sábado, 8 de diciembre de 2018
CAPITULO 26 (CUARTA HISTORIA)
Mientras Pedro empujaba la puerta con cuidado, Paula apretó su mano y se juró que no iba a llorar. Si lloraba, sólo conseguiría despertar al pequeño Julian y a Olivia, y los asustaría a los dos. Además, mientras Olivia estuviera dormida, Paula podía mantener la fantasía de que su hija iba a reconocerla.
Cuando entraron en la habitación, Paula observó unos segundos a Julian, que estaba dormido en la cama, mientras se dirigía hacia la cuna que había en un rincón. El corazón le latía con tanta fuerza que tuvo miedo de que su sonido despertara a Olivia.
¡Estaba tan grande! A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas y se los enjugó rápidamente.
Quería ver.
Oh, Dios. Su hija era preciosa. Paula tuvo que apretarse el puño contra la boca para ahogar el sollozo que iba a escapársele. Preciosa. El dolor de estar separada de ella se desbordó. Hasta aquel momento, se había negado a dejarle sitio en su corazón, pero al ver a Olivia, había conseguido derribar sus defensas y la estaba invadiendo.
Luchó por mantener el control y se recordó que aquella separación había terminado. Iban a estar juntas, y ella podría llenar el vacío que se había creado entre ella y su preciosa hija. Olivia estaría confundida, así que ella tendría que ser fuerte para estar a la altura del desafío.
Olivia estaba durmiendo boca abajo, con el trasero elevado en el aire. Paula nunca la había visto hacer aquello. Pero tampoco la había visto gatear ni sentarse, y probablemente ya sabía hacer ambas cosas. Su manita estaba sobre el rabo de un mono de peluche con los ojos negros. Según le había dicho Sebastian, aquél era su juguete favorito. A Paula se le encogió el corazón al pensar en todo lo que se había perdido.
El pelo de la niña, que antes era muy fino y de color castaño, se había convertido en abundantes rizos de color rojizo. Tenía su mismo pelo. Su hija. Sintió un fuerte sentimiento de posesividad. Suya.
Oyó un sonido débil y rítmico, y se dio cuenta de que eran sus lágrimas, que estaban cayendo en el borde de la cuna. Entonces, notó un brazo sobre los hombros y se sobresaltó.
—Soy yo —dijo Pedro—. Sólo yo.
Volvió la cabeza, sorprendida. Se había olvidado, incluso, de que él estaba en la habitación.
Pedro miraba a Olivia totalmente embobado.
Cuando elevó los ojos hasta Paula, ni siquiera la débil luz pudo ocultar su expresión maravillada.
—¿Nosotros hicimos esto? —murmuró.
Ella asintió, incapaz de hablar.
La atención de Pedro volvió a centrarse en el bebé.
—Es asombroso.
Paula sintió esperanza. Quizá, si Pedro se había quedado tan atemorizado por aquel milagro como parecía, encontrara un modo de superar sus miedos.
—Es tan pequeña... —dijo él, en voz baja.
Paula tragó saliva.
—Yo estaba pensando en lo grande que está —susurró.
—Se parece a ti.
—Un poco. Tiene los ojos iguales a los tuyos. Y mírale los dedos. Son largos y elegantes, como los tuyos.
Él hizo un breve sonido de protesta.
—Mis dedos no son elegantes.
En aquel momento, Olivia se relamió y dejó escapar un suspiro.
Paula se quedó helada, segura de que aquella conversación susurrada había despertada a la niña. Iba a tener que soportar el dolor de ver cómo Olivia abría los ojos y no la reconocía, y se sentía demasiado débil como para aguantar aquel golpe.
Sin embargo, los ojos de la niña permanecieron cerrados.
—Será mejor que nos vayamos —susurró Paula—, antes de que se despierte.
—Sí—respondió Pedro—. Volvamos con los demás. Ha sido una noche muy larga, y probablemente querrán marcharse a casa.
Les costó trabajo, pero finalmente Maria y Sebastian empujaron a todo el mundo hacia la puerta, incluyendo a Julian, que estaba somnoliento. Pedro se daba cuenta de que a ninguno de ellos le gustaba el hecho de separarse de Olivia, sabiendo que cuando volvieran, Pau habría ocupado su lugar como madre de la niña.
Finalmente, el último vehículo se alejó y los cuatro volvieron al salón.
