jueves, 15 de noviembre de 2018

CAPITULO 19 (TERCERA HISTORIA)




A medida que se acercaban al Rocking D, Pedro estaba cada vez más confuso. Por un lado, se preguntaba si Olivia se encariñaría con él después de haber estado dos meses con Sebastian. Y cuando no pensaba en ella, no podía evitar pensar en Paula y en su situación.


Tenía la sospecha de que Fowler los estaba siguiendo a pesar de que no había visto su coche con claridad durante todo el camino. Se alegraba de poder llevar a Paula y a Julian al Rocking D, con Sebastian y Augusto. Era la mejor manera de asegurarse de que Paula y el niño estuvieran protegidos.


Y confiaba en que también estuviera a salvo de sí mismo. La idea de hacerle el amor estaba presente en su cabeza. Y el viaje en coche no lo había ayudado mucho. Pero en el rancho no tendrían mucho tiempo para estar a solas, y eso ayudaría.


—Está muy oscuro —dijo Paula mientras avanzaban por la pista de tierra que llevaba al rancho—. ¿Cómo sabes por dónde vas?


—La costumbre —dijo Pedro, Hablaba bajito para no despertar a Julian—. Desde hace nueve años, todos los veranos pongo aquí mi negocio de herrero.


—¿Conoces al dueño del rancho desde entonces?


—Sí.


—¿Cómo lo conociste?


—Vine al rancho buscando trabajo. Vivía en mi camioneta y Sebastian y su mujer estaban enfadados por aquel entonces. Sebastian me ofreció un sitio para vivir si todos los años le hacía un precio especial en el herraje. Así empecé.


—Espera. ¿No me dijiste que Sebastian estaba recién casado?


—Sí. Se divorció de su primera esposa como hace tres años. Acaba de casarse con Maria, su vecina.


—Bien. Sebastian y Maria. ¿Y qué aspecto tienen?


—Maria es menuda y rubia, como tú. Es de las que no tiene miedo a nada. Puede montar y echar el lazo tan bien como un hombre. Sebastian tiene el cabello castaño. Es fuerte, pero no tan alto como yo.


—Ya. ¿Y qué hay de tu otro amigo? ¿A qué se dedica?


—¿Augusto? Solía ser el capataz del rancho de Maria, pero ahora supongo que también trabajará para Sebastian.


—¿No me dijiste que iba a casarse mañana?


—Sí —Pedro se rió—. Nunca pensé que llegaría ese día. Es un mujeriego. Bromista y buen bailarín. Su frase preferida era: «Tantas mujeres y tan poco tiempo». Pero según me dijo Sebastian, se ha enamorado de Guadalupe Hawthorne de verdad.


—¿Y cómo es Guadalupe?


—Por lo que recuerdo, es alta y de pelo oscuro: Parece una princesa india. Puede que tenga antepasados cheyennes. Dirige un hostal en Huérfano.


—El pueblo que acabamos de pasar, ¿verdad? Me ha gustado —dijo Paula—. He visto cómo la gente mantiene las casas de finales de siglo.


—Hawthorne House, la casa de Guadalupe, es una de ésas. Huérfano vive del turismo y del esquí —dijo Pedro—. Solía ser un pueblo minero, pero ya cerraron las minas. Los ranchos de alrededor no pueden mantener el pueblo, pero el turismo sí.


—Nunca había pensado en vivir en un pueblo pequeño, pero si consigo la custodia de Julian...


—Quieres decir cuando consigas la custodia de Julian —dijo Pedro.


—Bueno, cuando consiga la custodia de Julian —suspiró y apoyó la cabeza en el asiento—. No sabes lo que significa para mí que estés a mi lado, Pedro. No he sentido el apoyo de nadie desde el accidente.


Él la miró. En la penumbra estaba preciosa, pero parecía vulnerable. Lo necesitaba, y él deseaba poder ofrecerle todo lo que tenía. Pero no podía.


—¿No tienes un abogado?


—Sí, el abogado de mis padres. Le encanta ponerse en el peor de los casos, pensar que Mario ganará la custodia y que yo tendré un régimen limitado de visitas. Me recuerda a menudo que los jueces suelen ser padres y que se pondrán del lado de Mario. Mis padres eligieron un abogado terrible. Es un tipo seco, igual que ellos... —se volvió hacia él—. Olvida lo que he dicho. Cielos, acaban de morir. No tengo derecho a...


—Claro que lo tienes —dijo él, y le acarició la mano con la excusa de que era un gesto natural. El problema fue, que después deseó llevársela a los labios. Deseó echarse a un lado de la carretera y besarla. De verdad.


Pero no lo hizo.


—Mis padres no tenían la culpa —Paula le agarró la mano con fuerza—. Alguien, quizá mis abuelos, les enseñó que el dinero y el prestigio eran lo más importante en la vida. A Patricia le enseñaron lo mismo.


