miércoles, 12 de diciembre de 2018

CAPITULO 38 (CUARTA HISTORIA)




Pedro quería de veras desatar todos y cada uno de los lacitos para no romperle el camisón, pero en cuanto abrió el primero y se llenó las manos con los pechos de Paula, perdió el control. La tumbó sobre la cama sin finura, con la boca caliente sobre sus senos. El primer gusto de su pezón lo volvió loco.


Estaba mareado por la sensación que le producía el pezón de Paula, erecto contra su lengua, y por los suaves gemidos de ella, así como por la forma en que le agarraba la cabeza. 


Le arrancó los lazos al tirar del camisón hacia las rodillas para poder acariciarla allí, en la cintura, en el vientre, y enterrar sus dedos en aquel lugar secreto que ya estaba húmedo. 


Jadeante, ella se arqueó sobre la cama.


Con una alegría salvaje, él la acarició hasta que le produjo el primer orgasmo. Ella buscó ciegamente la almohada, y él se la dio para que pudiera apretársela contra la boca y ahogar sus gritos de placer. No era el momento de despertar a un bebé. No, porque él necesitaba buscar la fuente del calor de Paula con la lengua. Estaba sediento de su segundo climax.


Ah, y ella estaba tan loca por él que se olvidó de todas sus inhibiciones y separó las piernas mientras él se deslizaba hacia abajo, regando de besos el camino desde los pechos hasta el vientre, lamiéndole la piel hasta su pozo de néctar precioso y vital. Pedro sintió una corriente de energía en su cuerpo mientras se deleitaba en la dulzura de ese cuerpo y ella temblaba en sus brazos.


Él la conocía, conocía sus secretos, su ritmo, sus necesidades. Había nacido para aquello, para hacer temblar de gozo a aquella mujer, para que ella gritara su nombre. Su nombre. 


Nada en su triste existencia, le había producido aquella sensación de perfección. Sólo el amar a Pau.


Ella se tensó y su cuerpo se convulsionó mientras elevaba las caderas. Mientras intentaba respirar, le rogó que le diera más. Y Pedro sabía que lo necesitaba. Igual que él necesitaba hundirse en ella para sentirse completo, ella no podría estar completa hasta que él hubiera embestido profundamente y hubiera establecido la conexión definitiva.


Pedro no se molestó en desvestirse. No había tiempo. La presión era demasiado fuerte. Se desató el cinturón, se bajó la cremallera y se puso un preservativo. Después le levantó las caderas y la elevó sobre la cama para poder meter sus rodillas debajo. Entonces, mirándola a los ojos, penetró en su cuerpo.


Ella gimió y lo atrapó con las piernas alrededor de la cintura.


—Más —susurró.


Él se hundió aún más, y sintió cómo latía.


—No vuelvas a rechazarme —murmuró.


—No —dijo ella, y siguió elevándose para recibir sus embestidas.


Pedro comenzó a perder el ritmo de la respiración.


—Tengo que hacerte el amor.


—Sí.


—Es... todo —jadeó Pedro, empujando más y más, cada vez más profundamente.


—Sí. Oh, sí.


Él la miró fijamente.


—Todo —jadeó de nuevo, y apretó la mandíbula para no dejar escapar el grito de liberación que se formó en su garganta cuando estalló dentro de ella.




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