viernes, 2 de noviembre de 2018
CAPITULO 11 (SEGUNDA HISTORIA)
Cuando Pedro llegó a casa de Paula por segunda vez estaba mucho más tranquilo y era capaz de fijarse en algunas cosas. A pesar de que había pasado montones de veces por delante de la casa de estilo Victoriano, nunca le había prestado demasiada atención. Era curioso cómo cambiaban las cosas.
En aquellos momentos, la casa le parecía lo más preciado porque estaba cerca de la casa del doctor Harrison, y porque Paula le había permitido quedarse allí con Oli.
Llamó al timbre e inhaló el aroma de los pasteles de canela.
Paula abrió la puerta.
—¿Dónde está la niña?
—He conseguido que se duerma. No sé cuánto durará, pero de momento...
—Deja que la vea. Quiero asegurarme de que respira.
—Como la despiertes, te mato. Me ha costado mucho conseguirlo.
—¡No la despertaré! ¿Dónde está?
—Arriba.
Se dirigió hacia la escalera con la bolsa que había recogido en casa de Sebastian.
—¡Espera! —Paula lo agarró del brazo—. Caminas como una manada de búfalos. Quítate las botas.
—No grites —dejó la bolsa en el suelo y se quitó las botas.
Después subió los escalones de dos en dos.
Cuando se percató de que no sabía a qué habitación debía ir, se volvió de golpe y estuvo a punto de tirar a Paula por las escaleras.
—Lo siento —la sujetó—. ¿En qué habitación está?
—En la primera de la izquierda —murmuró ella—. Pero baja el tono de voz.
Pedro miró hacia la habitación y vio que salía humo por la puerta.
—¡Hay fuego!
—¡No! —Paula lo agarró del brazo—. Maldita sea, vas a despertarla. No es humo, es el vapor del humidificador. Lo he puesto para que respire mejor.
—Ah —dijo él—. Lo siento, pero deberías habérmelo advertido.
—Lo compraste tú. Imaginé que sabrías cómo era.
—¿Cómo iba a saberlo? Cuando me pongo enfermo, me bebo un Jack Daniel's y me curo enseguida.
—Entonces, me alegro de ayudarte a cuidar de Olivia. No vamos a darle ni una gota de alcohol.
—Por supuesto que no. No soy idiota —se acercó a la puerta y la abrió.
Se acercó a la cuna y comprobó que la pequeña respiraba. Estaba dormida sobre su vientre, con el trasero en pompa. Respiraba por la boca, se le caía la baba y tenía las mejillas coloradas.
Deseaba que se curara enseguida. Daría cualquier cosa por ser él quien estuviera enfermo y no ella.
—¿Satisfecho? —susurró Paula.
Él se volvió y la vio a su lado.
También se fijo en que no iba vestida con la misma ropa que llevaba cuando fue la primera vez a la casa. Se había puesto una blusa abotonada hasta el escote y unos pantalones verdes que resaltaban su trasero. Llevaba el cabello suelto y se había pintado los labios.
Notó cómo reaccionaba su cuerpo. Vagamente, recordó que le había prometido algo a Paula para que lo dejara quedarse allí. A base de mirarla, recordó lo que era.
Le había prometido que se comportaría como un caballero.
CAPITULO 10 (SEGUNDA HISTORIA)
Paula retiró el paño de cocina con el que había cubierto la masa que tenía sobre la encimera de la cocina. Después, golpeó la masa con el puño.
Era lo más satisfactorio que había hecho en el día.
Vestida con su ropa favorita de andar por casa y con el cabello recogido, había decidido consolarse preparando sus deliciosos pasteles de canela.
Aquella tarde necesitaba un consuelo. Después de la llamada provocativa que le había hecho Pedro dos días antes, no había sabido nada más de él. Deseaba poder olvidarlo, pero no era capaz de hacerlo. Además, su madre le había enviado un correo electrónico desde una excavación arqueológica cercana a El Cairo.
Su madre quería saber cuándo iba a dejar de jugar a las casitas para dedicarse a terminar su carrera. Paula era la única de la familia que no tenía un título universitario y un trabajo intelectual, y eso era algo que la madre no soportaba.