—He pensado que vosotros dos podéis dormir en la cama doble que hay en el cuarto de Olivia, por el momento —dijo Maria.
Pedro se puso tenso y decidió no mirar a Pau. No quería saber qué era lo que iba a elegir. Ella le había pedido que la acompañara a ver a su hija, así que quizá quisiera que estuvieran juntos por la noche también. Él podría soportar aquello.
Tener al bebé con ellos le pondría muy nervioso, pero sería valiente, si aquello le permitía estar con Pau.
Pero ella tenía que saber que si compartían una cama doble, acabarían haciendo el amor, aunque fuera muy suavemente para no despertar al bebé. Después de lo que Paula había dicho sobre sus relaciones sexuales, era decisión suya, no de Pedro.
—Es posible que estéis un poco apretados —continuó Maria, como si hubiera pensado que su silencio significaba que no estaban satisfechos con el tamaño de la cama—, pero creo que valdrá hasta que pensemos... —se interrumpió mientras buscaba las palabras más adecuadas, y miró a su marido en busca de ayuda.
—Bueno, hasta que pensemos... —intentó decir Sebastian, pero no lo hizo mucho mejor que su esposa.
—¿Es la única cama libre que queda? —preguntó Pau tímidamente.
Así que no quería dormir con él, pensó Pedro con amargura. Sin embargo, aceptó su decisión con toda la galantería que pudo, y la miró.
—Hay un sofá cama en el despacho de Sebastian. Si quieres, yo puedo dormir allí y tú en la cama de la habitación de Olivia.
Ella lo miró también, pero su expresión era cuidadosamente neutral.
—Te lo agradecería —dijo.
Nadie dijo nada durante un momento y finalmente, Maria reaccionó.
—Bueno, pues voy a sacar unas sábanas para el sofá cama.
—Yo las pondré —dijo Pedro—. Sebastian y tú acostaos. Ya os hemos dado bastante trabajo.
—Aún mejor —dijo Sebastian—. Yo traeré las sábanas y tú te irás a dormir, Maria —dijo, y dirigió suavemente a su mujer hacia el pasillo.
—No pasa nada. Yo...
—Quiero que te acuestes, nena. Ya has estado bastante tiempo de pie. Vamos —dijo Sebastian, y le dio un beso rápido—. Nos vemos en un rato.
—Está bien. No tardes mucho.
—No tardaré.
—Bueno, yo también me voy a acostar —dijo Pau, y tomó su mochila del suelo.
—Dame —dijo Pedro, acercándose a ella—. Yo te la llevaré...
—No, no es necesario. Gracias de todos modos. Buenas noches, y gracias por todo de nuevo, Sebastian.
Y dicho eso, Paula se marchó hacia la habitación de Olivia.
A Pedro se le encogió el corazón. Le habría gustado ir con ella y mimarla como Sebastian mimaba a Maria, pero no se podía ser tierno con una mujer si ella no quería, pensó con tristeza.
Observó cómo recorría con pasos rápidos el pasillo, entraba en la habitación y después cerraba la puerta, y todo le pareció mal e incompleto. Él debería estar en aquella habitación con ella.
—Te traeré las sábanas —dijo Sebastian.
—Gracias.
Con la sensación de ser totalmente innecesario, Pedro se acercó a la chimenea y comenzó a recolocar los troncos con el atizador. No era especialmente necesario, pero tenía ganas de ocuparse en algo.
Agachado frente a la chimenea, miró la elegante herramienta que tenía en la mano. Bruno la había hecho cinco años atrás, valiéndose de sus habilidades de herrero para crear un regalo por el trigésimo cumpleaños de Sebastian.
Cómo habían cambiado las cosas en cinco años. Sebastian estaba casado con Barbara entonces, y el marido de Maria todavía estaba vivo. Guadalupe también había estado en la fiesta con su marido, un tal Eduardo o algo así.
Augusto había llevado a uno de sus ligues, y Pedro también, aunque no recordaba quién era. Quizá fuera Mariana, o Tania...
Era gracioso pensar que apenas recordaba a ninguna de las mujeres de su pasado, salvo a Paula. Hasta que la había conocido, no había creído que existieran almas gemelas. Y seguía sin creerlo, en realidad. Posiblemente, Paula fuera la mujer para él, pero él no era hombre para ella.
