domingo, 11 de noviembre de 2018

CAPITULO 4 (TERCERA HISTORIA)




Los seis reservados del café estaban ocupados, pero Pedro confiaba en que más tarde, la gente regresara a las habitaciones y el lugar quedara vacío para que él pudiera pasar allí la noche.


Se había olvidado de que los asientos eran de plástico duro. Pero habría hecho lo mismo de haberlo sabido. Aunque los asientos fueran de alambre de espino. Una mujer con un niño necesita una habitación más que él. «Una bella mujer». Trató de no pensar en ello. No estaba buscando a una bella mujer.


Se sentó en un taburete junto a la barra y le pidió un café a la única camarera que había en el local. La etiqueta que llevaba en la blusa indicaba que se llamaba Lucia, y estaba embarazada. También parecía agotada.


—¿Vives por aquí, Lucia? —le preguntó mientras ella servía el café.


—No demasiado lejos. ¿Por qué?


Pedro miró por la ventana antes de contestar.


—Tal y como se están poniendo las cosas, deberías regresar a casa ahora que todavía es posible.


—Es un detalle que se preocupe por mí. Me iré dentro de una hora, cuando termine con toda esta gente. La pareja que lleva el local dice que podrán ocuparse de todo. Como todas las habitaciones están alquiladas, ya no hace falta que el señor Sloan se quede en recepción, así que vendrá a ayudar a la señora Sloan para que yo pueda marcharme.


—Muy bien. ¿Tienes un cuatro por cuatro?


—Sí. Mi novio vendrá a recogerme en el Jeep —se miró el vientre con timidez—. Últimamente está un poco protector hacia mí.


—Normal —dijo Pedro.


La camarera se sonrojó.


—Espero que sea niño, aunque a Gary no le importa lo que sea, mientras el bebé esté bien. Yo... —hizo una pausa cuando alguien la llamó desde un reservado—. Disculpe. Me necesitan en la mesa número dos —se dirigió hacia allí.


Pedro sintió ganas de decirle que él atendería a las mesas para que ella pudiera poner los pies en alto y descansar. Se preguntaba si Jesica habría trabajado tan duramente mientras estaba embarazada de Olivia. Debería haberle dicho que estaba embarazada desde un principio. La idea de que hubiera pasado sola todo el embarazo y el parto hacía que se sintiera culpable.


Bebió un sorbo de café y del bolsillo de su chaqueta, sacó la nota que le había enviado Jesica. La había leído cientos de veces, pero necesitaba hacerlo otra vez para convencerse de que lo que le había sucedido no era un sueño.



Querido Pedro:
Cuento contigo para que seas el padrino de Olivia hasta que yo pueda regresar a por ella. Tu fuerza interior es lo que ella necesita en estos momentos. La he dejado con Sebastian en el Rocking D. Créeme, no lo habría hecho si no estuviera en una situación desesperada.
Te lo agradeceré siempre,
Jesica



La carta databa de más de dos meses atrás. Jesica había puesto el código postal equivocado y eso había provocado que se retrasara la entrega. Para cuando llegó a Las Cruces, él estaba en la carretera buscando trabajo como herrero de caballos.


Con la carta en la mano, Pedro se frotó la barbilla y contempló la nieve por la ventana. La nieve era lo que había hecho que estuviera en ese aprieto. Hacía ya más de dos años, él y sus tres mejores amigos, Sebastian Daniels, Augusto Evans y Nicolas Grady, habían hecho un viaje de esquí a Aspen. Todos estuvieron a punto de morir sepultados por una avalancha de nieve.


Jesica Franklin era la recepcionista de los apartamentos donde se alojaban y afortunadamente, aquel día se había ofrecido a acompañarlos durante la jornada de esquí. De otro modo, Nicolas no estaría con vida. Ella descubrió dónde había quedado sepultado y consiguió mantener la calma y dirigir a los demás para que escarbaran en la nieve para rescatarlo.


—¿Quiere más café? —preguntó Lucia al pasar junto a él.


Pedro miró la taza. Tenía una larga noche por delante y un poco de cafeína no le sentaría mal.


—Claro —dijo él con una sonrisa—. Y gracias.


—De nada.


Cuando se marchó, él continuó inmerso en su pensamiento. Si no hubiera ido a la celebración que habían hecho el año anterior por haber sobrevivido a la avalancha... Pero una vez más se había dejado llevar por sus amigos.


Además, necesitaba distraerse. Darlene acababa de anunciarle que lo dejaba con él para casarse con Chéster Littlefield.


Finalmente, Nicolas no asistió a la reunión porque le surgió un compromiso de última hora, así que sólo se reunieron Pedro, Jesica, Sebastian y Augusto. Pedro no solía beber mucho. Durante los años había visto el efecto que el alcohol causaba en su padre y no había querido seguir sus pasos.


Pero aquella noche, pensando en Darlene, se bebió todo lo que le pasaba por delante. 


Sebastian y Pedro también bebieron bastante, pero Jesica decidió no beber nada para poder llevarlos de regreso al apartamento y asegurarse de que se tomaran una aspirina antes de meterse en la cama.


