miércoles, 7 de noviembre de 2018

CAPITULO 28 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula pensó que era un poco extraño que Maria hubiera elegido ese día para llevar la camioneta al taller, sobre todo cuando las marchas llevaban estropeadas desde antes de la boda. Pero Paula siempre estaba dispuesta a hacer favores y, además, Nora había aceptado quedarse con Olivia encantada.


Así que Paula siguió a Maria en su coche hasta el taller y la esperó fuera. Cuando Maria salió, en lugar de subir al coche con ella, se acercó a la ventanilla del lado del conductor.


—¿Ocurre algo? —preguntó Paula.


—No —dijo Maria con una amplia sonrisa—. He venido a decirte que ya no necesito tu ayuda. Alejandro Hennessy, el del taller, va a prestarme su Jeep para hacer los recados, así que puedes irte a tu casa.


Paula estaba un poco enojada. Maria no solía hacer ese tipo de cosas. Y su vida ya era bastante complicada.


—¿Y qué pasa con Nora? No debería ir al rancho y ayudarla con Olivia.


Maria la miró y sonrió.


—No, creo que deberías ir a casa y pasar un rato con Pedro.


—¡Pedro no está allí! Lo sabes muy bien. Está arreglando las vallas con Sebastian —al ver que Maria no dejaba de sonreír, le preguntó—. ¿O no?


Su amiga negó con la cabeza.


—Está esperándote en Chaves House.
Paula se quedó boquiabierta cuando por fin comprendió de qué se trataba.


—Lo has planeado todo, ¿no es así?


—Alguien tenía que ganar a Nora Alfonso en su propio juego, y no parecía que fueras a hacerlo tu. Por supuesto, no hace falta que aceptes. Si te remuerde la conciencia, le diré a Leonardo que no necesito su coche. Pero si estás dispuesta, creo que Pedro y tú tenéis un par de horas para disfrutar.


—Pero cuando llevé a Nora a tu casa, vi la camioneta de Pedro aparcada frente al granero.


Maria asintió.


—Y dentro de un par de horas volverá a estar ahí. No te preocupes. Nora no va a dejar a Olivia para ir hasta el granero a ver si la camioneta de Pedro sigue aparcada allí.


Paula sonrió.


—No, supongo que no.


—Vete. Estás perdiendo el tiempo.


Paula arrancó el coche. Le temblaba la mano.


—Maria, ya me siento culpable por engañar a la madre de Pedro.


—Un poco de culpabilidad añade morbo a la experiencia, ¿no crees?


—Supongo que ahora voy a descubrirlo —dijo Paula con una carcajada.


—Pásalo bien.


Paula arrancó y se alejó calle abajo. Tuvo que controlarse para no sobrepasar el límite de velocidad. No podía esperar a ver a Pedro a solas. Durante las últimas noches no había dormido bien y había tenido todo tipo de sueños eróticos con él. Pero gracias a Maria, podría sentir de nuevo el calor de su cuerpo, la dulzura de su boca y la fuerza de su... Pisó el freno con fuerza. Estuvo a punto de saltarse un stop.


Cuando llegó a casa y vio la camioneta de Pedro, comenzó a temblar. Si Nora se negaba a mudarse a Colorado... Trató de no pensar en ello. Conseguiría convencerla. No podía imaginar su vida sin Pedro.


Aparcó y corrió hasta la casa. En cuanto empezó a subir las escaleras, se abrió la puerta. 


Él la estaba esperando.


—Ven a mis brazos, mujer.


La agarró y cerró la puerta de una patada. 


Acorraló a Paula contra la pared y la besó de manera insaciable. Cuando Pedro empezó a quitarle los pantalones, Paula comprendió que en aquel recibidor iba a pasar algo más. Delante de la puerta.


El deseo se apoderó de ella. Le quitó el cinturón a Pedro mientras él metía la mano bajo su ropa interior. Sin dudar un instante, él introdujo un dedo en su cuerpo para comprobar lo que sospechaba, estaba caliente y húmeda. Ella se agarró a la cinturilla de sus vaqueros y gimió de placer.


Él se separó un instante. Estaba jadeando.


