domingo, 18 de noviembre de 2018
CAPITULO 27 (TERCERA HISTORIA)
Al día siguiente, durante el desayuno, Maria informó a Augusto y a Sebastian de que Jesica había llamado, sugirió que debían ir a Denver y que Paula y Pedro podrían quedarse a cargo de los niños y del rancho mientras estuvieran fuera.
—Quizá sea buena idea —había dicho Sebastian.
Olivia estaba metida en el parque en una esquina de la cocina y comenzó a llorar. Julian decidió ocuparse de ella y al levantarse de la mesa, tiró su vaso de leche.
—¡Uy! —dijo el pequeño.
Paula agarró un trapo para secar la mesa y dijo:
—No pasa nada.
—Ha sido un accidente —dijo Julian.
—Claro que sí —dijo Maria—. Ve a ver a Olivia, cariño. Le gusta que le cuentes cosas.
Mientras Julian le cantaba el abecedario a la pequeña, Sebastian se pasó la mano por la cara y dijo:
—Sí, quizá sea buena idea ir a Denver.
—¿A Denver? —preguntó Pedro al entrar por la puerta trasera. Era la segunda noche que dormía en el establo.
Augusto, que estaba perjudicado por la juerga de la noche anterior, le dijo:
—Al parecer, Paula y tú os vais a quedar de niñeros mientras Sebastian y Maria van a Denver para hablar con el detective privado. Ése que no es capaz de averiguar nada.
—Ah.
Paula se concentró en lo que estaba haciendo y ni lo miró. Como siempre, su presencia hizo que su cuerpo reaccionara. Se preguntaba si él estaría pensando lo mismo que ella. Para asegurarse de que los niños y ella estuvieran a salvo, Pedro tendría que dormir en la casa en lugar de en el establo.
—Supongo que me parece bien —dijo Pedro.
Paula sintió que le flaqueaban las piernas. Se quedarían solos en aquella casa durante un par de días. Bueno, con los niños. Pero los niños dormían toda la noche.
—El sistema de seguridad que instaló Jim es de los mejores —dijo Sebastian—. Así que no tienes que preocuparte por... —miró a Julian—. Ya sabes a qué me refiero —añadió.
—Que me lo digan a mí —dijo Augusto—. Anoche temía que tuviéramos que quedarnos a dormir en el porche, cuando ibas tan borracho que ni siquiera te acordabas de la clave.
—¿Ah sí? —preguntó Sebastian—. Me parece que fuiste tú el que sugirió dormir bajo las estrellas, para simbolizar tu última noche de libertad. Ibas cocido hasta las orejas, amigo.
—Yo no.
—Tú sí.
Pedro se sirvió un café y se sentó a la mesa.
—Lo único que sé es que los chicos del Buckskin nunca olvidarán la versión que hicisteis de la canción de Bonanza.
Sebastian frunció el ceño y miró a Augusto.
—¿Anoche cantamos eso?
—No —dijo Augusto—. Es lo que cuenta Pedro para molestarnos.
Pedro se rió.
—No sólo la cantasteis. También la representasteis.
—No me creo nada —dijo Sebastian.
—Pues bueno —dijo Pedro, y se encogió de hombros—. Pero no te sorprendas si alguien viene a preguntarte cómo van las cosas en la Ponderosa.
Maria se rió.
—Y yo que creía que era la que mejor cantaba de la zona. Pedro, ¿quieres desayunar? A estos dos no los veo muy interesados en la comida, pero parece que a ti podrían sentarte bien unos huevos fritos con beicon.
—A mí ni me los enseñes —dijo Augusto.
—Yo sí voy a desayunar —dijo Pedro—. Y si los vaqueros no pueden soportarlo, que se vayan de la cocina. ¿Cuál es el plan para hoy?
Maria sacó los huevos de la nevera.
—Paula y yo tenemos que ir al pueblo a comprar algunas cosas y llevarlas a Hawthorne House —dijo ella—. Si vosotros podéis, me gustaría que os quedarais con los niños hasta que regresemos.
—Perfecto —dijo Pedro—. Así podré llevar a Julian a montar.
Julian se acercó corriendo hasta donde estaba Pedro.
—¿Y a Bob también?
Pedro le alborotó el cabello.
—A Bob también.
Su forma de mirar a Julian hizo que a Paula le diera un vuelco el corazón. Maria y Guadalupe tenían razón. Estaba enamorada de Pedro Alfonso.
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