domingo, 4 de noviembre de 2018
CAPITULO 17 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro no llegó a llamar al médico a pesar de que estuvo a punto de hacerlo un par de veces.
Pero finalmente, hacia las cuatro de la mañana, Oli parecía estar mejor. Ya no estaba tan caliente y tosía menos.
—Veamos qué pasa si la acostamos un rato —dijo Paula, y la colocó en la cuna.
La pequeña cerró los ojos. Respiraba con normalidad.
—Menos mal —murmuró Pedro.
—Creo que lo hemos conseguido —-dijo Paula—. Salgamos de aquí y veamos si sigue durmiendo.
—Sal tú. Yo voy a quedarme un rato más para asegurarme de que no empieza a toser otra vez —había perdido la cuenta de cuántas veces habían tenido que volver a subir porque Oli empezaba a toser.
Habían hecho turnos para entrar con ella en el baño lleno de vapor, y el papel de la pared empezaba a caerse a causa de la humedad.
Pedro había tenido mucho cuidado y se había puesto la camiseta cada vez que salía del baño.
Ella seguía vestida, por supuesto, pero cada vez que salía del baño con la blusa pegada a los senos, él tenía que darse la vuelta para no perder el control.
—¿Quieres más café? —susurró desde la puerta.
—No. A este paso estaré despierto toda la semana.
—Puedo preparar un poco de tila.
—Gracias, pero no me gustan mucho las infusiones.
Ella sonrió.
—¿Un chocolate caliente?
—Puede —«cielos, es preciosa». El vapor había hecho que se le alisara el cabello y la melena negra le llegaba hasta los senos. Él sabía qué era lo que quería, y desde luego no era un chocolate caliente—. Veamos si sigue durmiendo.
—Estaré abajo.
Pedro la observó marchar. Se moría por abrazarla, pero tendría que superarlo.
CAPITULO 16 (SEGUNDA HISTORIA)
De camino a la cocina, Paula saboreó el beso de agradecimiento que le había dado Pedro. Por mucho que le vibrara la boca, estaba convencida de que él era un hombre de palabra y no creía que el beso hubiera sido un intento de seducción por su parte.
Sólo le agradecía su apoyo y la sugerencia de darle un baño de vapor a la pequeña Oli.
Sirvió un poco de zumo de manzana en uno de los biberones de Olivia y lo cerró. No, Pedro no iba a incumplir la promesa de mantenerse alejado de ella. Después de todo, habían estado dos horas sentados en la misma habitación y él no había hecho ni un solo movimiento sospechoso. Era evidente que lo había convencido de que no quería hacer el amor con él. Maldita sea.
Recordó que se había quedado boquiabierta al verlo ir hacia el baño con Olivia en brazos. No llevaba camisa y ella no estaba preparada para ver sus poderosos bíceps y su torso imponente.
Y tenía la cantidad de vello perfecta en el pecho. Había deseado inhalar su aroma masculino y mordisquearle el cuello. Ser su pareja.
«Ridiculas fantasías», pensó ella mientras observaba desde fuera cómo salía el vapor del baño. Pedro no tenía intención de ser la pareja de nadie. Era evidente que sus instintos la llevaban por el mal camino.
Oyó que Olivia seguía tosiendo, pero con menos dificultad. Paula no era experta en el tema, pero creía que el vapor había causado efecto. Llamó a la puerta con suavidad.
—¿Qué tal va eso?
—Creo que le está yendo bien —dijo Pedro alzando la voz por encima del ruido del agua—. Aunque el papel de la pared no tiene muy buen aspecto. ¿Cuánto tiempo crees que debemos quedarnos aquí?
—Al menos unos minutos más. Hasta que deje de toser un rato. No me importa el papel de la pared, pero ¿tú cómo vas? ¿Te estás convirtiendo en anfibio?
Él bromeó haciendo el ruido de una rana y ella se rió.
—Ahora entraré yo. He traído el zumo.
—Bien. ¿Dónde vas a estar?
—Os esperaré en su habitación.
—De acuerdo. No te vayas muy lejos.
—No —le gustaba la idea de que la necesitara.
Se dirigió a la habitación de Olivia y encendió la luz de la mesilla. Después, se acercó para mirar por la ventana.
La lluvia se había convertido en aguanieve.
Olivia no podía salir a la calle con ese tiempo, a menos que fuera totalmente necesario.
Pedro y ella podían encargarse de todo.
