domingo, 11 de noviembre de 2018

CAPITULO 5 (TERCERA HISTORIA)




Paula lo miró.


—Estoy segura de que no tardarán mucho en preparar un par de hamburguesas y unas patatas. ¿Bob puede esperar a que lleguemos a la habitación?


Julian se puso la mano en la entrepierna y la miró.


—Yo también tengo que ir al baño —susurró—. Y rápido, Paula.


Paula. Pedro lo había oído bien. El niño no la había llamado mamá. Aquél no era su hijo. La palabra «secuestro» apareció en su cabeza, pero trató de borrarla enseguida.


Ella suspiró y miró a su alrededor hasta localizar los servicios.


—De acuerdo —miró a Pedro—. Si nos disculpas...


—¿Tengo que ir al de las señoras? —preguntó Julian con cara de súplica.


—Sí —ella lo agarró de la mano.


—La última vez una mujer se rió de mí.


—Se reía de los Cheerios, Julian, no de ti. Esta vez no tenemos que hacerlo si no quieres. Vamos.


—¿De los Cheerios? —preguntó Pedro.


—Echo unos pocos a la taza para que haga puntería.


Julian miró a Pedro con cara de preocupación, como si esperara que él también se riera.
Pedro se mordió el labio inferior para no hacerlo.


—Buena idea —dijo tratando de contener la risa.


Julian lo miró y le dedicó una amplia sonrisa.


Señaló a Pedro y dijo:
—Puedo ir con él.


Paula negó con la cabeza y tiró de su mano.


—No, me temo que no, Julian. Vamos.


—Por favor —lloriqueó Julian, y pataleó en el suelo—. Quiero ser un niño mayor.


Pedro sintió que se le encogía el corazón. Él también recordaba haber tenido que ir a los lavabos de mujeres cuando era pequeño, y como siempre había sido más alto de lo normal, sentía que las mujeres lo miraban con extrañeza y odiaba tener que pasar por aquello.


—Lo acompañaré encantado —dijo Pedro—. Sé que no me conoces, pero...


—Yo te conozco —dijo Julian—. Nos has dado tu habitación. Por favor, Paula, déjame ir con él.


Paula los miró. Parecía agotada, frustrada y asustada.


—De acuerdo —dijo al fin—, si estás dispuesto a hacerlo, te lo agradezco. Mientras vais, pediré algo de comer. ¿Quieres algo? Me encantaría invitarte a cenar.


—No, gracias. Todavía no tengo hambre.


Julian comenzó a tirar de él y Paula aprovechó para decir:
—Gracias por todo. Eres como una bendición.


—Encantado de poder ayudar —se levantó el ala del sombrero y se alejó con el pequeño.


—¿Tienes caballos? —preguntó Julian—. Porque a Bob y a mí nos encantan los caballos. Vamos a montar en Yellowstone.


—Tengo dos caballos —le dijo—. Uno lo tengo en casa de mi amigo Sebastian, en el Rocking D, y el otro en casa de mis padres, en Las Cruces.


—¿Rocking D? ¿Qué es eso?


—Un rancho.


—¿Un rancho? ¿Tienes un rancho como los de la tele? —preguntó, tan emocionado que parecía que había olvidado que tema que ir al baño.


—Bueno, no es mío...


—¿Puedo ir? ¿Puedo?


—Hablaremos de ello más tarde. Ahora será mejor que hagas lo que tienes que hacer.


—Bueno —se dirigió a un servicio.


—Puedes hacerlo aquí si quieres —dijo Pedro, y señaló un urinario—. Yo te levantaré.


Julian lo miró confuso.


—Vamos. Te enseñaré. Así es como lo hacemos los mayores —le hizo una demostración.


Julian lo observó fascinado.


—¿Estás listo? ¿Quieres probar? —le preguntó tras subirse la cremallera.


Julian asintió con energía.


Al final, Pedro decidió que sería más fácil si él se ponía en cuclillas y Julian se ponía de pie sobre sus rodillas. El pequeño se rió durante todo el proceso, como si fuera lo mejor que le había pasado aquel día.


Pedro se percató de que se lo estaba pasando en grande. Qué divertido sería llevar a aquel pequeño al Rocking D. Sebastian tenía un caballo muy dócil que sería perfecto para enseñar a montar a Julian. Pero todo era un sueño. Pedro no creía que Paula estuviera dispuesta a hacer un viaje especial al Rocking D. Parecía una mujer con un objetivo claro.


Además, no tenía sentido que Pedro soñara con llevarla allí. Sería una tentación muy grande. Ya se había pillado imaginando cómo sería el cuerpo que se ocultaba tras la chaqueta que llevaba puesta, y no podía permitirse continuar el camino con una mujer.


En cuanto Julian terminó de lavarse las manos retomó el tema de ir a visitar el rancho.


—Nunca he estado en un rancho —le dijo—. ¿Puedo ir? ¿Bob y yo?


—Imagino que tendrás sitios a los que ir y gente a la que ver —dijo Pedro.


—Bueno, vamos a ir a ver «geezers» en Yellowstone.


—¿Quieres decir geiseres?


—¡Hacen ssh! ¡Hacia el aire! —movió los brazos para ilustrarlo.


—Parece divertido —Pedro decidió recabar algo de información—. ¿Vas a encontrarte con tu mamá allí?


—No creo. Mi mamá está en el cielo con los angelitos.


Las palabras que el niño dijo con tanta normalidad le sentaron a Pedro como una patada en el estómago, pero Julian hablaba con tranquilidad. Paula no era la secuestradora que él había imaginado. Pero estaba nerviosa por algún motivo.


—¿Y tu papá?


—No —Julian avanzó hacia la puerta—. Mi papá está en San Antonio.


—¿De veras? —Pedro le sujetó la puerta para que pasara.


—Sí. Y tiene una pistola.




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