de ella, pero no la besó.
—Eres la mujer más testaruda que he conocido nunca —dijo él—. Así que voy a demostrarte lo mucho que te deseo, Paula. Aquí y ahora. Y si despiertas al bebé mientras lo hago, vas a ser tú la que la pasee de un lado a otro.
—Pedro, no crees que deberíamos... —dijo con voz temblorosa.
—Cállate. Hoy mando yo —le bajó los vaqueros y la ropa interior. Después, se arrodilló en el suelo, la agarró por las caderas, le separó las piernas y la atrajo hacia sí. Sin más preliminares, agachó la cabeza y comenzó a acariciarle con la boca la parte más íntima de su ser.
Enseguida, todo su cuerpo se convirtió en una llama y tuvo que cubrirse la boca con la mano.
Cada vez estaba más excitada y Pedro no le dejaba ni un momento de descanso. La sujetaba por el trasero mientras ella se arqueaba en busca del éxtasis que él le había prometido.
Ningún hombre le había demostrado tanta pasión. Él consiguió que alcanzara el orgasmo y ella tuvo que morderse la mano para no gritar.
Temblando, notó que él se levantaba y oyó que abría el cajón de la mesilla. Después el sonido de sus vaqueros al caer al suelo. Cuando regresó, terminó de desvestirla. Se colocó entre sus piernas y la besó en la boca. Su miembro erecto rozaba su entrepierna, provocándole un inmenso placer.
—Quiero hacerte el amor, Paula, de todas las maneras que puedas imaginar, pero sobre todo así —la penetró.
Ella gimió de puro placer.
—No habría dormido en toda la noche sabiendo que estabas en la otra habitación. Me vuelves loco —se movió despacio.
—¿Quieres que me quede? —preguntó ella.
—Esta noche —le mordisqueó el labio inferior—. Pero quiero que te vayas mañana.
—No.
—Sí.
—No —no podía abandonar. Aquello era mágico—. Si esto se acaba, podré superarlo.
—Estoy seguro de que podrás. Eres fuerte —se movió un poco más rápido—. Pero yo no —la besó de manera apasionada e incrementó el ritmo hasta que ambos estallaron de placer.
CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)
Durante toda la tarde Pedro estuvo pensando que tendría que llegar un momento en el que pudiera hacerse cargo de Olivia él solo, para que Paula pudiera regresar a su casa. Creía que ésa era la mejor elección, pero tenía miedo de dejarla marchar antes de asegurarse de que podría pasar la noche solo con la niña.
Mientras acostaba a la pequeña en la cuna Paula preparó algo para cenar y lo sirvió en la mesa de café que había frente al fuego.
El deseo se apoderó de Pedro con sólo mirarla. La imaginó desnuda a la luz de la lumbre y se le aceleró el pulso. Pero creía que no era el mejor momento para romanticismos.
Comieron en silencio mientras él trataba de decidir cómo sacar el tema. Por fin, dejó el plato sobre la mesa y dijo mirando al fuego:
—No para de nevar.
—No —ella dejó el plato también y se acurrucó en el sofá.
Su aspecto era delicado. Y parecía receptiva.
Él recordó lo receptiva que podía ser y notó que se excitaba. Trató olvidar las imágenes eróticas que se formaban en su cabeza y respiró hondo.
—Paula, creo que lo que has sugerido antes no funcionará.
—¿Porque no me deseas?
—Sabes que no es eso.
—No estoy segura.
—Estoy pensando en tí, Paula. Es un camino sin salida. Cuánto más miro a Olivia más convencido estoy de que es hija mía. Creo que sería mejor que todo terminara entre nosotros.
Paula suspiró.
—Bueno, si no estás interesado, no estás interesado. Así de sencillo —agarró las botas que estaban junto al sillón y comenzó a ponérselas—. Creo que ya estás preparado para hacerte cargo de Olivia, así que me voy a casa.
—No quiero que conduzcas hasta tu casa con éste tiempo. La carretera estará mal.
—Llegaré a casa. Mi camioneta es cuatro por cuatro y he conducido en peores condiciones...
—No me importa. No quiero que lo hagas.
—Lo siento, vaquero. No voy a quedarme otra noche en la habitación de invitados. Sadie y yo nos vamos a casa. Iré a buscarla —se puso en pie y salió del salón.
—Maldita sea, Paula. No seas cabezota —la siguió—. Podemos aguantar una noche más, y mañana te seguiré en mi coche para asegurarme de que no acabas en la cuneta.
—Olvídalo. Te llamaré cuando llegue a casa. Si no te llamo en una hora, llama a una grúa y diles que me busquen. No hay mucho trecho. Estoy segura de que me encontrarán —entró en el dormitorio de Pedro y se acercó a la cuna.
Fleafarm y Sadie estaban tumbadas debajo.
Pedro imaginó a Paula volcada en la cuneta a causa de la nieve y el pánico se apoderó de él.
—No —susurró, y la agarró del brazo—. Eres más inteligente que eso, Paula. Estas tormentas...
Ella se volvió para mirarlo.
—Si crees que voy a quedarme como una buena chica en la habitación del otro lado del pasillo porque no tienes lo que hay que tener para amarme, tampoco eres muy inteligente.
—¿Crees que no quiero hacerte el amor? —preguntó él.
—Eso es lo que creo. Ya te has liberado después de tu larga espera, y eso era todo lo que querías de mí.
Pedro tiró de ella y la abrazó.
—No tienes ni idea, Paula Chaves.
Ella lo miró a los ojos.
—Ah, ¿no? Entonces, demuéstralo.
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