domingo, 18 de noviembre de 2018

CAPITULO 28 (TERCERA HISTORIA)




Paula y Maria llegaron a casa sobre las tres de la tarde. Nada más entrar oyeron que los chicos discutían enérgicamente. Paula se dio cuenta de que las voces provenían de la habitación de Olivia.


—¡No le has dicho que la limpie de delante a atarás, idiota! —dijo Sebastian.


—Porque estaba pendiente de que no tiraras el aceite para bebés —dijo Augusto-—. No parabas de meterte en medio, porque por supuesto nadie es mejor que tú y...


—¿Queréis callaros de una vez? —dijo Pedro con impaciencia—. ¡No me extraña que no le pille el truco! Esto parece una jaula de grillos. ¿Y dónde está el maldito pañal?


—¡Lo tengo yo! —dijo Julian—. Uy, se ha abierto la cinta. ¡Ha sido un accidente!


Maria se volvió hacia Paula y sonrió.


—Imagínate. El caos.


—Oh, no —se oyó que decía Sebastian—. Éste pañal es de los malos. ¿Quién los ha comprado?


—Yo —dijo Augusto—. Y ya basta de quejas. Son más absorbentes. Los que tú compras no empapan bien. ¿Ves? Aquí pone...


—Los míos sí empapan. ¡Y éstos tienen un adhesivo malísimo!


—¿Así que pretendéis enseñarme con equipo no adecuado? —preguntó Pedro.


Paula se cubrió la boca para no reír.


—Vamos —Maria hizo un gesto para que la acompañara—. Esto merece la pena verlo.


Paula siguió a Maria mientras la discusión continuaba. Cuando se asomó a la habitación tuvo que contener una carcajada. Los tres vaqueros estaban alrededor del cambiador y Julian saltaba para ver lo que pasaba.


—No, no lo hagas así —dijo Sebastian—. Déjame a mí.


—No le pongas las manos encima —Pedro retiró la mano de Sebastian.


—Le gusta que le pongan caras mientras la cambian —dijo Augusto—. ¿A que sí, Olivia?


—¡No la distraigas, Augusto! —dijo Pedro—. Ya le he pillado el truco...


—Le gusta que yo le cante —dijo Sebastian.


—¡Ni se te ocurra! —dijo Augusto—. Mira esto. Saca la lengua, Oli. Así.


—También le gusta su mono Bruce —Sebastian movió al muñeco frente a ella—. ¡Mira a Bruce, Olivia!


—¿Quieres quitarte? —Pedro ya no podía más—. Ya está. Ya le he puesto el pañal, y no gracias a vosotros. Ahora ¿qué hay que ponerle?


—¡Yo ya no llevo pañales! —dijo Julian—. Soy mayor. ¿Puedo tirar el pañal? Quiero encestarlo.


—Ponle esto —dijo Sebastian, y le dio una ropita de bebé a Pedro.


—No, ése no —dijo Augusto, y sacó otra cosa—. El amarillo mejor. Y tenemos que darle de comer antes de que lleguen las chicas. A Maria no le gustará que ensuciemos ése tan bonito.


—Quiero encestar el pañal —repitió Julian.


—Hablando de mujeres —dijo Sebastian—. Paula me cae muy bien, Pedro.


Paula dejó de sonreír y se puso tensa.


—A mí también —dijo Augusto.


—¡Y a mí! —dijo Julian.


—A mí también me cae muy bien —dijo Pedro—. Pero...


—Pero nada —dijo Augusto—. No seas idiota.


Paula se sonrojó, pero cuando Maria la agarró del brazo para que se fueran, se resistió. Quería saber qué decía Pedro sobre ella cuando no estaba delante.


—Augusto tiene razón —dijo Sebastian—. Y por algún motivo, parece que le gustas, aunque seas un cabezota. ¿Vas a ser lo bastante idiota como para dejar pasar la oportunidad?


Paula contuvo la respiración y esperó a que Pedro contestara.


—Sí, me temo que sí.


A Paula le dio un vuelco el corazón. Maria tiró de ella y no se resistió. Las lágrimas inundaban sus ojos.


Cuando estaban a mitad del pasillo, Maria le dio un abrazo.


—No te preocupes —murmuró—. Cambiará de opinión.


Paula no era capaz de pronunciar palabra, así que asintió.


—Vamos a hacer que terminen la reunión —dijo Maria—. ¡Chicos, ya estamos en casa! —gritó.
Sebastian se volvió hacia la puerta.


—¡Maria! ¿Cuándo habéis llegado?


—Ahora mismo —dijo Maria.


—¡Paula! —Julian corrió hacia ella y la abrazó—. ¡Hemos montado a caballo! ¡Bob, Pedro y yo! Hemos dado vueltas y vueltas y...


—¡Qué divertido! —dijo ella, y lo abrazó forzando una sonrisa.


—Se nos ha echado el tiempo encima —dijo Maria—. Quizá deberíais ir a arreglaros mientras Paula y yo damos de comer a los niños.


—Sí señora —dijo Sebastian—. Vamos, chicos.


Pedro tomó a Olivia en brazos y se volvió hacia Maria, pero en lugar de entregarle a la niña, la apretó contra su pecho.


Miró a Paula y ella se percató de que sus ojos brillaban de felicidad mientras acariciaba el cabello de la pequeña. Era como si su corazón estuviera lleno y no le quedara hueco para Paula.


—Si no te importa —Pedro se volvió hacia Maria—, a mí me gustaría darle de comer.




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