domingo, 4 de noviembre de 2018

CAPITULO 16 (SEGUNDA HISTORIA)




De camino a la cocina, Paula saboreó el beso de agradecimiento que le había dado Pedro. Por mucho que le vibrara la boca, estaba convencida de que él era un hombre de palabra y no creía que el beso hubiera sido un intento de seducción por su parte.


Sólo le agradecía su apoyo y la sugerencia de darle un baño de vapor a la pequeña Oli.


Sirvió un poco de zumo de manzana en uno de los biberones de Olivia y lo cerró. No, Pedro no iba a incumplir la promesa de mantenerse alejado de ella. Después de todo, habían estado dos horas sentados en la misma habitación y él no había hecho ni un solo movimiento sospechoso. Era evidente que lo había convencido de que no quería hacer el amor con él. Maldita sea.


Recordó que se había quedado boquiabierta al verlo ir hacia el baño con Olivia en brazos. No llevaba camisa y ella no estaba preparada para ver sus poderosos bíceps y su torso imponente.


Y tenía la cantidad de vello perfecta en el pecho. Había deseado inhalar su aroma masculino y mordisquearle el cuello. Ser su pareja.


«Ridiculas fantasías», pensó ella mientras observaba desde fuera cómo salía el vapor del baño. Pedro no tenía intención de ser la pareja de nadie. Era evidente que sus instintos la llevaban por el mal camino.


Oyó que Olivia seguía tosiendo, pero con menos dificultad. Paula no era experta en el tema, pero creía que el vapor había causado efecto. Llamó a la puerta con suavidad.


—¿Qué tal va eso?


—Creo que le está yendo bien —dijo Pedro alzando la voz por encima del ruido del agua—. Aunque el papel de la pared no tiene muy buen aspecto. ¿Cuánto tiempo crees que debemos quedarnos aquí?


—Al menos unos minutos más. Hasta que deje de toser un rato. No me importa el papel de la pared, pero ¿tú cómo vas? ¿Te estás convirtiendo en anfibio?


Él bromeó haciendo el ruido de una rana y ella se rió.


—Ahora entraré yo. He traído el zumo.


—Bien. ¿Dónde vas a estar?


—Os esperaré en su habitación.


—De acuerdo. No te vayas muy lejos.


—No —le gustaba la idea de que la necesitara.


Se dirigió a la habitación de Olivia y encendió la luz de la mesilla. Después, se acercó para mirar por la ventana.


La lluvia se había convertido en aguanieve. 


Olivia no podía salir a la calle con ese tiempo, a menos que fuera totalmente necesario.


Pedro y ella podían encargarse de todo.


Se acercó a la cuna y sacó el mono de trapo. 


Después, dejó el biberón de zumo sobre la cómoda y se sentó en la cama para mirar al mono. Maria lo había comprado el día después de que dejaran a Olivia en el porche de la casa de Sebastian, y se había convertido en el juguete favorito de la niña.


Paula recordaba cómo le brillaban los ojos a Paula cuando le contaba que Sebastian jugaba con el mono para entretener a Olivia. Maria le había dicho que se le derretía el corazón cada vez que veía a Sebastian jugar con la pequeña, y Paula se daba cuenta de que a ella le pasaba lo mismo al ver cómo Pedro cuidaba del bebé.
Sólo que Paula no quería que se le derritiera el corazón.


Oyó que cesaba el ruido del agua en el baño. 


Pedro había decidido que Olivia ya había inhalado suficiente vapor. Paula confiaba en que se le ocurriera sacar a la niña envuelta en una toalla para que no se enfriara.


—¿Tú qué opinas, Bruce? —le preguntó al mono—. ¿Estamos haciendo lo que a Maria y a Sebastian le gustaría que hiciéramos?


—Eso creo —dijo Pedro desde la puerta.


Paula levantó la vista. No se había puesto la camisa. Tenía la piel húmeda y algunas gotas se acumulaban sobre su pecho. El vapor le había rizado el cabello, haciendo que pareciera más sexy, si es que eso era posible. Al ver que había envuelto a Olivia en una toalla, se le enterneció el corazón. Era un papá estupendo.


La niña tosió una vez, pero era evidente que se le había ablandado la tos y que le costaba menos esfuerzo.


Pedro le limpió la nariz con un pañuelo que sacó de su bolsillo.


—Creo que está un poco mejor —dijo él—. Y que puede tomar un poco de zumo de manzana.


Paula dejó el mono y extendió los brazos.


—Dámela. ¿Tienes frío? Quizá deberías buscar una toalla para ti —«por favor, cúbrete», pensó ella.


—Lo haré. Aquí tienes —le entregó a la niña y, al hacerlo, su brazo rozó la mano de Paula y una de sus tetillas erectas quedó a la altura de su boca.


Paula deseó mordisqueársela y tuvo que controlarse para no hacerlo. Entonces, cometió el error de mirarlo a la cara. Sus ojos brillaban con pasión acumulada. Ella tragó saliva.


Deseaba a aquel hombre. Deseaba besarlo en la boca y suplicarle que le hiciera el amor hasta que ambos no pudieran pensar con claridad.


Por su mirada, supo que él también la deseaba. 


Lo único que necesitaba era una palabra de ella y...


—El zumo está sobre la cómoda —dijo ella.


—Bien —se volvió y agarró el biberón—. Aquí tienes —le dijo, y se lo entregó.


—Gracias —Paula le ofreció la botella a Olivia y la pequeña comenzó a beber.


Pedro se aclaró la garganta.


