viernes, 16 de noviembre de 2018
CAPITULO 21 (TERCERA HISTORIA)
Pedro, Sebastian y Augusto entraron en la casa. Pedro había insistido en llevar todos los juguetes de Julian y Sebastian había sacado las maletas, así que Pedro sólo cargaba su bolsa.
Puesto que nadie había hablado del bebé, decidió preguntar:
—¿Dónde está Olivia?
—Supongo que sigue con Nora —dijo Sebastian.
Maria acababa de entrar en el salón con una bandeja llena de bebidas.
—¿Dónde quieres que lo pongamos todo? —le preguntó Sebastian.
—¿Nora? —Pedro dejó la bolsa en el suelo—. ¿Por qué habéis contratado a una niñera? —no quería que a su hija la criara una extraña.
—Nora es mi madre —dijo Augusto—. Mira cuántos juguetes, Sebastian. Vamos a pasárnoslo estupendamente...
—¿Tu madre? —interrumpió Pedro—. Nunca habías hablado de tu madre. ¿Dónde ha estado todo éste tiempo?
—En Utah —dijo Augusto—. Veo que han traído las bebidas. Vamos a tomar algo. Maria, ¿dónde ponemos todo esto? —dijo, refiriéndose a los juguetes.
—He pensado que...
—Espera un momento —dijo Pedro—. Quieres decir que cuando ibas a Utah en invierno y pensábamos que te pasabas seis meses ligando con las esquiadoras, ¿ibas a ver a tu madre?
—Eso es —dijo Sebastian—. Nos había engañado. En invierno iba a casa a cuidar de su madre, como un buen chico.
—¡Eh, que sí había alguna esquiadora estupenda! —protestó Augusto—. ¡Estás arruinando mi reputación!
Guadalupe entró en la habitación con un plato de patatas fritas.
—Te casas mañana. Ya no necesitas tu reputación para nada.
—Era una leyenda en Utah —dijo Augusto—. Ninguna soltera estaba a salvo. Ése es mi pasado y no voy a olvidarlo.
Maria se rió.
—¿Los nervios de antes de la boda, Augusto?
—No. Sólo quiero dejar las cosas claras. Ahora, por mucho que me guste hablar de mi vida amorosa, estos juguetes pesan más de lo que parece. ¿Dónde los dejo?
—He pensado que Julian puede dormir con Olivia, y he preparado la cama que hay en el despacho de Sebastian para Paula.
Paula y Julian aparecieron en ese momento. Julian fue directo a la alfombra donde se habían tumbado las perras y comenzó a acariciarlas.
Paula miró todo lo que Augusto y Sebastian habían metido.
—¡Qué de cosas! Prometo que no venimos a vivir aquí, aunque lo parezca.
Pedro miró a Paula durante un instante. Había cambiado. Al principio parecía muy contenta de haber llegado al rancho, pero ya no. Trató de mirarla a los ojos pero ella lo evitó.
—Los niños necesitan muchas cosas —dijo Maria—. No te preocupes.
—¿Lo ves? —dijo Pedro—. Te dije que no sería problema.
Paula no lo miró.
—Siento que hemos invadido tu casa —le dijo a Paula.
—Una invasión bienvenida —dijo Augusto—. Los juguetes de Oli ya nos parecen aburridos —se acercó al pasillo—. Le diré a mi madre que se dé prisa. Probablemente esté poniéndole un lazo a Oli para presentarla en sociedad.
—¿Su madre? —preguntó Paula.
—Sí —contestó Sebastian—. Nora lleva más de una hora vistiendo a Olivia.
Paula miró a Pedro con una sonrisa.
—La madre de Augusto.
—Sí —Pedro no sabía por qué Paula se había relajado de pronto, pero se alegraba—. Parece que ha venido a vivir aquí. No lo sabía...
—Eso es maravilloso —dijo Paula—. Maravilloso.
—Supongo que sí.
Maria lo miró.
—¿Te parece bien dormir en el sofá de momento?
—Claro —no le importaba cederle su cama a Paula.
Paula dejó de sonreír.
—Me temo que solías dormir en el despacho de Sebastian, ¿verdad?
—No importa —dijo él.
—No quiero quitarte la cama.
—¡Pues durmamos todos juntos! —dijo Julian, que estaba al tanto de todo—. ¡Como anoche! Podemos abrazarnos.
Paula miró a Pedro horrorizada. Él se percató de que Maria y Guadalupe lo miraban y se sonrojó.
—No es lo que parece —dijo Paula—. Pedro estaba durmiendo en la silla, pero se fue la luz y como no había calefacción, Julian tenía frío, así que Pedro se metió en la cama para darnos calor y... —se calló y se sonrojó también.
Pedro se sentía responsable porque se hubiera sonrojado. Si no la hubiera acariciado por la mañana, habría sido capaz de contar la historia con naturalidad. Maria y Guadalupe lo miraban como si sospecharan algo.
—Igual duermo en el establo —dijo él.
—No tenemos normas al respecto —dijo Maria con brillo en la mirada—. Puedes dormir donde quieras, Pedro.
