jueves, 6 de diciembre de 2018
CAPITULO 18 (CUARTA HISTORIA)
Pau intentó recordar todas las razones por las que no debía acostarse con Pedro mientras lo veía quitarse la camisa. No cabía duda: diecisiete meses de trabajo físico lo habían convertido en un dios del amor. Posiblemente él no se daba cuenta, pero había pasado de tener un cuerpo bonito a tener uno magnífico. Incluso su pelo, más largo de lo que nunca lo hubiera tenido, añadía atractivo a su imagen. Paula tuvo que hacer un esfuerzo por apartar los ojos de él.
Él la desafió con la mirada y le habló en un tono peligrosamente suave.
—¿Vas a desvestirte para meterte a la cama o estás esperando a que te ayude?
A ella se le aceleró el pulso.
—Yo... —se interrumpió y carraspeó—. Me voy a desvestir al baño.
—Como quieras —respondió Pedro mientras se sentaba en la cama para quitarse una bota.
Paula se encerró en el baño y rebuscó en su mochila la camiseta que usaba como camisón.
Se desnudó, se la puso y después se quitó el maquillaje y se lavó los dientes. Cuando terminó, abrió la puerta lentamente y asomó la cabeza.
Con cierta decepción, se dio cuenta de que Pedro no estaba allí. Parecía que no iba a usar ninguna táctica de cavernícola para convencerla.
Apagó la luz del baño y entró en la habitación.
Entonces se dio cuenta de que él ya se había metido en la cama más cercana a la puerta, y estaba tumbado con las manos detrás de la nuca, mirando al techo. Había dejado encendida la lámpara de la mesilla de noche que había entre las dos camas, y sólo se había tapado hasta la cintura. Tenía el pecho desnudo.
Ella se preguntó si se daría cuenta de lo guapo que era. Posiblemente no. Nunca había sido consciente de su atractivo sexual. Y demonios, ella quería saber si estaba desnudo bajo las sábanas. Nunca lo había visto acostarse con una prenda de ropa.
Apartó la mirada de aquella seductora visión y se acercó a su cama.
—Tienes razón, ¿sabes? —dijo él.
—¿En qué? —Paula se acostó y se tapó hasta la barbilla.
—En no querer acostarte conmigo.
Su tono de voz le atravesó el corazón.
—No sé si tengo razón —replicó ella—. Lo único que sé es lo que tengo que hacer por la niña. No puedo permitirme el lujo de tener una relación con alguien que no esté dispuesto a quererla tanto como yo.
Él siguió mirando al techo.
—Sabía que serías una madre excelente, y que estarías dispuesta a hacer cualquier sacrificio por tus hijos. Eso está bien. Tú estabas destinada a tener hijos, Pau. Es una pena que hayas tenido la primera conmigo.
—Como ya te he dicho, no lo lamento —replicó ella. Alargó el brazo para apagar la luz, pero se detuvo. Había algo que la había tenido inquieta desde la noche anterior y en aquel momento, quiso saberlo—. Pedro, ¿por qué fuiste a ver a mis padres?
Él suspiró.
—Porque soy débil. Aunque no sea hombre para ti, sigo pensando que debe de haber una manera de que esto funcione, porque te deseo demasiado como para rendirme.
«Es decir, si eres capaz de superar tus miedos», pensó ella, pero no dijo nada. Los dos estaban cansados y ésa no era la mejor ocasión de sacar ese tema de conversación.
—Llamé a tu apartamento antes de tomar el avión en Londres para decirte que volvía a casa —continuó él—. Cuando descubrí que la línea estaba fuera de servicio, decidí que tenía que encontrarte como fuera. Y empecé por tus padres.
El hecho de saber que había ido a buscarla la animó considerablemente. Quizá no todo estuviera perdido.
—¿Y accedieron a verte sólo porque preguntaras por mí? No parece propio de ellos.
—Accedieron a verme porque les dije que quería hablar con ellos sobre una fundación de ayuda a los huérfanos de los campos de refugiados. No te mencioné hasta más tarde.
Ella se apoyó en un codo y lo miró.
—¿Qué fundación?
—Ese era mi objetivo principal al ir a aquel país. Quería averiguar si podía establecer un programa para cuidar a los niños y encontrarles un hogar, o allí o aquí.
—No tenía ni idea.
Él se entusiasmó.
—Será estupendo. Tengo a gente muy buena que lo administrará allí, y he usado mi propio dinero para poner las cosas en marcha, pero será un gran proyecto. Es evidente que necesito más fondos, sí, pero creo que puedo conseguir que...
—No doy crédito —dijo Paula. La injusticia de lo que le estaba contando hizo que se incorporara de un salto y se sentara al borde de la cama—. Recuerdo vagamente que mencionaste la idea de adoptar a un huérfano en el futuro, pero no tenía ni idea de que hubieras montado toda una organización.
—Todavía lo estoy haciendo. Es muy necesaria y una vez que resolvamos la situación con ese tipo que quiere secuestrarte, le dedicaré toda mi atención.
—¿De veras? —Paula cada vez estaba más furiosa—. No es que no crea que es una idea maravillosa, Pedro. Lo es. Estoy segura de que serás un héroe. Pero ¿cómo puedes lanzarte con tanto entusiasmo a salvar a niños a los que ni siquiera conoces cuando no quieres ni siquiera pensar en ser el padre de tu propia hija?
—No lo entiendes, ¿verdad? Estoy ayudando a esos niños porque es lo que puedo hacer. Los entiendo y por eso, no espero mucho de ellos. Yo no puedo establecer una relación con una niña que no ha conocido más que el cariño, porque posiblemente esperaría que fuera perfecta, y no le impondría límites. No sabría ser severo y la estropearía.
