miércoles, 7 de noviembre de 2018
CAPITULO 25 (SEGUNDA HISTORIA)
Mientras intentaba desnudar a Paula junto a la cama con dosel de su dormitorio, Pedro decidió que llevar ropa era una ridicula costumbre. La única parte buena era cuando se detenía para besarla en la parte que acababa de dejarle al descubierto, pero lo que él quería era terminar lo más pronto posible y pasar a lo interesante.
Mientras Pedro se quitaba los calcetines, Paula retiró el edredón y se metió en la cama. Él la siguió y se hundió como en una nube.
—¿Qué diablos? —rodó para colocarse encima de ella y pensó que iba a perderla dentro del colchón.
Ella se rió y lo abrazó.
—Es de plumas. Supersuave.
—Ya veo. Si ponemos otro de estos encima nos podrían enviar a cualquier sitio sin que nos rompiéramos —cuando trató de incorporarse apoyándose en las manos, se hundió hasta las muñecas.
—Cualquiera tendría problemas en moverse enérgicamente en esta cama —le dijo subiendo y bajando las cejas.
Ella sonrió.
—Estoy segura de que encontrarás la manera.
—Supongo que tendré que quedarme todo lo quieto que pueda —le mordisqueó los senos—. Ah, he encontrado un sitio donde puedo agarrarme —introdujo un pezón en la boca.
Ella suspiró y arqueó el cuerpo.
—Eso funciona.
Desde luego. Él empezaba a acostumbrarse a moverse dentro del colchón y no encima y creía que acabaría gustándole hacer el amor de esa manera. Mientras estuviera con Paula, todo era posible.
La luz del sol se filtraba a través de las cortinas y él aprovechó para amarla con los ojos al mismo tiempo que con sus caricias. Tenía la piel suave y bronceada, y se fijó en que tenía una mancha de nacimiento en el pecho izquierdo, sobre el corazón. Le costó más descubrir el lunar que tenía en la parte interna del muslo derecho, pero cuando lo encontró, decidió quedarse a explorar el territorio.
—Por favor, Pedro —gimió ella en tono de súplica—. Ahora.
—Espero que pueda volver a colocarme —dijo él al ver que el colchón cedía ante sus movimientos.
Sonrió al sentir que Paula separaba las piernas bajo su cuerpo.
Se estremeció al darse cuenta de lo sencillo que sería introducirse en ella, olvidándose de tomar precauciones, para amarla como se merecía ser amada.
Estaba loco por ella. La idea de dejarla embarazada invadió su cabeza. Estaba seguro de que había engendrado a Oli sin querer y, de pronto, comprendía lo triste que era, cuando lo mejor que podía imaginar era engendrar un niño a propósito, con la mujer a la que amaba. La mujer a la que amaba. Esa mujer.
Se estiró para buscar un preservativo en la mesilla.
—Te deseo como no te imaginas —le dijo jadeando—. Pero tendrás que ayudarme. Si intento ponerme esto en este colchón, puede que acabe matando a los dos.
Ella agarró el preservativo y lo abrió. Entonces, hizo la cosa más excitante que él había experimentado nunca. Sin dejar de mirarlo, le cubrió el miembro con mucho cuidado. Cuando terminó, él estaba a punto de estallar.
—Ahora —murmuro ella, y levantó las caderas mirándolo a los ojos.
—Ahora sí —se adentró en ella y observó cómo se le iluminaba la cara
Se sorprendió al ver lo fácil que resultaba hacer el amor cuando se estaba con la mujer adecuada. No tenía que concentrarse en la técnica, sólo dejarse llevar. Ambos se movían al mismo ritmo y él sintió algo extraño que sabía que no volvería a sentir con otra mujer. Ella lo incitó para que se moviera más deprisa y él notó que jadeaba cada vez más.
—Bésame —dijo ella—. Bésame para que no despierte a la pequeña.
Con el corazón repleto de amor, la besó y absorbió los gemidos de su boca. Empezó a temblar y llegó al climax.
Cuando ambos empezaron a tranquilizarse, la besó de nuevo, pero con delicadeza. Después, se apoyó en sus senos mientras su cuerpo continuaba celebrando lo que le acababa de suceder.
Ella le acarició el cabello y le dijo:
—Fin de la discusión.
—¿Discusión? —apenas se podía mover, y mucho menos pensar.
—¿Podrías vivir sin esto?
—No.
—Yo tampoco. Así que tienes que traer a tu madre. Tenemos que intentarlo.
Suponía que Paula tenía razón. La felicidad que había disfrutado en aquella cama con Paula era milagrosa. Cerró los ojos y rezó para que esa felicidad no terminara nunca.
—De acuerdo. Lo intentaremos.
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