domingo, 4 de noviembre de 2018
CAPITULO 15 (SEGUNDA HISTORIA)
Si no hubiesen llamado al timbre en ese momento, Paula habría empezado a lanzar los platos a la cabeza de Pedro.
—Disculpa —salió del comedor y se dirigió a la puerta.
—¡Espera! —exclamó Pedro desde el comedor—. No abras.
—¿Por qué no?
Él se acercó a la puerta.
—Sebastian y yo pensamos que sea quien sea quien está detrás de Jesica tal vez se entere de dónde está Oli y venga a por ella.
—Ah. No me había dado cuenta.
—No lo habíamos comentado, pero tenemos cuidado. La seguridad es algo que tengo controlado en el rancho, pero al cambiar de casa me olvidé de todo por unos instantes. ¿No tienes una mirilla en la puerta?
—No. Estropearía la apariencia. Además, durante el día puedo saber quién es mirando a través del cristal. De noche no se ve tan bien.
Pedro suspiró.
—Entonces, espera un segundo —se dirigió al recibidor y retiró la cortina una pizca para ver el porche—. Es Donna. Ve a abrir.
«Donna. Desde luego, no viene a visitarme a mí», pensó Paula. Sin duda, Donna había visto la camioneta de Pedro aparcada fuera. Paula se preguntaba si Donna todavía estaría presente en el corazón de Pedro. Apretó los dientes y abrió la puerta.
—¡Donna! Vaya sorpresa —dio un paso atrás para dejarla entrar—. Adelante.
—Perdóname por molestarte, Paula.
—No es molestia —Paula cerró la puerta.
—He visto que el coche de Pedro está ahí fuera y me preguntaba si estaría por aquí. Tengo que hablar con él y así me ahorraría el viaje hasta el rancho.
«Y se te ha olvidado que existe el teléfono», pensó Paula.
Pedro apareció en el recibidor.
—¿Qué puedo hacer por ti, Donna?
Paula lo miró. «Has escogido mal las palabras, vaquero».
—Hola, Pedro —Donna se sonrojó al ver que iba descalzo—. Espero interrumpir nada.
—Nada —dijo Pedro—. Me he quitado las botas para no despertar a Oli. Está durmiendo arriba.
—Dame el abrigo, Donna—dijo Paula—. Hay pasteles de canela recién hechos, por si te apetece uno. Y creo que ha quedado algo de café de la cena.
Donna miró a Pedro.
—¿Te alojas aquí con el bebé?
—Al menos esta noche, Olivia está enferma.
—Oh, no.
—Me temo que sí. Yo quería estar cerca del doctor Harrison por si lo necesitábamos. Paula ha sido muy amable y nos ha dejado un par de habitaciones.
Paula tenía la sensación de que él estaba deseoso por aclarar que no compartían habitación.
—¿Por qué no vais al salón? Os llevaré café y pasteles —dijo Paula.
—Eso estaría muy bien —Donna sonrió y entró en el salón.
—Yo te ayudaré —dijo Pedro.
—Ni lo sueñes —dijo Paula y lo miró fijamente—. Ve a entretener a tu invitada.
Él arqueó las cejas, se encogió de hombros y se marchó al salón.
Paula preparó la bandeja con el café, sacó servilletas, y calentó los pasteles con la misma dedicación que lo hacía siempre. Sospechaba que Donna estaría disfrutando de cada minuto que pasaba a solas con Pedro, pero si ambos estaban comportándose de forma incorrecta, los echaría de la casa. No se podía esperar que alguien tuviera tanto aguante. Se preparó para encontrarse la escena, y se dirigió al salón. Pedro estaba sentado solo en el sofá.
—¿Donna está en el baño? —preguntó Paula, y dejó la bandeja sobre la mesa.
—No, se ha ido a casa.
—¿A casa? ¿Ya?
—No consiguió lo que quería, así que se marchó —Pedro se echó hacia delante—. Esto huele de maravilla. Has calentado los pasteles.
—Sí —dijo Paula, sorprendida—. ¿De veras que se ha ido a casa?
—De veras. ¿Puedo servir el café?
—Claro —Paula lo miró—. Creía que cuando entrara os iba a encontrar acaramelados.
—Para que veas que no tienes ni idea. ¿Quieres que te sirva?
—De acuerdo —se moría por saber qué le había dicho a Donna para que se fuera.
—¿Vas a sentarte? ¿O te lo vas a tomar ahí de pie?
—Me sentaré —rodeó una mesita y se sentó junto a Pedro.
