viernes, 14 de diciembre de 2018

CAPITULO 46 (CUARTA HISTORIA)




Pedro llegó al rancho a la hora de comer. 


Sebastian abrió la puerta, le echó un vistazo y llamó a Maria a gritos.


—Se las ha llevado —dijo Pedro, respirando entrecortadamente.


—¡Oh, Dios mío! —Sebastian se puso blanco.


Maria llegó corriendo y vio a Pedro.


—¿Qué...? Ay, no. No —se agarró la barriga y comenzó a tambalearse.


Sebastian y Pedro se apresuraron a sujetarla.


—La tengo —dijo Sebastian, agarrándola con cuidado—. Vamos, Maria. Te llevaré al sofá.


—¿Dónde están? —preguntó Maria.


—Sólo sé la dirección que tomaron. Él me golpeó y me dejó sin sentido, y se las llevó a caballo.


Sebastian guió a Maria hacia el sofá y la ayudó a sentarse. Después se volvió hacia Pedro.


—¿Y qué ocurrió con la maldita alarma? Se suponía que estabais protegidos. ¿Dónde estaba ese sistema de seguridad tan moderno?


Pedro había estado pensando en aquello durante todo el camino de vuelta. La culpa era suya. Se enfrentó a Sebastian y le dio la explicación que le estaba pidiendo.


—Tuvimos una discusión. Yo me fui a cortar leña y la desconecté para salir. Le dije que la conectara cuando yo hubiera cerrado la puerta, pero ella no sabía hacerlo. Nunca llegué a enseñárselo. ¡Oh, Dios! —se le cerró la garganta y se dio la vuelta. No podía permitirse el lujo de derrumbarse. Tenía cosas que hacer.


Sebastian le puso una mano en el hombro.


—Las encontraremos. Voy a llamar a Bruno y a Augusto. Las encontraremos.


Pedro respiró profundamente y encontró la fuerza necesaria para mirar a Sebastian a los ojos.


—Las encontraré. Y las traeré de vuelta.


—No te dejaremos solo. Tú y yo vamos a ensillar los caballos mientras Maria llama a Bruno y a Augusto.


Pedro lo miró.


—Está bien. Gracias, Sebastian. Mientras Maria los llama, yo también he de hacer otra llamada. Quiero llamar al padre de Paula.


Pedro sabía lo que suponía aquello y Sebastian también. La prensa se arremolinaría alrededor de su rancho, esperando conseguir la historia de la heredera que había sido secuestrada en el Rocking D. El rancho podía convertirse en un infierno. Además, Ramiro Chaves querría tomar las riendas de la situación y eso afectaría a las vidas de todos aquellos a quienes Pedro más apreciaba.


Sebastian lo miró fijamente.


—Está bien.


Pedro comprendió que ningún otro hombre del mundo haría el sacrificio personal que Sebastian estaba haciendo por él en aquel momento.


—Ve a la cocina. Maria llamará a Bruno y a Augusto con mi teléfono móvil. Nos vemos en el establo —dijo su amigo.


Pedro asintió brevemente y fue hacia la cocina.


—Y Pedro... —dijo Sebastian.


Pedro se volvió.


—No te preocupes. Nosotros cuatro podemos manejar a un tipo de Nueva York. No importa el dinero que tenga.


Pedro no estaba pensando en el dinero de Chaves cuando se sacó de la cartera la tarjeta que le había dado el millonario. Su número de teléfono directo estaba allí escrito.


Sólo tuvo que esperar a que el teléfono sonara dos veces antes de que el padre de Paula descolgara.


—Ramiro Chaves.


Pedro cerró los ojos. Detestaba tener que dar aquel golpe.


—¿Diga? ¿Quién es? ¿Paula?


—Soy Pedro Alfonso


—¡Alfonso! ¡La has encontrado!


—Sí. Y...


—¡Magnífico! Voy a avisar a Adela. Se va a poner muy contenta...