—Termina tu trabajo. Los preservativos están en el bolsillo izquierdo de mi camisa —apretó la mano contra su pubis.


—Oh, Pedro.


—Creía que no ibas a llegar nunca —la besó de nuevo mientras con una mano seguía acariciándola y con la otra le bajaba la ropa interior.


Paula arqueó el cuerpo contra sus dedos, pero consiguió desabrocharle y quitarle los pantalones. Después, le bajó la ropa interior y dejó su miembro erecto al descubierto.


—Date prisa —murmuró él—. Date prisa.


Ella buscó el preservativo y cubrió su miembro.


—Pon las manos en mis hombros —dijo él.


Ella obedeció. Él la agarró por el trasero y la levantó contra la pared. Sus pantalones cayeron al suelo justo antes de que él la penetrara con un suave gemido de triunfo.


Paula sintió que los ojos se le llenaban de lágrimas. Lo había echado mucho de menos. Le rodeó la cintura con las piernas y lo apretó con fuerza.


Pedro continuó moviéndose, cada vez más rápido. La pared tembló y un cuadro se cayó al suelo. No se detuvieron. La tensión acumulada era cada vez mayor y, con un último empujón, ambos alcanzaron el orgasmo. Riéndose mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, ella gimió con fuerza. Él empezó a temblar y la apretó con fuerza contra la pared. Después, apoyó su frente contra la de ella.


Poco a poco se fueron calmando, pero Pedro continuó dentro de su cuerpo. La miró a los ojos y le dijo:
—Te quiero.


—Nunca me lo habías dicho —contestó ella sin poder contener las lágrimas.


—Ya, pero deberías saberlo.


—Lo sabía. Pero necesitaba oírlo.


—Siento haber tardado tanto —sonrió—. A mí tampoco me importaría oírlo.


—Oh, Pedro, claro que te quiero —se lo había dicho tantas veces en su imaginación, que le sorprendía no habérselo dicho en voz alta.


—Oírlo es estupendo, sobre todo después de la semana que estamos teniendo — la besó—. No creo que mi madre acepte venir a vivir aquí.


—No abandones todavía.


—De acuerdo, pero aunque ella no venga, yo sí vendré —la miró a los ojos—. Yo sí, Paula. Quiero que te cases conmigo.


Ella sintió un nudo en la garganta. Era consciente del sacrificio que él estaba dispuesto a hacer.


—Yo también quiero hacerlo, pero no puedo pedirte que incumplas tu promesa.


—No me lo has pedido. Soy yo quien te dice que estoy preparado para hacerlo.


—Pero...


La calló con un beso, un beso que pronto se volvió sensual y sugerente.


—No hablemos de ello ahora —la besó en el cuello—. Tenemos que recuperar el tiempo perdido.


—Creía que acabábamos de hacerlo.


Pedro le acarició el cuello con la lengua y se rió.


—Oh, cariño, eso sólo era para quitarnos la frustración. Ahora podemos dedicarnos más en serio.


—¿Qué habitación quieres probar ahora?


Pedro la dejó de pie en el suelo.


—Estaba pensando en el salón. Ese sofá tiene muchas posibilidades. Ah, y ¿Paula?


—¿Sí?


—Esta noche vuelvo a tu habitación.




CAPITULO 27 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro nunca había pensado mucho en el cielo y en el infierno, pero acababa de descubrir lo que era cada cosa. El cielo era como el tiempo que había pasado en la cama con Paula después de que Oli se recuperara del catarro. Pero los últimos cuatro días con su madre en casa habían sido el infierno.


Ella había decidido que él era una especie de demonio del sexo que hechizaba a las mujeres y retozaba con ellas. Excepto que mientras ella estuviera presente lo de retozar había terminado. Se negaba a perderlo de vista y no hacía más que buscarle cosas que hacer. Como acercarla a la tienda para comprar alguna cosa, o llevarla de excursión. Se negaba a ir ella sola. 


Pedro tenía que ir siempre a su lado.


Y Paula no dejaba de animarlo para que complaciera a su madre, porque así habría más posibilidades de que se decidiera a mudarse a Colorado. Pero Pedro estaba tan desesperado por hacer el amor con Paula, que incluso había pensado en citarla en el jardín a mitad de noche.