Él le sirvió un poco de crema en el café, lo removió y, antes de dárselo, dejó la cucharilla en la otra taza.
—¿Cómo sabes cómo me gusta el café?
—Te he observado.
—¿Cuándo?
—Muchas veces. En el banquete de la boda. En la cena de esta noche. Siempre lo tomas así —dejó la cucharilla en el plato y sonrió—. ¿A que sí?
—Sí —dijo ella asombrada—. No es justo que seas tan encantador.
Pedro retiró el paño que cubría los pasteles.
—Donna no pensó que fuera encantador cuando le dije que no podía pasar el próximo fin de semana en la cabaña de sus padres. Oh, cielos, esto huele de maravilla.
Paula sintió un nudo en el estómago. Así que Donna había ido para proponerle un fin de semana romántico.
—Estoy segura de que podrías ir. Maria y Sebastian ya estarán de vuelta y...
—Sí que podría ir —agarró un pastel de canela y la miró—, pero no voy a ir. A pesar de todo lo que pienses de mí, no utilizo a las personas. Ahora sólo hay una mujer con la que me interesaría pasar el fin de semana.
Al ver cómo la miraba, el nudo que tenía en el estómago se hizo mayor.
—Pedro, yo...
—El que no me hagas caso no significa que elija a una persona como Donna y la utilice como sustituta. Aunque ella diga que no le importa —probó el pastel—. Mmm —murmuró—. Mm... mmm.
—¿Le dijiste que estabas interesado en mí? —preguntó Paula.
—Sólo al ver que no se conformaba con mis respuestas.
Él le guiñó un ojo.
—Quizá debas evitarla durante una temporada. No creo que en estos momentos seas su persona favorita.
Paula dejó la taza sobre la mesa para no tirarla.
Se puso en pie y caminó de un lado a otro.
—Perfecto. Ahora la gente creerá que somos amantes.
—No. Le he dicho a Donna que yo no te intereso.
—Y te ha dicho que estoy loca ¿verdad?
—Más o menos —se chupó los dedos—. Maldita sea, están buenísimos. ¿Crees que este verano podrías llevar algunos al Rocking D? De vez en cuando.
Ella imaginó el inmenso placer que le proporcionaría hacer eso. La atracción que sentía por Pedro era tan fuerte que se preguntaba cómo podría mantenerse alejada de él.
Pero no podía dejar de ver a Maria y a Sebastian porque él estuviera en el rancho.
—Puede que lo haga. Todo el mundo esperará que pase mucho tiempo allí, detrás de ti. Me llamarán tu aventura de verano.
—No sé por qué piensas eso —agarró la taza y bebió un poco de café—. A menos que hayas decidido ser mi aventura de verano y yo no me haya enterado.
—Todavía no lo entiendes, ¿verdad? Le dijiste a Donna que yo te gustaba. Te quedas a pasar la noche en mi casa. Nadie en este pueblo pensará que, dadas las circunstancias, yo haya sido capaz de resistirme a Pedro Alfonso. Todo el mundo supondrá que, antes de que salga el sol, me habrás conquistado, aunque no sea cierto
Él la miró risueño.
—¿Estás diciendo que he arruinado tu reputación?
—¿Bromeas? Las mujeres estarían dispuestas a matar por estar en mi lugar. Estoy segura de que algunas preferirían pasar la noche contigo que ganar la lotería. No has arruinado mi reputación. La has creado. Seré la envidia de todas las mujeres solteras de Fremont County.
—¿Sí? —parecía complacido.
—Pero antes de que te conviertas en un engreído, deja que te advierta que, a pesar de todo, no me iré a la cama contigo. La gente puede pensar lo que quiera, pero cuando todo el mundo espera que haga algo, tiendo a hacer justo lo contrario. Y puedes preguntarles a mis padres al respecto,
Pedro dejó la taza sobre la mesa.
—De acuerdo. Te has explicado muy bien —la miró fijamente—. Pero deja que me asegure de que he comprendido el mensaje. Yo te atraigo, pero como no te gustan las condiciones que te propongo para hacer el amor, prefieres rechazarme. ¿Es eso?
Ella se abrazó para no temblar. Cuando Pedro la miraba así, perdía toda su fuerza de voluntad.
—Más o menos.
Él se echó hacia delante, apoyó los codos en las rodillas y cruzó los dedos.
—Ya lo entiendo.
Sus dedos eran perfectos y Paula no pudo evitar mirarlos con frustración. Nunca descubriría lo que esos dedos podrían hacer en su cuerpo.
Pero era por su bien.