Se acercó a la cuna y sacó el mono de trapo.
Después, dejó el biberón de zumo sobre la cómoda y se sentó en la cama para mirar al mono. Maria lo había comprado el día después de que dejaran a Olivia en el porche de la casa de Sebastian, y se había convertido en el juguete favorito de la niña.
Paula recordaba cómo le brillaban los ojos a Paula cuando le contaba que Sebastian jugaba con el mono para entretener a Olivia. Maria le había dicho que se le derretía el corazón cada vez que veía a Sebastian jugar con la pequeña, y Paula se daba cuenta de que a ella le pasaba lo mismo al ver cómo Pedro cuidaba del bebé.
Sólo que Paula no quería que se le derritiera el corazón.
Oyó que cesaba el ruido del agua en el baño.
Pedro había decidido que Olivia ya había inhalado suficiente vapor. Paula confiaba en que se le ocurriera sacar a la niña envuelta en una toalla para que no se enfriara.
—¿Tú qué opinas, Bruce? —le preguntó al mono—. ¿Estamos haciendo lo que a Maria y a Sebastian le gustaría que hiciéramos?
—Eso creo —dijo Pedro desde la puerta.
Paula levantó la vista. No se había puesto la camisa. Tenía la piel húmeda y algunas gotas se acumulaban sobre su pecho. El vapor le había rizado el cabello, haciendo que pareciera más sexy, si es que eso era posible. Al ver que había envuelto a Olivia en una toalla, se le enterneció el corazón. Era un papá estupendo.
La niña tosió una vez, pero era evidente que se le había ablandado la tos y que le costaba menos esfuerzo.
Pedro le limpió la nariz con un pañuelo que sacó de su bolsillo.
—Creo que está un poco mejor —dijo él—. Y que puede tomar un poco de zumo de manzana.
Paula dejó el mono y extendió los brazos.
—Dámela. ¿Tienes frío? Quizá deberías buscar una toalla para ti —«por favor, cúbrete», pensó ella.
—Lo haré. Aquí tienes —le entregó a la niña y, al hacerlo, su brazo rozó la mano de Paula y una de sus tetillas erectas quedó a la altura de su boca.
Paula deseó mordisqueársela y tuvo que controlarse para no hacerlo. Entonces, cometió el error de mirarlo a la cara. Sus ojos brillaban con pasión acumulada. Ella tragó saliva.
Deseaba a aquel hombre. Deseaba besarlo en la boca y suplicarle que le hiciera el amor hasta que ambos no pudieran pensar con claridad.
Por su mirada, supo que él también la deseaba.
Lo único que necesitaba era una palabra de ella y...
—El zumo está sobre la cómoda —dijo ella.
—Bien —se volvió y agarró el biberón—. Aquí tienes —le dijo, y se lo entregó.
—Gracias —Paula le ofreció la botella a Olivia y la pequeña comenzó a beber.
Pedro se aclaró la garganta.
—Es una buena señal, ¿verdad? Estar tan dispuesta —tosió—. Me refiero a Oli, con el biberón...
—Estoy segura de que es una buena señal —Paula tragó saliva al percatarse de lo que él había dicho.
—Sí, una buena señal.
—Excelente —lo miró de reojo.
Él estaba de pie, observándola, y el ardor de su mirada era inconfundible. Pero en el momento en que sus miradas se encontraron, Pedro apartó la vista.
—Afuera hace un tiempo horrible.
—Sí, horrible —miró a Olivia—. Menos mal que parece que la niña se está poniendo mejor.
—Sí.
—Me meteré con ella en la sauna cuando termine el biberón —dijo Paula—. Quizá así se quede dormida un rato.
—Eso estaría bien.
—Sí —«bien para Olivia, peligroso para mí», pensó Paula.
Cuando Olivia estaba durmiendo, Pedro y ella tenían demasiado tiempo libre. Paula deseaba que Pedro se pusiera algo de ropa, pero si se lo pedía se delataría.
Decidió no volver a levantar la vista, y soltó lo primero que le vino a la cabeza.
—¿Te has dado cuenta de que el zumo de manzana tiene el mismo color que la cerveza? —cerró los ojos avergonzada. Qué tontería acababa de decir.
—No puedo decirte que me haya fijado alguna vez, pero ahora que lo mencionas tendré cuidado cuando me toque darle el zumo, no vaya a ser que emborrachemos a Oli.