No estaba seguro de si Paula aceptaría un plan como ése. Ella creía que no debían engañar a su madre, y que debían cumplir la promesa de no hacer nada mientras ella estuviera en la casa.


Lo único bueno era que parecía que Nora se había encariñado con Oli. Y también que parecía interesada en todos los proyectos que Paula tenía para la casa. Ese día, Paula estaba enseñándole cómo utilizar el telar y Pedro no quería entrometerse, así que había decidido ir a Rocking D para ayudar a Sebastian a reparar las vallas antes de que llevaran el ganado.


Le gustaba montar a caballo junto a Sebastian y, si el asunto de su madre no estuviera volviéndolo loco, estaría deseando que llegara el verano.


—No puedo esperar a que Olivia tenga edad para montar —dijo Sebastian mientras trotaban a lo largo de la valla de la zona sur.


—Yo tampoco. En cuanto pueda sentarse por sí sola, la colocaré delante de mí y le daré un paseo por el picadero —a Pedro le encantaba la idea de hacerlo, y que Paula los estuviera mirando. Suspiró. Sólo había un problema. Su madre.


Sebastian lo miró.


—Por la cara que tienes, me parece que estás pensando en la situación con tu madre.


—Sí.


—Paula acabará ganándosela. No abandones todavía.


Pedro negó con la cabeza.


—Conozco a mi madre. No habrá manera de que acepte vivir en la casa de otra mujer y convertirse en la segunda durante el resto de su vida. No. Paula la está haciendo sentir como si ella estuviera al mando de nuestras vidas, pero eso no podrá continuar si decide venir a vivir con nosotros. No, al final se negará a colaborar. Sé que pasará.


—Creo que menosprecias a Paula. Yo... —Sebastian se calló cuando sonó su teléfono móvil.


Pedro se sobresaltó.


—Siempre que oigo esa maldita cosa creo que es una serpiente de cascabel.


—Lo sé —Sebastian sacó el teléfono de la alforja—. Pero Maria ha de tener manera de contactar conmigo si se queda sola con el bebé. Y está el tema de Jesica —apretó un botón y contestó—. ¿Diga?


Pedro animó al caballo para que trotara más rápido y dejar a Sebastian con un poco de intimidad. A los pocos minutos, Sebastian llamó a Pedro.


—¿Qué te parecería pasar un rato con Paula?


Pedro se volvió hacia él.


—¿Te refieres a un rato de calidad?


Sebastian le guiñó un ojo.


—A eso mismo, vaquero.


—¿Pero cómo? Mi madre...


—Maria siente lástima por vosotros y ha ideado un plan. ¿Estás dispuesto?


—Por supuesto —contestó Pedro con una carcajada.


—Lo suponía —Sebastian volvió a ponerse el teléfono en la oreja—. Está dispuesto. Sí. Estoy seguro de que siempre te estará agradecido. Yo también te quiero. Adiós —colgó y guardó el teléfono en la alforja.


—¿Cómo lo va a hacer? —preguntó Pedro.


—Llamará a Chaves House y le pedirá ayuda a Paula y a Nora. Les dirá que necesita que Paula la acompañe al taller para dejar su camioneta y que después tiene que ir a comprar lana y necesita consejo. Podría llevarse a Olivia, pero últimamente está un poco inquieta, probablemente porque le está saliendo un diente, así que le pedirá a Nora que cuide de ella.


Pedro miró a Sebastian.


—Pero no es cierto que quiera que Paula la acompañe al taller, ¿verdad?


Sebastian sonrió.


—Sabía que eras un hombre inteligente.


—Maldita sea. ¿Cuánto tiempo he de esperar antes de regresar a casa?


—Maria dice que le des una hora para ponerlo todo en marcha. Si encuentra algún problema, nos llamará, pero dice que ha visto cómo mira Nora a la pequeña y sabe que está deseando quedarse con la niña a solas. Probablemente le haga tanta ilusión que no sospechará nada.


—¿Maria va a contarle el plan a Paula? Porque Paula ha insistido mucho en que seamos buenos. Ya sabes, no quiere que mi madre se enfade.


