miércoles, 7 de noviembre de 2018
CAPITULO 26 (SEGUNDA HISTORIA)
Varios días más tarde Paula estaba con Maria en la cocina de su casa.
—Dios mío, ¿qué he hecho?
—Lo más adecuado —le aseguró Maria, y le apretó la mano para tranquilizarla.
Maria había ido con Olivia a pasar la tarde en casa de Paula mientras esperaba a que Pedro llegara con su madre. Ambos habían salido de Utah el día anterior y habían pasado la noche en Durango. Llegarían en cualquier momento.
Paula necesitaba el apoyo de Maria, a pesar de que todo había sido idea suya.
Pedro le había dicho que, si querían probar el plan, tenía que ser inmediatamente, porque él tendría que ponerse a trabajar con el ganado de Maria y Sebastian enseguida, así que en cuanto ellos regresaron de la luna de miel, Pedro se marchó a Utah para invitar a su madre a que pasara una semana en Hawthorne House. Paula no sabía qué había dicho él para convencerla, pero su madre había aceptado.
Y Paula tenía la sensación de que había metido la pata.
—Quizá debería haber esperado unos meses, hasta otoño.
Maria dejó la taza de café sobre la mesa.
—¿Por qué? Lo mejor es actuar de inmediato.
—¡Gu-gu! —gritó Olivia desde el regazo de Maria.
Maria sonrió a la pequeña.
—¿Lo ves? Incluso Olivia está de acuerdo conmigo —miró a Paula—. Tienes que intentar que la relación con Pedro funcione, y no hay mejor momento que ahora para empezar —sonrió—. Te diré que la luna de miel compensa lo que estos chicos nos hacen pasar.
—Me alegro de que lo hayáis pasado bien.
Paula también se alegraba de no haberlos llamado cuando Olivia se puso enferma. Sin duda, Sebastian y Maria habrían regresado y Pedro y ella no habrían tenido tiempo de conocerse.
—Bien no es manera de describirlo —dijo Maria—. Excepto por un día que contratamos un detective privado, no hemos hecho nada más que disfrutar.
—Era lo que ambos necesitabais. Trabajáis mucho —bebió un sorbo de café y decidió que debería hacer una cafetera nueva para cuando llegara Nora Alfonso. Se puso en pie—. Disculpa. Voy a preparar un café.
—Éste lo has hecho hace diez minutos, Paula.
—Voy a preparar una cafetera nueva —ignoró el suspiro de Maria y se acercó a la encimera—. Sabes, estoy confusa acerca de la idea de contratar a un detective para que siga a Jesica. Por un lado, teniendo en cuenta que es posible que Pedro sea el padre de Oli, preferiría que no la trajeran para no tener que tratar con ella. Sé que soy un poco egoísta, pero...
—Si lo eres, entonces yo también. No olvides que quizá el padre sea Sebastian.
—¿De veras lo piensas?
—Creo que es posible. He descubierto que cuando se toma unas copas se vuelve salvaje. Nunca había conocido ese aspecto de su personalidad, pero en el hotel de Denver nos regalaron una botella de champán y, después de bebérnosla, Sebastian... bueno... umm.
Paula se volvió para mirar a su amiga.
—¡Maria! ¡Te has puesto colorada! —puso la cafetera al fuego y regresó a la mesa—. ¿Vas a contármelo todo?
—No —Maria se dio aire con la mano—. Digamos que es completamente posible que Sebastian sea el padre de esta criatura.
—Madre mía —Paula no podía dejar de sonreír—. Supongo que nunca se sabe. Así que seguimos sin saber de quién es esta criatura.
—No. Y creo que tenemos que averiguarlo. No podemos tener a los chicos discutiendo siempre por el bebé. Puede que sea divertido en una serie de televisión, pero en la vida real es horrible —Maria bebió un poco de café—. Y por cierto, ¿cómo vais a explicarle lo de Olivia a la madre de Pedro?
—Ya he pensado en ello.
