viernes, 9 de noviembre de 2018

CAPITULO FINAL (SEGUNDA HISTORIA)





Paula permaneció en su habitación el viernes y el sábado por la mañana mientras Pedro y Nora se ocupaban de los Ingram. A juzgar por las risas, todo iba bien. El sábado, antes de que Pedro se marchara a Rocking D, le llevó un ramo a la habitación.


—Son de parte de Bill y Charlene —dijo él—. Te desean que te recuperes pronto.


—Qué detalle —lo miró a los ojos—. Va todo bien, ¿verdad?


—Sí —dijo él—. Sí, todo va muy bien. No me lo habría imaginado. Cuando le pedí a mi madre que te hiciera el favor, actuó como si fuera una imposición. Pero me parece que lo está pasando muy bien.


—Me ha librado de un aprieto, eso seguro.


Pedro le retiró el cabello del rostro.


—¿Te encuentras mejor?


—Sí. Pero no creo que deba forzarme. Quizá mañana, cuando se vayan los Ingram, me levante un rato.


—Siempre has sido una mujer fuerte. No me gusta que hayas pillado la gripe, pero me haces sentir todo un hombre protector ahora que sé que también necesitas ayuda a veces. En cierto modo, es una sensación agradable. Pero no quiero que vuelvas a ponerte enferma —añadió rápidamente.


—No me digas que creías que era invencible.


—Supongo que sí —le acarició la mejilla—. Sabía lo mucho que yo te necesitaba, pero no estaba seguro de que tú me necesitaras.


—Bromeas.


—Bueno, aparte de por el sexo.


—Oh, Pedro, el sexo sólo es algo más. Necesito que hables conmigo, trabajes conmigo y te rías conmigo. Sobre todo eso. Creía que lo sabías.


—No lo sabía. Pero ahora lo sé.


—Te quiero.


—Yo también te quiero —murmuró él, y la besó en la frente—. Ahora descansa. Quiero que te pongas bien —movió las cejas—. Y que sepas que mis motivos no son castos y puros.


—¿Quieres que te haga pasteles de canela?


Él se rió.


—Sabes lo mucho que me gustan.


—Lo sé.


—Pero de todo lo que deseo, eso es lo segundo —le guiñó un ojo y salió de allí.


Paula se quedó sola tratando de controlar su frustrado deseo sexual. Lo peor era tener que fingir que no le apetecía hacer el amor con Pedro.


Por la tarde, Pedro llamó para decir que llegaría tarde porque tenía que arreglar una gotera que había salido en el rancho. Por suerte, Nora decidió cenar con ella en su habitación y no pararon de hablar acerca de la casa, el jardín y recetas de cocina. Paula no podía creer el cambio que había dado esa mujer y descubrió que le gustaba pasar tiempo con ella. Cuando llegó Pedro, Nora bajó a la cocina para calentarle la cena a su hijo.


Paula oyó que ambos hablaban en la cocina y, durante un instante, se sintió celosa.


Sacó el tablero de la Ouija de debajo de la cama y preguntó de quién estaban hablando. Apareció su nombre.


¡Pero ella quería saber qué decían! Sólo le quedaba confiar en Pedro para que fuera diplomático con su madre. Tratando de escuchar lo que decían, se quedó dormida. Y despertó cuando Pedro se estaba metiendo en la cama.


Se volvió para darle un beso de buenas noches y le preguntó:
Pedro, ¿va todo bien?


Él la abrazó y le susurró al oído.


—Quiere quedarse.


—¿De veras?


—Quiere que te pregunte si la oferta sigue en pie.


Paula exclamó de manera triunfal.


—Eh —se rió Pedro—. No te emociones. No queremos una recaída.


Paula reaccionó a tiempo y tosió un par de veces.


—Lo ves. Mira lo que has hecho. ¿Quieres un poco de agua?


—No. No, gracias. Es maravilloso, Pedro. Me encanta que quiera quedarse.


—Y a mí —le acarició la espalda—. Odio decir esto, pero me parece que es porque te has puesto enferma.


—¿En serio?


—Sí. Ha admitido que hasta que no ha pasado esto, creía que no había un sitio para ella en esta casa. Pero ahora se da cuenta de que la necesitas si quieres seguir con el negocio y formar una familia.


—¡Y tiene razón! —se acurrucó contra él.


—Menos mal que se ha dado cuenta —dijo Pedro—. No podía imaginar nuestra boda sin ella.


—Ahora puede ayudarnos a organizarla —dijo Paula.


—Quiere hacerlo, pero ya le he advertido que hay que ir contrarreloj. Será dentro de dos semanas.


—¿Dos semanas? —lo miró—. Eso es muy poco tiempo.