—Pero a ti no —le acarició el dorso de la mano con el pulgar y se preguntó si un hombre tan grande como él podría hacerle el amor sin hacerle daño. Por supuesto, nunca lo descubriría.


—Siempre he sido diferente a mi familia —dijo Paula—. Nunca he encajado del todo, nunca me gustó arreglarme para ir a fiestas elegantes, y nunca deseé tener una profesión de cara al público. Quizá fuera porque no era la guapa de la familia...


—¿Estás loca?


—¿Lo dices porque rechacé la oportunidad de formar parte de la alta sociedad?


—¡No! Porque acabas de decir que no eras la guapa de la familia. Eres... —se dio cuenta de que estaba a punto de decirle que era preciosa y sexy—. Eres muy guapa —le dijo, y agradeció que en la oscuridad no pudiera ver su mirada de deseo.


—Paula es muy guapa —dijo Julian desde el asiento de atrás.


—Escucha al pequeño —murmuró Pedro—. Él sabe de qué está hablando.


—Me estáis avergonzando —le soltó la mano.


En cuanto Pedro notó que retiraba la mano, deseó tenerla cerca otra vez. Empezaba a necesitar a Paula Chaves.


Paula se volvió hacia el asiento de atrás.


—¿Cuánto tiempo llevas despierto?


—No sé. Os he oído hablar. ¿Cuándo llegamos? Bob y yo tenemos que ir al baño.


Pedro vio la entrada del rancho un poco más adelante.


—Ya casi estamos. ¿Qué te parece?


—¿De verdad?


—¿Ves esos postes de madera con otro encima?


—¡Sí!


—Esa es la puerta principal. Hay un cartel que cuelga del poste horizontal. Quizá no puedas leerlo, pero pone «Rancho Rocking D», y tiene la marca de Sebastian a cada lado.


—¿Qué marca?


—Es un símbolo especial. Lo pone en todas las reses que tiene, y también en otras cosas del rancho.


—¿Y cómo es? —preguntó Julian.


—Es la letra «D» apoyada en una línea curva, como si fuera una mecedora.


—Yo me sé el abecedario. ¿Quieres oírlo? —dijo Julian.


—Claro —Pedro agradeció la distracción. 


Enseguida vería a Olivia, su hija. Se le formó un nudo en el estómago.


Julian empezó a cantar el alfabeto pero sólo llegó a la letra «M».


—¡Veo una casa! —exclamó.


Paula respiró hondo.


—Oh, Pedro, qué sitio tan bonito. No me dijiste que era de madera. Y que tendrían la chimenea encendida. ¿Puede haber algo más acogedor?


—La casa es muy bonita —dijo Pedro, y aparcó detrás del coche de Augusto.


—Es una casa preciosa —dijo Julian.


Pedro se quitó el cinturón.


—Sebastian ha plantado unos álamos en el frente, y ahora no se ven muy bien las montañas pero hay una vista preciosa.


—Las veo un poco —dijo Paula.


—¡Yo también! —exclamó Julian.


—Tengo ganas de que sea por la mañana para verlo todo —añadió Paula—. Julian, esto se parece un poco a Yellowstone, con las montañas y los árboles.


—¿Hay «geezers»?—preguntó Julian.


—No, me temo que no —Pedro sonrió—: Pero puedes preguntarle a Sebastian. Dile que quieres ver un «geezer».


—¿Dónde están los caballos?


—En el establo —Pedro abrió la puerta—. Iremos a verlos dentro de un rato, después de que vayáis al baño y comáis algo.


—¿No podemos verlos ahora? Bob quiere verlos ahora.


—No, Julian —dijo Paula—. Primero tenemos que conocer a los amigos de Pedro.


Pedro ayudó a Paula a bajar de la camioneta y deseó poder abrazarla un instante. Sabía que eso lo tranquilizaría. Ella lo agarró del brazo.


—¿Estás bien?


—Sí.


—Pero estás temblando.


—Supongo que estoy nervioso porque voy a conocer al bebé.


—Todo va a salir bien, Pedro. Yo...


—Tengo que ir al baño —dijo Julian desde el asiento de atrás.


—Vamos a bajarlo —dijo Pedro. Acababa de sacar al pequeño cuando empezó a salir gente de la casa. Dos perros se acercaron corriendo a la camioneta.


—¡También tienen perros! —dijo Julian.


—Muy grandes —dijo Paula, y lo tomó en brazos.


—¡Eh, Pedro! —exclamó Sebastian con una gran sonrisa—. ¿Dónde te habías metido? ¡No puedo creer que un poco de nieve haya hecho que te retrases tanto!


—He hecho lo que he podido —estrechó la mano de Sebastian mientras Fleafarm y Sadie, las perras, saltaban a su alrededor.