—Es una buena señal, ¿verdad? Estar tan dispuesta —tosió—. Me refiero a Oli, con el biberón...


—Estoy segura de que es una buena señal —Paula tragó saliva al percatarse de lo que él había dicho.


—Sí, una buena señal.


—Excelente —lo miró de reojo.


Él estaba de pie, observándola, y el ardor de su mirada era inconfundible. Pero en el momento en que sus miradas se encontraron, Pedro apartó la vista.


—Afuera hace un tiempo horrible.


—Sí, horrible —miró a Olivia—. Menos mal que parece que la niña se está poniendo mejor.


—Sí.


—Me meteré con ella en la sauna cuando termine el biberón —dijo Paula—. Quizá así se quede dormida un rato.


—Eso estaría bien.


—Sí —«bien para Olivia, peligroso para mí», pensó Paula.


Cuando Olivia estaba durmiendo, Pedro y ella tenían demasiado tiempo libre. Paula deseaba que Pedro se pusiera algo de ropa, pero si se lo pedía se delataría.


Decidió no volver a levantar la vista, y soltó lo primero que le vino a la cabeza.


—¿Te has dado cuenta de que el zumo de manzana tiene el mismo color que la cerveza? —cerró los ojos avergonzada. Qué tontería acababa de decir.


—No puedo decirte que me haya fijado alguna vez, pero ahora que lo mencionas tendré cuidado cuando me toque darle el zumo, no vaya a ser que emborrachemos a Oli.


—No se me ocurrió ofrecerte una cerveza durante la cena. Hay algunas en la nevera, si te apetece...


—Gracias, pero esta semana he decidido no beber. No tiene sentido hacerlo mientras esté a cargo de un bebé, sobre todo ahora que está enferma.


—Eres muy responsable.


—Pareces sorprendida.


—Lo siento. Es sólo que...


—¿Que no esperabas que un chico como yo pueda no tomar cerveza durante una semana? —dijo un poco enojado—. Como si unas cervezas me importaran más que el bienestar de Oli. Creo que todavía no te has dado cuenta de que haría cualquier cosa por esta criatura.


Paula respiró hondo.


—Lo siento. Sí me había dado cuenta. Pero me estás poniendo nerviosa. Te agradecería que te pusieras una camisa.


—¿Una camisa? —preguntó confuso—. Ah. Una camisa.


—Por favor.


—Enseguida vuelvo —salió de la habitación.


—Tómate el tiempo que quieras. Puedo encargarme de Olivia durante un rato.


Pedro entró en su dormitorio y agarró la camisa que había dejado sobre la cama. Se movió despacio, tomándose su tiempo, tal y como le había recomendado Paula. Ambos necesitaban estar un rato separados.


Pedro no tenía ni idea de cómo iba a superar aquello. Nunca había estado en una situación así, en la que ambos querían hacer el amor pero la mujer tenía objeciones. Las mujeres nunca habían tenido objeciones en lo que a él se refería.


Eso es lo que hacía que Paula fuera tan especial. No permitía que sus deseos gobernaran su vida. Y él tampoco. Estar junto a Oli había provocado en él todo tipo de deseos que tenía enterrados desde hacía mucho tiempo, como el deseo de casarse y formar una familia, el deseo de tener una casa propia y no estar todo el tiempo de un lado a otro, el deseo de envejecer con una mujer especial que no fuera su madre.


Pero era lo bastante inteligente como para saber que su madre no se llevaría bien con otra mujer. 


Estaba muy mimada y era mandona y exigente.


El padre de Pedro siempre le había dado a Nora todo lo que ella quería, y como resultado, ella exigía que Pedro le prestara toda su atención cuando estaba con ella. Decía que le encantaba la casa de Utah y que no pensaba mudarse a ningún otro sitio.


Debido a la promesa que él le había hecho a su padre no le quedaba más elección que olvidarse del matrimonio por el momento.


Paula quería un marido y Pedro envidiaba al cretino que tuviera el privilegio de casarse con ella. Ella sería una gran esposa, una gran amante y una gran madre. Él no debía pensar mucho en ello para no volverse loco.


Estaba abrochándose la camisa cuando oyó que Oli tosía de nuevo. Corrió hasta la otra habitación y estuvo a punto de chocarse con Paula.


—Ha empezado a toser otra vez después de que le cambiara el pañal —dijo ella—. Voy a meterla otra vez en el baño con vapor.


—¿Qué puedo hacer?


—Preparar un café —dijo Paula—. Tengo la sensación de que vamos a estar casi toda la noche despiertos.


—Quizá deberíamos llamar al médico.


—¿Y sacarla de casa con las calles heladas?


—Podríamos pedirle que viniera.


—Podríamos, y lo haremos si no funciona el tratamiento de vapor. Pero he visto a otros padres que han pasado por esto, cuando tenían la mala suerte de que se les pusiera un hijo enfermo mientras estaban de vacaciones en Hawthorne House. Me decían que es cuestión de aceptar que no se va a dormir mucho y esperar.


—No me gusta que esté enferma. Podría enfrentarme a cualquier otra cosa, pero a esto no.


—Lo sé —sonrió Paula—. Bienvenido al mundo de la paternidad.


—Estoy seguro que esto es lo que hace que salgan canas antes de tiempo. Iré a preparar un café —se dirigió al piso de abajo y oyó que Paula abría el grifo de la ducha.


Oli lo ayudaría a mantenerse a raya en lo que a Paula se refería, pero estaba dispuesto a cambiar mil noches frustrantes con Paula por que Oli se pusiera bien. Si empeoraba una pizca, llamaría al médico y le pediría que fuera.




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