—Sí. Maria cree que Paula pondrá alguna objeción al principio, así que no le dirá nada hasta que dejen a Nora en el rancho con el bebé y vayan al taller. Después, le dirá a Paula que vaya a casa corriendo porque hay un vaquero esperándola. Para entonces, cree que Paula aceptará el plan.


Pedro no podía dejar de sonreír.


—¿Te he dicho alguna vez que te has casado con una mujer estupenda?


—Un par de veces. Ahora date prisa. Tenemos que arreglar todas las vallas que podamos antes de que te vayas. Tanto romanticismo se está cargando el trabajo del rancho.



CAPITULO 26 (SEGUNDA HISTORIA)




Varios días más tarde Paula estaba con Maria en la cocina de su casa.


—Dios mío, ¿qué he hecho?


—Lo más adecuado —le aseguró Maria, y le apretó la mano para tranquilizarla.


Maria había ido con Olivia a pasar la tarde en casa de Paula mientras esperaba a que Pedro llegara con su madre. Ambos habían salido de Utah el día anterior y habían pasado la noche en Durango. Llegarían en cualquier momento.


Paula necesitaba el apoyo de Maria, a pesar de que todo había sido idea suya.


Pedro le había dicho que, si querían probar el plan, tenía que ser inmediatamente, porque él tendría que ponerse a trabajar con el ganado de Maria y Sebastian enseguida, así que en cuanto ellos regresaron de la luna de miel, Pedro se marchó a Utah para invitar a su madre a que pasara una semana en Hawthorne House. Paula no sabía qué había dicho él para convencerla, pero su madre había aceptado.


Y Paula tenía la sensación de que había metido la pata.


—Quizá debería haber esperado unos meses, hasta otoño.


Maria dejó la taza de café sobre la mesa.


—¿Por qué? Lo mejor es actuar de inmediato.


—¡Gu-gu! —gritó Olivia desde el regazo de Maria.


Maria sonrió a la pequeña.


—¿Lo ves? Incluso Olivia está de acuerdo conmigo —miró a Paula—. Tienes que intentar que la relación con Pedro funcione, y no hay mejor momento que ahora para empezar —sonrió—. Te diré que la luna de miel compensa lo que estos chicos nos hacen pasar.


—Me alegro de que lo hayáis pasado bien.


Paula también se alegraba de no haberlos llamado cuando Olivia se puso enferma. Sin duda, Sebastian y Maria habrían regresado y Pedro y ella no habrían tenido tiempo de conocerse.


—Bien no es manera de describirlo —dijo Maria—. Excepto por un día que contratamos un detective privado, no hemos hecho nada más que disfrutar.


—Era lo que ambos necesitabais. Trabajáis mucho —bebió un sorbo de café y decidió que debería hacer una cafetera nueva para cuando llegara Nora Alfonso. Se puso en pie—. Disculpa. Voy a preparar un café.


—Éste lo has hecho hace diez minutos, Paula.


—Voy a preparar una cafetera nueva —ignoró el suspiro de Maria y se acercó a la encimera—. Sabes, estoy confusa acerca de la idea de contratar a un detective para que siga a Jesica. Por un lado, teniendo en cuenta que es posible que Pedro sea el padre de Oli, preferiría que no la trajeran para no tener que tratar con ella. Sé que soy un poco egoísta, pero...


—Si lo eres, entonces yo también. No olvides que quizá el padre sea Sebastian.


—¿De veras lo piensas?


—Creo que es posible. He descubierto que cuando se toma unas copas se vuelve salvaje. Nunca había conocido ese aspecto de su personalidad, pero en el hotel de Denver nos regalaron una botella de champán y, después de bebérnosla, Sebastian... bueno... umm.


Paula se volvió para mirar a su amiga.


—¡Maria! ¡Te has puesto colorada! —puso la cafetera al fuego y regresó a la mesa—. ¿Vas a contármelo todo?


—No —Maria se dio aire con la mano—. Digamos que es completamente posible que Sebastian sea el padre de esta criatura.


—Madre mía —Paula no podía dejar de sonreír—. Supongo que nunca se sabe. Así que seguimos sin saber de quién es esta criatura.