—No se me ocurrió ofrecerte una cerveza durante la cena. Hay algunas en la nevera, si te apetece...
—Gracias, pero esta semana he decidido no beber. No tiene sentido hacerlo mientras esté a cargo de un bebé, sobre todo ahora que está enferma.
—Eres muy responsable.
—Pareces sorprendida.
—Lo siento. Es sólo que...
—¿Que no esperabas que un chico como yo pueda no tomar cerveza durante una semana? —dijo un poco enojado—. Como si unas cervezas me importaran más que el bienestar de Oli. Creo que todavía no te has dado cuenta de que haría cualquier cosa por esta criatura.
Paula respiró hondo.
—Lo siento. Sí me había dado cuenta. Pero me estás poniendo nerviosa. Te agradecería que te pusieras una camisa.
—¿Una camisa? —preguntó confuso—. Ah. Una camisa.
—Por favor.
—Enseguida vuelvo —salió de la habitación.
—Tómate el tiempo que quieras. Puedo encargarme de Olivia durante un rato.
Pedro entró en su dormitorio y agarró la camisa que había dejado sobre la cama. Se movió despacio, tomándose su tiempo, tal y como le había recomendado Paula. Ambos necesitaban estar un rato separados.
Pedro no tenía ni idea de cómo iba a superar aquello. Nunca había estado en una situación así, en la que ambos querían hacer el amor pero la mujer tenía objeciones. Las mujeres nunca habían tenido objeciones en lo que a él se refería.
Eso es lo que hacía que Paula fuera tan especial. No permitía que sus deseos gobernaran su vida. Y él tampoco. Estar junto a Oli había provocado en él todo tipo de deseos que tenía enterrados desde hacía mucho tiempo, como el deseo de casarse y formar una familia, el deseo de tener una casa propia y no estar todo el tiempo de un lado a otro, el deseo de envejecer con una mujer especial que no fuera su madre.
Pero era lo bastante inteligente como para saber que su madre no se llevaría bien con otra mujer.
Estaba muy mimada y era mandona y exigente.
El padre de Pedro siempre le había dado a Nora todo lo que ella quería, y como resultado, ella exigía que Pedro le prestara toda su atención cuando estaba con ella. Decía que le encantaba la casa de Utah y que no pensaba mudarse a ningún otro sitio.
Debido a la promesa que él le había hecho a su padre no le quedaba más elección que olvidarse del matrimonio por el momento.
Paula quería un marido y Pedro envidiaba al cretino que tuviera el privilegio de casarse con ella. Ella sería una gran esposa, una gran amante y una gran madre. Él no debía pensar mucho en ello para no volverse loco.
Estaba abrochándose la camisa cuando oyó que Oli tosía de nuevo. Corrió hasta la otra habitación y estuvo a punto de chocarse con Paula.
—Ha empezado a toser otra vez después de que le cambiara el pañal —dijo ella—. Voy a meterla otra vez en el baño con vapor.
—¿Qué puedo hacer?
—Preparar un café —dijo Paula—. Tengo la sensación de que vamos a estar casi toda la noche despiertos.
—Quizá deberíamos llamar al médico.
—¿Y sacarla de casa con las calles heladas?
—Podríamos pedirle que viniera.
—Podríamos, y lo haremos si no funciona el tratamiento de vapor. Pero he visto a otros padres que han pasado por esto, cuando tenían la mala suerte de que se les pusiera un hijo enfermo mientras estaban de vacaciones en Hawthorne House. Me decían que es cuestión de aceptar que no se va a dormir mucho y esperar.
—No me gusta que esté enferma. Podría enfrentarme a cualquier otra cosa, pero a esto no.
—Lo sé —sonrió Paula—. Bienvenido al mundo de la paternidad.
—Estoy seguro que esto es lo que hace que salgan canas antes de tiempo. Iré a preparar un café —se dirigió al piso de abajo y oyó que Paula abría el grifo de la ducha.
Oli lo ayudaría a mantenerse a raya en lo que a Paula se refería, pero estaba dispuesto a cambiar mil noches frustrantes con Paula por que Oli se pusiera bien. Si empeoraba una pizca, llamaría al médico y le pediría que fuera.
CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)
Si no hubiesen llamado al timbre en ese momento, Paula habría empezado a lanzar los platos a la cabeza de Pedro.
—Disculpa —salió del comedor y se dirigió a la puerta.
—¡Espera! —exclamó Pedro desde el comedor—. No abras.
