lunes, 3 de diciembre de 2018
CAPITULO 9 (CUARTA HISTORIA)
Sin poder evitarlo, Paula notó que el control de la situación se le escapaba de las manos, y se abandonó al deseo. Llamar al Rocking D aquella misma noche, no iba a acercarla a su hija más rápidamente de todas formas. Pedro necesitaba dormir antes de ir a ningún sitio.
Sin embargo, no parecía que dormir fuera una de sus prioridades. Paula observó cómo se quitaba la ropa, y recordó todas las noches solitarias en las que había soñado con su cuerpo viril moviéndose al mismo ritmo que el de ella.
Lo deseaba tanto como él pudiera desearla a ella. Lo necesitaba. Necesitaba saborear una muestra de aquello por lo que estaba luchando.
Paseó la mirada hambrienta por su cuerpo. A ella siempre le había encantado verlo desnudo.
Quizá fuera por su larga ausencia, pero le pareció incluso más bello en aquel momento, más fibroso, más fuerte. Tenía los músculos del pecho y de los brazos más definidos. Con aquella barba espesa, Paula no pudo evitar pensar en un dios nórdico, con un haz de rayos en cada mano.
Cuando él puso la rodilla sobre el colchón y apoyó las manos a cada lado de Pau, ella alargó los brazos para acariciarle el pecho. Los músculos que sintió bajo las palmas eran de hierro.
Paula miró con fijeza sus intensos ojos azules.
—Debes de haber trabajado mucho en ese país.
—Cavé muchas zanjas —respondió Pedro, y se inclinó hacia ella. La besó y le mordisqueó el labio inferior—. Trabajé hasta que estaba tan cansado que no podía mantenerme en pie. Y ni siquiera así podía dormir de lo mucho que te necesitaba.
Pau notó que la barba le hacía cosquillas. Con ansia, se abandonó al goce sensual de sus besos, mientras él le sacaba las mangas del albornoz. Después, con movimientos suaves, Pedro se tumbó sobre ella, y Pau sintió la presión de su pecho y su vello áspero sobre la piel. Oh, sí. Adoraba la sensación de su peso, y él la necesitaba. Lo miró, y él le tomó la cara entre las manos para devolverle la mirada. Se quedó inmóvil durante un instante.
—¿Qué ocurre? —le preguntó ella, suavemente.
—No puedo creerme que esté aquí contigo. Tengo miedo de que todo sea un sueño. No quiero despertarme.
—Yo tampoco —respondió Paula, y le acarició la mejilla—. Hazme el amor, Pedro, antes de que los dos nos despertemos.
Él bajó la cabeza y la besó. Fue un beso profundo y sensual, y como siempre ocurría en los sueños de Paula, ella se arqueó contra él, rogando que no fuera una ilusión. Mientras hacía el beso más y más penetrante, Pedro pasó la mano entre sus piernas. Paula también había soñado con aquello. Incluso cuando él deslizó los dedos en su canal húmedo y la acarició hasta que ella comenzó a gemir de placer, no estaba segura de que todo eso no fuera más que un fragmento de su imaginación.
Pero durante todas las noches en las que había fantaseado con que él la amara, nunca había soñado con el suave roce de su barba contra la piel. Y como si aquél fuera el único detalle que podía convencerla de que Pedro no iba a desvanecerse como si fuera de humo, Pau metió los dedos entre aquel vello áspero y brillante.
—Debería haberme afeitado —murmuró él.
—No... no...
Oh, sus dedos masculinos eran mágicos, conseguían que ella se pusiera cada vez más y más tensa.
—Me... gusta.
—Debe de ser como hacer el amor con un animal peludo.
Como si quisiera ilustrar aquella idea, Pedro le regó de mordisquitos el cuello, descendiendo hacia su pecho, mientras le hacía cosquillas con la barba.
—Mmm, mmm.
Entonces, él le acarició deliberadamente el pecho con la punta de la barba.
—O a un cavernícola.
Ella cerró los ojos de placer.
—Mmm, mmm.
—¿Y esto te gusta? —preguntó él con voz ronca mientras le pasaba la barba por los pezones.
