miércoles, 24 de octubre de 2018
CAPITULO 13 (PRIMERA HISTORIA)
A pesar de que el sombrero de Pedro ensombrecía sus ojos, Paula pudo ver cuál fue su reacción al oír que Jesica había llamado. Su mirada reflejaba nerviosismo y no agonía. Paula suspiró. Pedro no estaba enamorado de Jesica.
—¿Dónde está?
Pedro subió por los escalones con la bolsa de ropa en la mano.
—No me lo ha dicho. —Paula lo dejó pasar.
—Entonces, ¿para qué ha llamado?
—Supongo que para asegurarse de que Olivia está bien. Sólo hablamos unos segundos. Preguntó si Olivia estaba bien y yo le dije que sí.
—¿Le dijiste que volviera ahora mismo?
—Lo hice. Escucha, voy a meter a las perras en la cocina para que no despierten al bebé.
—Buena idea —Pedro miró hacia el salón—. ¿Ha llorado?
—No. Creo que está agotada. Podría estallar una bomba y no se despertaría, pero no quiero tentar a la suerte.
—No —señaló hacia la cocina—. Hay una caja de galletas, por si quieres chantajear a las perras.
—Encantada —llevó a las perras a la cocina y cuando regresó, vio que Pedro estaba agachado junto al bebé.
Al oírla llegar se puso en pie.
—¿Ha dicho cuándo regresaría?
—No. Sólo dijo que tenía que hacerlo y que le dolía en el alma.
—¿Qué diablos puede pasarle? —preguntó Pedro con el ceño fruncido.
—No lo sé —Paula se sentó en la butaca para que a Pedro no le quedara más remedio que sentarse en la mecedora junto a la pequeña—. ¿Qué sabes sobre Jesica? ¿Tiene familia?
Él se sentó con cuidado para no despertar al bebé.
—Creo que es hija única y que no se lleva bien con sus padres. Viven en algún lugar del este, pero a ella no le gusta hablar de su pasado.
—¿Crees que la maltrataban?
—No lo sé —miró a Paula—. Pero tiene que haber algún motivo para que haya venido aquí en lugar de ir allí.
—Ha tenido una hija sin estar casada. Muchas mujeres no se lo dirían a sus padres, sobre todo si no se llevan bien con ellos. A lo mejor ha dejado a Olivia aquí mientras habla con sus padres —dijo Paula—. No, ésa no es la respuesta al problema. Parecía demasiado preocupada por el bienestar del bebé. Si sólo tuviera que enfrentarse a sus padres, habría llevado a su hija con ella.
—Parece como si intentara proteger a Olivia de algo.
Paula asintió.
—Mientras trata de solucionarlo, sea lo que sea. Espero que no tenga una enfermedad terminal.
—No se me había ocurrido tal cosa —dijo Pedro, y comenzó a pasear de un lado a otro—. Lo que está claro es que no quiere que vayamos a buscarla, pero no pienso hacerle caso.
—¿Vas a llamar a la policía?
—No hasta que no sepa de qué se trata. Pero mi amigo Julian puede intervenir el teléfono de forma que podamos localizar desde dónde llama, suponiendo que vuelva a llamar.
—¿Eso es legal?
Pedro la miró.
—No. ¿Vas a denunciarme?
—Por supuesto que no. Sé que consideras que Jesica es una buena amiga, pero sólo has pasado con ella... ¿cuánto? ¿Cinco o seis días?
—Cinco, y sé que no parece tiempo suficiente para juzgar a una persona, pero a veces, el tiempo no lo es todo. Todos bromeamos acerca de cómo Nicolas quedó sepultado en esa avalancha porque supongo que ninguno quiere pensar en lo grave que fue la situación. Si no hubiera sido por el aplomo de Jesica, lo más probable es que él hubiera muerto bajo la nieve.
Paula sintió que se le encogía el corazón.
—No sabía que había sido tan grave.
—Lo fue. Ella le salvó la vida.
—Entonces no crees que pueda estar desequilibrada.
—No. Y sé que tiene mucho temple cuando conoce el problema. Pero puede que se haya encontrado con algo de lo que no sabe nada, y quizá esté asustada cuando no debería estarlo. Por eso me gustaría encontrarla, para ver si hay algo que yo pueda hacer.
—Comprendo —Paula sabía que él no estaría tranquilo hasta que no descubriera la verdad.
—Intentaré empezar por lo más fácil, como lo del teléfono. Si eso no funciona y si ella no aparece, quizá contrate a un detective privado —se frotó la nuca—. Supongo que no dijo nada acerca de si yo era...
—No.
—No es el tipo de cosa que uno diría por teléfono. Y Jesica no es cobarde, así que tampoco me lo habría dicho mediante la nota que dejó con Olivia.
—Quizá tú no seas el padre y Jesica no quiera que el padre de verdad se acerque a la pequeña.
—No me imagino a Jesica liada con un hombre a quien no pudiera confiarle el bebé. Tiene mucha seguridad en sí misma —miró a Paula—. Sé que lo que ha hecho resulta sospechoso, pero si alguna vez he conocido a una mujer con la cabeza bien puesta, ésa es Jesica.
—Entonces, no se me ocurre nada más.
—A mí tampoco. Está claro que hay algo que la asusta. Si yo soy el padre de Olivia, no creo que piense decírmelo. Estoy seguro de que, como iba bebido y no sabía lo que hacía, no me considera responsable.