—Cuando me dijiste que no en la boda, no te creí. Cuando me dijiste que no por teléfono, tampoco. Pero tú ganas, Paula. Te creo. No intentaré nada, ni esta noche ni nunca. Estarás a salvo. Así que puedes relajarte.
«¿Relajarme?», pensó ella, tratando de no arrepentirse.
—Bien —contestó.
—Podría haber sido maravilloso —dijo él con tristeza—. De veras, Paula.
—Quizá quieras llamar a Donna esta noche. Para lo del fin de semana.
Él sonrió y negó con la cabeza.
—Ya te he explicado lo de las sustitutas.
—Pero...
—Supongo que crees que puedo cambiar de una mujer a otra sin problema, pero para tu sorpresa, no puedo. El que no siga intentando seducirte no significa que no quiera hacerlo. Sólo quiere decir que me controlaré. No sé cuánto tiempo voy a desearte, pero durante el tiempo que sea, no saldré con nadie más. No sería justo para ellas.
—Ya veo —nunca había imaginado que Pedro tuviera tan elevados criterios morales. Era uno de los hombres más honrados que había conocido en su vida.
Había mencionado que tardaría un tiempo en olvidarse de ella y en salir con otras mujeres.
Ella se preguntaba si conseguiría olvidarse de él alguna vez.
Pedro ayudó a Paula a recoger los platos mientras hacía todo lo posible por controlar la atracción que sentía por ella. Era una de las tareas más duras que había desempeñado nunca.
Pensó en retirarse a su habitación, pero le parecía cosa de cobardes y él no era un cobarde.
Cuando terminaron con los platos, eligió una novela de misterio de la estantería y se sentó en el sofá del salón. Paula se puso a trabajar en el telar que tenía cerca de la chimenea.
Pedro la observó tejer durante un rato y se fijó en el movimiento de sus piernas. Pensó en acurrucarse entre ellas y se le secó la boca.
De no haber sido por la fuerte tensión sexual que invadía la habitación, Pedro habría disfrutado de la oportunidad de estar en casa con Paula haciendo cosas diferentes. Cuando sentía que no podía controlarse más, iba al piso de arriba con la excusa de ver si Oli estaba bien.
Estaba subiendo por séptima vez cuando Oli comenzó a toser de manera diferente a las anteriores. Llamó a Paula mientras subía los escalones de dos en dos.
Ella llegó enseguida al dormitorio de la pequeña.
—Está peor —dijo él y la tomó en brazos.
—Sí que parece peor. A veces pasa por la noche.
Pedro trató de contener el miedo. Si le pasaba algo al bebé, su vida no tendría sentido.
—Vamos a llevarla al médico.
—Podemos ir —dijo Paula—, pero ha empezado a llover.
—¿A llover? —ni siquiera se había dado cuenta.
—Está muy desagradable. Podría convertirse en aguanieve. Vamos a intentar una cosa antes de sacarla al frío.
—¿El qué?
—Uno de mis huéspedes tenía un niño con un catarro como éste. Abrieron el grifo del agua caliente de la ducha y se encerraron en el baño con el bebé. Era casi como una sauna. Al papel de la pared no le sentó muy bien, pero al pequeño le mejoró el catarro.
—Hagámoslo. Te empapelaré el baño otra vez —Oli tosía cada vez con más fuerza.
—Abriré el grifo —dijo Paula. Después se volvió hacia Pedro—. El baño estará caliente y húmedo. A lo mejor quieres dejarla sólo con el pañal y quitarte la camisa.
—Comprendo —dejó a Oli en la cuna y se quitó la camisa.
Si no hubiera estado tan preocupado, se habría reído. Paula le había pedido que hiciera lo que llevaba deseando hacer hacía horas.
Desvistió a la pequeña y la llevó al baño.
Paula salió y cerró la puerta. Tenía el cabello húmedo y la blusa pegada al pecho.
—Hay mucho vapor. Entra. Yo iré a por zumo de manzana para que beba cuando la saques.
—¿Y si no mejora?
—Entonces, la abrigaremos todo lo que podamos y la llevaremos a casa del doctor. Pero creo que funcionará.
Pedro la miró a los ojos.
—No quiero correr ningún riesgo.
—No te preocupes.
Pedro se tranquilizó un poco. No solía confiar en mucha gente, pero le gustaba poder confiar en Paula. Algo se había movido en cierta zona de su corazón, como si se hubiera derrumbado una barricada. La besó en los labios con rapidez.
—Eso no cuenta —dijo él—. Es sólo mi manera de darte las gracias —le dijo.
Metió a la pequeña Oli en el baño lleno de vapor y cerró la puerta.
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