—Mmm.
Pedro emitió una risa suave de excitación.
—Eres una pervertida, Paula.
—Y a ti te encanta.
—Desde luego que sí.
Él le humedeció ambos pezones con la lengua y después se los secó con la barba. Repitió el proceso mientras seguía excitándola con el movimiento rítmico de los dedos.
El efecto fue increíble. Ella alcanzó el climax y dejó escapar un grito salvaje, arqueándose en el colchón mientras él enterraba el rostro entre sus pechos. Y no había hecho más que empezar...
Mientras ella estaba tumbada jadeando sin poder contenerse del primer asalto, él recorrió su cuerpo tembloroso regándolo de besos hasta que se detuvo entre sus muslos.
—Oh, Pedro.
Aquello no era un sueño. Durante un millón de noches pobladas de fantasías, ella nunca se hubiera imaginado la deliciosa sensación que le producía su bigote mientras le acariciaba el interior de los muslos con la barba, y mientras su lengua... Para aquello no había palabras, sólo sonidos. Y Paula llenó la habitación con sus gemidos de deleite.
Él le regaló otro éxtasis abrumador antes de volver a recorrer el camino hacia su boca.
Cuando la besó de nuevo, ella habría hecho cualquier cosa por él, si tuviera algo de fuerza para hacerlo.
—Y yo que pensaba que la barba sólo servía para mantenerme la cara protegida del frío del invierno —susurró Pedro.
Ella apenas podía moverse, ni hablar. Pero quería que él también sintiera aquella euforia.
Era lo justo.
—¿Y tú?
Él levantó la cabeza y la miró con los ojos brillantes.
—Ahora voy a resolver eso —le dijo, y le besó la punta de la nariz con ternura—. Pero ya sabes cómo son los hombres cuando han estado tanto tiempo frustrados. La primera vez será rápida y furiosa. Necesitabas un adelanto.
—Mmm —murmuró ella. Ya se lo había dado. Dos veces.
—No te muevas —dijo él. Se estiró hacia la mesilla y abrió el cajón.
Ella volvió la cabeza y observó cómo se colocaba el preservativo, lo cual resultó ser algo muy excitante. Después de que Pedro la hubiera amado de una manera tan minuciosa, estaba asombrada de que todavía fuera capaz de excitarse.
Él nunca se había puesto un preservativo para hacer el amor con ella, y Paula se preguntó si notaría la diferencia. Los dos habían confiado en la píldora anticonceptiva, que finalmente, les había fallado. Pero ella no lamentaba haberse quedado embarazada. Aunque Olivia terminara separándolos, no podía lamentarlo.
Él se tumbó a su lado, de costado, y la miró a los ojos. Ella se sintió inquieta de deseo, pero el dolor era más profundo en aquella ocasión. Ya no sentía una necesidad loca de liberación. En aquel momento, deseaba conectarse con él.
Sin dejar de mirarla a los ojos, él le tomó la barbilla, y después, lentamente, le acarició el cuello y pasó sobre su clavícula y sobre la colina de su pecho. Parecía que con sus caricias quería recorrer la forma de su cuerpo. Deslizó la palma de la mano por la cadera y el muslo de Paula. Aunque él también estaba ansioso de deseo, se tomó su tiempo y se incorporó apoyado sobre una mano para poder llegar hasta el tobillo de Paula.
Ella nunca había visto tanta intensidad en sus ojos. Bajo aquel escrutinio, se sintió azorada. No había adelgazado todos los kilos que había ganado durante el embarazo de Olivia, y la mayoría de los días, aquellos kilos de más hacían que se sintiera más mujer. Le gustaba. Sin embargo, en aquel momento ya no estaba tan segura.
—Supongo que... no soy la misma que antes...
A él le tembló ligeramente la voz.
—Eres perfecta. Y después de cómo te traté hace diecisiete meses, e incluso ahora mismo, cuando te he acusado de intentar obligarme a que me casara contigo, deberías haberme prohibido acariciarte.
A ella se le encogió el corazón. Pedro era muy duro consigo mismo, más de lo que ella habría podido ser jamás.