—No. Y creo que tenemos que averiguarlo. No podemos tener a los chicos discutiendo siempre por el bebé. Puede que sea divertido en una serie de televisión, pero en la vida real es horrible —Maria bebió un poco de café—. Y por cierto, ¿cómo vais a explicarle lo de Olivia a la madre de Pedro?


—Ya he pensado en ello.


—Imagino.


Pedro y yo habíamos pensado que se lo dijera él durante el viaje, pero teníamos miedo de que se pusiera de mal humor antes de llegar aquí. ¿Cómo se iba a alegrar de que Olivia quizá sea nieta suya? Ella sería la prueba de que su hijo se emborrachó y actuó de manera irresponsable. Pero es la única manera de contárselo. No vamos a mentir, porque si Olivia es hija de Pedro, entonces Norma será parte de su vida.


—Cierto —Maria le dio una cucharilla a Olivia para que se entretuviera—. Espero que Nora sea comprensiva.


Pedro me la describió como una mujer inflexible —Paula sintió un nudo en el estómago. Observó a la niña chupar la cucharilla y se puso en pie—. Creo que voy a limpiar la plata.


—Paula, siéntate. No hace falta que limpies la plata.


—Puede que no. Pero ¿sabes qué? Creo que me he olvidado de quitarle el polvo a las repisas de las ventanas.


—Por el amor de Dios, siéntate. ¿Quieres que tu futura suegra te conozca con un plumero en la mano? Sentarás un malísimo precedente. Ya de paso ponte un delantal blanco y una cofia, porque, a partir de entonces, tendrás el papel de criada en lo que se refiere a tu relación con ella.


Paula suspiró y se cubrió el rostro con las manos.


—Puede que no sea tan mala como Pedro hace que parezca.


—Estoy segura de que no lo es.


—Pero tal y como la ha descrito, no puedo evitar imaginar a un monstruo de mujer.


—¿Un monstruo?


—Bueno, Pedro nunca dijo tal cosa, pero...


—¿Hay alguien en casa? —preguntó una voz masculina.


Paula sintió que se le aceleraba el corazón y se le secaba la boca. Agarró la taza de café con ambas manos y miró a Maria.


—Oh, cielos. Ya están aquí.


—Recuerda que eres lo mejor que le ha pasado a su hijo. No lo olvides —murmuró Maria.


Desde la cocina, se oyó una voz de mujer que provenía del porche.


—Todos estos colores en la fachada hacen que parezca un prostíbulo, hijo.


Paula miró a Maria.


Maria arqueó las cejas y enderezó la espalda.


—No es cierto —susurró.


—A mí me gusta, mamá —dijo Pedro—. Son colores vivos. Paula, ¿dónde estás?


Él había salido en su defensa y eso hacía que Paula lo amara más que nunca.


—¡Ya voy! —contestó. Sonrió a Maria y le preguntó estirándose la falda—. ¿Parezco una madama?


—¡Por supuesto que no!


—Entonces, allá voy —se dirigió al pasillo.
Estuvo a punto de chocar con Pedro.


—Hola —él la agarró por los hombros y la miró con aprobación—. Bien —le dijo, pero no la besó—. Mamá, me gustaría presentarte a Paula Chaves. Paula, ésta es mi madre, Nora Alfonso.


Paula sonrió y se preparó para conocer a la mujer monstruo.


Pero Nora Alfonso era una mujer menuda. La puerta de entrada estaba abierta y la luz que entraba no le permitía verla bien. Pero su maleta parecía más grande que ella.


Paula contuvo una carcajada. Dio un paso adelante y, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, vio a una mujer de unos cincuenta y tantos años con pelo cano. Tenía el mismo color de ojos que Pedro y llevaba pantalones vaqueros.


Paula decidió que aquello sería pan comido. Le tendió la mano.


—Un placer, señora Alfonso.


Nora le agarró la mano con firmeza.


—Llámame Nora.


—De acuerdo —sonrió Paula. Sí, aquello sería más fácil de lo que pensaba. Pedro era un exagerado.