—¿Con las dos manos a la obra? Es más que suficiente, a menos que creas que todavía no tienes energías.


—Eso no será un problema. Estoy prácticamente bien —restregó su cuerpo contra el de él.


—Pero no del todo. Para.


Paula metió la mano bajo la camiseta de Pedro.


—Creo que lo suficientemente bien.


—No sé, Paula.


—Yo sí —sintió que los pezones de Pedro se ponían erectos—. Y estoy segura de que te gustaría...


—Es posible. Podríamos intentarlo, aunque sólo sea en la postura del misionero y teniendo mucho cuidado.


—Creo que podemos arriesgarnos —dijo ella, húmeda de deseo.


—Bien. Despacio —la colocó boca arriba y metió la mano bajo el camisón—. Después de tantos días enferma puede que tardes un poco en... —se calló al ver lo húmeda que estaba—. Puede que no —la acarició—. Quizá deberías dejártelo puesto, para que no te enfríes.


—Quítamelo y después me lo volveré a poner.


—Si estás segura...


—Con ello puesto quizá tenga demasiado calor.


—Eso no lo había pensado —le quitó el camisón—. ¿Mejor?


—Sí. ¿Y qué pasa con tu ropa?


—Yo lo haré —dijo él, y se quitó la camiseta—. Tú sólo disfruta.


—Sí, señor —temblaba de anticipación.


—Estás temblando. ¿Tienes frío?


—No. Sí. Si me cubres con tu cuerpo, estaré bien.


—Por supuesto —se colocó encima—. Espera. Tengo que buscar un preser...


—No creo que haga falta.


—¿No?



—¿No habías dicho dos semanas?


—O menos.


—Entonces, ¿para qué molestarse con esas tonterías?


Pedro se estremeció.


—Cúbrete los ojos —dijo él—. Voy a encender la luz.


—De acuerdo —obedeció. Cuando retiró la mano, vio que la miraba con adoración—. ¿Para qué quieres la luz?


—Porque quiero poder verte los ojos cuando te deje embarazada de nuestro hijo.


Ella gimió y lo agarró por la cintura para que la poseyera.


Él se resistió.


—No. Quiero hacerlo despacio.


—No hace falta —estaba deseando sentirlo en su interior—. Me encuentro bien.


—Te creo. Voy a hacerlo despacio porque quiero recordar este momento durante el resto de mi vida —se adentró en ella, y sus ojos brillaron de manera distinta-—. Para siempre.


Paula guardó su promesa en el corazón. 


Celebrarían la boda poco tiempo después, con un reverendo y todos sus seres queridos. Sería una ceremonia preciosa e importante. Pero sólo sería una formalidad.


Esa noche pronunciarían sus votos.


Ella le sujetó el rostro.


—Para siempre —susurró.


Fin




CAPITULO 33 (SEGUNDA HISTORIA)




Nora no los decepcionó y Paula pasó dos días en la cama tratando de no volverse loca. Lo peor era escuchar cómo Nora cocinaba en su cocina, pasaba la aspiradora y quitaba el polvo. Maria le había advertido que eso le costaría aceptarlo, pero lo que más la molestaba era que Nora parecía poder con todo. Ella no era imprescindible.


Pedro le regaló un tablero de la Ouija para que se entretuviera. Ella le sugirió que preguntaran si él era el padre de la criatura, pero Pedro no aceptó la idea. Eso demostraba lo mucho que anhelaba que la pequeña Olivia fuera suya, o en definitiva, tener una familia.


Como Pedro tenía trabajo en el rancho, Nora era quién más cuidaba de Paula. El primer día le llevó un plato de sopa, pero no se detuvo a charlar. El segundo, le llevó la sopa y le preguntó si se encontraba mejor.


—Estoy muy débil —dijo Paula.


—No te preocupes por nada. Todo está preparado para los huéspedes.


—Eso es estupendo —Paula estaba deseando preguntarle si había huevos en la nevera y si había comprado flores para la habitación, pero decidió no hacerlo para no ofenderla—. Te estoy muy agradecida, Nora. Cuando se tiene un negocio, uno nunca cuenta con ponerse enferma.


—Supongo que no.


—Y aunque Pedro esté muy dispuesto a ayudar, no es muy bueno en estas cosas.


—No, ese chico no distingue las flores de las patatas fritas —dijo con una sonrisa.


—Nora, debería advertirte que la pareja que viene esta noche sólo lleva un año casada. No puedo asegurarte que no hagan...


—Me pondré tapones en las orejas —dijo ella—. Ahora descansa. Tengo que hornear el pan.


Más tarde, Paula podía oler el pan recién hecho desde su dormitorio. Se moría de hambre, así que fingió voz de enferma y llamó a Nora. Ella llegó enseguida.


