domingo, 16 de diciembre de 2018

CAPITULO 51 (CUARTA HISTORIA)





Paula se despertó en la cama de la habitación de Olivia a la mañana siguiente y lo primero que oyó fue a su hija balbuceando alegremente.


Estaba de pie en la cuna, agarrada a la barandilla con una mano, e intentando alcanzar el móvil que colgaba sobre su cabeza con la otra. Paula se colocó la almohada bajo la cabeza para poder mirar a la niña. A su hija.


Poco a poco, fue tomando conciencia de los sucesos de los dos últimos días. La escena de la llegada al Rocking D estaba en nebulosa. 


Recordaba que había abrazado a sus padres y había llorado, y recordaba las interminables preguntas de todo el mundo. Después, habían llegado los ayudantes del comisario. Y finalmente, alguien la había metido en su habitación con Olivia y las habían acostado como si las dos fueran niñas. Paula sospechaba que había sido Maria.


Respiró profundamente al pensar que por fin todo había terminado. En aquel momento, debía averiguar si tenía un futuro con Pedro Alfonso.


Se levantó de la cama y saludó a Olivia.


—Hola, cariño.


—¡Pa, pa! —respondió la niña, sonriendo.


—Sí, eso es lo que tenemos que averiguar tú y yo. Dónde está tu papá.


Escuchó los ruidos de la casa, pero todo estaba en silencio, aunque olía a café. Miró el reloj y se sorprendió de lo temprano que era. Sólo había dormido unas horas. Quizá Maria hubiera dejado programada la cafetera para que se pusiera en marcha automáticamente.


Se vistió, arregló a Olivia y salió a la cocina con ella.


La última persona que esperaba encontrarse allí era su padre. Pero allí estaba, pasando las páginas de una revista sobre ranchos que debía de haber encontrado en el salón.


Estaba sin afeitar y tenía los pantalones y la camisa arrugados. Paula no lo había visto así en su vida. Se le encogió el corazón. Parecía... viejo. Recordó lo que le había dicho Esteban Pruitt. «Pagará lo que sea, porque tú eres lo más importante para él».


Se detuvo en la puerta.


—Hola, papá.


Él levantó la vista rápidamente.


—Paula.


Entonces ocurrió lo más sorprendente del mundo. Su padre tenía lágrimas en los ojos. Ella tuvo que parpadear para no echarse a llorar.


—Supongo que... os lo he hecho pasar mal, ¿no?


—Sí —respondió su padre con voz ronca. Después carraspeó y miró a Olivia—. Se parece a ti.


—Papá, yo...


Él alzó la mano.


—Antes de que digas nada, yo tengo que decirte algo. He estado hablando con el padre de la niña hace un rato, y...


—¿Pedro? ¿No está durmiendo en el despacho de Sebastian?


—No. Es tu madre la que está durmiendo allí. Yo he dormido en el sofá. Creo que Alfonso ha dormido en el establo. Cuando me desperté, fui a dar un paseo y llegué hasta allí. Lo encontré dando de comer a los caballos.


—Ah —Paula miró por la ventana de la cocina hacia el establo, pero no vio a Pedro.


—Como te estaba diciendo, Alfonso y yo hemos tenido una conversación. Él me ha ayudado a entender lo mucho que tú necesitabas tener libertad, y lo poco que yo te lo he permitido a lo largo de los años. Hablando con él, me he dado cuenta de que me negaba a admitir que eres una mujer adulta que sabe cuidar de sí misma.


—¡No lo he hecho muy bien, precisamente!


—Sí. Tienes una hija preciosa y has encontrado a un buen hombre que te quiere. Eso es un buen trabajo, Paula.


Ella se quedó boquiabierta. Había esperado toda su vida a oír aquellas palabras, y se había quedado muda.


—Gracias —dijo.


—De nada.


Paula tragó saliva.


—¿Te ha dicho Pedro que me quiere?


—Sí, me lo ha dicho. Pero también he entendido que piensa que no es lo suficientemente bueno para ti. Desde mi punto de vista —añadió Ramiro, mirando a su hija con cariño—, probablemente es cierto, porque no hay ningún hombre lo suficientemente bueno para ti. Pero de todos ellos, posiblemente éste sea el mejor. Y estoy seguro de que tú sabrás convencerle de ello.


Paula pensó que no iba a tener mejor oportunidad que aquélla, antes de que la casa se despertara de nuevo. Se acercó a su padre y le tendió a Olivia.


—¿Puedes sostenerla durante un rato?


—¿Yo? No sé si debería...


Paula sonrió.


—Sé a ciencia cierta que has tenido en brazos a otra niña pequeña más veces.


—Eso fue hace mucho tiempo.


Paula le puso a Olivia en el regazo.


—Bueno, hay cosas que nunca cambian —dijo ella. Y entonces, cuando vio a su padre allí, abrazando a Olivia, se le escaparon las lágrimas—. Oh, papá —se inclinó hacia él y le dio un abrazo que abarcó también a su hija—. Os quiero a los dos.


—Yo también te quiero, Paula, hija.


Cuando ella se retiró, Ramiro parpadeó y carraspeó varias veces.


Ella se enjugó las lágrimas y se encaminó hacia la puerta. Tomó el abrigo de Sebastian y se lo puso.


—Voy al establo —dijo.


—¿Y me dejas a la niña? —preguntó él, a la vez asustado y entusiasmado.


—Esta vez no —respondió Paula. Tomó a Olivia en brazos y la metió dentro del enorme abrigo—. Pero pronto. Esta vez la necesito. Es mi moneda de cambio para la negociación.



No hay comentarios:

Publicar un comentario