—Alguien nos regaló a Maria y a mí un coñac muy antiguo y caro por la boda —dijo Sebastian.
Pedro alzó la vista y lo vio junto al sofá, con las sábanas dobladas en un brazo.
—Buen regalo —dijo.
—Eso creo yo también, pero Maria odia el coñac. Además no puede beber por el embarazo, así que ya tenía ganas de probar esa botella.
—No te preocupes, Sebastian —dijo Pedro, y le lanzó una breve sonrisa—. No tienes por qué quedarte haciéndome compañía. Vete a la cama con tu mujer.
—O diciéndolo de otra forma, tú no tienes por qué quedarte haciéndome compañía a mí —replicó Sebastian, y dejó las sábanas sobre el sofá—. Voy a abrir la botella, pero si no te apetece coñac, supongo que tendré que beber solo. Lo cual sería una barbaridad, si lo piensas bien. Un hombre no ha visto a su amigo en diecisiete meses, y ese amigo prefiere irse a la cama antes que compartir un poco de coñac y una amigable conversación. ¿Te había dicho que es muy antiguo y muy caro?
Pedro sonrió y se puso en pie. Era evidente que Sebastian quería hablar, y no sería muy amable por su parte negarse, sobre todo teniendo en cuenta que no se había portado como un amigo con él últimamente.
—Sí, creo que lo has mencionado —dijo entonces, y colocó el atizador en su sitio—. Sería un tonto si rechazara una oferta como ésa.
—Entonces, ven a la cocina y te serviré un vaso. O una copa, como hacen los elegantes.
—¿Tienes copas de coñac? —Pedro no se había dado cuenta de cuánto había echado de menos el humor irónico de su amigo.
—Claro que no. Hace unos años, Barbara intentó convencerme para que comprara unas cuantas. Incluso me trajo una caja de puros habanos y una chaqueta de esmoquin.
Pedro se rió al imaginarse a Sebastian con los pantalones vaqueros, el sombrero, las botas y una chaqueta de esmoquin.
—Nunca consiguió nada contigo, ¿eh?
—Supongo que no —respondió Sebastian. Abrió un armario, sacó dos vasos y la botella de coñac y los llevó a la mesa de roble de la cocina—. ¿Sabías que tenía un lío con el marido de Maria?
Pedro se quedó petrificado en mitad de la cocina. Así que por fin, había salido a la luz aquella desagradable información.
Sebastian sirvió el coñac en los vasos antes de alzar la mirada.
—Lo sabías, ¿verdad?
—Sí.
A Pedro no le gustó admitir aquello. Se estaba ganando la reputación bien merecida de ser un misterioso. Quizá lo mejor fuera decir la verdad al completo.
—Ella me lo contó, y puede que sea mejor que sepas en qué circunstancias. Me hizo una proposición a mí también y cuando la rechacé, me dijo que no le importaba porque siempre tenía a Benjamin para consolarse.
Los ojos grises de Sebastian despidieron chispas de ira.
—Ahora me pregunto a quién más se le insinuó. ¿A Augusto?
Pedro suspiró.
—Sí, también intentó algo con Augusto. Barbara era muy promiscua, y ninguno de nosotros sabía cómo decírtelo. Tengo la sensación de que también fue por Bruno, pero él no mencionaría algo así ni aunque lo torturaran.
—Entiendo que no me lo contarais. A ningún hombre le gusta oír algo así sobre la mujer con la que se ha casado. En vez de abrirme los ojos, eso se habría interpuesto entre Augusto, tú y yo.
—Eso pensamos nosotros. Por eso no te dijimos nada.
Sebastian tomó uno de los vasos y se lo dio a Pedro. Después tomó el suyo y lo levantó para hacer un brindis.
—Por la amistad.
—Por el mejor amigo que conozco —respondió Pedro.
Sebastian le dio un trago al coñac y sonrió.
—No está mal. No está nada mal.
Pedro tenía que admitir que el líquido oscuro le sentaba bien. Tomó otro trago y notó que comenzaba a relajarse.
—Esto está buenísimo. ¿Y lo has conseguido sólo por casarte?
—Eso es todo lo que tuve que hacer. Vamos, deja que te rellene el vaso.
—¿Por qué no?
Sebastian le llenó el vaso casi hasta el borde y dejó la botella en la mesa.
—Puede que esto te afecte al lapicero.