—¿Por qué no?
Él se acercó a la puerta.
—Sebastian y yo pensamos que sea quien sea quien está detrás de Jesica tal vez se entere de dónde está Oli y venga a por ella.
—Ah. No me había dado cuenta.
—No lo habíamos comentado, pero tenemos cuidado. La seguridad es algo que tengo controlado en el rancho, pero al cambiar de casa me olvidé de todo por unos instantes. ¿No tienes una mirilla en la puerta?
—No. Estropearía la apariencia. Además, durante el día puedo saber quién es mirando a través del cristal. De noche no se ve tan bien.
Pedro suspiró.
—Entonces, espera un segundo —se dirigió al recibidor y retiró la cortina una pizca para ver el porche—. Es Donna. Ve a abrir.
«Donna. Desde luego, no viene a visitarme a mí», pensó Paula. Sin duda, Donna había visto la camioneta de Pedro aparcada fuera. Paula se preguntaba si Donna todavía estaría presente en el corazón de Pedro. Apretó los dientes y abrió la puerta.
—¡Donna! Vaya sorpresa —dio un paso atrás para dejarla entrar—. Adelante.
—Perdóname por molestarte, Paula.
—No es molestia —Paula cerró la puerta.
—He visto que el coche de Pedro está ahí fuera y me preguntaba si estaría por aquí. Tengo que hablar con él y así me ahorraría el viaje hasta el rancho.
«Y se te ha olvidado que existe el teléfono», pensó Paula.
Pedro apareció en el recibidor.
—¿Qué puedo hacer por ti, Donna?
Paula lo miró. «Has escogido mal las palabras, vaquero».
—Hola, Pedro —Donna se sonrojó al ver que iba descalzo—. Espero interrumpir nada.
—Nada —dijo Pedro—. Me he quitado las botas para no despertar a Oli. Está durmiendo arriba.
—Dame el abrigo, Donna—dijo Paula—. Hay pasteles de canela recién hechos, por si te apetece uno. Y creo que ha quedado algo de café de la cena.
Donna miró a Pedro.
—¿Te alojas aquí con el bebé?
—Al menos esta noche, Olivia está enferma.
—Oh, no.
—Me temo que sí. Yo quería estar cerca del doctor Harrison por si lo necesitábamos. Paula ha sido muy amable y nos ha dejado un par de habitaciones.
Paula tenía la sensación de que él estaba deseoso por aclarar que no compartían habitación.
—¿Por qué no vais al salón? Os llevaré café y pasteles —dijo Paula.
—Eso estaría muy bien —Donna sonrió y entró en el salón.
—Yo te ayudaré —dijo Pedro.
—Ni lo sueñes —dijo Paula y lo miró fijamente—. Ve a entretener a tu invitada.
Él arqueó las cejas, se encogió de hombros y se marchó al salón.
Paula preparó la bandeja con el café, sacó servilletas, y calentó los pasteles con la misma dedicación que lo hacía siempre. Sospechaba que Donna estaría disfrutando de cada minuto que pasaba a solas con Pedro, pero si ambos estaban comportándose de forma incorrecta, los echaría de la casa. No se podía esperar que alguien tuviera tanto aguante. Se preparó para encontrarse la escena, y se dirigió al salón. Pedro estaba sentado solo en el sofá.
—¿Donna está en el baño? —preguntó Paula, y dejó la bandeja sobre la mesa.
—No, se ha ido a casa.
—¿A casa? ¿Ya?
—No consiguió lo que quería, así que se marchó —Pedro se echó hacia delante—. Esto huele de maravilla. Has calentado los pasteles.
—Sí —dijo Paula, sorprendida—. ¿De veras que se ha ido a casa?
—De veras. ¿Puedo servir el café?
—Claro —Paula lo miró—. Creía que cuando entrara os iba a encontrar acaramelados.
—Para que veas que no tienes ni idea. ¿Quieres que te sirva?
—De acuerdo —se moría por saber qué le había dicho a Donna para que se fuera.
—¿Vas a sentarte? ¿O te lo vas a tomar ahí de pie?
—Me sentaré —rodeó una mesita y se sentó junto a Pedro.
Él le sirvió un poco de crema en el café, lo removió y, antes de dárselo, dejó la cucharilla en la otra taza.
—¿Cómo sabes cómo me gusta el café?
—Te he observado.
—¿Cuándo?