Después de espolvorear harina sobre una tabla, Paula extendió la masa y comenzó a amasar con fuerza. Aquello le gustaba, maldita sea, por mucho que su madre estuviera en contra.
Era probable que el mensaje la hubiera molestado más porque no estaba durmiendo bien. Intentaba convencerse de que la culpa del insomnio la tenía el hecho de no tener nada que hacer. No tenía clientes hasta el siguiente fin de semana y no quería plantar nada en el jardín hasta que no pasaran las heladas. Y tejer, que era algo que normalmente la relajaba, no le servía de nada. Necesitaba actividad física, cuidar de los huéspedes, plantar verduras o... O tener relaciones sexuales.
Pero eso no sucedería, así que lo mejor sería que se concentrara en amasar. Pedro le había contado que él utilizaba la palma de la mano para los músculos grandes y los dedos para los pequeños...
Y así, empezó de nuevo a pensar en él. Recordó la manera en que le había acariciado la espalda mientras bailaban. Y rememoró la suavidad de sus besos al introducir un cuchillo en la mantequilla y extenderla sobre la masa.
La mantequilla era algo mucho más erótico de lo que había imaginado nunca y se preguntó cómo sería extendérsela por la piel y que alguien se la retirara con la lengua.
Alguien concreto.
El olor a azúcar y a canela le recordó al aroma de la loción de afeitar de Pedro. Echó unas pasas por encima y formó un cilindro con la masa. Un cilindro que encajaba en su mano de la misma manera que un...
Oh, cielos. No tenía solución.
Suspiró con impaciencia y cortó el cilindro en varios pedazos. El destino le había jugado una mala pasada, dándole talento para crear un hogar y haciendo que se enamorara de hombres que no tenían intención de asentar la cabeza.
Pedro no sabía lo cerca que había estado de ir al Rocking D la noche que él la llamó. Menos mal que no lo había hecho, porque el silencio de los dos últimos días indicaba que ya había perdido el interés por ella. Quizá no tenía tiempo para tontear con alguien que no caía inmediatamente en sus garras. Quizá se había decidido por Donna, quien, sin duda, habría salido hacia el Rocking D antes de que Pedro hubiera colgado el teléfono.
Llamaron al timbre cuando Paula estaba metiendo los pasteles en el horno. Se acercó a la puerta y, a través del cristal opaco, reconoció la silueta de Pedro y Olivia. Se le aceleró el pulso.
Respiró hondo y trató de tranquilizarse. No quería que se percatara de que llevaba dos días pensando en él.
Abrió la puerta con decisión. Pedro tenía a la pequeña envuelta en una manta y apretada contra su pecho.
—Oli ha pillado un resfriado —dijo él—. Si no quieres exponerte al virus, me parece bien, pero...
—Entra —Paula dio un paso atrás y extendió los brazos—. Y deja que sujete a la pequeña.
—Gracias, Paula. No sabes lo mucho que esto significa para mí —le entregó a la niña—. Acabo de ir a ver al doctor Harrison y a Coogan's Department Store para comprar algunas cosas. El doctor dice que no hay que preocuparse, pero yo estoy hecho una furia.
—Pobre Olivia—Paula le retiró la manta y observó que tenía la nariz colorada y los ojos llorosos—. Seguro que se lo pilló en la boda.
Pedro cerró la puerta.
—Eso es lo que ha dicho el médico. Me dijo que no me preocupara, que los bebés se ponen malitos a menudo, pero no me gusta nada.
—Claro que no —Paula se fijó en que Olivia tenía mocos—. Vamos a la cocina. Buscaré un pañuelo de papel.
—Pobrecita —dijo Pedro, y la siguió.
Estaba nervioso. Y muy sexy. Ese día no parecía interesado en conquistarla. Toda su atención estaba centrada en el bebé.
—¿Crees que deberíamos llamar a Maria y a Sebastian? —preguntó—. El médico ha dicho que no es necesario, pero yo creo que quizá...
—No —dijo Paula—. Probablemente se den un susto de muerte, y de todos modos, ya estará bien para cuando regresen.
Olivia empezó a llorar.
Paula le limpió la nariz.
—Pobrecita. No es divertido tener la nariz congestionada, ¿verdad? —miró a Pedro—. ¿Has traído el biberón?