—Imagino.
—Pedro y yo habíamos pensado que se lo dijera él durante el viaje, pero teníamos miedo de que se pusiera de mal humor antes de llegar aquí. ¿Cómo se iba a alegrar de que Olivia quizá sea nieta suya? Ella sería la prueba de que su hijo se emborrachó y actuó de manera irresponsable. Pero es la única manera de contárselo. No vamos a mentir, porque si Olivia es hija de Pedro, entonces Norma será parte de su vida.
—Cierto —Maria le dio una cucharilla a Olivia para que se entretuviera—. Espero que Nora sea comprensiva.
—Pedro me la describió como una mujer inflexible —Paula sintió un nudo en el estómago. Observó a la niña chupar la cucharilla y se puso en pie—. Creo que voy a limpiar la plata.
—Paula, siéntate. No hace falta que limpies la plata.
—Puede que no. Pero ¿sabes qué? Creo que me he olvidado de quitarle el polvo a las repisas de las ventanas.
—Por el amor de Dios, siéntate. ¿Quieres que tu futura suegra te conozca con un plumero en la mano? Sentarás un malísimo precedente. Ya de paso ponte un delantal blanco y una cofia, porque, a partir de entonces, tendrás el papel de criada en lo que se refiere a tu relación con ella.
Paula suspiró y se cubrió el rostro con las manos.
—Puede que no sea tan mala como Pedro hace que parezca.
—Estoy segura de que no lo es.
—Pero tal y como la ha descrito, no puedo evitar imaginar a un monstruo de mujer.
—¿Un monstruo?
—Bueno, Pedro nunca dijo tal cosa, pero...
—¿Hay alguien en casa? —preguntó una voz masculina.
Paula sintió que se le aceleraba el corazón y se le secaba la boca. Agarró la taza de café con ambas manos y miró a Maria.
—Oh, cielos. Ya están aquí.
—Recuerda que eres lo mejor que le ha pasado a su hijo. No lo olvides —murmuró Maria.
Desde la cocina, se oyó una voz de mujer que provenía del porche.
—Todos estos colores en la fachada hacen que parezca un prostíbulo, hijo.
Paula miró a Maria.
Maria arqueó las cejas y enderezó la espalda.
—No es cierto —susurró.
—A mí me gusta, mamá —dijo Pedro—. Son colores vivos. Paula, ¿dónde estás?
Él había salido en su defensa y eso hacía que Paula lo amara más que nunca.
—¡Ya voy! —contestó. Sonrió a Maria y le preguntó estirándose la falda—. ¿Parezco una madama?
—¡Por supuesto que no!
—Entonces, allá voy —se dirigió al pasillo.
Estuvo a punto de chocar con Pedro.
—Hola —él la agarró por los hombros y la miró con aprobación—. Bien —le dijo, pero no la besó—. Mamá, me gustaría presentarte a Paula Chaves. Paula, ésta es mi madre, Nora Alfonso.
Paula sonrió y se preparó para conocer a la mujer monstruo.
Pero Nora Alfonso era una mujer menuda. La puerta de entrada estaba abierta y la luz que entraba no le permitía verla bien. Pero su maleta parecía más grande que ella.
Paula contuvo una carcajada. Dio un paso adelante y, cuando sus ojos se acostumbraron a la luz, vio a una mujer de unos cincuenta y tantos años con pelo cano. Tenía el mismo color de ojos que Pedro y llevaba pantalones vaqueros.
Paula decidió que aquello sería pan comido. Le tendió la mano.
—Un placer, señora Alfonso.
Nora le agarró la mano con firmeza.
—Llámame Nora.
—De acuerdo —sonrió Paula. Sí, aquello sería más fácil de lo que pensaba. Pedro era un exagerado.
—Y será mejor que vayamos al grano. ¿Te acuestas con mi hijo?
Paula se quedó boquiabierta. Miró a Pedro, quien había ido a la puerta y la había dejado abandonada.
