martes, 13 de noviembre de 2018

CAPITULO 12 (TERCERA HISTORIA)




Se sacudió la nieve de las botas antes de entrar en el café. Detrás de la barra había una mujer de pelo cano sirviendo café a un par de hombres. Deba de ser Edna, la mujer de la que había hablado Eugenio. Los Sloan no estaban por ahí, pero lo mejor de todo era que Fowler tampoco.


Se sentó en un taburete y agarró el menú.


—Parece que ya han abierto la carretera, ¿no es así? —le comentó a uno de los hombres.


—Sí —dijo el hombre—. Nosotros hemos pasado hace unos veinte minutos y ya estaba casi limpia. He oído que algunas personas tuvieron que pasar aquí la noche.


—Sí —Pedro miró el menú y trató de pensar qué podía llevar a Paula y a Julian para desayunar. Había salido tan rápido de la habitación que no se había preocupado de preguntar. Se frotó la barbilla y recordó que debía afeitarse.


—¿Usted también?


—Sí. ¿Qué cree que desayuna un niño de tres años?


El hombre se rió.


—¿Quién sabe? El mío siempre quería espaguettis fríos.


—O pizza —añadió el otro hombre—. Con el queso congelado. Al mío le encantaba eso.


La camarera se volvió hacia él.


—Lo mejor es una tostada de mantequilla de cacahuete —dijo ella—. A menos que sea alérgico al cacahuete.


—Pediré eso —dijo Pedro—. Y me enteraré de si es alérgico antes de que se la coma.


—De acuerdo —Edna sacó el cuaderno y tomó nota—. ¿Será para llevar?


—Sí. Todo. También quiero dos cafés y... —miró la carta de nuevo—. Leche —decidió que Julian podría bebérsela y que Paula podría echarla en el café. No podía creer que le hubiera acariciado un pecho y que no supiera qué tomaba para desayunar.


«Pero tenía el pezón turgente», recordó. Quizá le habían gustado sus caricias. Quizá hasta las deseaba.


—¿Algo más aparte de la tostada, el café y la leche? —preguntó Edna.


—¿Eh? —Pedro la miró confuso.


—En su pedido —dijo ella con una sonrisa—. ¿O debería servirle un café antes para que empiece a funcionar? Yo sé cómo soy si no tomo café a primera hora.


—¡Uy, no! —exclamó—. Quiero decir, soy capaz de terminar el pedido sin tomar primero una taza de café. Haber: dos huevos revueltos con beicon y un par de bollos.


—Tiene hambre, ¿eh? ¿Le apetece un zumo?


—Sí, de naranja. Tres vasos. Eso será todo —cerró el menú.


La idea de regresar a la habitación y ver a Paula ya no le parecía tan horrible. Quizá ella también se había excitado. O incluso podía haber sido ella la que se acurrucara contra él una vez que Julian había bajado de la cama.


Ambos habían pasado mucha tensión. No era culpa de nadie que necesitaran un poco de contacto físico. Desde luego, no era culpa de Paula.


Los dos hombres pagaron los cafés y se marcharon. Pedro entró en el baño mientras le preparaban el desayuno y se peinó un poco con los dedos. No podía dejar de pensar en Paula. Y en su pezón erecto. Si su pezón estaba así, quizá el resto de su cuerpo también había reaccionado. Quizá estaba húmeda y preparada para que la penetraran.


Nunca lo sabría, pero le gustaba pensar que existía esa posibilidad. Y si las cosas fueran de otra manera, si no tuviera que pensar en Jesica ni en Olivia, se esforzaría en saber cómo reaccionaría si la acariciaba otra vez. Pero no podía hacerlo. No podía empezar algo que no sería capaz de terminar.


Cuando regresó a la barra, su pedido estaba listo para llevar. Se disponía a salir del café cuando vio que entraba Eugenio.


—Hola, Pedro—dijo Eugenio—. Me alegra ver que sobreviviste a la noche.


—Así es.


Eugenio bajó el tono de voz.


—Anoche fuiste a avisar a la joven con el niño, ¿verdad?


—Sí. Aquel hombre no me gustó nada.


—A mí tampoco, pero me preocupaba saber dónde ibas a pasar la noche. ¿En el camión?


—De hecho... Ella... bueno, quería que alguien la protegiera a ella y al niño, así que me quedé en su habitación.


Eugenio sonrió.


—Bien hecho —miró las bolsas que llevaba Pedro—. ¿El desayuno?


—Sí.


—No te entretengo más. Pero si te sirve de algo, ese hombre fue uno de los primeros en marcharse esta mañana. Se fue en cuanto pasaron las máquinas quitanieves.


—¿Te fijaste en qué coche se ha ido?


—Por supuesto. Un Land Rover negro.


—Bueno es saberlo. Gracias. Escucha, voy a llevarme a Paula y a Julian conmigo y ella va a dejar su coche de alquiler aquí. Llamaremos a alguien de la agencia de Santa Fe para que vengan a recogerlo, pero quería que lo supieras.


Eugenio sonrió de nuevo.


—Parece que tú también eres un rescatador. Como el faro del que hablamos anoche. O en tu caso, un príncipe azul.


—Voy a intentarlo.


Eugenio le agarró el brazo y se lo apretó.


—Eres un buen hombre, Pedro. Para aquí siempre que pases por esta carretera. Te invitaré a un café.


—Gracias —sonrió—. Prometo que lo haré.



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