Pedro vio que Maria, Augusto y Guadalupe se acercaban también. Nadie llevaba a un bebé en brazos. «Olivia estará durmiendo», pensó aliviado. Así tendría más tiempo para prepararse.


—Quiero presentaros a Paula Chaves —dijo Pedro, y la rodeó con él brazo—. Y éste es Julian.


—Encantado de conocerte —dijo Sebastian.


—Gracias por recibirnos sin que os hayamos avisado con mucha antelación —dijo Paula.


—No podía ser de otra manera —dijo Sebastian, y miró hacia atrás—. ¿Maria? Aquí estás —la agarró por la cintura—. Ésta es mi esposa, Maria —dijo con orgullo.


—Bienvenidos al Rocking D —dijo ella. Después miró a Pedro—. ¿No me das un abrazo?


—Tú dirás —dijo él, y la abrazó—. Enhorabuena, Maria. Me hubiese gustado estar para la ceremonia.


—Sí, sí. Ya basta —dijo Augusto, y le dio una palmadita en el hombro—. Al menos estás aquí para la mía —levantó el sombrero para saludar a Paula—. Aunque comprendo que quisieras entretenerte para quedarte con esta bella señorita. Encantado de conocerte, Paula. A ti también, Julian —agarró a Guadalupe de la mano y dijo—: Recuerdas a esta chica encantadora, ¿verdad Pedro?


—Por supuesto —Pedro saludó levantando su sombrero—. Me alegro de verte, Guadalupe. Ésta es Paula y éste es Julian.


—Me alegro de conoceros —dijo Guadalupe—. ¿Qué tal el viaje?


—Bien, gracias a Pedro —dijo Paula—. Ha entretenido a Julian durante todo el viaje.


—Hemos contado coches —dijo Julian—. Y he ganado. Pero Bob y yo tenemos que ir al baño.


—Pues vamos —Maria rodeó a Paula con el brazo—. Entremos en casa. Los chicos traerán las cosas.


—Y seguro que tenéis hambre —dijo Guadalupe—. Y te invitaremos a un vaso de vino, Paula.


—Suena de maravilla —dijo Paula.


—¿Tienes limonada? —preguntó Julian.


—Creo que sí —dijo Maria.


Pedro observó cómo cuidaban a Paula, y aunque estaba agradecido, sintió celos. Era él quien debía hacer ese trabajo.


—¿Quién es Bob? —Sebastian miró a su alrededor.


—El amigo imaginario de Julian —dijo Pedro—. Julian habla de él como si realmente existiera. Tenemos que incluirlo en todas las actividades.


—¿Tenemos? —preguntó Augusto—. Suena muy íntimo.


—No me refería a eso. Es sólo que hemos estado juntos desde anoche y...


—Tranquilo, amigo —Sebastian apoyó la mano sobre su hombro—. Parece una chica simpática. Comprendo que estés interesado.


—No estoy interesado. ¡Sólo la estoy ayudando!


—Desde mi punto de vista no es eso lo que parece —dijo Augusto—. Diría que estás interesado en ella. Y ella en ti.


—Eso es ridículo —dijo Pedro—. No puedo estar interesado en ella, y lo sabes.


—¿Lo sé? ¿Has hecho un voto de celibato y no me he enterado?


—Sí Darlene ya no forma parte de tu vida, ¿por qué no puedes interesarte por Paula? —dijo Sebastián.


Pedro los miró a los dos.


—No seáis tontos. Por Jesica. Y el bebé.


Sebastian y Augusto se miraron. Después Sebastian miró a Pedro.


—No estarás asumiendo que eres el padre de Olivia, ¿verdad?


—Por supuesto que sí. Lo que significa que tengo una obligación hacia Jesica.


Augusto soltó una carcajada.


—¡No puedo creerlo!


—No tiene gracia.


Sebastian sonrió.


—Sí la tiene. Augusto y yo hemos pasado por lo mismo que estás pasando tú ahora. Los dos hemos estado a punto de perder la oportunidad de ser felices con las mujeres que amamos porque estábamos convencidos de que teníamos una obligación hacia Jesica.


Pedro los miró fijamente.


—En primer lugar, no estoy enamorado de Paula —mintió—. Además, vosotros no tenéis obligación alguna hacia Jesica porque Olivia no es vuestra hija. Pero yo sí, porque es hija mía.


Augusto suspiró y miró a Sebastian.


—Bueno, puede que tenga que darse cuenta por sí mismo, igual que nosotros. Estaría bien pensar que es capaz de aceptar el consejo de sus mejores amigos, pero está claro que no es el caso. Creo que no servirá de nada seguir hablando, Sebastian.


—Puede ser.


—Haber, entre Paula y yo no hay nada.


—Sin duda, hay algo entre vosotros —dijo Sebastian—. La pregunta es si vas a ser lo bastante inteligente como para aprovechar la oportunidad. Vamos, saquemos las cosas de la camioneta y así podremos cenar.




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