domingo, 9 de diciembre de 2018

CAPITULO 28 (CUARTA HISTORIA)





Afortunadamente para Pedro, cuando salió del baño no había nadie en el pasillo. Fue hacia el despacho de Sebastian, donde había pasado una noche espantosa pensando en Pau y preocupándose por Olivia. Después de respirar profundamente unas cuantas veces para controlar sus hormonas, se puso las botas, tomó la chaqueta y el sombrero y salió.


El salón estaba vacío, pero oía a Maria, a Sebastian y a Olivia en la cocina. Silbó para llamar a Fleafarm y a Sadie y las dos perras acudieron a su llamada.


—Voy a sacar a las perras a dar una vuelta —dijo en voz alta y sin esperar respuesta, salió por la puerta principal. Necesitaba estar un rato a solas antes de ver de nuevo al bebé. Y a Paula.


Atravesó el porche y bajó los escalones, mientras las perras jugaban ante él como un par de cachorrillas. Se detuvo en el camino y se llenó los pulmones con el aire fresco de la montaña. Nada podía comparársele al aire perfumado de pino de Colorado.


Demonios, había echado de menos aquel lugar.


Y cómo lo adoraba en octubre, con el cielo color cobalto y las montañas teñidas de oro por los árboles en otoño. Mientras había estado viviendo entre los refugiados, no había echado de menos su lujoso piso de Denver, ni su exitosa agencia inmobiliaria, ni tratar con los clientes. 


Había echado de menos el Rocking D. Y aunque no quería convertirse en ranchero, quería poseer una tierra como aquella, quizá no tan grande, pero lo suficientemente espaciosa como para tener un establo, algunos caballos y un perro.


Esperaba que a Paula también le gustara la idea, porque se la imaginaba con él. Su sugerencia de abrir un rancho para huérfanos lo atraía, pero no sabía si ella tendría interés en formar parte de algo así. Y también estaba el asunto de la niña.


Mientras seguía caminando hacia las colinas que había frente al rancho, sintió la brisa en el rostro. Las perras se pararon a olisquear el aire en el mismo momento en que Pedro detectó un movimiento más adelante, más arriba en la ladera de la montaña. Las perras ladraron y echaron a correr en aquella dirección. Al principio, Pedro pensó que podía ser un ciervo, pero luego el sol hizo brillar algo metálico.


—¡Fleafarm! ¡Sadie! ¡Venid aquí! —las llamó con el estómago encogido—. ¡Venid aquí! —repitió, y afortunadamente, las perras se dieron la vuelta y volvieron a su lado, aunque de mala gana—. ¡Buenas chicas! —les hizo unas caricias entusiastas en el lomo mientras seguía mirando el punto donde había detectado el movimiento.


En aquel momento, todo se había quedado inmóvil. Aunque había tenido una premonición, no sabía quién podía estar allí arriba. Podía ser un cazador que había traspasado los límites del Rocking D, o un observador de pájaros cuyos prismáticos habían brillado al sol. O podía ser el acosador de Paula. Él debía poner a salvo a las perras y después alertar a Sebastian. Si volvían allí con un par de caballos, podrían echar un vistazo por la zona.


Volvió a la casa, mirando de cuando en cuando hacia atrás para ver si notaba algo más en la ladera de la colina. Nada. Si no hubiera sido por la reacción de las perras cuando habían percibido el olor extraño, él se estaría preguntando si no se lo habría imaginado todo.


Entonces, oyó el ruido del motor de un coche que se acercaba por el camino y antes de llegar a la carretera de la casa, Augusto apareció en su todo terreno negro.


Bajó del coche y se acercó sonriendo a Pedro.


—¿Has salido a dar un paseo matutino, vaquero? ¿Se te ha olvidado montar a caballo o qué? —su sonrisa se desvaneció al ver a Pedro de cerca—. ¿Hay algún problema? ¿Le ocurre algo a Olivia?


—La niña está bien, pero yo tengo que llevar a las perras a casa y avisar a Sebastian. Creo que he visto a ese tipo en aquella colina. Si subimos a caballo, es posible que tengamos suerte.


—¿Sabe él que lo has visto?


—No lo sé con certeza. Quizá. Pero debemos intentarlo.


—Por supuesto. Tú avisa a Sebastian y yo ensillaré los caballos —dijo. Subió a su todoterreno y enfiló hacia el establo.




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