sábado, 17 de noviembre de 2018

CAPITULO 24 (TERCERA HISTORIA)




Momentos más tarde, Paula, Julian y Nora se dirigían al establo. Julian le dio una mano a cada una y Nora le prometió agarrar la mano de Bob. Frente al establo, los tres hombres se reían y se insultaban en un gran enredo de brazos y piernas.


—Será mejor que controléis ese lenguaje —les dijo Nora—. No quiero que éste niño aprenda esas palabras.


—¿Qué niño? —preguntó Pedro, y levantó la cabeza. Se quejó al ver que Sebastian aprovechaba el momento para clavarle el codo en el costado.


—Parad inmediatamente —dijo Nora con autoridad—. Miraos. Estáis llenos de barro y medio congelados.


Los tres hombres dejaron de pelear y miraron a Nora avergonzados. Paula tuvo que contener una carcajada.


—Me temo que tienes razón, mamá —Augusto se puso en pie despacio y comenzó a sacudirse la ropa—. Parece que te hemos roto la manga, Sebastian.


—Sí —Sebastian se sentó y se miró—. Maria se enfadará.


Pedro se levantó y tendió la mano para ayudar a Sebastian a ponerse en pie.


—Échame a mí la culpa, amigo. Probablemente se enfadará menos conmigo que contigo —miró a Julian—. ¿Cómo estás, Julian?


—Paula dice que no debo pelearme con nadie.


—Y tiene razón —dijo Pedro—. Nosotros no estábamos peleando, sólo divirtiéndonos.


Paula se fijó en su cabello alborotado y en su ropa llena de barro y trató de no suspirar de deseo.


—Pero le has roto la camisa —dijo Julian—. Y tienes barro por todos sitios.


—Sí, y probablemente tenga que comprarle una camisa nueva y ayudar a Maria con la colada —dijo Pedro con cara de culpable—. ¿Ves?, eso es lo que he conseguido.


—Sí —dijo Julian—. Eso es lo que has conseguido. Nosotros vamos a ver cómo duermen los caballos.


—Es verdad. Dije que te llevaría ¿no es así?


—Puedes venir con nosotros —dijo Nora—. Si sabes cómo comportarte.


—¡Sí, ven con nosotros! —Julian se acercó a él—. Por favor...


—Mmm, de acuerdo —miró a Nora—. ¿Estás segura?


—Estoy segura —dijo Nora suavizando el tono de voz.


—De acuerdo. Vamos —dijo Julian, y le tendió la mano.


—Espera un momento. Tengo que limpiarme la mano —se la frotó en los vaqueros—. Estará fría —le advirtió.


—¡Bob y yo te las calentaremos! Como anoche.


Paula miró a Nora con una sonrisa de disculpa.


—Creo que nos han reemplazado —le dijo en voz baja.


Julian se volvió y les dijo:
—Vamos, abuela Nora. Vamos, Paula. Hay que ir a ver a los caballos.


—No nos han reemplazado —dijo Nora—. Nos han incluido. Ese niño necesita a Pedro igual que las plantas necesitan al sol.


—Lo sé. Sólo me preocupa...


—Te aconsejo que dejes que lo disfrute mientras pueda —dijo Nora—. Ahora vamos a ver los caballos.


Pedro se arrepentía de haberse comportado de esa manera delante de Julian. Pero pelearse con los chicos le había servido para descargar un poco de energía, de forma que quizá le resultaría más fácil contenerse para no hacer una tontería con Paula.


—¡Eh, Pedro! —lo llamó Augusto—. Puede que esta noche tengamos que dormir los tres en el establo, así que pon un poco de paja limpia.


—Aja —dijo Pedro—. Supongo que también querrás un caramelo bajo la almohada, ¿no?


Augusto se rió y se dirigió hacia la casa con Sebastian.


—Unas flores tampoco estaría mal —gritó Sebastian.


—¿Tienes flores? —le preguntó Julian a Pedro—. A Paula le encantan las flores.


—Entonces, deberíamos regalarle unas flores pronto —dijo Pedro. Se preguntaba cuándo habría sido la última vez, que alguien le había regalado flores a Paula. Y se las merecía por todo lo que había pasado.


Pedro entró en el establo y al pensar que Paula estaba cerca, sintió una ola de deseo. Los niños de ciudad se hacían en los asientos traseros de los coches, pero los de campo solían hacerse en la intimidad de un establo. Él había perdido su virginidad con Darlene en una acogedora cama de heno.


—Huele bien —dijo Julian.


—Sí. A mí también me lo parece —Pedro encendió una pequeña luz que les permitiría ver a los caballos sin que éstos se alteraran—. ¿Podéis ver bien? —le preguntó a Paula y a Nora.


—Estoy bien —dijo Paula.


—Y yo —añadió Nora—. Ven aquí, Julian. Deja que te tome en brazos y así podrás ver a los caballos por encima de las puertas.


Pedro me subirá —dijo Julian.


—Lo haría encantado, Julian, pero estoy un poco sucio. No creo que Paula quiera que te ensucie de barro.


—Estoy segura de que a Paula no le importará demasiado —dijo Nora.


—No, por supuesto que no.


Así que Pedro tomó al pequeño en brazos y le fue diciendo el nombre de cada caballo.


—Hasta mañana, Samson —murmuró el pequeño—. Buenas noches.


Poco a poco, Julian fue relajándose en brazos de Pedro hasta que se quedó dormido. 


Pedro le encantaba la sensación de tenerlo encima.


—Me parece que alguien se ha quedado sin energía —dijo Nora—. ¿Por qué no dejas que Paula o yo lo llevemos a casa, Pedro?


—Yo lo llevaré —dijo él.


—Me temo que no es buena idea —dijo Nora—. Vas a tener que quitarte la ropa antes de entrar en casa.


—Tienes razón.


Maria llevaba días limpiando la casa para la boda, así que no podía entrar lleno de barro.


—Quédate aquí que se está calentito — dijo Nora—. Paula y yo llevaremos al niño a la casa y una de nosotras regresará con algo de ropa limpia para ti. Estoy segura de que habrá una manguera con la que puedas lavarte un poco. ¿Qué te parece?


—Bien —era mejor idea que desnudarse en la calle antes de entrar en casa.


—Dame —dijo Paula—. Deja que lleve a Julian.


Pedro le entregó al niño, y cuando sus cuerpos se tocaron, no pudo evitar recordar lo que había sucedido la noche anterior mientras dormían. El deseo se apoderó de él.


—Lo tengo —susurró Paula—. Gracias Pedro.


—De nada.


La deseaba tanto que apenas podía respirar. Se preguntaba si la boda de Augusto le estaba influyendo, o si el hecho de que Maria estuviera embarazada había hecho que pensara en lo divertido que era engendrar un niño. Fuera lo que fuera, Paula era una tentación difícil de resistir.


—De acuerdo —dijo Nora—. Una de nosotras volverá enseguida con algo de ropa.


Pedro las observó marchar. Sabía que la persona más adecuada para llevarle la ropa, no era la que él deseaba que se la llevara.




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