jueves, 8 de noviembre de 2018

CAPITULO 31 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula ya había guardado la cena cuando abrió la puerta de la casa y se encontró con Maria.


—¿Tienes postre? —preguntó Maria con una sonrisa.


—Oh, cielos, Maria. Pedro te ha contado lo que ha pasado, ¿no?


—Sí.


Paula la abrazó con fuerza.


—Gracias por venir. Nunca me he alegrado tanto de ver a alguien.


Maria se rió y colgó la chaqueta en el perchero.


—No exageres. Seguro que te alegraste más de ver a Pedro hace unos días.


Paula se sonrojó al recordar lo que había sucedido en el recibidor.


—Es diferente.


—Eso espero —Maria se rió y se dirigió a la cocina—. ¿Y qué has preparado de postre?


—Esa tarta de chocolate que me enseñaste tú.


—Sabía que tenía que venir. ¿Os la habéis terminado?


—¿Terminado?


—Si yo hubiera tenido que tratar con esa mujer, me la habría comido entera.


Paula sonrió a su amiga.


—Eres muy buena. Ya me siento mucho mejor.


—No digas nada. Tú también me has ayudado alguna vez. ¿Dónde está Nora?


—Arriba en su habitación. Lo más probable es que no baje hasta mañana antes de marcharse.


—Ya. Bueno, primero tengo que contarte que Bruno Connor ha llamado diciendo que ha recibido una carta de Jesica pidiéndole que también sea padrino. Está de camino, dispuesto a encargarse de la niña que cree es su hija.


—Estás de broma.


—Ojalá. Jesica ha montado un gran lío. Me encantaría encontrar a esa mujer.


—Tres hombres, todos pensando que son el padre. Será mejor que Jesica aparezca pronto.


—El detective está buscándola, pero es escurridiza. De todos modos, pensé que deberías saber las novedades.


—Gracias. Estoy segura de que se lo has contado a Pedro.


—Sí, no se cree que Bruno pueda ser el padre, ni tampoco que lo sea Sebastian. Y te garantizo que Bruno se quedará encandilada con Oli en cuanto la vea, igual que los otros dos. Esto será como un circo —Maria miró hacia la encimera—. Bueno, ¿vas a darme un trozo de tarta o qué?


—Tú dirás —dijo Paula, y se levantó a buscar la tarta.


Cuando retiró el plato que la cubría, Maria exclamó:
—¡Dios mío! Vas a ser una gran esposa. Ojalá fueras mi mujer. Con Sebastian de marido y contigo de mujer, estaría en el paraíso.


Paula se rió sin ganas y cortó un pedazo de tarta.


—Sabes, no va a funcionar. Me refiero a casarme con Pedro si tiene esos líos con su madre. Él cree que puede romper la relación con ella y seguir con su vida, pero sé que no podrá hacerlo. La quiere. Y ella a él. No sé qué hacer —se sentó frente a Maria.


—¿Y dónde está tu trozo de tarta?


—No tengo hambre.


—¿De esto? Es imposible que no te apetezca. Sírvete un poco. Es terapéutica. Y pon la cafetera al fuego. Tenemos que pensar muchas cosas.


Paula suspiró y se levantó para preparar café y cortarse un pedazo de tarta.


—No tiene sentido. Pedro no quiere que hable con su madre. Y se marcha mañana, así que no hay mucho tiempo para que cambie de opinión. 
Aunque yo intente hablar con ella cuando Pedro no esté.


—Podríamos subir las dos, enseñarle la tarta y decirle que puede comer un poco si se porta bien.


Paula se rió.


—Eso es mejor que todo lo que se me ha ocurrido a mí.


Maria probó la tarta y puso cara de entusiasmo.


—Te prometo que funcionará. Al menos, funcionaría conmigo. Limpiaría el suelo del establo con un cepillo de dientes si me prometieses un trozo de tarta al final. Cuando la hago yo, no sabe así de bien. Eres una cocinera estupenda.


—Gracias —Paula probó la tarta. Decían que el chocolate mejoraba el humor.


—Podrías conseguir la paz en el mundo con esta tarta. No bromeo. Tienes un don. Quizá un don demasiado grande.


—¿Demasiado?


—Ya está. Soy un genio.


—Estoy de acuerdo, pero ¿qué se te ha ocurrido esta vez?


—No me extraña que Nora esté molesta. Dime, ¿esperaba que la atendieras en todo momento mientras estaba aquí?


—No. A mí me apetecía hacer cosas por ella —Paula se levantó para servir el café—. Al principio, insistió en ayudar un poco, pero después, cuando Pedro se mudó de nuevo a mi habitación, yo me sentía culpable y traté de facilitarle la estancia.


—Empezaste a hacerlo todo.


—Más o menos —Paula dejó las tazas sobre la mesa y sirvió la crema en una jarrita de flores.


—¿Lo ves? —dijo Maria señalando a la jarra.


—¿A que es bonita? La compré en una tienda de antigüedades.


—No me refería a la jarra, sino al hecho de que hayas puesto la crema en ella en lugar de sacar el cartón a la mesa como hago yo. Tienes tendencia a ser perfeccionista y eso es maravilloso, a menos que estemos hablando de tu futura suegra y de que, de pronto, se sienta superada.


—¿Superada? ¿Por mí? Eso es ridículo.


—¿Lo es? Tenías la casa perfecta antes de que llegara. Y seguro que la has mantenido así mientras ha estado aquí. Que has cocinado grandes platos y has puesto flores en la mesa.


Paula continuó mirando a su amiga.


—¿A que sí?


—¡Por supuesto! Era una invitada importante. Quería que estuviera contenta. Que se sintiera especial. ¡Que pensara que soy lo bastante buena para su hijo!


—Sabe que lo eres. El problema es que se siente prescindible. Estoy segura de que sólo se ha sentido útil el día que le pedí que cuidara a Olivia. Ese día parecía feliz. Incluso limpió mi cocina mientras estuvo en casa. Aquí se siente inútil —Maria le dedicó a su amiga una mirada triunfal.


—¡Pero no sería inútil si viviera aquí! —Paula no podía creer que Maria tuviera razón—. Seguro que puede imaginar que yo estaré encantada de que me ayude con el negocio, y con los niños cuando los tengamos, y...


—No si piensa que tú lo haces todo mejor que ella. Y le estás demostrando lo eficiente que eres para todo, ¿para qué puede servir ella? Además, haces que quede mal delante de su hijo. Desde luego, no querrá someterse a esa clase de comparación.


Paula se cubrió el rostro con las manos.


—Intenté hacer que todo fuera perfecto, y lo único que he conseguido es estropearlo todo. Ahora Pedro se ha enfadado con su madre y ambos son muy cabezotas.


—He decidido que todos los hombres son muy cabezotas. Así que Nora debe de tener más testosterona de la normal.


—Porque nosotras nunca somos cabezotas —preguntó Paula con una sonrisa.


—Nunca —dijo Maria.


—Pero ¿qué voy a hacer? No hay forma de solucionar esto en las próximas doce horas.


—No creo.


—¿Así que estoy sentenciada?


—No. Normalmente no aprobaría que se hiciera una cosa así, pero estamos en una situación de emergencia.


—Contemplaré cualquier cosa.


—¿Estás segura? Porque me da la sensación de que esto te va a resultar bastante duro.


Paula pensó en todo lo que estaba en juego y no dudó.


—Lo que sea. Te estaré siempre agradecida por todo lo que se te ocurra que puedo hacer.


—Déjate de agradecimientos y ocúpate de servirme más tarta.



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