—Sí. Su bolsa está en el coche, pero es dificil que beba con la nariz tapada. He comprado zumo de manzana porque el médico me dijo que le diera un poco, y Noelia Coogan me ha vendido una cosa para aspirarle la nariz, pero me da miedo usarla. También he comprado vaselina para la irritación, un humidificador y uno de esos Barney.
Paula pestañeó.
—Lo comprendía todo hasta que llegaste a eso de Barney.
—Es ese dinosaurio que sale en televisión. Los niños se vuelven locos por él.
—Eso lo sé —Paula meció a la pequeña—. A veces vienen niños a Hawthorne House. Pero ¿qué tiene que ver Barney con superar un resfriado?
—Cuando uno está enfermo, necesita un regalo para sentirse mejor. Todo el mundo lo sabe.
—Ah —Paula contuvo una sonrisa—. Por supuesto.
Pedro miró a Olivia. La pequeña no dejaba de lloriquear.
—¿De veras no crees que deberíamos llamar a Maria y a Sebastian? Llamaron anoche y les dije que Olivia estaba bien. Y de pronto, se ha puesto enferma. Quizá les gustaría saberlo.
—Prefiero no decírselo —dijo Paula—. Están disfrutando de un momento especial, y si el doctor Harrison ha dicho que Olivia no corre ningún peligro, me parece una lástima darles un disgusto. Quizá decidan regresar a casa. Y, sinceramente, creo que no cambiarán mucho las cosas porque ellos vengan. El resfriado tiene que seguir su curso.
—¿Y si se pone peor? El médico no descartó esa posibilidad.
—Entonces, supongo que debíamos llamarlos. Pero creo que todavía no es necesario.
Pedro metió las manos en los bolsillos y suspiró.
—Está bien. Pero me da miedo llevarla al rancho y quedarme a solas con ella. Se tarda veinte minutos hasta el pueblo y si se pone peor, yo...
—Quieres dejarla aquí conmigo, ¿no es así?
Paula estaba encantada con la idea. No le asustaba cuidar de un bebé enfermo.
—No exactamente —Pedro la miró a los ojos—. Puede que esto te haga sospechar, pero te prometo que no tengo segundas intenciones. Me da miedo estar a solas con Oli en el Rocking D, lejos del pueblo y del médico, pero no creo que pudiera soportar dejarla aquí contigo. Quiero estar con ella, en caso de que se pusiera peor.
Paula se estremeció. Pedro nunca la había mirado de esa manera, sin brillo en la mirada y de forma tan sincera. No dudaba de que estuviera preocupado por la niña, pero ¿cómo podía decirle que se quedara? ¿Y cómo iba a no hacerlo?
—No te culparía si me dijeras que no —dijo Pedro—. Pero no sé qué más puedo hacer.
—Podrías haberla llevado a casa de Donna —dijo Paula—. Después de todo, es profesora.
—Donna no conoce a Oli tanto como tú. La vio por primera vez el día de la boda. Y Maria no se lleva tan bien con Donna, si te soy sincero. Dice que es muy escandalosa y pesada. Maria preferiría que te pidiera ayuda a ti. Para ella eres como de la familia.
Paula besó a Olivia en la frente.
—Me gusta oír eso.
—No sé si me crees, pero prometo comportarme. Lo único que me importa es que Oli se ponga bien y estar cerca del médico si necesitamos algo.
Paula lo miró a los ojos. En otros momentos, él había conseguido que se le acelerara el corazón con sus miradas, pero nunca la habían afectado tanto como aquel día. El único sentimiento que transmitía era el amor por la criatura que creía era su hija. Quizá se había apresurado al calificarlo de superficial. Con la preocupación que sentía por Olivia, parecía haberse olvidado de sus deseos sexuales por completo.
—Os podéis quedar los dos. Parece la mejor manera de asegurarnos de que Olivia esté bien.
—No sé qué habría hecho si hubieras dicho que no.
—Lo hago por Oli, por Maria y por Sebastian.
—No lo dudo. Si no hubiera sido por Oli, probablemente no habría pasado por delante de tu casa hoy.
