viernes, 9 de noviembre de 2018

CAPITULO 32 (SEGUNDA HISTORIA)




Una hora más tarde, Paula esperaba a Pedro metida en la cama bajo una pila de mantas.


—Paula, cariño —dijo él al entrar en la habitación—. ¿Qué te pasa? Maria me dijo que no te encuentras bien.


—Me siento muy mal —dijo ella—. Estoy helada, tengo el estómago revuelto y me duelen los huesos.


Él se acercó a la cama y le tocó la mejilla.


—Estás ardiendo. Debe de ser la gripe. Llamaré al doctor Harrison.


—Ni se te ocurra. No hay nada que hacer contra la gripe, excepto descansar y beber líquidos.


—¿Podría ser algo peor? —Pedro estaba preocupado—. ¿Y si no es sólo una gripe?


Paula se sentía culpable por hacerlo pasar por eso. Maria tenía razón cuando le decía que no sería fácil.


—Estoy segura de que no es nada grave —dijo ella—, pero no te acerques mucho ¿de acuerdo? No quiero que te contagies. Mañana tienes que conducir hasta Utah.


—Meteré a mi madre en autobús antes de dejarte aquí enferma. Y no me importa contagiarme. Quiero cuidar de ti. ¿Necesitas algo? ¿Un masaje? ¿Un zumo?


—Eres un encanto —sonrió—. Pero estoy bien. Lo que me preocupa son los huéspedes, Bill y Charlene Ingram. Llegarán pasado mañana.


—Los llamaré para decirles que no vengan. Sólo estaremos tú y yo. Y los gérmenes.


—No podrás contactar con ellos. Están de camino y no estaban seguros de dónde iban a parar, lo único que tenían reservado era el fin de semana que pasarán aquí.


—Seguro que pueden encontrar otro sitio donde pasar el fin de semana.


—No podemos pedirles tal cosa, Pedro. Es su primer aniversario de boda. Pasaron la luna de miel aquí. Tengo un pedazo de su tarta de boda en el congelador.


—Mira, cariño, estaría encantado de ayudarte, pero sabes que no sé cocinar, ni hacer todo eso que tú haces para que todo quede perfecto. Y tú no puedes hacerlo, a menos que quieras contagiarlos.


—Oh, Pedro, los Ingram llevan todo un año esperando esta ocasión.


—Lo sé, pero estas cosas pasan —le acarició la frente—. Los ayudaré a encontrar un lugar para quedarse.


—Ojalá encontrara otra manera de solucionarlo. Ojalá que... —hizo una pausa—. Sólo hay una solución, Pedro. Oh, cielos, si ella estuviera dispuesta a ayudarme.


—¿Quién? ¿Maria?


—No, Maria no. Sebastian y ella van a comprar el ganado esta semana, ¿recuerdas? Se llevan al bebé.


—Sí, es cierto. No puedo creer que lo haya olvidado. Entonces, ¿en quién estabas pensando?


—En tu madre.


—¿Mi madre? —soltó una carcajada—. Sí, claro. Eso funcionaría. No. Está deseando marcharse de aquí. No aceptará quedarse para cocinar y atender a tus huéspedes.


—Posiblemente tengas razón —suspiró Paula—. Pero se solucionaría todo si aceptara a quedarse unos días. Tú podrías cuidar de mí y ella podría llevar la casa temporalmente.


—¿Confiarías en ella para hacer eso?


—Por supuesto que sí —Pedro no imaginaba el esfuerzo que le costaba decir eso. Ceder sus dominios.


—Solucionaría todos los problemas. Puedo llevarla a casa cuando estés mejor. Por muy enfadado que esté con ella no estaba dispuesto a dejarla ir en autobús. Y tampoco en avión. No está acostumbrada a viajar sola.


—Te preocuparías mucho por ella.


—Por desgracia, creo que ladro más que muerdo respecto a ella.


—Ya lo sabía —Paula le agarró la mano—. Pregúntaselo. Si dice que no, pensaremos en otra cosa.


Pedro apretó los dientes.


—Si dice que no, puede que tenga que dejarla en el autobús.




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