miércoles, 5 de diciembre de 2018

CAPITULO 15 (CUARTA HISTORIA)




Esteban estuvo a punto de no darse cuenta de que Paula salía del hotel. Sabía que usaría alguna de sus estúpidas pelucas. En aquella ocasión, era rubia. Le producía un gran entusiasmo saber que la chica se estaba tomando tantas molestias para engañarlo, sobre todo porque sabía que al final, iba a perder. El hecho de estar jugando con ella le hacía excitarse de una forma casi sexual. Cuando la atrapara y consiguiera el dinero de Chaves, el desafío habría terminado. Quizá fuera tan rico como para que ya no le importaran más los desafíos, pero no estaba seguro de aquello.


El novio de la chica podría representar algún obstáculo, pero la perspectiva de tener un nuevo jugador en la partida hacía que la sangre corriera por sus venas con renovado ímpetu. El novio era, evidentemente, más listo de lo que Esteban había pensado al principio.


Esteban había estado esperando a que apareciera un tipo desaliñado con barba. Se había dado cuenta de que un hombre alto y bien afeitado había salido a recoger un coche de alquiler, pero no había establecido la conexión porque tenía un aspecto desenvuelto y suave. El traje y el sombrero que llevaba eran del estilo del oeste, pero su apariencia era mucho más elegante que la de ningún otro vaquero que hubiera visto Esteban. Incluso su pelo, un poco largo, resultaba moderno. Él no se había dado cuenta de que era el novio de Paula hasta que ella había salido tras él y había subido apresuradamente al coche.


Durante los seis meses anteriores, Esteban se había convertido en un excelente ladrón de coches. Su intuición le permitía adivinar qué coche no tenía cerrada la puerta del pasajero. 


En aquel momento, encontró uno. Ninguno de los viandantes que caminaba por la abarrotada calle se dio cuenta de que entraba en un coche gris y con calma, ponía el cañón de una pistola de juguete en las costillas del conductor.


Cuando le hubo explicado al hombre que lo único que quería era que siguiera al coche blanco de alquiler, el tipo, tembloroso y jadeante, obedeció, tal y como había hecho todo el mundo hasta aquel momento. En cuanto estuvieron en carretera, él soltó el discurso habitual, que estaba llevando a cabo una operación secreta, y le enseñó al conductor el arma de juguete. Su identificación de prensa alterada parecía lo suficientemente oficial como para que la mayoría de la gente lo creyera. En ninguno de sus robos de coches había tenido que sacarse el revólver verdadero de la bota.


Siempre conseguía que los conductores se sintieran cómplices de algo importante, de un alto secreto relacionado con la seguridad nacional. Cuando Paula y su novio se detuvieron en una gasolinera, él dejó que el conductor volviera a su casa y localizó otro chófer. El método funcionó perfectamente, como lo había hecho durante seis meses. Hasta el momento, nadie había resultado herido, y él estaba orgulloso de ello.



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