jueves, 1 de noviembre de 2018
CAPITULO 8 (SEGUNDA HISTORIA)
Una hora más tarde, Paula se reunió con el resto de los invitados para lanzar arroz a Maria y Sebastian mientras se dirigían hacia la casa.
Ella se colocó la primera de una fila a la entrada de la carpa y Pedro en otra, frente a ella.
Resistirse a Pedro era lo mejor que podía haber hecho. Pero le hubiera gustado que él no hubiese desistido tan pronto. Y, sin duda, parecía que había desistido. Durante la última hora había estado bailando y coqueteando con otras mujeres.
Pedro le había ofrecido la oportunidad de divertirse un poco y ella la había rechazado como una tonta. En el fondo, temía no ser lo bastante apasionada para Pedro. Era probable que él se cansara enseguida y la dejara. Como Dario.
Si simplemente pudiera disfrutar un poco y después cortar la relación antes de que lo hiciera él, quizá hubiera aceptado su propuesta.
Pero no quería cometer el mismo error que había cometido con Dario. No quería enamorarse de Pedro.
—¡Aquí vienen! —gritó Pedro—. Preparad el arroz.
Paula agarró un puñado. Maria y Sebastian salieron de la carpa con una manta para cubrir a Olivia. Pasaron entre las dos filas mientras la gente les gritaba y les tiraba el arroz. Paula les lanzó su puñado y les deseó en silencio que tuvieran todos los hijos que desearan.
Así ella podría ser la tía Paula. Cuidaría de ellos y les haría pasteles.
Una vez que Maria y Sebastian entraron en la casa, los invitados comenzaron a despedirse antes de marcharse. Paula se fijó en que Pedro seguía rodeado de mujeres y que todas lo miraban como deseando que les pidiera que lo acompañaran a casa.
Para no ver con quién se marchaba, decidió entrar en la carpa y ayudar a recoger. Cuando terminaron, el servicio de catering cargó todo en el camión y Paula permaneció unos instantes en la carpa vacía. La fiesta había terminado.
—Pareces cansada.
Paula se volvió y vio que Pedro se acercaba a ella. Estaba despeinado y la miraba con picardía. Pero le había prometido que respetaría sus deseos, así que no estaba allí para tratar de seducirla.
—Creía que se había marchado todo el mundo —dijo ella con el corazón acelerado.
—Todos menos yo. Pensé que debía quedarme y ver si había algo más por hacer.
—Es un detalle por tu parte, pero creo que ya está todo. Lo único que queda es apagar las luces —acarició el ramo que tenía en la mano—. Mañana vendrán a recoger las mesas, las sillas y la carpa.
Él asintió y miró a su alrededor.
—Todo estaba muy bonito.
—Sí —estar a solas con él hizo que se pusiera a temblar—. Escucha, será mejor que me vaya...
—Sí, yo también. ¿Eso es todo? ¿Estás segura de que no hay nada más?
Se acercó a ella.
—Nada más. Todo ha ido perfecto.
—Sí. Pero tengo la sensación de que olvidamos algo —sonrió.
Esa sonrisa. Esos labios. Paula deseaba descubrir a qué sabían sus besos y estaba segura de que él lo sabía.
—¿Conoces esa sensación? ¿La de haber olvidado un detalle?
—Yo no tengo esa sensación.
—Yo sí —murmuró él.
Miró el ramo que ella sostenía, arrancó una flor y la acercó a la boca de Paula para acariciarle los labios.
—Vete, Pedro—susurró.
—No puedo, Paula —la sujetó por la barbilla—. Acabo de recordar qué es lo que había olvidado.
Agachó el rostro y la besó.
Demasiado tarde. La boca de un ángel... la lengua de un demonio. Sí. Quizá, más tarde se arrepintiera de ese momento, pero ninguna mujer podía pensar en arrepentimiento cuando un hombre la besaba así. Era delicioso. Sabía a vino, a pastel de boda y ardiente deseo. Y sabía lo que estaba haciendo. Lo rodeó con los brazos y lo abrazó.
El beso provocó que todo el cuerpo de Paula reaccionara. Estaba húmeda y preparada. No. podía resistirse y sólo le quedaba rendirse.
—Ven a casa conmigo —le suplicó Pedro.
«Sí», pensó ella, y trató de tomar aire para poder contestarle.
—Eh, ¿hay alguien ahí?
Pedro la soltó inmediatamente y ambos se volvieron al ver que Sebastian entraba en la carpa.
Paula se sonrojó, se separó aún más de Pedro y agarró el ramo con fuerza para que no se notara que estaba temblando.
Sebastian los miró y retrocedió unos pasos.
—Ups. Lo siento. Vimos que había luz y Maria me pidió que viniera a ver qué sucedía. Lo siento.
Pedro se aclaró la garganta.
—Nos aseguraremos de apagar la luz antes de marcharnos.
—Lo sé —dijo Sebastian, y salió de la carpa.
—No imaginé que tuvieras tiempo para mirar por la ventana en tu noche de bodas —dijo Pedro.
Al oír sus palabras Paula sintió envidia. Maria y Sebastian estaban disfrutando de una noche de bodas, pero lo único que Pedro le ofrecía a ella era una aventura. No era suficiente.
—Olivia se despertó y comenzó a llorar —dijo Sebastian—. Ya me voy. Pedro, te veré en casa sobre las once de la mañana.
—Allí estaré.
—Hasta mañana, entonces. Siento la interrupción.
Paula respiró hondo.
—Yo también me voy, Sebastian. Quizá no te importe acompañarme hasta el coche —se dirigió hacia la salida.
—Claro —dijo Sebastian—. Pero...
—Estoy segura de que Pedro sabe cómo apagar las luces.
—Sí —dijo Pedro—, pero esperaba...
—Ha sido una noche muy larga —lo miró por encima del hombro y trató de ignorar el deseo que la invadía al verlo—. Buenas noches, Pedro.
—Buenas noches, Paula.
Era muy atractivo. Si Sebastian no hubiera estado allí, Paula se habría olvidado de sus principios y habría regresado a sus brazos. Pero la presencia de Sebastian le recordaba qué era lo que ella deseaba. Un hombre para siempre.
Por muy tentador que fuera, Pedro no cumplía los requisitos.
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2 huesos duros de roer los 2.
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