—Muchas veces. En el banquete de la boda. En la cena de esta noche. Siempre lo tomas así —dejó la cucharilla en el plato y sonrió—. ¿A que sí?
—Sí —dijo ella asombrada—. No es justo que seas tan encantador.
Pedro retiró el paño que cubría los pasteles.
—Donna no pensó que fuera encantador cuando le dije que no podía pasar el próximo fin de semana en la cabaña de sus padres. Oh, cielos, esto huele de maravilla.
Paula sintió un nudo en el estómago. Así que Donna había ido para proponerle un fin de semana romántico.
—Estoy segura de que podrías ir. Maria y Sebastian ya estarán de vuelta y...
—Sí que podría ir —agarró un pastel de canela y la miró—, pero no voy a ir. A pesar de todo lo que pienses de mí, no utilizo a las personas. Ahora sólo hay una mujer con la que me interesaría pasar el fin de semana.
Al ver cómo la miraba, el nudo que tenía en el estómago se hizo mayor.
—Pedro, yo...
—El que no me hagas caso no significa que elija a una persona como Donna y la utilice como sustituta. Aunque ella diga que no le importa —probó el pastel—. Mmm —murmuró—. Mm... mmm.
—¿Le dijiste que estabas interesado en mí? —preguntó Paula.
—Sólo al ver que no se conformaba con mis respuestas.
Él le guiñó un ojo.
—Quizá debas evitarla durante una temporada. No creo que en estos momentos seas su persona favorita.
Paula dejó la taza sobre la mesa para no tirarla.
Se puso en pie y caminó de un lado a otro.
—Perfecto. Ahora la gente creerá que somos amantes.
—No. Le he dicho a Donna que yo no te intereso.
—Y te ha dicho que estoy loca ¿verdad?
—Más o menos —se chupó los dedos—. Maldita sea, están buenísimos. ¿Crees que este verano podrías llevar algunos al Rocking D? De vez en cuando.
Ella imaginó el inmenso placer que le proporcionaría hacer eso. La atracción que sentía por Pedro era tan fuerte que se preguntaba cómo podría mantenerse alejada de él.
Pero no podía dejar de ver a Maria y a Sebastian porque él estuviera en el rancho.
—Puede que lo haga. Todo el mundo esperará que pase mucho tiempo allí, detrás de ti. Me llamarán tu aventura de verano.
—No sé por qué piensas eso —agarró la taza y bebió un poco de café—. A menos que hayas decidido ser mi aventura de verano y yo no me haya enterado.
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Le dijiste a Donna que yo te gustaba. Te quedas a pasar la noche en mi casa. Nadie en este pueblo pensará que, dadas las circunstancias, yo haya sido capaz de resistirme a Pedro Alfonso. Todo el mundo supondrá que, antes de que salga el sol, me habrás conquistado, aunque no sea cierto
Él la miró risueño.
—¿Estás diciendo que he arruinado tu reputación?
—¿Bromeas? Las mujeres estarían dispuestas a matar por estar en mi lugar. Estoy segura de que algunas preferirían pasar la noche contigo que ganar la lotería. No has arruinado mi reputación. La has creado. Seré la envidia de todas las mujeres solteras de Fremont County.
—¿Sí? —parecía complacido.
—Pero antes de que te conviertas en un engreído, deja que te advierta que, a pesar de todo, no me iré a la cama contigo. La gente puede pensar lo que quiera, pero cuando todo el mundo espera que haga algo, tiendo a hacer justo lo contrario. Y puedes preguntarles a mis padres al respecto,
Pedro dejó la taza sobre la mesa.
—De acuerdo. Te has explicado muy bien —la miró fijamente—. Pero deja que me asegure de que he comprendido el mensaje. Yo te atraigo, pero como no te gustan las condiciones que te propongo para hacer el amor, prefieres rechazarme. ¿Es eso?
Ella se abrazó para no temblar. Cuando Pedro la miraba así, perdía toda su fuerza de voluntad.
—Más o menos.
Él se echó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y cruzó los dedos.
—Ya lo entiendo.
Sus dedos eran perfectos y Paula no pudo evitar mirarlos con frustración. Nunca descubriría lo que esos dedos podrían hacer en su cuerpo.
Pero era por su bien.
—Cuando me dijiste que no en la boda, no te creí. Cuando me dijiste que no por teléfono, tampoco. Pero tú ganas, Paula. Te creo. No intentaré nada, ni esta noche ni nunca. Estarás a salvo. Así que puedes relajarte.