—¡Yo quiero dormir en el establo! —Julian se acercó a Pedro—. ¿Puedo dormir en el establo contigo y los caballos?
—Julian —dijo Maria—, a mí me gustaría que durmieras con Olivia. Es muy pequeña y a veces se siente sola. Necesita un niño mayor que le haga compañía.
—¡Aquí viene Oli! —avisó Augusto desde el pasillo.
Pedro se asomó al pasillo con un fuerte nudo en la garganta.
Una mujer de pelo cano se acercaba con una niña en brazos. Parecía un ángel. Pedro la miró y se quedó sin habla.
Tenía los mismos ojos que su padre. La niña lo miró fijamente, como si lo conociera. No cabía duda. Olivia era hija suya.
—Eh, Oli —Augusto se acercó al bebé—. Enséñale a Pedro lo que sabes hacer. Vamos, como yo te enseñé.
La niña sacó la lengua y escupió una frambuesa.
Todos los chicos, incluido Julian, se rieron.
—¡Así se hace! —Augusto la tomó en brazos—. Impresionante.
—En serio, Augusto —dijo Nora—, deberías estar avergonzado por enseñarle cosas así a esta pequeña. Y no está bien que vosotros os riáis. Estáis dando mal ejemplo —miró a Julian.
—Suponía que Oli necesitaría emplear ese truco algún día —dijo Augusto—. Mamá, quiero presentarte a Pedro Alfonso, el herrero de Rocking D y de otros ranchos del valle. Y esta bella mujer es Paula Chaves. Ha venido con él. El niño se llama Julian. Chicos, esta mujer encantadora es mi madre, Nora Evans.
—Encantado de conocerla —dijo Pedro, pero enseguida miró a la niña otra vez.
Deseaba tomarla en brazos, pero le daba miedo.
—Encantada de conocerla, señora Evans —Paula se puso en pie y dijo—: Julian, dale la mano a esta simpática señora.
—Voy. Pero me gustaría tener un sombrero como Pedro. Así podría levantarlo un poco en lugar de tener que dar la mano.
Pedro oyó el comentario y prometió en voz baja que conseguiría un sombrero para el niño.
—Llámame Nora —dijo la madre de Augusto, y estrechó la mano del niño.
—¿Eres una abuela? —preguntó Julian.
La inocente pregunta hizo que se creara un silencio. Pedro se dio cuenta de que era un tema delicado, puesto que él era el padre del bebé. Mientras intentaba buscar la forma de salir del paso, todos empezaron a hablar a la vez y a dar su opinión.
—Mi abuela está en el cielo —dijo Julian.
Sus palabras hicieron que todos dejaran de discutir y lo miraran.
Todos menos Pedro. Él estaba pendiente a de Paula y de cómo la había afectado el comentario. Ella lo miró a los ojos y él sintió que se le encogía el corazón al ver que tenía los sentimientos a flor de piel. Paula trató de sonreír para demostrarle que estaba bien.
Del resto, Nora fue la primera en reaccionar. Se agachó junto a Julian y dijo:
—En ese caso, ¿qué tal si me llamas abuela Nora?
—Muy bien —dijo Julian—. Pero ¿tengo que llevar corbata?
—¿Corbata? —Nora miró a Paula confusa.
—Se refiere a una pajarita —Paula se aclaró la garganta—. Mi madre siempre quería que se vistiera cuando lo llevaban a algún sitio.
—No, Julian. No hace falta que lleves corbata. ¿Tienes hambre?
—Sí. Ahí hay patatas.
—Ya las he visto, pero a lo mejor prefieres una tostada con mantequilla de cacahuete.
—Eso me encanta. Y a Bob también.
Nora miró a Julian un momento y sonrió.
—Seguro que Bob es tu amigo especial.
Pedro miró a Nora con una amplia sonrisa.
—Sí —dijo Julian—. jEs mi amigo especial! ¿Cómo lo sabes?
—Bueno, porque Augusto también tenía un amigo especial cuando tenía tu edad. Siempre iba vestido de naranja y rosa y se llamaba...
—Mamá.
Pedro no podía creer que Augusto se hubiera sonrojado. Sebastian trataba de contener la risa y Guadalupe y Maria lo miraban divertidas.
—No importa —dijo Nora con una sonrisa—. Te lo contaré en la cocina. Vamos a preparar unas tostadas —se puso en pie y le dio la mano.
—¿Y el bebé puede venir? —preguntó Julian.
«No», pensó Pedro. «No hasta que yo haya tenido la oportunidad de...»
—Creo que es una idea estupenda —dijo Nora—. Así os contáis cosas.
—¿Sabe jugar con los camiones? —preguntó Julian.
—Todavía no —dijo Nora—. Pero le encanta jugar a ¡Cú-cú!
—Yo sé jugar a eso —exclamó Julian.
—Entonces, arreglado —dijo Nora, tomó a la pequeña en brazos y se dirigió a la cocina con Julian de la mano.
—A lo mejor le gustan los barcos piratas —dijo Julian—. Yo tengo uno. Y muñecos. Bob y yo jugamos mucho a los piratas.
Las perras levantaron la cabeza, se pusieron en pie y los siguieron a la cocina.
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