—Hay más.


—¿Más? —preguntó Ramiro. con voz teñida de miedo.


—Durante los últimos seis meses, la ha estado siguiendo un hombre. Esta mañana la ha secuestrado.


Hubo un silencio sepulcral al otro lado de la línea.


—Entonces ¿qué demonios estás haciendo al teléfono? ¿Has llamado a la policía? ¿Al FBI? ¡Olvídalo! ¡Dime dónde demonios estás! ¡No muevas un dedo hasta que yo llegue allí!


Pedro experimentó una calma fría.


—Voy a ir a buscarla. Mis amigos y yo vamos a salir a rastrear la zona a caballo. Estoy en un rancho llamado Rocking D, cerca de Huérfano, un pueblecito de Colorado. No está lejos de Canon City. Si viene a Colorado Springs en avión y alquila un coche desde allí, lo encontrará con facilidad. Puede estar aquí esta misma noche. Para entonces, habré traído a Paula a casa.


—¡Y un cuerno! ¡Si haces algo antes de que yo llegue allí, desearás no haber oído nunca el nombre de Ramiro Chaves!


—Lo siento, Ramiro. Vamos a ir a rescatarla ese tipo también se llevó a la hija de Paula, Olivia. Tiene ocho meses.


Ramiro jadeó.


—Y sí, en caso de que se lo esté preguntando, es hija mía también. Así que entenderá por qué voy a ir a buscarlas. Hasta esta noche —dijo, y colgó el teléfono. Ya no tenían nada más que decirse, y había llegado el momento de ir en busca de Paula.


Pedro asintió.


Maria entró en la cocina.


—He avisado a Bruno y a Augusto —dijo—. Todo el mundo viene hacia acá. Las mujeres y Julian se quedarán conmigo mientras vosotros no estáis.


Pedro asintió.


—Bien. Me voy al establo a ayudar a Sebastian.


—Os prepararé algo de comer. No sabemos cuánto tiempo...


—Bien —dijo Pedro, y se giró hacia la puerta de la cocina.


—¡Pedro! ¡Tienes la nuca cubierta de sangre seca! Deja que...


—Olvídalo, Maria.


Ella le agarró del brazo.


—Quizá tengas una conmoción. Deja que te mire.


Pedro le apartó la mano con delicadeza.


—No tengo tiempo. A propósito, Ramiro Chaves llegará aquí esta noche. Con suerte, nosotros habremos regresado con Paula y Olivia antes de que él aparezca.


Pedro, creo que deberías dejarme que te mirara la cabeza.


—Gracias de todos modos, Maria —dijo él. Se inclinó y le dio un rápido beso en la mejilla. 


Después salió por la puerta.




CAPITULO 45 (CUARTA HISTORIA)




Paula se había acordado de tomar el arnés para llevar a la niña antes de que se marcharan, y Pruitt le había permitido transportar a Olivia en él. Ella no quería que aquel monstruo tocara a su hija, así que se había puesto a Olivia a la espalda y se había subido al caballo, tal y como le ordenó Pruitt.


Como no estaba acostumbrada al peso, al principio se encontraba un poco inestable mientras montaba, pero sabía que aquélla era la única forma de que Olivia viajara con una relativa seguridad. La niña estaba callada a su espalda, posiblemente dormida. Paula agradecía aquello, pero el peso muerto a la espalda hacía que le dolieran mucho los hombros.


Por el camino, pensó que debería estar planeando su huida, pero mantenerse sobre el caballo en aquellas condiciones requería todo su esfuerzo y su atención. Intentó memorizar el camino que estaban recorriendo. Aparte de un riachuelo que siguieron durante kilómetros, el bosque comenzó a parecerle igual al poco tiempo de comenzar la marcha.


—Así que tu padre nunca te mencionó que yo trabajaba en uno de sus periódicos de Los Angeles —comentó Pruitt.