«¿Relajarme?», pensó ella, tratando de no arrepentirse.
—Bien —contestó.
—Podría haber sido maravilloso —dijo él con tristeza—. De veras, Paula.
—Quizá quieras llamar a Donna esta noche. Para lo del fin de semana.
Él sonrió y negó con la cabeza.
—Ya te he explicado lo de las sustitutas.
—Pero...
—Supongo que crees que puedo cambiar de una mujer a otra sin problema, pero para tu sorpresa, no puedo. El que no siga intentando seducirte no significa que no quiera hacerlo. Sólo quiere decir que me controlaré. No sé cuánto tiempo voy a desearte, pero durante el tiempo que sea, no saldré con nadie más. No sería justo para ellas.
—Ya veo —nunca había imaginado que Pedro tuviera tan elevados criterios morales. Era uno de los hombres más honrados que había conocido en su vida.
Había mencionado que tardaría un tiempo en olvidarse de ella y en salir con otras mujeres.
Ella se preguntaba si conseguiría olvidarse de él alguna vez.
Pedro ayudó a Paula a recoger los platos mientras hacía todo lo posible por controlar la atracción que sentía por ella. Era una de las tareas más duras que había desempeñado nunca.
Pensó en retirarse a su habitación, pero le parecía cosa de cobardes y él no era un cobarde.
Cuando terminaron con los platos, eligió una novela de misterio de la estantería y se sentó en el sofá del salón. Paula se puso a trabajar en el telar que tenía cerca de la chimenea.
Pedro la observó tejer durante un rato y se fijó en el movimiento de sus piernas. Pensó en acurrucarse entre ellas y se le secó la boca.
De no haber sido por la fuerte tensión sexual que invadía la habitación, Pedro habría disfrutado de la oportunidad de estar en casa con Paula haciendo cosas diferentes. Cuando sentía que no podía controlarse más, iba al piso de arriba con la excusa de ver si Oli estaba bien.
Estaba subiendo por séptima vez cuando Oli comenzó a toser de manera diferente a las anteriores. Llamó a Paula mientras subía los escalones de dos en dos.
Ella llegó enseguida al dormitorio de la pequeña.
—Está peor —dijo él y la tomó en brazos.
—Sí que parece peor. A veces pasa por la noche.
Pedro trató de contener el miedo. Si le pasaba algo al bebé, su vida no tendría sentido.
—Vamos a llevarla al médico.
—Podemos ir —dijo Paula—, pero ha empezado a llover.
—¿A llover? —ni siquiera se había dado cuenta.
—Está muy desagradable. Podría convertirse en aguanieve. Vamos a intentar una cosa antes de sacarla al frío.
—¿El qué?
—Uno de mis huéspedes tenía un niño con un catarro como éste. Abrieron el grifo del agua caliente de la ducha y se encerraron en el baño con el bebé. Era casi como una sauna. Al papel de la pared no le sentó muy bien, pero al pequeño le mejoró el catarro.
—Hagámoslo. Te empapelaré el baño otra vez —Oli tosía cada vez con más fuerza.
—Abriré el grifo —dijo Paula. Después se volvió hacia Pedro—. El baño estará caliente y húmedo. A lo mejor quieres dejarla sólo con el pañal y quitarte la camisa.
—Comprendo —dejó a Oli en la cuna y se quitó la camisa.
Si no hubiera estado tan preocupado, se habría reído. Paula le había pedido que hiciera lo que llevaba deseando hacer hacía horas.
Desvistió a la pequeña y la llevó al baño.
Paula salió y cerró la puerta. Tenía el cabello húmedo y la blusa pegada al pecho.
—Hay mucho vapor. Entra. Yo iré a por zumo de manzana para que beba cuando la saques.
—¿Y si no mejora?
—Entonces, la abrigaremos todo lo que podamos y la llevaremos a casa del doctor. Pero creo que funcionará.
Pedro la miró a los ojos.
—No quiero correr ningún riesgo.
—No te preocupes.
Pedro se tranquilizó un poco. No solía confiar en mucha gente, pero le gustaba poder confiar en Paula. Algo se había movido en cierta zona de su corazón, como si se hubiera derrumbado una barricada. La besó en los labios con rapidez.
—Eso no cuenta —dijo él—. Es sólo mi manera de darte las gracias —le dijo.
Metió a la pequeña Oli en el baño lleno de vapor y cerró la puerta.
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