miércoles, 14 de noviembre de 2018
CAPITULO 15 (TERCERA HISTORIA)
Norma Sloan estaba detrás de la barra cuando Paula entró en el café. Amablemente, le sacó la caja de objetos perdidos para que buscara guantes y cosas de abrigo que pudieran servirle a Julian. Encontró unas manoplas y unas botas para él y unos guantes para ella.
De regreso al hostal se fijó en la camioneta de Pedro por primera vez. La identificó con facilidad porque tenía su nombre pintado en una puerta. Pedro Alfonso, herrero. Así que ésa era su profesión. Un trabajo hecho para alguien fuerte y sensible a la vez.
Una vez en la puerta de la habitación, entró sin llamar.
—Hola, chicos, no os vais a creer lo que he... —al ver a Pedro dentro del baño se quedó sin habla.
Estaba desnudo, excepto por la toalla que llevaba atada a la cintura, y enseñaba a Julian cómo afeitarse de mentira.
Pedro se volvió inmediatamente y ella vio que se había sonrojado. Probablemente, su intención era vestirse cuanto antes y el pequeño lo había entretenido.
—Mmm, no te preocupes —murmuró—. Le he quitado la cuchilla.
—Ah. Muy bien —ni siquiera se había preocupado por eso. Estaba demasiado ocupada asimilando la imagen de Pedro. Y salivando.
Su torso era musculoso y estaba cubierto por una fina capa de vello. Si no dejaba de mirarlo, acabaría atacándolo.
—¡Me estoy afeitando, Paula! ¿Me ves?
—Te veo —pero no era capaz de concentrarse en su sobrino.
Debería darse la vuelta, pero no tenía fuerza de voluntad.
No sólo era la belleza de su cuerpo, sino la sensibilidad con la que trataba a Julian. El niño lo miraba con orgullo cada vez que se pasaba la maquinilla de afeitar por el rostro.
Paula no pudo evitar imaginar a Pedro en la ducha. Sin toalla... Estuvo a punto de gemir en voz alta. Si Julian no hubiera estado allí... Pero estaba.
Paula se preguntaba si Pedro se daba cuenta de que, a partir de entonces, Julian podría ser su esclavo para siempre. En sus tres años de vida, ningún hombre le había dedicado tanta atención como Pedro había hecho en las últimas horas. Paula había tratado de prestarle toda la atención posible, pero había cosas que se le escapaban de las manos.
Sin duda, tenía que encontrar la manera de que Pedro continuara formando parte de la vida de Julian.
Pedro se aclaró la garganta.
—¿Qué has encontrado? —preguntó.
—Unas botas —se las mostró—. La señora Sloan ha sacado la caja de objetos perdidos y había estas botas. También unas manoplas para Julian y unos guantes para mí.
—Bien —Pedro miró hacia el espejo—. ¿Cómo vas, amigo?
—Ya casi —Julian tenía espuma de afeitar por todos sitios, en la toalla, en el lavabo y en el torso de Pedro, pero había conseguido quitarse casi toda la de la cara.
—Tiene buen aspecto —dijo Pedro—. Limpíate con esto —le entregó una toalla—. Después puedes ponerte un poco de loción de afeitar.
—Sí —dijo Josh—. Loción de afeitar —se limpió la cara y se miró en el espejo—. Ya estoy afeitado.
—De acuerdo. Pues abajo —Pedro lo agarró de la cintura y lo bajó de la silla a la que lo había subido para que llegara al lavabo.
Paula observó el torso musculoso de Pedro y deseó acariciarlo.
Pedro retiró la toalla que el pequeño llevaba alrededor del cuello y se esforzó para no mirar a Paula.
—Pon las manos así —Pedro puso las manos frente a las mejillas.
El pequeño lo imitó enseguida.
—Voy a ponerte un poco de loción de afeitar en las manos —dijo Pedro—, pero no hagas nada todavía. Nos la pondremos a la vez.
—De acuerdo —dijo Julian, y lo miró como si fuera su ídolo.
Pedro se echó un poco de loción en las manos.
—Primero hay que frotárselas así —le dijo—. Y después le das palmaditas en los carrillos. Así —le hizo una demostración.
Julian lo imitó con una amplia sonrisa. Después, corrió hacia Paula.
—¡Huele!
Ella se agachó e inhaló con fuerza.
—Mmm, hueles muy bien —le dijo—. Podría comerte —le mordisqueó la oreja.
—¡No me comas! —se rió Julian.
—No puedo evitarlo —dijo Paula—. Hueles muy bien.
Si Pedro le dejara hacer lo mismo, su vida sería perfecta.
Sin embargo, él cerró la puerta del baño.
—Saldré enseguida —gritó—. Podéis empezar a poneros las botas.
Paula miró la puerta cerrada y suspiró. La función había terminado.
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