—Y será mejor que vayamos al grano. ¿Te acuestas con mi hijo?


Paula se quedó boquiabierta. Miró a Pedro, quien había ido a la puerta y la había dejado abandonada.


—Deja que te suba la maleta, mamá — dijo él—. ¿Te apetece refrescarte un poco? Tu baño está arriba, junto a tu dormitorio. Estoy seguro de que te va a encantar. El papel de la pared se está despegando un poco, pero pronto lo arreglarán. Paula tiene esos jabones que a ti te gustan.


—No te preocupes por mi dormitorio ni los jabones, hijo —dijo Nora, sin apartar la vista de Paula—. Me preocupa más con quién te acuestas en estos momentos.


Paula sintió que se ponía colorada. Esperó a ver si Pedro decía algo, pero él permaneció callado junto a la maleta.


Al parecer, no le había dejado claro a su madre cuál era la relación que tenían. Pero no podía culparlo. La idea era convencer a Nora para que fuera, y no contarle lo que hacía por las noches.


Aun así, ella había prometido ser sincera con aquella mujer, y no podía mentirle.


Se aclaró la garganta y reunió el valor necesario.


—Sí, Nora, me acuesto con tu hijo.


Nora asintió.


Paula suspiró aliviada. La mujer había aceptado la situación. Un problema menos.


—Me gustaría que dejaras de hacerlo —dijo Nora.


—¿Qué?


Pedro repitió la pregunta que había hecho Paula y dio un paso adelante.


—Escucha, mamá, no creo que esto sea asunto...


—Estoy de invitada en tu casa, Paula —dijo Nora, mirándola a los ojos—. Es una casa antigua. No quiero tener que aguantar ruidos por las noches. No es admisible que una madre oiga ese tipo de cosas.


«Un punto para Nora», pensó Paula. Era una invitada, y era cierto que en aquella casa se oía todo. Incluso recordaba el ruido que habían hecho algunos huéspedes en el piso de arriba. Después de todo, las parejas iban allí para relajarse un poco.


—Um, tienes razón, Nora—dijo Paula—. Estoy segura de que a Pedro no le importará dormir arriba, en la habitación contigua a la tuya durante esta semana.


Pedro no parecía contento con la idea. Paula lo miró con una sonrisa. Ella tenía iniciativa. Le dejarían un coche a la madre y le sugerirían que fuera a conocer el pueblo. O sobornarían a Maria para que la invitara a comer al rancho.


Conseguirían sacarla de casa de una manera u otra, al menos durante un par de horas.


Pero si todo salía bien y Nora aceptaba mudarse allí, Paula pediría que le insonorizaran el piso de abajo. No estaba dispuesta a pasar toda la vida escondiéndose para hacer el amor con Pedro.


—Gracias por respetar los deseos de una mujer mayor —dijo Nora.


En esos momentos, se oyó un ruido en la cocina y Paula se volvió. Maria estaba en la puerta con Olivia en brazos. Había estado tan nerviosa ocupándose de Nora, que se había olvidado de que ellas estaban allí.


Olivia sacó la lengua e hizo una pedorreta.


—Lo mismo pienso yo —murmuró Pedro.


Nora exclamó:
—¡Qué bebé tan precioso! —miró a Maria—. ¿Eres su madre?


—Uy, no —intervino Paula—. Nora, ésta es mi amiga Maria Lang. Maria, ésta es la madre de Pedro.


—Me alegro de conocerte —dijo Maria.


Paula sabía que Maria todavía estaba ofendida por el comentario que Nora había hecho sobre la casa. Y probablemente, tras oír la conversación acerca de si Paula se acostaba con Pedro, Nora no le cayera demasiado bien.


Pero Paula no se atrevía a hacer un juicio negativo acerca de ella.


Al menos, le gustaban los bebés y miraba a Olivia emocionada, como si deseara tomarla en brazos.


—Bueno, ¿se puede saber a quién pertenece esta criatura? —preguntó Nora.


Paula decidió que ella había esquivado el primer ataque y que era el turno de Pedro. Lo miró fijamente.


Él se colocó el sombrero y dijo:
—Mamá, hay muchas posibilidades de que esta niña sea hija mía.