jueves, 6 de diciembre de 2018

CAPITULO 19 (CUARTA HISTORIA)





En cuanto Pedro cerró la puerta del baño, Paula se levantó y comenzó a rebuscar la ropa menos atractiva que tuviera. Cuando oyó el ruido de la ducha, intentó no pensar en lo que podía estar ocurriendo detrás de la cortina, aunque creía que Pedro no cumpliría su palabra, en realidad.


De todos modos, ella iba a intentar hacer todo lo posible por acabar con la tensión sexual que había entre los dos. Se vestiría con algo que no la hiciera parecer sexy, ni tampoco sentirse sexy.


Mientras sacaba un mono y una camiseta descolorida de la mochila, oyó un ligero ruido junto a la puerta de la habitación. Se volvió hacia allí y vio que había una nota en la alfombra. 


Pensando que era la factura del hotel, la recogió. El mensaje estaba escrito a máquina y era muy breve: No creas que tu novio puede protegerte.


A Paula se le escapó un grito agudo y se le cayó el papel de las manos al tiempo que se apartaba de la puerta.


En un instante, la puerta del baño se abrió y Pedro salió, empapado, con una toalla en la cintura.


—¿Qué ha ocurrido?


Temblando, ella le señaló el papel que acababa de leer. Él lo recogió, lo leyó y soltó una imprecación. Tiró la nota al suelo de nuevo, se quitó la toalla, tomó los pantalones de una silla y se los puso.


—¿Adonde te crees que vas? —gritó Paula mientras Pedro se dirigía a la puerta.


—Ciérrate con llave cuando salga —dijo él—, y no abras hasta que sepas que soy yo.


—¡No! ¡No puedes...!


—No voy a discutir esto contigo —respondió él, y salió—. ¡Ahora cierra con llave!


Paula tenía dos opciones: o hacer lo que decía Pedro, o correr tras él en camisón. No le seducía la idea de que la secuestraran en camisón, así que cerró la puerta y se puso rápidamente la camiseta y el mono, con el estómago encogido de miedo por Pedro


Estúpido. Estúpido impetuoso e irresponsable. 


Paula se estaba calzando cuando llamaron a la puerta, y oyó la voz de Pedro.


Ella abrió rápidamente. Parecía que él estaba de una pieza. Suspiró de alivio.


Pedro entró respirando agitadamente, con el pelo húmedo y los pantalones manchados de gotas de agua. Él mismo cerró la puerta con la cadena y se dobló hacia abajo, apoyando las manos en las rodillas para recuperar el aliento.


—No lo he encontrado —dijo por fin, mirándola, con el pelo sobre los ojos.


—¡Ni siquiera deberías haberlo intentado! ¿Qué creías que ibas a conseguir con salir corriendo vestido así?


—El elemento sorpresa. Aunque no lo haya encontrado, él me ha visto. Y eso es una buena cosa.


—¿Y cómo lo sabes?


Él se irguió y se apartó el pelo de la cara con la mano.


—Me conozco esto, Pau. Es un matón y no hay nada que le guste más que tener a una persona asustada. Lo he estado pensando. Sebastian preguntó si el tipo es un inepto, teniendo en cuenta que lleva seis meses persiguiéndote y no te ha atrapado.


Aquello irritó a Paula. Se puso en jarras y lo miró fijamente.


—¿Y no se le ha ocurrido a Sebastian que es posible que yo sea más lista que ese tipo y por eso no ha podido atraparme?


Él sonrió ligeramente.


—Oh, estoy seguro de que eso también ha influido. Es probable que tus disfraces se lo hayan puesto más difícil, y tú le has demostrado, con tus acciones, que eres inteligente. Él entiende que cuando intente el secuestro, tiene que hacerlo muy bien o te escaparás. Pero creo que hay algo más.


Ella estaba muy orgullosa de sus esfuerzos, y no le gustaron los comentarios de Pedro.


—¿Como qué?


—Si es el matón que creo que es, está disfrutando con el hecho de asustarte. Está disfrutando tanto que no quiere terminar el trabajo demasiado pronto. Así acabaría también con su diversión.


La indignación de Paula se desvaneció y sintió un escalofrío.


—Eso es de enfermo.


—Sí, bueno, hay mucha gente enferma por ahí. Y algunas veces, parece que son completamente normales.


Ella lo miró, y supo al instante que Pedro estaba hablando sobre su padre. Él entendía bien a los matones, porque había crecido con uno.


—Será mejor que nos pongamos en camino —dijo—. Cuanto antes lleguemos al Rocking D, mejor. Ese tipo lo tendrá mucho más difícil cuando todos nosotros estemos protegiéndote. Y quizá, cuando se dé cuenta de que eres mucho menos accesible en el rancho, su frustración haga que cometa un error.


—¿Tú crees?


—Bueno, me lo imagino —dijo, y sonrió—. Yo también sé un poco de frustración —entonces la miró de pies a cabeza y comenzó a reírse—. ¿Es éste el disfraz para hoy?


—No es tan gracioso.


—No, no es gracioso en absoluto. Qué ropa más bonita llevas. ¿Lo has hecho por mí?


—Ayer dijiste que mi disfraz era sexy, así que...


—Pau, te agradezco el esfuerzo. De veras. Pero ahora me doy cuenta de que le concedí demasiado mérito a tu ropa de ayer. No era el vestido ajustado lo que me excitaba, sino el cuerpo que había dentro. Y el hecho de que te pongas un mono enorme y una camiseta vieja sólo consigue que me entren ganas de quitártelos para verte mejor. No puedes ganar en esto.


—Entonces ¿qué se supone que tengo que hacer?


—Lo que quieras, cariño. El tipo ya sabe cuál es nuestra habitación, y nos va a ver salir. Yo diría que un disfraz no te va a servir de mucho hoy. ¿No tienes ropa normal en la mochila?


—Sí, unos vaqueros y un jersey —el jersey que Pedro le había regalado por Navidad.


—Pues póntelo —dijo él con suavidad—. Y arréglate lo antes posible. Llamaré a Sebastian y le diré que nos esperen hoy por la noche.


A ella le dio un vuelco el estómago.


—¿Seguro?


—Podemos llegar hoy mismo si comemos por el camino.


—Está bien —respondió Paula.



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