miércoles, 14 de noviembre de 2018
CAPITULO 16 (TERCERA HISTORIA)
Mario Fowler calculaba que tendría que conducir mucho rato antes de poder alcanzar a la zorra de Paula. Creía que habría parado a pasar la noche en algún lugar de Colorado Springs y que ya estaría de nuevo en la carretera camino a Wyoming. Afortunadamente, el conserje de su edificio le había contado que se dirigía hacia Yellowstone. Si dependía de él, nunca llegaría tan lejos.
No era buena cubriendo sus huellas. Como si un coche alquilado fuera a despistarlo. Lo único que tenía que hacer era buscar los coches con matrícula de Texas y ver si Julian y Paula estaban dentro. Suponía que le llevaría dos o tres horas de ventaja, pero también sabía que no conducía muy rápido.
Cuando la encontrara, la obligaría a salirse de la carretera y le quitaría al niño. Cualquier juez del país lo respaldaría. «Una tía secuestra al único hijo de un padre, el hombre se vuelve loco y persigue a la mujer hasta que recupera al niño.
La tía pierde la custodia». Ella le había seguido el juego, tal y como él suponía que haría si la acosaba lo suficiente.
Lo único con lo que no había contado era con la tormenta. Pero el matrimonio del café le había sido de gran ayuda. Al menos, sabía que Paula estaba en aquella carretera de camino a Yellowstone, dispuesta a rememorar su infancia.
Idiota.
La noche que Patricia y ella le contaron las vacaciones que habían pasado en Yellowstone, sintió ganas de vomitar. A ella le encantó que toda la familia durmiera en la misma habitación, como si fuera la historia de La casa de la pradera. A él nadie lo había llevado de vacaciones cuando era niño.
Empezó a rugirle el estómago y decidió que era buen momento para parar a comer algo.
Mirando las vallas publicitarias de la carretera, se decidió por un sitio que se llamaba Shooting Star Café. Hasta el cartel estaba bastante descuidado y la estrella dorada que lo representaba necesitaba una mano de pintura. Deberían haber utilizado una pintura fosforescente.
«Maldita sea», pensó Mario, «una estrella dorada. La maldita estrella dorada que el vaquero del café llevaba en el bolsillo de la camisa».
Echándose a un lado de la carretera, frenó de golpe y permaneció unos minutos insultándose a sí mismo, al vaquero y a la idiota de su cuñada.
Ella había pasado la noche en el hostal. El hostal estaba completo. Eso había dicho el vaquero. Y estaba en el café a las dos de la mañana desperdiciando su cama. A Mario le parecía extraño, pero a las dos de la madrugada muchas cosas podían parecer extrañas.
Fowler pegó un puñetazo contra el volante.
Aquella zorra siempre le ponía estrellas doradas a Julian por cualquier estúpido motivo. Seguro que aquel vaquero imbécil le había dejado su habitación y ella lo había recompensado con una maldita estrella dorada. Esperó a que dejaran de pasar coches, y atravesando la mediana, hizo un cambio de sentido. Los dueños del café le habían mentido. Tendría que hacer algo al respecto. Pero primero tenía que encontrar a su hijo. Nadie se interpondría en su camino. Nadie.
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