jueves, 25 de octubre de 2018
CAPITULO 18 (PRIMERA HISTORIA)
Una hora más tarde, subieron a Olivia a la parte trasera del coche de Pedro y se dirigieron al rancho de Paula. Cuando llegaron allí, Olivia se había quedado dormida y ellos tuvieron una discusión acalorada sobre quién debía quedarse con el bebé y quién debía ir a alimentar a los caballos. Ganó Paula.
«No es una mujer normal», pensó Pedro mientras la observaba entrar en el establo. Ella nunca se contentaría haciendo las tareas del hogar y dejando que los hombres se ocuparan del rancho. Bárbara tampoco había sido una mujer tradicional, pero de otra manera.
A ella tampoco le interesaban las tareas domésticas, pero mucho menos el trabajo en el rancho. En cuanto vio el esfuerzo físico que ello conllevaba, decidió que buscaría un trabajo de oficina.
Sin embargo, Paula compartía su afición por el rancho con Pedro. Incluso sabía cómo le gustaban los huevos. Pedro sabía que ella siempre había sido muy detallista con todo el mundo, pero se preguntaba si no habría algo más para que se hubiera fijado tanto en sus gustos. La idea le gustaba.
Si Paula estaba enamorada de él, tenían que hablar del tema. Ella lo había besado, y él la había besado a ella. No podían actuar como si nada hubiera cambiado.
Mientras esperaba a Paula, echó un vistazo a su alrededor. El establo estaba en buenas condiciones, sin embargo, la casa de Paula necesitaba una mano de pintura.
Augusto hacía todo lo que podía durante los meses de verano, pero cuando llegaba el otoño y el ganado ya se había vendido, se marchaba a Utah, donde tenía su pequeño rancho.
Se abrió la puerta del copiloto y Paula entró en el coche.
—Estaba pensando en pintar la casa de color beige —dijo nada más subir, como si hubiera leído el pensamiento de Pedro.
—¿Cuándo?
—Ése es el problema —se abrochó el cinturón—. Durante el invierno tengo tiempo, pero hace demasiado frío. Y en verano estoy muy ocupada.
—No sabía que quisieras pintarla —arrancó el coche—. Podemos convocar a algunos vecinos éste verano y pintarla entre todos.
—Pedro, odio la idea de que todo el mundo se reúna para ayudar a la pobre viuda. Siempre...
—Por favor, Paula. No pasaría nada porque aceptaras un gesto como ése. A la gente le encanta sentirse útil dentro de su comunidad. Maldita sea, pero tú eres una mujer orgullosa. Demasiado orgullosa.
Ella no dijo nada y él se arrepintió de haberle hablado así.
—De acuerdo, si crees que deberías hacer algo a cambio, podrías bailar mientras nosotros pintamos —la miró para ver si sonreía.
—Casi preferiría cantar —dijo ella, guiñándole un ojo.
—Creo que te estaríamos más agradecidos si bailaras.
—Podría hacer las dos cosas.
—Podrías, pero dudo que alguien consiguiera pintar y más de uno se caería de la escalera de tanto reírse.
Paula sonrió y apoyó la cabeza en el respaldo del asiento.
—Me gustaría pintar la casa. Siempre he odiado el blanco. Destaca demasiado. Me gusta cómo tu casa se integra en el paisaje.
—Después de que Benjamin y tú construyerais vuestra casa, Bárbara quería que pintáramos la nuestra de blanco.
Paula lo miró.
—¡No! ¿Pintar de blanco esos troncos preciosos? ¿En qué estaba pensando?
—En que estábamos demasiado integrados.
—Bárbara y Benjamin se parecían mucho —dijo Paula pensativa.
—Supongo que sí —dijo él en tono despreocupado.
—Debe de ser cierto que los opuestos se atraen —dijo ella.
—Al menos, cuando se es joven. Alguien diferente siempre es más atractivo —en aquellos momentos no podía pensar en nada más atractivo que Paula bailando en su cocina. Si no hubiera estado el bebé, podría haberle hecho el amor allí mismo.
—Éramos jóvenes —dijo Paula—. Los cuatro, y estábamos dispuestos a todo.
—Algunos más que otros —dijo Pedro.
—Sí —Paula miró hacia las montañas—. Cuando Benjamin se compró la avioneta dejó de interesarse por el trabajo del rancho. ¿Recuerdas que decía que la utilizaría para vigilar al ganado?
—Sí, y nunca lo hizo.
—Estaba demasiado ocupado haciendo viajes de acá para allá como para utilizarla para controlar el ganado.
Pedro se había enterado por Bárbara de que Benjamin organizaba sus viajes para que coincidieran con las visitas que ella hacía a la gran ciudad para ir de compras. Paula y él debían de haber estado ciegos para no darse cuenta. Pero quizá, ella sí se había percatado, y eso explicaba que la foto estuviera rota.
—¿Qué piensas decirle a la gente? —preguntó Paula.
—¿Sobre qué? —durante un instante pensó que hablaba de Benjamin y Bárbara.
—De Olivia. Está con nosotros y vamos a comprar cosas de bebé. Causaremos un gran revuelo. ¿Qué quieres decir?
Pedro no había pensado en ello. Desde luego, en cuanto llegaran a la ciudad comenzarían los rumores. Eso, si Charlotte todavía no había contado nada. Sería mejor que pensara bien qué iba a decir.
