miércoles, 14 de noviembre de 2018
CAPITULO 13 (TERCERA HISTORIA)
En cuanto Pedro salió por la puerta, Paula se puso la ropa y vistió a Julian. Después de recogerlo todo, hizo la cama, confiando en que así Pedro no se sentiría tan extraño cuando regresara. Estiró la colcha para que pareciera que no había dormido nadie, que no se habían abrazado y que... Tenía que dejar de pensar en ello.
Pero por mucho que lo intentara no conseguía olvidar el calor de la mano de Pedro sobre su pecho, ni la cercanía de su miembro erecto.
Cuando él llamó a la puerta, ella seguía pensando en ello. Miró por la ventana para asegurarse de que era él y al verlo, notó que empezaban a sudarle las palmas de las manos.
Julian se había subido a la silla para mirar también por la ventana.
—¡Pedro está aquí! —gritó y se bajó para abrir la puerta—. ¡Trae regalos!
—Comida —dijo Paula. No sabía cómo iba a consolar al pequeño cuando su nuevo amigo tuviera que marcharse—. Es el desayuno, Julian.
—¡Hola, Pedro! ¿Qué has traído?
—Espera a que lo veas —dijo Pedro, y entró en la habitación.
—¿Qué es, Pedro? ¿Qué es?
Él se agachó junto al niño y abrió la mano.
—Una bola de nieve.
Julian tocó la bola con un dedo.
—¡Brrr! ¿Podemos tirarla?
—Claro. Si Paula abre la puerta otra vez, puedes tirarla fuera.
Paula obedeció y abrió la puerta.
—Vamos, Julian —dijo Pedro—. Tómala. —Julian intentó agarrar la bola pero la dejó enseguida sobre la mano de Pedro—. Hazlo rápido.
—Voy —Julian agarró la bola y la lanzó hacia fuera—. ¡Lo he hecho! ¡He tirado una bola de nieve, Paula! —saltó de un lado a otro—. ¡Ahí! ¿La ves?
—Sí.
—Bob quiere tirar una.
—Oh, me olvidé de él —Pedro metió la mano en el bolsillo y fingió sacar un objeto imaginario—. Toma Bob, una bola de nieve.
Julian miró la mano de Pedro.
—Sí, Bob, ¡tírala!
—Será mejor que cierre la puerta —dijo Paula—. Se escapa el calor.
—¡Espera!—dijo Julian—. Bob tiene que tirar la suya.
—De acuerdo. Pero dile que se dé prisa.
Julian miró la puerta abierta.
—Ya está. Ya la ha tirado.
—Entonces, cierro —empujó la puerta y miró a Pedro. Todavía estaba agachado y también la miraba.
En silencio, él dijo:
—Lo siento.
A Paula le dio un vuelco el corazón.
—No pasa nada —murmuró. Respiró hondo y añadió en tono normal—: Bueno, habrá que desayunar, ¿no?
—Sí, antes de que se enfríe —Pedro se puso en pie—. Espero que no te haya molestado lo de la bola de nieve. Pensé que si Julian nunca había jugado en la nieve, le gustaría...
—¡Quiero jugar en la nieve! —Julian tiró de la mano de Paula y la miró con ojos de súplica—. Por favor, Paula. ¿Puedo jugar con Bob en la nieve?
Pedro se acercó a ella y bajó la voz.
—Está todo bien.
Paula lo miró a los ojos y dejándose cautivar por su belleza, le preguntó:
—¿Estás seguro?
Pedro asintió.
Paula no podía dejar de mirarlo. La mirada de Pedro era cálida y llena de vida. Se fijó en su boca e imaginó cómo sería sentir sus besos por todo el cuerpo...
—Paula —Julian tiró de ella con fuerza.
—¿Qué ocurre, Julian? —preguntó confusa.
—¿Podemos jugar en la nieve Bob y yo?
—Quizá un rato. Después de desayunar.
—¡Bien! —comenzó a correr por la habitación—. Nieve, nieve, nieve, nieve.
—Ya basta. Tranquilízate.
—Será buena idea que juegue un rato —dijo Pedro—. Así gastara un poco de energía antes de subir a la camioneta.
Julian se detuvo y miró a Pedro.
—¿Qué camioneta?
—Paula y tú vais a venir conmigo al Rocking D.
—¿Al rancho? —preguntó asombrado—. ¿Donde tienes caballos?
—Eso es.
Julian se volvió despacio y miró a Paula.
—¿De veras? —susurró, como si no pudiera creerlo.
A Paula se le encogió el corazón. Quizá no era una buena idea. Cuanto más tiempo pasara el niño con Pedro, más dura sería la separación. Debería decirle a Pedro que había cambiado de opinión. Continuaría con el coche alquilado hacia Wyoming.
—Paula...
Al oír su nombre en boca de Pedro se estremeció.
Él se aclaró la garganta.
—Sé lo que estás pensando. Escucha, no permitas que lo que sucedió anoche... Bueno, no volverá a pasar —tragó saliva—. Te prometo que no. Tienes que venir al Rocking D. Será mejor de esa manera.
Ella deseó estar a solas con él para decirle que lo que había pasado no la había molestado.
Pedro creía que la había ofendido y que por eso dudaba de irse con él. Pero delante de Julian no podía explicarle que lo que la preocupaba era que al niño se le rompiera el corazón.
Pero tampoco podía permitir que Pedro se marchara pensando que la había asustado. Necesitaban tiempo para hablar, y un día en el Rocking D se lo proporcionaría.
Además, quizá encontrara la manera de mantenerse en contacto con Pedro, por el bien de Julian. Cuando supieran cómo llegar al rancho, quizá pudieran ir a visitarlo algún día, cuando ya se hubiera solucionado el problema con Mario. La idea le gustaba.
Miró a Julian y vio que la miraba preocupado.
—Iremos al Rocking D para un día o así —dijo ella—. Lo suficiente para que puedas montar a caballo, Julian.
El niño sonrió y miró a Pedro. Después, a Paula otra vez.
—A Bob y a mí nos va a encantar ese sitio.
Al ver la alegría en los ojos de Julian, Paula sintió que los suyos se llenaban de lágrimas. Él necesitaba un hombre maravilloso en su vida, un hombre como Pedro. Y pensándolo bien, a ella tampoco le importaría tener uno como Pedro.
—Bueno, ahora será mejor que desayunemos —dijo forzando una voz animada que la ayudara a contener las lágrimas—. ¡Tenemos mucho que hacer antes de continuar camino!
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