—Cierto. Quizá sea mejor que metas su bolsa y las cosas que has comprado.
—Sí —salió de la cocina y se detuvo—. Dijiste que a veces vienen niños aquí. ¿Hay una cuna?
—Sí. Pero ¿qué hay de tus tareas en el rancho? ¿Lo has dejado todo terminado para las próximas veinticuatro horas?
—Cielos. Tienes razón. Me había olvidado de los perros y de los caballos. No puedo creerlo. Te agradecería que no le dijeras a Maria y a Sebastian que me he olvidado de los animales.
—Has estado preocupado. Estoy segura de que prefieren que tu prioridad sea Olivia.
—Si te parece bien, después de meter las cosas, iré al rancho y meteré a los perros en el granero. De paso recogeré mi cepillo de dientes y mi cuchilla de afeitar y llamaré a Len, el vecino, para que vaya a dar de comer a los animales por la mañana.
—Muy bien —«un cepillo de dientes y una cuchilla de afeitar», pensó ella, y se estremeció.
—Gracias, Paula. Esto significa mucho para mí —miró a su alrededor—. Es una casa bonita.
—A mí me gusta.
—Y hay algo que huele muy bien.
—¡Ah! ¡Los pasteles de canela! —se había olvidado de ellos—. Espera un minuto.
—Por supuesto.
Sacó los pasteles del horno y se alegró al ver que estaban en su punto. Los dejó sobre la encimera y regresó a por Olivia.
—¿Esos pasteles son para algo en particular? —preguntó Pedro mientras le entregaba al bebé.
—No. Me apetecía hacerlos —colocó a Olivia sobre su hombro y le acarició la espalda.
—¿Vas a glasearlos?
—Siempre lo hago —sonrió al ver cómo miraba Pedro los pasteles—. Estoy dispuesta a compartirlos, si te apetece.
Él sonrió.
—Me encantaría. Si tengo que ser bueno, al menos me merezco un premio de consolación.
Antes de que ella pudiera pensar en una respuesta, él se había marchado hacia el coche.
Al parecer, no se había olvidado del todo de sus deseos sexuales.
CAPITULO 9 (SEGUNDA HISTORIA)
La noche siguiente, Pedro se sentó en la mecedora de casa de Sebastian completamente agotado. Fleafarm, la perra de Sebastian y Sadie, la perra de Maria, estaban tumbadas a sus pies.
Pedro no recordaba cuándo había estado tan cansado por última vez. Los bebés daban mucho trabajo, pero merecían la pena. Oli era una pequeña traviesa y aprendía deprisa los trucos que él le enseñaba. Aquella noche, le había dado la cena, la había bañado y la había dejado jugando con el gimnasio para bebés que le había comprado la semana pasada. Después, le había cambiado el pañal y la había metido en la cuna. Por fin estaba dormida y Pedro se preguntaba si tendría suficiente energía como para prepararse un sandwich.
Mientras decidía si cenaba o si se metía en la cama, se acordó de Paula. Había pensado en ir a visitarla aquella tarde, pero no le había dado tiempo. Durante la siesta de la pequeña había puesto una lavadora de ropa de bebé y la había tendido. Para cuando la pequeña despertó, era la hora de dar de comer a los caballos, a los perros y a Oli. Por fortuna, Maria había llevado sus caballos a Rocking D, ya que si no, Pedro habría pasado toda la tarde yendo de un rancho a otro.
Desde luego, esa semana estaría más ocupado de lo que imaginaba. Pero cuanto más .tiempo pasara sin ver a Paula, más posibilidades había de que ella se volviera indiferente otra vez. La noche anterior había conseguido que se fijara en él y, desde entonces, no había conseguido calmar su excitación.
«Maldito Sebastian», pensó Pedro al recordar cómo les había estropeado el momento. Pero no estaba seguro de que hubiera sido un accidente.
Maria no quería que él se liara con Paula. Si había visto que el coche de Paula todavía estaba junto a la carpa, era posible que hubiera enviado a Sebastian a propósito.
Pedro suspiró. Besar a Paula había sido algo mucho mejor de lo que esperaba. Su boca era suave y delicada y él no pudo evitar desear explorarla con su lengua. Sabía dulce y picante a la vez, tal y como imaginaba que sería en la cama.