Ella lo miró con frustración.
—Cuando te aferras a una idea, no hay forma de sacártela de la cabeza, ¿verdad?
Él le pasó la mirada por el cuerpo.
—Eso creo. Y tápate.
Ella entendió lo que quería decir y se metió bajo las sábanas.
—De todas formas, estoy demasiado enfadada como para hacer el amor —dijo Paula.
—Pues hay una diferencia entre nosotros —dijo él, y apagó la luz—. Que duermas bien.
—Igualmente —farfulló ella, y con un gruñido, le dio la espalda.
Aquella noche no iba a conseguir dormir.
Pedro no tenía la esperanza de conciliar el sueño, teniendo en cuenta que el más mínimo sonido de las sábanas de la otra cama hacía que apretara la mandíbula ante una nueva oleada de deseo. Cuando cerraba los ojos, veía a Pau sentada al borde de la cama, hirviendo de indignación al enterarse de cuáles eran sus planes para los huérfanos. Él había creído que se sentiría orgullosa. No se había imaginado cómo lo vería desde su perspectiva, y probablemente, tenía justificación para estar enfadada.
De hecho, tenía muchos motivos para estar enfadada. Él no iba a darle lo que necesitaba y se merecía, y aún así quería... lo quería todo de ella.
Era posible que Paula no lo recordara, pero algunas de las veces que mejor habían estado en la cama habían seguido a una discusión. A él le encantaba presenciar la transformación que se producía cuando sus relaciones sexuales barrían la ira de Paula y sólo dejaban lugar para la pasión.
Al recordarlo, se dio cuenta de que le dolía el cuerpo de deseo. Si había pensado que iba a conseguir dormir algo en aquella habitación de hotel, posiblemente había tirado el dinero.
Pero finalmente, el agotamiento debió de vencerlo, porque antes de que se diera cuenta, la luz se estaba filtrando por las cortinas. En algún lugar del pasillo se oía una aspiradora.
Tenían que ponerse de nuevo en camino.
Debería levantarse por el lado de la cama opuesto a Paula y meterse directamente en el baño para darse una ducha, pero en vez de eso, volvió la cabeza para mirarla, lo cual fue un completo error.
Paula estaba dormida, pero debía de haberle costado mucho conseguirlo, porque estaba completamente enredada en las sábanas. Una de sus suaves piernas quedaba al descubierto hasta la línea de las braguitas. Irresistible.
Pedro se apoyó sobre un codo y estudió la pierna desnuda durante demasiado tiempo.
Mientras reunía la fuerza de voluntad suficiente como para dejar de observarla e irse a la ducha, Paula abrió los ojos. La beligerancia de la noche anterior había desaparecido de su mirada y en su lugar, había la suave aceptación de una mujer que quería ser amada. Él contuvo el aliento, sin saber qué hacer. Las pupilas de Paula se dilataron y separó los labios.
Con el corazón acelerado, Pedro sostuvo su mirada hasta que comenzó a salir de la cama.
Pero incluso antes de que hubiera posado los pies en el suelo, vio un cambio en sus ojos al mismo tiempo que ella tomaba conciencia de dónde estaba. La bienvenida se desvaneció y fue reemplazada por una grave determinación.
—No —susurró.
Él gruñó y se dejó caer sobre la cama de nuevo.
—Era un sí cuando te has despertado, y no intentes negármelo.
—No puedo controlar mis sueños.
—¿Estabas soñando conmigo?
Ella no respondió, pero Pedro supo por su expresión, que sí había estado soñando con él.
Y había tenido sueños más que cálidos. Él conocía aquellas fantasías, porque lo habían acompañado durante diecisiete meses.
Pedro sabía que quizá pudiera forzar la cuestión y seducirla, pero aquél no era su estilo. Paula le había dicho que retrocediera y eso era lo que pensaba hacer, a menos que ella cambiara de opinión.
—Me voy a duchar.
—De acuerdo.
Quizá su ego herido le provocara alucinaciones, pero Pedro podría jurar que ella tenía un tono de decepción. Quizá habría preferido que él no hiciera caso de sus objeciones. Después de todo, ella nunca le había dicho que no antes, así que ¿cómo demonios iba a saber si se lo estaba diciendo de veras?
¡Demonios!, Paula había conseguido que se estrujara el cerebro. Y si estaba jugando a algún jueguecito, él estaba dispuesto a subir las apuestas. Quería que ella también se rompiera la cabeza.
—Y te agradecería que me concedieras privacidad mientras estoy en la ducha —dijo.
—No tienes por qué preocuparte por eso —respondió Paula, enfurruñada.
Pedro se dio cuenta de que ella no había comprendido el mensaje implícito en sus palabras, así que tendría que insinuárselo con menos sutileza.
—Lo que ocurre es que un hombre no puede aguantar mucho y tiene que encontrar alivio de algún modo. No quiero que entres y te sientas azorada por lo que esté ocurriendo.
Ella se sonrojó. Era obvio que ya lo había entendido.
—Por nada del mundo quisiera molestarte.
—Bien.
Él no tenía ninguna intención de llevar a cabo lo que le había dicho a Paula, pero quería que ella pensara que sí lo estaba haciendo. Por el calor que desprendía su mirada, Pedro supo que la idea la alteraba.
Más tarde, seguramente se avergonzaría de haberla torturado de aquella manera, pero en ese momento no podía remediarlo. La deseaba tanto que casi no podía andar.
Se puso de pie, entró en el baño y cerró la puerta. Aquello era un infierno. Nunca se había imaginado lo que podía llegar a ser tenerla cerca... y fuera de su alcance.
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