—Ése es un problema que no tengo. Puedo tener cualquier otro problema que se te ocurra, pero la falta de interés en el sexo no es uno de ellos.
Sebastian lo miró.
—Yo sólo estaba haciéndome el listo, pero ya que estamos con éste tema, ¿cómo van las cosas entre Paula y tú?
—Me imaginaba que me lo preguntarías.
Sin el efecto relajante del coñac, Pedro habría estado más a la defensiva, pero cuanto más se relajaba, más le apetecía hablar. Por supuesto, Sebastian lo había planeado de antemano.
—Cómo te llevas con Paula es muy importante —dijo Sebastian—. Si os peleáis, Olivia lo notará inmediatamente. Y eso no es bueno para una niña.
—No nos peleamos. Al menos, no como tú piensas. Hemos tenido alguna discusión acalorada, pero en realidad, lo que pasa es que necesito tiempo para acostumbrarme a esta situación, y eso es lo que le he dicho a ella. En éste momento, no puedo hacer promesas. Así que ella ha decidido que no nos acostemos juntos.
Sebastian asintió.
—Es bastante lógico.
—Oh, es muy lógico, claro que sí. Pero la lógica no me impide desearla.
Eso hizo sonreír a Sebastian. Tomó otro trago de coñac y dejó el vaso en la mesa.
—Has salido con ella durante un año, ¿no? Eso es mucho tiempo para un espíritu libre como tú.
Pedro sintió otra oleada de remordimiento.
—Sí, y debería habéroslo contado a todos.
Sebastian se encogió de hombros y se apoyó en el respaldo de su silla.
—Eh, olvídalo. Eso es agua pasada. Ya hemos asumido que eres un tarado en los asuntos sentimentales —dijo su amigo, aunque sonrió para quitarle hierro a sus palabras—. Además, pensaste que interferiríamos, y tenías razón. Todos te habríamos dicho que te casaras con esa mujer de cuya compañía has disfrutado durante un año. Has tenido suerte de que te den otra oportunidad.
—¿Sabes? Cuando volvía a casa, había decidido pedirle que se casara conmigo. Me imaginé que si estropeaba las cosas en los primeros meses y me convertía en alguien como mi padre, entonces ella podría divorciarse —dijo. La idea de divorciarse de Pau hizo que se le encogiera el corazón. Tomó otro trago de coñac y continuó—. Pero ahora, con la niña, todo es más complicado. Y no quiero que la niña corra ningún riesgo.
—¿Por tu parte?
—Sí, por mi parte.
—Eso es...
—No me digas que es una idiotez. He visto lo que puede ocurrirle a la gente cuando se siente presionada. Hacen cosas que no harían de otro modo.
—¿Cómo fueron las cosas por allí?
—Muy duras. Un infierno. Pero también, en cierto modo, era parecido al cielo. A las personas que viven y trabajan en un campamento de refugiados no se las mide por su educación ni por el tamaño de su cuenta corriente. Era todo cuestión de carácter.
—Y tú te sentías bien allí.
—Supongo que sí, en ese sentido. Por primera vez en la vida, tuve la sensación de que tengo valor. Estoy desarrollando un proyecto para conseguir adopciones de los niños huérfanos del campamento, pero eso es algo a corto plazo. De camino hacia aquí, Pau sugirió que montara un rancho para niños sin familia. Creo que me gusta la idea.
A Sebastian le interesó mucho aquello.
Animado, Pedro continuó.
—Podría seguir con el negocio inmobiliario para financiarlo y valerme de mis conocimientos sobre ventas para conseguir algunos patrocinadores. ¿Qué te parece?
—Creo que si no te emparejas con una mujer que es capaz de saber con tanta exactitud lo que necesitas, serás el idiota más grande que se haya sentado en esta cocina —dijo Sebastian, y se rió—. Y eso es decir mucho, porque yo no soy Einstein precisamente, en lo que concierne a las relaciones. Bueno, ahora vámonos a la cama. Ya he averiguado lo que quería.
Pedro se rió también.
—¿Qué era?
—Que estás enamorado como un burro de la madre de tu hija. Si tenemos eso para empezar a trabajar, todo saldrá bien.
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Ayyyyyyyyyyyy, qué tiernos. Muy buenos los 3 caps.
ResponderEliminarMe mata de curiosidad que va a pasar con Pau y Olivia
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