jueves, 8 de noviembre de 2018
CAPITULO 30 (SEGUNDA HISTORIA)
Pedro llegó a Rocking D más tranquilo, pero seguía muy enfadado con su madre. Él siempre había dado por hecho que tenía que organizar su vida en torno a ella, porque eso era lo que su padre le había enseñado.
Pero había visto cómo Maria y Sebastian habían reorganizado su vida en torno a Olivia. Y él había hecho lo mismo. Además, sabía que Paula estaría dispuesta a hacerlo por sus hijos.
Eso era lo que hacían los padres.
Durante la semana se había dado cuenta de que su madre no tenía derecho a controlarle la vida.
Él estaba dispuesto a cuidar de ella, pero en otras condiciones. Si no quería mudarse a Colorado, contrataría alguien para que la cuidara durante los largos inviernos de Utah. Sabía que a su madre no le gustaría la idea, pero no le importaba.
Se dirigió a la puerta de la casa y llamó al timbre. Tenía muchas ganas de ver a su niña.
Sebastian abrió con la boca llena de comida.
—Hola, Pedro. ¿Dónde está el resto de tu familia?
—Se han quedado en el pueblo. Lo siento. Parece que he interrumpido la cena.
—No pasa nada —dijo Sebastian—. Acabamos de recibir una llamada que seguro te interesa. Pasa.
—¿Jesica? —preguntó Pedro, y se quitó el sombrero.
—No, pero tiene que ver con ella. Eh, Maria, mira quién ha venido.
Maria estaba sentada en el comedor e intentaba comer mientras le daba el biberón a Olivia.
—Qué coincidencia. Hola, Pedro. Estábamos hablando de ti.
—Sí, Sebastian me ha dicho algo de una llamada —Pedro se sentó junto a Maria—. ¿Por qué no me dejas que le dé el biberón y así terminas de comer?
—Acepto —Maria dejó el biberón en la mesa y le dio el bebé a Pedro—. Uf, esta niña pesa cada día más.
Pedro colocó a Oli sobre su regazo y una ola de felicidad lo invadió por dentro.
—Está creciendo. Dentro de poco le saldrá un diente, ¿verdad, princesa?
Oli movió un brazo.
—Lo sé. Lo sé. Quieres terminarte el biberón. Después hablamos —le puso la tetina en la boca.
—¿Has cenado? —preguntó Maria—. Puedo servirte un plato.
Pedro pensó en la estupenda cena que Paula había preparado y sintió lástima.
—Está bien —dijo él—. No tengo hambre, pero sí me tomaría un café.
—Yo te lo traeré —dijo Sebastian—. Maria, dile quién ha llamado.
Pedro la miró.
—Sí, ¿quién ha llamado?
—Bruno.
—¿De veras? —Pedro se alegró de la noticia. Bruno Connor era un chico encantador y Pedro siempre se alegraba cuando, en verano, regresaba a Rocking D desde Nuevo México—. Debe de estar a punto de venir por aquí, ¿no? Tiene que herrar a los caballos antes de...
—No ha llamado para lo de los caballos —dijo Maria, y miró al bebé.
Pedro le siguió la mirada y sintió miedo.
Bruno también había estado en Aspen aquella noche. Sebastian había dicho algo acerca de una llamada que tenía que ver con Jesica.
Despacio, miró a Maria e instintivamente abrazó a la pequeña con más fuerza.
—No me digas que ha recibido una carta.
—Bueno —dijo Sebastian, y dejó una taza de café sobre la mesa—. Te lo diré yo. Ha recibido una carta.
—No puede ser —sintió un nudo en el estómago—. ¿A estas alturas?
Sebastian se sentó frente a Pedro.
—Ha estado viajando mucho y acaban de entregarle la carta. Viene hacia acá.
El pánico se apoderó de Pedro. Aquel bebé era suyo. Cuando se casara con Paula, podría pedir la custodia. Maria y Sebastian podrían ir a visitarla cuando quisieran.
—No vas a decirme que cree que es el padre de Oli. En ese caso estamos hablando de la Inmaculada Concepción. Creo que Bruno sigue siendo virgen.
—Será mejor que no le digas eso. ¿Recuerdas cómo bebió aquella noche con la excusa de que se sentía traicionado porque su ex novia se iba a casar?