—Además, eres muy malo mintiendo —dijo Paula.
—Entonces, supongo que no tengo mucha elección ¿no? Sólo puedo decir la verdad.
—Bueno, no hace falta que digas toda la verdad. Si Jesica está metida en un lío, no querrás empeorarle las cosas.
Pedro se rió.
—Deja que adivine. Ya has pensado en ello, ¿verdad?
—Alguien tenía que hacerlo, y era evidente que no ibas a ser tú.
—Pues será mejor que me digas qué tengo que decir y zanjemos el tema, Paula.
—De acuerdo, esto es lo que has de decir: «Estoy cuidando al bebé de una amiga que necesita un respiro. Paula me ayuda». Después, te callas. No añadas nada más o te meterás en un lío.
—¿Crees que se preguntarán si el bebé es mío?
—Por supuesto. No niegues ni confirmes nada, como dicen en política. No puedes evitar que especulen. Después de todo, esa es una de las actividades principales en Huérfano.
—Puede que mirándola encuentren cierto parecido.
—¿Tú encuentras algún parecido?
—No lo sé. A veces creo que sí. A lo mejor, su nariz.
—¿Su nariz?
—Sí —Pedro no estaba seguro de si quería encontrar algún rasgo familiar en la pequeña. Por un lado, no quería pensar en la posibilidad de haberse comportado como un irresponsable y por otro, siempre había deseado tener hijos—. Su nariz podría ser de la familia Alfonso.
—Entonces deberías pensar que hay una rama diferente en tu árbol familiar, porque su nariz no se parece en nada a la tuya. Tu nariz es fuerte, parecida a la de los emperadores romanos. La de Olivia es respingona. Bonita, pero no fuerte.
—Es pequeña. Puede que cambie.
—Pero no dejará de ser respingona. Si te estás basando en su nariz, creo que te equivocas.
—Pues en sus ojos.
—Se parecen tanto a los míos como a los tuyos.
Él suspiró con impaciencia.
—Maldita sea Jesica por no decirme nada. Sobre todo considerando que... —hizo una pausa. No sabía cómo sacar el tema de Paula y él.
—¿Considerando que has empezado a salir con chicas otra vez? —sugirió Paula.
Le parecía curioso que después de haber besado a Paula, la idea de quedar con mujeres hubiera perdido su atractivo.
—Me ha gustado mucho besarte, Paula —dijo sin dejar de mirar a la carretera.
—A mí también, Pedro.
—Y aunque me besaras tú, fui yo quien empezó, así que asumo la responsabilidad.
Paula suspiró.
—Pedro, creo que asumirías la responsabilidad de que saliera el sol cada mañana si alguien te dijera que lo hicieras. Pero vamos a compartir la responsabilidad de ese beso. Sabía que sería un gran error. Nadie me obligó a hacerlo.
—¿Y si no fue un error? —preguntó Pedro, y la miró—. Si Olivia no estuviera, claro.
—Lo fue. Aunque Olivia no existiera.
—Pero...
—Lo he pensado todo.
—Estoy seguro de ello —murmuró él.
—Después de que Bárbara se marchara, tú te encerraste durante una temporada. Pero ahora has decidido volver a salir con mujeres. Y todos los deseos contenidos están saliendo a la superficie. De pronto, tu amiga Paula, que nunca te había atraído sexualmente, te parece la mejor. Una vez que consigas aliviarte, volveré a ser la Paula de siempre, una mujer simpática pero que no te excita.
—¿Crees que soy de ese tipo de personas?
—No, pero has pasado una época difícil y tienes el radar apagado.
—O quizá empieza a funcionar como debe. ¿Y tú qué? Podrías sentirte atraída por mí por los mismos motivos, y no me digas que no te atraigo.
—Por supuesto que me atraes —dijo ella.
Pedro se excitó con sólo oír sus palabras.
Deseaba parar el coche y abrazarla, pero llevaban a un bebé.
—Puede que haya algo entre nosotros, Paula. No importa lo que digas, pero así es. Y lo que más me molesta es que no podamos hacer nada al respecto porque primero tengo que averiguar lo que Jesica tiene que decir.
Ella se volvió hacia él.
—Ahí es donde discrepamos. Creo que sería un error que nos liáramos. Pero no por el bebé. Te mereces casarte por amor, Pedro, no por conveniencia, o por sentido de la fidelidad. Si eres el padre de Olivia, puedes seguir siendo un padre devoto sin tener que sacrificar tu vida casándote con una mujer a quien no amas.
—Ese bebé no ha decidido venir al mundo. Su bienestar es mi prioridad.
—Eso puede que sea bueno, porque evitará que hagas tonterías con tu vecina.
Él pensó en pasar otra noche con Paula y gruñó.
—Quizá debería pensar en contratar a la niñera que me decías.
—Si quieres.
—No. Quiero que me ayudes tú, Paula. Sólo tengo que dejar de pensar en lo que he estado pensando.
—He traído mi albornoz —le mostró una bolsa.
—Eso ayudará.
—Díme si hay algo más que pueda hacer.
Él la miró y se fijó en sus labios sensuales, en sus ojos azules y en su cabello dorado. Paula lo pasaría muy mal si tuviera que cuidar de Olivia con una bolsa sobre la cabeza.
—No bailes —dijo él.
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