jueves, 8 de noviembre de 2018

CAPITULO 29 (SEGUNDA HISTORIA)




Paula trató de convencerlo para que no regresara a su habitación. Creía que tendrían más posibilidades de ganarse a Nora si satisfacían sus deseos y no dormían juntos durante su visita. Pero después de cuatro días de celibato, hacer el amor otra vez había hecho que Paula cambiara de idea.


No trató de ocultar el hecho de que volvía a dormir en su habitación y todas las noches buscaba a Paula, como para demostrarle que podía hacer el amor con ella independientemente de que su madre estuviera allí o no.


A pesar de que Paula tuvo mucho cuidado para que Nora no los oyera, la madre de Pedro estaba cada día más seria. Paula temía que no aprobara su relación y, por supuesto, que no quisiera ir a vivir con ellos. 


Sabía que Pedro se pondría muy triste si su madre se distanciara de él y que Nora sería una desdichada. Al parecer, no tenía a nadie más que a Pedro.


Él sabía que la cosa no iba bien, pero no quería hablar del tema con Paula. Decidieron que el día antes de que Nora se marchara, durante la cena, le anunciarían que iban a casarse y le preguntarían si estaría dispuesta a vivir en Colorado.


Paula estuvo casi todo el día cocinando y, como quería que Nora se sintiera una invitada especial, no aceptó que la ayudara en la cocina y le sugirió a Pedro que la llevara a Royal Gorge. Ambos regresaron a casa de peor humor, y Paula se preguntaba si habría hecho lo correcto al mandarlos juntos de excursión.


Mientras ambos se preparaban para la cena, ella dio los últimos retoques a la mesa. Encendió las velas y puso un ramo de flores en el centro. 


Sabía que el cordero estaba tierno, que las verduras estaban bien cocidas, y que la ensalada estaba bien aliñada, pero nunca había estado tan nerviosa antes de una cena.


Pedro y su madre llegaron al mismo tiempo a la mesa.


—Huele de maravilla —dijo Pedro. Se acercó a Paula y la besó en la boca—. Te he echado de menos.


Paula se sonrojó y se liberó de su abrazo. Él nunca había sido tan afectuoso con ella delante de su madre.


—Yo también te he echado de menos —le dijo.


—No os preocupéis por mí —dijo Nora, y sacó una silla—. Ya me sirvo yo. A menos que necesitéis esta mesa para algo más. En ese caso, puedo llevarme el plato a mi habitación.


Paula se separó de Pedro.


—Nora, no queríamos ofenderte. Nosotros...


—Nos queremos —Pedro terminó la frase por ella—. Estamos enamorados, mamá, y vamos a casarnos. Pronto.


Nora lo miró a los ojos.


—No es más de lo que esperaba. Habéis estado actuando como una pareja de conejitos.


Paula abrió la boca para protestar, pero se fijó en que Nora tenía los ojos llenos de lágrimas. La mujer estaba a punto de llorar.


—Queremos que vengas a vivir con nosotros —dijo ella.


Nora echó la silla hacia atrás y se puso en pie.


—Antes me colgaría del puente de Royal Gorge —dijo, y salió de la habitación.


Paula salió tras ella.


—Nora, por favor, no...


Pedro la agarró del brazo.


—Suéltala —dijo él, enfadado—. ¡Sabía que se comportaría así!


Paula se volvió para mirarlo.


—Es culpa tuya por besarme delante de ella.


—¡No tengo motivos para no hacerlo!


—Quizá no, pero así, de pronto, parecía que la estabas provocando. Y desde luego ha funcionado. Voy a subir para intentar aclarar las cosas.


Él la agarró con más fuerza.


—No te atrevas a subir para suplicarle nada.


—¿Por qué no? ¿Por qué no pedirle que reconsidere la situación? ¿Qué tenemos que perder?


—¡El orgullo!


—¡Al diablo con el orgullo! —se soltó—. Voy a hablar con ella.


—¡No servirá de nada! Ya verás —dijo con rabia en la mirada—. Si no puede tenerme para ella sola, no me quiere en absoluto. Sabía que sería así, y no me ha decepcionado. He terminado con ella. ¡Ya ha dominado mi vida bastante!


Paula se sorprendió al ver lo enfadado que estaba.


—No veo qué hay de malo en tratar de razonar con ella. Quizá sólo necesite tiempo para pensar sobre ello. Creo que deberíamos dejar la puerta abierta, para que así pueda...


—¿No lo comprendes? Ésta es la primera cosa que le pido que haga por mí. La primera. Y ni siquiera es capaz de pensárselo. ¿Qué clase de madre es?


Poco a poco, Paula comenzaba a comprender. 


Pedro había aprendido algunas cosas gracias a Olivia y sabía que tener hijos implicaba sacrificio. Le molestaba que su madre no se sacrificara por él. Quizá, antes pensara que ella lo quería demasiado, pero en aquellos momentos temía que no lo quisiera nada.


Pero Paula no estaba de acuerdo. Había visto cómo miraba Nora a Pedro cada vez que él entraba en una habitación.


—Deja que hable con ella, Pedro. Creo que no nos damos cuenta de lo difícil que debe de ser para ella, pero yo...


—Ni se te ocurra tratar de convencerla para que se quede. Ahora no. No después de cómo ha reaccionado. No quiero que esté aquí.


Paula estaba perdiendo la cabeza con su cabezonería.


—No lo dices en serio.


—¡Sí! ¡Maldita sea! Y estoy harto de discutir. Me voy a dar una vuelta —salió de la habitación.


Momentos más tarde, Paula oyó que cerraba la puerta de la casa y que arrancaba su camioneta.


Miró las velas y las flores que había sobre la mesa. La imagen que tanto le había costado crear comenzó a nublarse mientras las lágrimas rociaban por sus mejillas.



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