—¿Ocurre algo?


—No, no pasa nada. Es sólo que ese pan huele de maravilla. Parece que ya tengo más apetito. ¿Puedes traerme una rebanada?


La madre de Pedro puso una amplia sonrisa. Paula nunca la había visto así. Aquella mujer había sufrido una transformación.


—¿Quieres que le ponga mantequilla? — Nora le preguntó con dulzura.


—Me encantaría.


—¿Y te apetece una taza de té?


—Eso sería perfecto.


—Enseguida vuelvo.


Paula cerró los ojos y susurró:
—Gracias, Maria.



CAPITULO 32 (SEGUNDA HISTORIA)




Una hora más tarde, Paula esperaba a Pedro metida en la cama bajo una pila de mantas.


—Paula, cariño —dijo él al entrar en la habitación—. ¿Qué te pasa? Maria me dijo que no te encuentras bien.


—Me siento muy mal —dijo ella—. Estoy helada, tengo el estómago revuelto y me duelen los huesos.


Él se acercó a la cama y le tocó la mejilla.


—Estás ardiendo. Debe de ser la gripe. Llamaré al doctor Harrison.


—Ni se te ocurra. No hay nada que hacer contra la gripe, excepto descansar y beber líquidos.


—¿Podría ser algo peor? —Pedro estaba preocupado—. ¿Y si no es sólo una gripe?


Paula se sentía culpable por hacerlo pasar por eso. Maria tenía razón cuando le decía que no sería fácil.


—Estoy segura de que no es nada grave —dijo ella—, pero no te acerques mucho ¿de acuerdo? No quiero que te contagies. Mañana tienes que conducir hasta Utah.


—Meteré a mi madre en autobús antes de dejarte aquí enferma. Y no me importa contagiarme. Quiero cuidar de ti. ¿Necesitas algo? ¿Un masaje? ¿Un zumo?


—Eres un encanto —sonrió—. Pero estoy bien. Lo que me preocupa son los huéspedes, Bill y Charlene Ingram. Llegarán pasado mañana.


—Los llamaré para decirles que no vengan. Sólo estaremos tú y yo. Y los gérmenes.


—No podrás contactar con ellos. Están de camino y no estaban seguros de dónde iban a parar, lo único que tenían reservado era el fin de semana que pasarán aquí.


—Seguro que pueden encontrar otro sitio donde pasar el fin de semana.


—No podemos pedirles tal cosa, Pedro. Es su primer aniversario de boda. Pasaron la luna de miel aquí. Tengo un pedazo de su tarta de boda en el congelador.


—Mira, cariño, estaría encantado de ayudarte, pero sabes que no sé cocinar, ni hacer todo eso que tú haces para que todo quede perfecto. Y tú no puedes hacerlo, a menos que quieras contagiarlos.


—Oh, Pedro, los Ingram llevan todo un año esperando esta ocasión.


—Lo sé, pero estas cosas pasan —le acarició la frente—. Los ayudaré a encontrar un lugar para quedarse.


—Ojalá encontrara otra manera de solucionarlo. Ojalá que... —hizo una pausa—. Sólo hay una solución, Pedro. Oh, cielos, si ella estuviera dispuesta a ayudarme.


—¿Quién? ¿Maria?


—No, Maria no. Sebastian y ella van a comprar el ganado esta semana, ¿recuerdas? Se llevan al bebé.


—Sí, es cierto. No puedo creer que lo haya olvidado. Entonces, ¿en quién estabas pensando?


—En tu madre.


—¿Mi madre? —soltó una carcajada—. Sí, claro. Eso funcionaría. No. Está deseando marcharse de aquí. No aceptará quedarse para cocinar y atender a tus huéspedes.


—Posiblemente tengas razón —suspiró Paula—. Pero se solucionaría todo si aceptara a quedarse unos días. Tú podrías cuidar de mí y ella podría llevar la casa temporalmente.


—¿Confiarías en ella para hacer eso?


—Por supuesto que sí —Pedro no imaginaba el esfuerzo que le costaba decir eso. Ceder sus dominios.


—Solucionaría todos los problemas. Puedo llevarla a casa cuando estés mejor. Por muy enfadado que esté con ella no estaba dispuesto a dejarla ir en autobús. Y tampoco en avión. No está acostumbrada a viajar sola.


—Te preocuparías mucho por ella.


—Por desgracia, creo que ladro más que muerdo respecto a ella.


—Ya lo sabía —Paula le agarró la mano—. Pregúntaselo. Si dice que no, pensaremos en otra cosa.


Pedro apretó los dientes.


—Si dice que no, puede que tenga que dejarla en el autobús.