—Sí, y creo que perdió a esa chica porque era muy tímido.
—Eso no es tan malo —protestó Sebastian—. Yo también soy tímido en lo que a mujeres se refiere.
—Bruno es tímido. Tú eres un despistado. Es diferente.
—Muy diferente —dijo Maria, riéndose.
Pedro se acercó a Sebastian.
—Me creería que tú fueras el padre de Oli antes que que lo fuera Bruno, y ni siquiera creo que tú puedas ser candidato.
—Ten cuidado —dijo Sebastian.
Maria retiró el plato.
—Puede que creáis que no es cierto, pero Bruno está convencido de que esa noche se acostó con Jesica, primero porque bebió mucho y después porque estaba destrozado por lo de su ex.
—¡Eso son tonterías! —dijo Pedro.
Oli se sobresaltó al oír su tono de voz.
—Ups, lo siento, cariño. Papá no quería asustarte.
—Cuidado cuando digas eso —dijo Sebastian con cierto tono de voz.
—Si el zapato encaja... —dijo Pedro.
—De hecho, a mí me queda como un guante —dijo Sebastian.
—¡Chicos! —Maria alzó las manos—. No pienso quedarme a escuchar otra de esas ridiculas discusiones. Me da miedo pensar cómo será cuando aparezca Bruno. Puede que tenga que irme a casa de Paula —miró a Pedro—. Y hablando de Paula, ¿dónde está? ¿Y Nora? ¿No es hoy su última noche?
Pedro sintió una fuerte presión en el pecho y no dejó de mirar a Oli.
—Sí.
—Um, su última noche, pero tú estás aquí, y no allí —dijo Maria—. Suena a que hay problemas.
—Oh, Maria, siempre te parece que hay problemas. Todo va bien, ¿verdad amigo? —dijo Sebastian.
—Claro. No podía ir mejor —dijo él, y colocó a la pequeña sobre su hombro.
—Ten cuidado no vaya a mancharte la camisa, Pedro —dijo Maria—. Estos días babea mucho. Sebastian, ¿por qué no la sujetas tú? Creo que hay que cambiarla —lo miró fijamente.
—Quizá quiera cambiarla Pedro —dijo Sebastian—. Apenas...
—Sebastian.
—Por otro lado, no me importa nada hacerlo —agarró al bebé—. Vamos, pequeña. Vamos a buscar a Bruce.
—¿Qué ha pasado? —le preguntó Maria a Pedro en cuanto se marchó Sebastian.
—Paula le ha pedido que se mude a vivir con nosotros y ella le ha dicho que antes se colgaría del puente de Royal Gorge.
—Oh, Pedro. ¿Has hablado con ella?
—No. Y no me digas que debería hacerlo. He estado mucho tiempo mimando a mi madre, y si no está dispuesta a sacrificarse por mí ni una pizca, entonces, he terminado con ella.
Maria no dijo nada durante un instante.
—¿Cómo se lo ha tomado Paula?
Pedro suspiró.
—Estoy seguro de que está disgustada. Quería intentar convencer a mi madre para que cambiara de opinión pero, maldita sea, no quiero que mi madre venga si se siente obligada. Me hará pagar por ello si es así. Paula no lo comprende.
—¿Has discutido con Paula?
—No. Sí —miró a otro lado—. Más o menos. Pero estoy seguro de que sabe que no estoy enfadado con ella, sino con mi madre.
Maria se acercó y le apretó la mano. Después se puso en pie.
—Voy a ir al pueblo a ver a Paula.
—No estarás pensando en hablar con mi madre para convencerla, ¿verdad? Porque no quiero que lo hagas, ni tú, ni Paula.
—No voy a convencer a tu madre. Creo que Paula no le sentará mal tener una amiga cerca en estos momentos.
—Ha hecho una cena estupenda —dijo Pedro—. Y ni siquiera la hemos probado —porque había besado a Paula y provocado una discusión. Pero habría dado igual. Su madre estaba celosa y no quería que nadie le cambiara la vida.
—Dile a Sebastian que volveré en un par de horas —dijo Maria—. Y no os peleéis por la pequeña mientras estoy fuera.
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