—Deja que te suba la maleta, mamá — dijo él—. ¿Te apetece refrescarte un poco? Tu baño está arriba, junto a tu dormitorio. Estoy seguro de que te va a encantar. El papel de la pared se está despegando un poco, pero pronto lo arreglarán. Paula tiene esos jabones que a ti te gustan.
—No te preocupes por mi dormitorio ni los jabones, hijo —dijo Nora, sin apartar la vista de Paula—. Me preocupa más con quién te acuestas en estos momentos.
Paula sintió que se ponía colorada. Esperó a ver si Pedro decía algo, pero él permaneció callado junto a la maleta.
Al parecer, no le había dejado claro a su madre cuál era la relación que tenían. Pero no podía culparlo. La idea era convencer a Nora para que fuera, y no contarle lo que hacía por las noches.
Aun así, ella había prometido ser sincera con aquella mujer, y no podía mentirle.
Se aclaró la garganta y reunió el valor necesario.
—Sí, Nora, me acuesto con tu hijo.
Nora asintió.
Paula suspiró aliviada. La mujer había aceptado la situación. Un problema menos.
—Me gustaría que dejaras de hacerlo —dijo Nora.
—¿Qué?
Pedro repitió la pregunta que había hecho Paula y dio un paso adelante.
—Escucha, mamá, no creo que esto sea asunto...
—Estoy de invitada en tu casa, Paula —dijo Nora, mirándola a los ojos—. Es una casa antigua. No quiero tener que aguantar ruidos por las noches. No es admisible que una madre oiga ese tipo de cosas.
«Un punto para Nora», pensó Paula. Era una invitada, y era cierto que en aquella casa se oía todo. Incluso recordaba el ruido que habían hecho algunos huéspedes en el piso de arriba. Después de todo, las parejas iban allí para relajarse un poco.
—Um, tienes razón, Nora—dijo Paula—. Estoy segura de que a Pedro no le importará dormir arriba, en la habitación contigua a la tuya durante esta semana.
Pedro no parecía contento con la idea. Paula lo miró con una sonrisa. Ella tenía iniciativa. Le dejarían un coche a la madre y le sugerirían que fuera a conocer el pueblo. O sobornarían a Maria para que la invitara a comer al rancho.
Conseguirían sacarla de casa de una manera u otra, al menos durante un par de horas.
Pero si todo salía bien y Nora aceptaba mudarse allí, Paula pediría que le insonorizaran el piso de abajo. No estaba dispuesta a pasar toda la vida escondiéndose para hacer el amor con Pedro.
—Gracias por respetar los deseos de una mujer mayor —dijo Nora.
En esos momentos, se oyó un ruido en la cocina y Paula se volvió. Maria estaba en la puerta con Olivia en brazos. Había estado tan nerviosa ocupándose de Nora, que se había olvidado de que ellas estaban allí.
Olivia sacó la lengua e hizo una pedorreta.
—Lo mismo pienso yo —murmuró Pedro.
Nora exclamó:
—¡Qué bebé tan precioso! —miró a Maria—. ¿Eres su madre?
—Uy, no —intervino Paula—. Nora, ésta es mi amiga Maria Lang. Maria, ésta es la madre de Pedro.
—Me alegro de conocerte —dijo Maria.
Paula sabía que Maria todavía estaba ofendida por el comentario que Nora había hecho sobre la casa. Y probablemente, tras oír la conversación acerca de si Paula se acostaba con Pedro, Nora no le cayera demasiado bien.
Pero Paula no se atrevía a hacer un juicio negativo acerca de ella.
Al menos, le gustaban los bebés y miraba a Olivia emocionada, como si deseara tomarla en brazos.
—Bueno, ¿se puede saber a quién pertenece esta criatura? —preguntó Nora.
Paula decidió que ella había esquivado el primer ataque y que era el turno de Pedro. Lo miró fijamente.
Él se colocó el sombrero y dijo:
—Mamá, hay muchas posibilidades de que esta niña sea hija mía.
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