—No.


—¿Te acuerdas de aquel senador de California al que secuestraron el año pasado?


—Supongo.


—¿Supones? Fue la historia más seguida a nivel nacional durante varias semanas. Yo la cubrí y firmé bastantes notas de Associated Press.


Paula no respondió. Era evidente que Pruitt quería fanfarronear, pero ella no tenía por qué animarlo.


—Cuando atraparon a los secuestradores, conseguí que accedieran a hablar conmigo y contarme toda su historia. Tenía perfilado el guión de una serie de artículos que se iba a titular «En la mente de un secuestrador». Habría sido un brillante ejercicio de periodismo. Sin embargo, mi editor habló con tu papá antes de firmar el contrato, y Ramiro. ordenó que no se llevara a cabo el proyecto y me confiscó todo el material con el que había trabajado. Dijo que aquello le daría ánimos a otra gente enferma para hacer lo mismo y que él no quería ser responsable. ¡Maldito idiota! Yo podría haber ganado el Pulitzer para él y para su asqueroso periódico.


—Mi padre tiene principios —dijo ella, y se dio cuenta de que sentía orgullo. Nunca había concedido ningún mérito a la integridad de su padre. Estaba demasiado ocupada rebelándose contra el control que ejercía sobre ella como para pararse a pensar en sus puntos positivos. Y había muchos.


Tenía que admitir que la conversación la estaba distrayendo del dolor que sentía en los hombros. Aquello, más que la curiosidad, fue lo que la impulsó a hacer una pregunta.


—¿Y lo dejaste?


—No, demonios, no lo dejé. Comencé a ofrecer la historia en otras publicaciones, y creo que tu padre tuvo miedo de que me aceptaran en otro lugar. Me despidió y consiguió que se me hiciera el vacío en la profesión. Ningún editor quiso hablar conmigo. ¿Te parece justo?


—Me parece propio de mi padre —admitió Paula. No tenía ninguna duda, de que cuando alguien de la organización de Ramiro Chaves amenazaba el imperio por el que él había trabajado tanto, su padre usaba todo el poder del que disponía para aniquilar a esa persona. Y también creía que en aquel caso, los contactos de su padre en el negocio habían convenido con él en que había que pararle los pies a Esteban Pruitt.


—Bueno, pues se metió con el hombre equivocado. Acababa de hacer un curso intensivo en secuestros, y no tardé mucho en pensar quién sería mi objetivo.


—¿Y cómo me encontraste?


—Gracias a mi excelente memoria. Cuando estábamos en la universidad, una vez me dijiste que si pudieras vivir en donde tú quisieras, elegirías Aspen, en Colorado. Nunca habías estado allí, pero creías, por las fotos, que era muy bonito, y estabas segura de que te encantaría.


Ella recordaba vagamente aquella conversación. Estaba claro que se sentía fascinada con Aspen. Después de conocer a Pedro allí, había decidido quedarse en esa ciudad a seguir su destino. 


¡Oh, Dios!. Pedro. El instinto de protección hacia su hija bloqueaba los pensamientos sobre Pedro, pero en aquel momento, la visión de su cuerpo tendido en el suelo surgió en su mente.


Pero no, él no podía estar... No quiso pensar en aquello. Seguramente, sólo se había quedado inconsciente por un golpe en la cabeza. Y cuando se despertara, iría a buscarla.


Ella debería encontrar la forma de dejar algún rastro por el camino. Demonios, ¿cómo no se le había ocurrido antes? Quizá no fuera demasiado tarde. Pero ¿qué clase de señales? Pruitt le había atado las manos a las riendas, así que no tenía mucha libertad de movimientos. Sin embargo, llevaba la bolsa de los pañales colgando de la silla, y se dio cuenta de que el rabo de Bruce asomaba por el borde. Paula lo había metido allí pese a las protestas de Olivia cuando se lo había quitado, porque había pensado que era muy probable que a la niña se le cayera de las manos por el camino.