—Entonces no te conoce bien si cree que tú aprecias ese tipo de autosacrificio.
—Cierto —miró al bebé—. Si es mía, pienso hacerlo todo por ella. Y por su madre.
Paula sintió un nudo en la garganta.
—¿Te casarías con ella?
—Sí, si aceptara.
—Aunque no la quieras.
—Aun así —se acercó a la chimenea y removió las brasas.
—¿Estás seguro de que sería lo mejor?
—Estoy seguro. Mis padres se divorciaron cuando yo tenía siete años y mi hermano cinco. Para mis padres era lo mejor porque se peleaban todo el rato. Supongo que para mi hermano y para mí también. Odiábamos cuando se peleaban —se aclaró la garganta—. Pero habría dado mi brazo derecho por tener a mi padre y a mi madre cerca mientras crecía.
Ella nunca lo había oído admitir ese tipo de vulnerabilidad. El bebé debía haber provocado que afloraran sus sentimientos de la infancia.
Ella deseaba acercarse y abrazarlo, pero no era lo más adecuado teniendo en cuenta, que acababa de decirle que estaba dispuesto a casarse con otra mujer.
—¿Tu madre no volvió a casarse? —preguntó ella.
—No hasta que yo me fui de casa. Y menos mal, porque no me llevo bien con su nueva pareja —se encogió de hombros y permaneció dándole la espalda—. Mi familia es un desastre. Yo odiaba la sensación de desarraigo y si de mí depende, ningún hijo mío tendrá que sufrir lo mismo.
—Pero vivir con alguien a quien no se quiere es un infierno.
Pedro se volvió y la miró extrañado.
Inmediatamente, Paula se percató de lo que había medio revelado.
—O al menos, imagino que debe serlo —se le aceleró el pulso y se preguntó si él le haría más preguntas. Esperaba que no, porque había dejado de amar a Benjamin el día que se enteró de que tenía una aventura con Bárbara. Benjamin y ella habían discutido sobre si debían decírselo a Pedro o no el día en que Benjamin se estrelló con su avioneta.
Pero todo había terminado y si Pedro no sabía nada acerca de Bárbara y Benjamin, no necesitaba saberlo. Sería muy doloroso para él descubrir que había sido traicionado por su esposa y por su mejor amigo, y no tenía sentido puesto que Benjamin había muerto y Bárbara se había marchado.
Pedro la miró indeciso y después miró a otro lado, como para dejarle privacidad.
Ella respiró hondo. A veces deseaba contarle toda la historia para que pudieran consolarse mutuamente, pero era un sentimiento egoísta y había conseguido evitarlo.
—Respeto a Jesica —dijo él—. Eso podría convertirse en amor y estoy dispuesto a esforzarme en que así sea. Quizá no lo consiga, pero te prometo que no pelearemos como hacían mis padres.
—Suena muy generoso por tu parte, pero creo que los niños se desarrollan mejor cuando sus padres se aman de verdad —le dijo—. El matrimonio de mis padres no fue perfecto. Mi padre dependía demasiado de mi madre y por eso no levanta cabeza desde que ella murió. Pero una cosa que siempre recordaré es la imagen de ambos caminando agarrados de la mano o besándose porque sí. Eso no se puede fingir.
—No lo fingiré. Si Jesica es la madre de mi hija, aprenderé a amarla. Y le enseñaré a amarme.
Paula contuvo un gemido de desesperación.
Siempre existía la posibilidad de que Jesica rechazara su oferta, pero a Paula le resultaba difícil creer que una mujer pudiera resistirse a Pedro.
Él señaló la bolsa.
—Creo que todo está ahí dentro. Quizá deberíamos irnos a dormir.
Ella asintió.
—Haré la cama del cuarto de invitados —dijo mientras avanzaba por el pasillo.
—Deja las sábanas sobre la cama. Ya la haré yo —dijo ella—. Y también meteré a las perras allí. Lo único que tienes que hacer es llevar el cajón a tu habitación.
Él se volvió con media sonrisa.
—Pensé, que si te trataba bien, te hacía la cama y te daba mis mejores toallas, te llevarías el cajón a tu habitación.
—No.
Él miró al bebé.
—Lo más probable es que se despierte a mitad de la noche, ¿verdad?
—Me temo que sí.
—¿Vas a levantarte conmigo?
—No, voy a dejar que lo hagas todo tú solo —al ver la cara de susto que puso Pedro, añadió—. Por supuesto que me levantaré. ¿No era ese el motivo por el que decidí quedarme a dormir?
—Entonces, si tú también vas a levantarte, ¿por qué no la llevas a tu habitación? No me importa meter a Fleafarm y a Sadie en mi cuarto.
—Estoy segura de ello. Pero no es así como vamos a hacerlo. Iré a ver si las perras quieren salir antes de encerrarlas toda la noche —se dirigió hacia la cocina.
—Sé que tengo un sueño mucho más profundo que tú. ¿Y si no me despierto cuando se ponga a llorar?
Paula se rió.
—Por eso quiero que duerma junto a tu cama. Después de oír los pulmones que tiene, dudo que alguien que duerma a su lado no se despierte. Incluso tú. Deja las sábanas sobre mi cama.
Pedro suspiró en tono dramático.
—Está bien.
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