—Pedro, no...
—Pero tú me dejas que te acaricie y que te haga el amor, porque tienes un corazón generoso —le dijo, y se colocó sobre ella sin apartar la mirada de sus ojos—. Y por ese motivo, te estaré eternamente agradecido.
—Sería incapaz de rechazarte —susurró Paula.
—Deberías hacerlo —Pedro entró en su cuerpo y cerró los ojos—. Dios sabe que deberías.
—No puedo —respondió Paula, y le agarró las nalgas—. Deseo esto tanto como tú.
Él abrió los ojos.
—Entonces, además de ser demasiado generosa, eres una tonta, una tonta más grande que yo. Y me voy a aprovechar de eso, Pau. Una vez más —dijo. Empujó con ímpetu y cerró de nuevo los ojos—. Qué dulce. Oh, Pau.
Paula hundió los dedos en su carne y lo mantuvo dentro de ella. Sí, el preservativo hacía que las cosas fueran distintas, los separaba de una manera injusta. Ella lo quería carne contra carne, tan cerca como habían estado antes.
Pero no podía tener aquello, y lo que sí podía tener era verdaderamente bueno, también. Pedro llenaba el vacío que la había torturado desde que él se había marchado.
Él abrió los ojos, ardientes de deseo. Su voz estaba llena de pasión contenida.
—Cuando estoy dentro de ti, me parece que soy el dueño del mundo.
Ella deslizó las manos hacia arriba y acariciándole los músculos tensos de la espalda, llegó hasta sus hombros, su cuello y su rostro.
—Y yo —respondió, con una sonrisa temblorosa—. Creía que esto iba a ser rápido y furioso.
—Lo será en cuanto me mueva. Sólo quería saborear esta parte, la primera vez que empujo profundamente y estoy inclinado sobre ti así, mirándote a los ojos, observando cómo se te oscurecen y brillan, y cómo se te sonrojan las mejillas. Y cómo tus pecas comienzan a resaltar.
—¿Mis pecas resaltan?
—Sí, y yo lo he echado mucho de menos. He echado de menos todo lo tuyo, Pau. Tus infusiones de hierbas, lo mandona que eres....
—No soy mandona.
Él se rió.
—Sí lo eres.
—Yo he añorado tu risa.
—Y yo tus suaves gemidos de felicidad —respondió Pedro, y se apoyó en los codos, para rozarle los pechos con el torso—. Enlaza tus dedos con los míos —murmuró—, como lo hacíamos antes.
Ella sabía exactamente lo que quería. Aquél había sido su modo favorito de hacer el amor.
Paula deslizó las manos bajo las de Pedro, de forma que estuvieran palma con palma, entrelazadas. Él la agarró con fuerza.
—He echado de menos cómo abres la boca, sólo un poco, sin darte cuenta, cuando yo comienzo a embestir —él se echó hacia atrás y volvió a empujar—. Como si quisieras estar abierta por completo —dijo, y comenzó a moverse rítmicamente.
—Yo he echado de menos tu mirada cuando estás cerca del orgasmo —susurró ella, sin aliento—. Pareces un guerrero fiero.
Él se movía cada vez más vigorosamente, y tenía la voz ronca.
—Entonces ahora debo de parecer muy fiero.
—Sí. Magnífico.
Él le estaba agarrando las manos con tanta fuerza que casi le hacía daño, pero a Paula no le importaba. Su deseo frenético la conducía al borde del precipicio, con él.
—Oh, Pau... —él tomó aliento mientras se hundía en ella, una y otra vez—. ¿Puedes?
—Estoy contigo, Pedro. Ámame. Ámame con fuerza.
Él gruñó.
—Oh, Pau.
Alcanzaron juntos el éxtasis, aferrándose el uno al otro desbocadamente, mientras perdían el control.
Cuando se quedaron quietos, jadeantes y lánguidos, ella le acarició la espalda empapada de sudor.
—Bienvenido a casa —murmuró.
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Ojalá Oli lo ablande a Pedro xq me parece un hueso duro de roer jajaja.
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