Lo cual habría sido un plan perfecto.


Tenía que seguir distrayendo a Pruitt con la conversación, de modo que él no sospechara que estaba haciendo algo a escondidas.


—¿Y te gustaba ser reportero? —preguntó despreocupadamente, como si quisiera cambiar de tema. Mientras, lentamente, comenzó a mover la bolsa para que el mono se saliera por el borde del plástico.


—No estaba mal, pero seguirte a ti durante todo el verano ha sido mejor. Como el espionaje, o algo así. Empecé a preguntarme si tú también te estabas divirtiendo. Confiesa, Paula, ¿no tuviste algunos momentos de emoción?


—Lo siento, supongo que no tengo el mismo sentido de la aventura que tú —respondió ella. 


Era evidente que aquel tipo necesitaba una fuerte medicación.


—Deberías haber salido conmigo en la universidad, Paula.


—Quizá.


Ella sintió un segundo de remordimientos por sacrificar a Bruce, pero si no dejaba alguna pista para Pedro, perder a Bruce sería la menor de sus preocupaciones. Pensando una rápida disculpa para Olivia, le dio un golpe a la bolsa con la rodilla, disimuladamente, y el mono cayó al suelo. Paula temió que el caballo lo pisara.


Sin embargo, lo más importante de todo era que Pruitt estaba tan absorto en su fantasía que no se daba cuenta de nada.





CAPITULO 44 (CUARTA HISTORIA)




Pedro le dolía la cabeza de una forma insoportable y tenía tierra en la boca. Se incorporó y escupió. ¿Qué había ocurrido? 


Entonces lo recordó todo.


Tenía el pecho oprimido mientras se ponía en pie. No tenía tiempo para vomitar. Pau. Olivia. Corrió, como pudo, hasta la puerta de la cabaña, gritando sus nombres.


Sin embargo, sabía que allí no encontraría nada. 


Recorrió el perímetro de la cabaña, pero, aparte de los pájaros que revoloteaban asustados, no había señales de vida junto a la casa.


Finalmente, se obligó a pensar. ¿Cómo se las había llevado? Buscó huellas de un vehículo, pero no encontró ninguna salvo las de su camioneta. Sin embargo, había huellas de caballos. Automáticamente, Pedro comenzó a seguirlas, pero miró al sol, y por su posición en el cielo, supo que hacía mucho tiempo que se habían marchado. Nunca los alcanzaría a pie.


Tenía que ponerse en contacto con el rancho. 


Corrió hacia la casa, entró y buscó el teléfono móvil. Lo encontró destrozado en la cocina. 


¡Dios mío!.


Tenía que irse rápidamente en la camioneta. 


Rebuscó las llaves en los bolsillos del pantalón mientras salía de la cabaña. Entonces, miró con atención el vehículo y soltó un grito de angustia y de dolor. Las ruedas estaban pinchadas.


Lentamente, el sonido de su grito se acalló en el bosque. Pero, mientras estaba allí, inmóvil, con la cabeza a punto de explotar, tuvo la certeza de que iba a encontrarlas. Encontraría a Paula y encontraría a su hija, y mataría al hombre que se había atrevido a llevárselas. Era tan sencillo como eso.


Volvió a la cabaña y tomó el revólver de Sebastian. Comprobó que estaba cargado y salió de la cabaña hacia la camioneta. Guardó el revólver en la guantera y arrancó el motor. 


Destrozaría las llantas, pero no le importaba. 


Después las cambiaría. Tenía que llegar al rancho cuanto antes.


Cuando llegara, ensillaría un caballo. Sebastian podía llamar a la policía si quería, pero él no iba a esperar a que llegaran. Sin embargo, antes de montar, tendría que hacer algo que no podía hacer nadie más. Era cosa suya llamar a Ramiro Chaves.