Y debió de ser entonces cuando Pedro traspasó los límites y consiguió que Jesica se acostara con él. Sereno nunca se habría planteado tal cosa. Pero bebido y deprimido por culpa de Darlene, era posible que lo hubiera hecho.


Estaba convencido de que Jesica sabía que no había sido su intención. Incluso quizá la llamara Darlene a mitad de noche. Y Jesica había tenido que soportar todo sola tras descubrir que estaba embarazada, pero tiempo después le estaba pidiendo ayuda porque tenía problemas.


Pedro no se creía aquello de que quisiera que fuera el padrino. Él era el padre de la niña. 


Cuando llamó al Rocking D descubrió que tanto Sebastian como Augusto habían recibido sendas cartas pidiéndoles que también fueran los padrinos de Olivia. Pero él estaba convencido de que aquellas cartas no eran más que una cortina de humo para ocultar la verdad. Sebastian era demasiado honesto para haber hecho algo así, y Augusto tenía demasiada experiencia en el tema como para meter la pata. Además, Jesica podría haberse deshecho de ellos fácilmente, teniendo en cuenta que estaban borrachos.


Pero incluso borracho, Pedro tenía la fuerza de dos hombres. Jesica no habría podido escapar. 


Esperaba no haberle hecho daño. Pasaría el resto de su vida tratando de compensarla por haberse comportado como un cretino. Y no tomaría ni una gota de alcohol durante lo que le quedara de vida.


—¿Señor Alfonso?


Una dulce voz lo hizo regresar a la realidad. Se volvió y vio que la mujer rubia y el niño estaban a su lado. Rápidamente, dobló la carta de Jesica y la guardó en el bolsillo. Después se puso en pie.


—Lo siento —dijo la mujer—. No hace falta que se levante. No quería molestarlo.


—No pasa nada —dijo él. Su madre le había enseñado que había que levantarse ante una señorita y él no podía evitarlo—. ¿Cómo sabe mi nombre?


Paula se sonrojó.


—Miré la hoja de registro antes de que la tirara el recepcionista —le tendió la mano—. Me llamo Paula Chaves.


—Encantado de conocerte, Paula —le estrechó la mano con delicadeza.


Disfrutó del contacto, aunque más de lo que debía. También le gustaba contemplar sus ojos azules. Transmitían bondad y honestidad, pero también cautela, como si algo la asustara. 


Recordó cómo había discutido con el agente de policía para que la dejara continuar por la carretera y se preguntó si estaría huyendo de algo... o de alguien.


—Y éste es Julian —dijo ella—. Julian, dale la mano al señor Alfonso.


Julian asintió y le estrechó la mano mirándolo de arriba abajo.


—Eres más grande que un elefante.


—¡Julian! —Paula se sonrojó.


Pedro soltó una carcajada.


—No se puede negar lo evidente, hijo mío. Pero también soy igual de agraciado — miró a su alrededor—. Me temo que todas las mesas están llenas, así que si pensabais comer algo tendréis que sentaros en un taburete.


La idea de que Paula se sentara a su lado lo hizo estremecer. Entonces, recordó la nota que llevaba en el bolsillo y el motivo por el que estaba allí.


—Oh, no vamos a quedarnos —dijo ella.


Él frunció el ceño.


—Quiero decir, no vamos a quedarnos en el café —añadió—. Pediremos algo para llevar. Por supuesto que vamos a quedarnos en la habitación que nos ha cedido tan amablemente. De eso quería hablarle. Me gustaría ofrecerle algo a cambio. Invitarlo a cenar me parece poca cosa, pero es lo mínimo que puedo hacer.


—¿Y si le damos una estrella? —preguntó Julian—. Cuando me porto bien y recojo mi habitación, tú me das una estrella.


Paula se sonrojó.


—Es una buena idea, Julian, pero no creo que al señor Alfonso...


—Me llamo Pedro, y me encantaría una estrella.


No debería haber dicho tal cosa. Sin duda, le costaba mantenerse distante de ellos.


—Mmm, de acuerdo —dijo confusa, pero abrió el bolso y sacó una pegatina dorada con forma de estrella—. ¿Dónde la quieres?


—En la camisa quedará bien.


Ella lo miró un instante y le pegó la estrella en el bolsillo de la camisa. Estaba sonrojada.


—Ya está —le dijo—. Ahí tienes tu estrella.


—¡Y un beso! —dijo Julian.


Pedro sabía que debía decirle que se olvidara del beso, pero no consiguió articular palabra. 


Sólo un tonto habría rechazado un beso de alguien tan adorable como Paula, con aquella cola de caballo y las mejillas sonrosadas.


—¡Una estrella y un beso! —insistió Julian—. Siempre haces eso.


Al parecer, ella decidió que era mejor actuar rápido que montar un numerito. Se puso de puntillas y besó a Pedro en la mejilla.


Sus labios eran suaves y su aroma invadió el espacio que se cerraba entre ellos. Él se forzó para no cerrar los ojos de placer y sonrió.


—Gracias. Ahora ya me has recompensado.


—Te agradezco lo de la habitación —dijo ella con timidez.


—Todo un placer. Escucha, ¿por qué no os quedáis y coméis aquí? Llevar la comida a la habitación con éste tiempo será un incordio.


—Bob quiere quedarse —dijo Julian—. Porque tiene que ir al baño.


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