lunes, 3 de diciembre de 2018

CAPITULO 7 (CUARTA HISTORIA)





Un interminable y humillante rato después, Paula estaba finalmente encerrada en el cuarto de baño de la habitación de hotel de Pedro


Farfullando imprecaciones, se desnudó, se quitó la peluca y se metió en la ducha. De todas las formas de reencontrarse con Pedro que hubiera podido imaginar, ninguna incluía una vomitona.


Afortunadamente, sólo había manchado un lateral del taxi y la manga de su propio abrigo. Y en el barullo que había seguido a aquel incidente, Paula se había sentido demasiado avergonzada como para pararse a averiguar si Pedro estaba contento de verla o no.


En el baño, se tomó tiempo para deleitarse con el lujoso jabón y champú del hotel, y después se extendió loción hidratante por el cuerpo. Hacía tiempo que no disfrutaba de un tratamiento de cinco estrellas como aquel. En su huida, había intentando no tocar su fondo fiduciario en absoluto, pero al verse obligada a dejar su trabajo, había tenido que sacar algo de dinero de aquella cuenta. Había gastado con rabia aquellos dólares, porque eran de su padre.


Así que no se podía decir que sus alojamientos de los últimos meses hubieran sido de primera clase. Más bien, de quinta o sexta.


Conociendo a Pedro y su falta de pretensiones, lo normal habría sido que se alojara en un hotel de precio medio, pero por razones desconocidas para Paula, le había pedido al taxista que los llevara al Waldorf. Quizá lo hubiera hecho por ella.


Después de aquella ducha tan reconfortante, pensó que no quería ponerse algo arrugado y con olor a moho de lo que llevaba en la mochila. 


Se imaginó saliendo del baño para hablar con Pedro con un jersey enorme de cuello alto, deformado y viejo, y se imaginó teniendo la misma conversación con Pedro, pero llevando el albornoz blanco del hotel. Aquella conversación ya iba a ser lo suficientemente difícil sin tener mal aspecto, así que se envolvió en una toalla y abrió una rendija de la puerta.


—¿Pedro?


—¿Sí? —al instante, unos pasos se acercaron al baño—. ¿Estás bien? ¿Quieres que llame a un médico?


—No, gracias. Estoy perfectamente —respondió ella—. Pero me gustaría pedirte un favor. ¿Te importaría que me pusiera el albornoz del hotel, que está colgado en el armario? Mi ropa está... bueno, no está... Es que yo...


—Toma —dijo Pedro, mientras por la rendija asomaba una prenda blanca—. Que lo disfrutes.


—Gracias —respondió ella, y abrió un poco más la puerta para tomar el albornoz. Oh, sí. Algodón egipcio. Se sintió como si estuviera en el cielo cuando se lo puso y se ató el cinturón. Por primera vez, desde hacía meses, se sentía ella misma. Y en ese momento, tenía que enfrentarse a Pedro. Pensó en arreglarse el pelo y pintarse los labios, pero ¿para qué? 


Posiblemente, Pedro ya no la quería. Su aspecto no tenía importancia. Lo único que importaba en todo aquel lío era Olivia.


—¿Pau? —Pedro dio unos golpecitos en la puerta—. ¿Seguro que estás bien?


—Sí.


—Entonces ¿por qué tardas tanto?


—Estaba... eh... pensando.


—Bueno, ¿y no podrías pensar aquí fuera? Tenemos que hablar.


—Sí, es cierto —respondió Paula. Inspiró profundamente, dejó escapar en aire y abrió la puerta del baño. Se encontró frente a la pechera de la camisa de Pedro. Él estaba en el umbral, invadiendo su espacio vital.


—Tengo que preguntarte algo —dijo él sin rodeos.


Ella lo miró asombrada.


—¿Qué?


—¿Hay alguien más?


Paula sintió una intensa alegría. Aleluya. Él todavía la deseaba.


—No. Nadie.


Con un sonoro suspiro, Pedro la abrazó.


—Disculpa la barba —murmuró.


Luego la besó.


Aunque Paula estaba rebosante de alegría al saber que él todavía tenía interés por ella, al principio la barba la distrajo. Besarlo era como besar a un animal disecado. Pero entonces... entonces él la persuadió para que abriera la boca. Ella olvidó la barba mientras redescubría por qué el hecho de besar a Pedro había sido una de las emociones más grandes que había experimentado en la vida. Podía transmitir más sensualidad en un beso que cualquier hombre en una hora de sexo. Se acurrucó contra él, intentando pegarse aún más a su cuerpo.


Pedro cambió el ángulo de su boca y tiró del cinturón del albornoz mientras murmuraba algo que sonaba como «no puedo resistirme».


Bueno, ella tampoco podía. Comenzó a desabotonarle la camisa. Pero... en aquel momento se dio cuenta de que aquello no era lo que había planeado.


—Te necesito —murmuró él empujándola hacia la cama mientras continuaba besándola hasta hacerle perder el sentido.


—Espera —dijo ella, jadeando.


—No puedo —él le abrió el albornoz y tomó uno de sus pechos en la mano con un suave gruñido.


Pedro...


Paula quería decirle que ya no estaba tomando la píldora, pero él continuó besándola. Sintió que la parte trasera de sus rodillas tocaba el borde de la cama. Paula sobre contra la colcha y él, encima de ella.


Jadeando, Paula lo intentó de nuevo.


—No...


Él la silenció una vez más. Oh, Dios. Cuántas veces había fantaseado con aquello. Lo abrazó con fuerza, se arqueó para recibir sus caricias y gimió.


—Dios, te necesito —gruñó él.


—Yo también... —pero un bebé sin planear era más que suficiente. Paula se obligó a pronunciar las palabras—. Pero ya no estoy tomando la píldora. No podemos...


—Sí podemos —dijo él, y recorrió el cuello de Paula con los labios, hasta su boca.


Al principio, ella creyó que se refería a que no le importaría que ella quedara embarazada.


—¿Podemos?


—Sí —respondió él, y le cubrió la cara con un millón de besos—. Podemos. Quiero estar dentro de ti, Pau.


¿Le estaba diciendo que había cambiado de opinión en cuanto a los hijos? Su corazón se llenó de gozo al pensarlo.


—¿Por qué podemos?


—Le pedí al servicio de habitaciones que dejara preservativos en la habitación. No te preocupes —él le besó las mejillas, los párpados, la nariz—. No te dejaré embarazada.


Ella se quedó inmóvil.


—¿Y eso sería tan terrible?


Él se detuvo y la miró a los ojos. Aunque con un gran esfuerzo, controló su deseo y respiró profundamente.


—No quiero empezar con una pelea, Pau.


—Yo tampoco, pero necesito saberlo. ¿Sería tan terrible que me dejaras embarazada?


—¿Quieres decir en éste momento? Sí. Tenemos mucho de lo que hablar, y ésa es una de las cosas que tenemos que tratar, pero no querría hacer un movimiento como ése sin tener en cuenta todo lo demás. Estoy dispuesto a pensarlo. Mucho más dispuesto que cuando me marché. Quizá... No estoy diciendo que vaya a ocurrir, aunque quizá algún día... Pero no ahora.


La esperanza que Paula había sentido se desvaneció. Aquel hombre era imposible. Ella había querido encontrar una forma de darle la noticia con suavidad, pero de repente, ya no quería ser suave con ese nombre tan increíblemente sexy y tan frustrantemente obstinado. Quería darle un golpe entre las cejas.


—Es demasiado tarde para hablar de ello, Pedro —dijo—. Hace ocho meses tuve una hija.




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