viernes, 9 de noviembre de 2018

CAPITULO 33 (SEGUNDA HISTORIA)




Nora no los decepcionó y Paula pasó dos días en la cama tratando de no volverse loca. Lo peor era escuchar cómo Nora cocinaba en su cocina, pasaba la aspiradora y quitaba el polvo. Maria le había advertido que eso le costaría aceptarlo, pero lo que más la molestaba era que Nora parecía poder con todo. Ella no era imprescindible.


Pedro le regaló un tablero de la Ouija para que se entretuviera. Ella le sugirió que preguntaran si él era el padre de la criatura, pero Pedro no aceptó la idea. Eso demostraba lo mucho que anhelaba que la pequeña Olivia fuera suya, o en definitiva, tener una familia.


Como Pedro tenía trabajo en el rancho, Nora era quién más cuidaba de Paula. El primer día le llevó un plato de sopa, pero no se detuvo a charlar. El segundo, le llevó la sopa y le preguntó si se encontraba mejor.


—Estoy muy débil —dijo Paula.


—No te preocupes por nada. Todo está preparado para los huéspedes.


—Eso es estupendo —Paula estaba deseando preguntarle si había huevos en la nevera y si había comprado flores para la habitación, pero decidió no hacerlo para no ofenderla—. Te estoy muy agradecida, Nora. Cuando se tiene un negocio, uno nunca cuenta con ponerse enferma.


—Supongo que no.


—Y aunque Pedro esté muy dispuesto a ayudar, no es muy bueno en estas cosas.


—No, ese chico no distingue las flores de las patatas fritas —dijo con una sonrisa.


—Nora, debería advertirte que la pareja que viene esta noche sólo lleva un año casada. No puedo asegurarte que no hagan...


—Me pondré tapones en las orejas —dijo ella—. Ahora descansa. Tengo que hornear el pan.


Más tarde, Paula podía oler el pan recién hecho desde su dormitorio. Se moría de hambre, así que fingió voz de enferma y llamó a Nora. Ella llegó enseguida.


—¿Ocurre algo?


—No, no pasa nada. Es sólo que ese pan huele de maravilla. Parece que ya tengo más apetito. ¿Puedes traerme una rebanada?


La madre de Pedro puso una amplia sonrisa. Paula nunca la había visto así. Aquella mujer había sufrido una transformación.


—¿Quieres que le ponga mantequilla? — Nora le preguntó con dulzura.


—Me encantaría.


—¿Y te apetece una taza de té?


—Eso sería perfecto.


—Enseguida vuelvo.


Paula cerró los ojos y susurró:
—Gracias, Maria.



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