Notó que se excitaba. Al parecer no estaba tan cansado como creía. Sería mejor que pensara en algo que no fuera en acostarse con Paula si quería dormir aquella noche. Se preguntaba si ella también estaría frustrada. Era posible, pero no creía que se atreviera a ir allí esa noche, aunque él la llamara para pedírselo.
Era una idea. Podía llamarla y decirle que quería que le ayudara a hacer algo con Oli, pero eso sería jugar sucio.
Podía ser sincero y decirle que no podía dejar de pensar en ella. Quizá, si le explicaba que no podía salir de aquella casa, ella sintiera lástima por él y...
Cuando sonó el teléfono se sobresaltó.
—¿Diga? —descolgó el inalámbrico que estaba en la mesa.
—¿Quién es?
Él hizo una pausa al oír la voz de una mujer. No era Paula.
—Depende de quién seas tú.
—Soy Jesica.
Debería haberlo pensado. Sebastian le había advertido de que a veces llamaba por la noche.
—Soy Pedro, Jesica —se dirigió al despacho de Sebastian, donde estaba instalado el equipo de detección de llamadas—. Escucha, tienes que regresar. Aunque tengas miedo de lo que sea...
—No puedo estar cerca de Olivia. No sería seguro para ella. ¿Está bien?
—Está bien. Pero yo tengo derecho a saber si soy su...
Clic.
Pedro agarró el teléfono con fuerza y blasfemó.
No le había dado tiempo a detectar la procedencia de la llamada.
Regresó a la cocina y dejó el teléfono en la base. Miró la lista de teléfonos que Maria había colgado en la pared. Se fijó en el teléfono de Paula y decidió llamar. Después de todo, tenía noticias frescas. Jesica había llamado.
Marcó el número, miró la hora y se dio cuenta de que era muy tarde. En esos momentos, ella contestó.
—Hawthorne House.
—Soy Pedro.
—¿La niña está bien?
—Estupendamente. Jesica acaba de llamar.
—¿De veras? ¿Ha dicho algo nuevo?
—Sólo que no era seguro para Oli que estuviera cerca de ella. Pero eso ya lo suponíamos.
—Y no ha dicho...
—¿Quién es el padre? No. Pero supongo que no importa. Sé que es mía.
—Pareces orgulloso de ello.
—Supongo que lo estoy —dijo con sorpresa—. Sé que no debería haber sucedido, pero ahora que Oli está aquí, no me arrepiento. Voy a pasar todo el tiempo que pueda con ella.
—Ya. Pedro Alfonso comprometiéndose con una mujer.
—Me comprometo con mujeres todo el tiempo.
—Seguro.
—Si me lío con una mujer, ella es la única mujer de mi vida durante ese tiempo. Eso es un compromiso.
—Perdona si no me parece una virtud.
Él deseaba tenerla delante en lugar de tener que hablar con ella por teléfono. La conversación no les llevaba a ningún sitio. Ambos necesitaban acción.
—No todo el mundo está hecho para el matrimonio. Al menos, en eso soy sincero.
—De acuerdo. Entonces, deja que sea igual de sincera contigo. Piérdete.
Pedro decidió que aquella era su manera de defenderse ante lo que sentía por él.
—Supongo que no piensas venir a hacerme compañía esta noche.
—Ni lo sueñes.
—Soñaré contigo. Anoche fuiste la protagonista.
—Es curioso, yo no soñé nada.
—Por supuesto que no soñaste. Estarías despierta y frustrada, deseando que yo estuviera allí.
—Pedro, ¡eres un creído!
Él sonrió.
—Cierto, pero las mujeres dicen que encaja con mi personalidad.
—Voy a colgar.
—Bien. Cuelga y vente para acá. Pareces tensa. Deja que te dé un masaje. Utilizo la palma de la mano para los músculos grandes y los dedos para los pequeños. Y hay un punto en tu entrepierna que...
Un clic al otro lado de la línea le indicó que había colgado. Él deseaba que estuviera de camino a Rocking D, pero lo dudaba. Tendría que buscarla él, y con lo ocupado que lo mantenía Oli, sería más difícil de lo que pensaba.
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