jueves, 15 de noviembre de 2018
CAPITULO 18 (TERCERA HISTORIA)
Mario estaba intentando buscar a Paula y a Julian entre los coches que pasaban en el sentido contrario. Se sentía idiota por haberse creído la historia que le habían contado, pero los dueños del café parecían demasiado tontos como para engañar a nadie.
Cuando llegó cerca del hostal sin haberlos visto, decidió que iría a preguntarle al dueño del local qué tipo de coche conducía la zorra que estaba buscando. Le resultaría sencillo intimidar a la pareja. Después de todo, estaban solos en una zona bastante aislada.
Primero pasaría por delante y estudiaría la situación. Con suerte, no habría ningún cliente para interferir en el interrogatorio. Si el dueño sabía lo que valía la pena, cooperaría. Mario tenía mucha hambre y estaba de muy mal humor.
Al pasar por delante del local se fijó en que el idiota del vaquero estaba apoyado en una camioneta y que tenía a una mujer entre sus brazos. Sin duda, era Paula.
Mario dio un volantazo y notó que se le aceleraba el corazón. Así que eso era lo que pasaba.
Ella debía de estarle agradecida al vaquero.
Mario podía imaginar cómo le habría mostrado su agradecimiento. Apretó los dientes. Patricia era igual que ella, dispuesta a intercambiar favores sexuales para conseguir lo que quería.
Julian no estaba a la vista y Mario se preguntaba si existiría la posibilidad de llevarse al niño mientras aquellos dos estaban haciéndose arrumacos. Sin duda, tenía que hacer un reconocimiento de la zona.
Continuó por la carretera hasta que llegó a una curva y dejó de ver el hostal por el retrovisor.
Aparcó en el arcén y sin apagar el motor, agarró los prismáticos. Los montones de nieve le permitieron ocultarse mientras caminaba hasta donde pudiera ver el aparcamiento del hostal.
Qué pareja tan encantadora. Buscó por los alrededores pero no vio a Julian. Estaría pidiéndole galletas o caramelos al dueño del café. Los caramelos eran baratos y él siempre llevaba en el coche para mantener al niño callado.
Mario observó de nuevo a la pareja y comprendió lo que estaba pasando. El maldito vaquero iba a llevarse a Paula y al niño con él.
El plan de Mario se había estropeado. Podía enfrentarse a la zorra sin problema, pero el vaquero era otro cantar. Era un hombre fornido y estaría dispuesto a defender a Paula a capa y espada.
Los jueces aceptarían que molestara a la mujer que había secuestrado a su hijo, pero aunque pudiera deshacerse del vaquero con su pistola, no le resultaría fácil conseguir que pareciera que lo había hecho en defensa propia.
Quizá, si estudiaba bien la situación, podría idear otro accidente para deshacerse de Paula y del vaquero. Pero nunca tendría una idea tan buena como la del accidente de barco. Ni siquiera Paula sospechaba de él.
Mario continuó vigilando el hostal hasta que vio salir a los dueños con Julian. Después de una larga despedida llena de abrazos, el vaquero acomodó a Julian en su sillita y ayudó a Paula a entrar en la camioneta. Decidió regresar al Land Rover y seguirlos allá donde fueran.
Ellos nunca se enterarían de que los perseguía.
Patricia nunca se había dado cuenta de que él la seguía cuando fingía ser una esposa fiel. Era una lástima que nunca la hubiera pillado con alguno de sus amantes, porque la sentencia de divorcio habría sido completamente diferente.
Aquella vez había salido mal parado, pero esa vez sería diferente. Lo único que tenía que hacer era llevarse a su hijo.
—¿Cuándo vamos a llegar?
—Ay, Julian —Paula se quejó al oír la misma pregunta otra vez.
—No queda mucho —dijo Pedro, como si fuera la primera vez que el niño lo preguntaba en cuatro horas—. Quizá un par de horas más. Quizá menos, depende de cómo esté la carretera.
—¿Y eso cuánto tiempo es? —preguntó Julian.
—Suficiente como para que te duermas una siesta —sugirió Paula.
—Las siestas son para los bebés —dijo Julian—. Yo soy mayor. Bob y yo vamos a montar a caballo cuando lleguemos, ¿verda Pedro?
—Mañana por la mañana —dijo Pedro—. No te olvides que cuando lleguemos estará oscuro.
—Y mi muñeco de nieve puede que cobre vida.
—Puede.
—¿El señor Sloan nos llamará si eso pasa?
—Quizá.
—Bob y yo podemos montar a caballo en la oscuridad. Tenemos linternas.
—Ah. Pero los caballos estarán durmiendo —dijo Pedro—. Estarán calentitos en el establo. No querrás despertarlos ¿verdad?
—No —dijo Julian—. Pero ¿podemos ver cómo duermen? Bob y yo iremos muy callados. Muy muy callados.
—Entonces, a lo mejor podéis ir al establo —dijo Pedro.
—Sí, sí, sí. ¡Vamos al establo a ver como duermen los caballos! ¿Y cuánto queda?
Paula suspiró.
—¿Qué te parece si te leo otro cuento?
—No.
—Contaremos coches —dijo Pedro—. A ver quién gana. Me pido los rojos. Paula, ¿tú cuál quieres?
—Los verdes —sonrió agradecida.
—¡Pido los negros! —dijo Julian—. ¡Como el de Batman!
—¿Y por qué no los amarillos, Julian? —dijo Paula—. A ti te gusta el amarillo —aunque era una tontería, prefería no ver los coches negros de la carretera. El Land Rover de Mario era negro, y aunque confiaba en que ya estaría muy lejos, prefería no pensar en ello.
—Quiero el negro —insistió Julian.
—Bueno, pues los negros para ti —dijo Paula.
El juego fue todo un éxito y Julian estuvo entretenido un buen rato.
—¡Siete! —gritó el pequeño.
—¿Dónde? —Paula sintió un escalofrío, igual que cada vez que el niño veía un coche negro—. No lo veo.
—Yo lo he visto. Siete.
—Yo tampoco lo veo —dijo Pedro—. ¿Iba en sentido contrario?
—Estaba ahí —Julian señaló hacia el retrovisor del coche.
Paula sintió un nudo en el estómago y se volvió para mirar hacia atrás.
—No lo veo.
—Se ha ido —dijo Julian—. Pero cuenta, ¿verdad?
—Claro que cuenta —Paula continuó con el juego, pero no dejó de mirar por el retrovisor.
Al cabo de un rato se dio cuenta de que el niño ya no contaba más coches. Lo miró y vio que se había quedado dormido.
—Por fin ha caído —le dijo a Pedro—. Has sido muy paciente.
Pedro sonrió.
—Es un niño normal. Y me sorprende, teniendo en cuenta su situación.
—Lo sé. Todos los días doy gracias porque no lo haya afectado mucho todo lo que ha pasado.
—Estoy seguro de que tú eres la responsable de ello, Paula.
—Yo creo que es Julian. Nació con buena disposición y aunque la vida le vaya mal, siempre sonríe y lo supera —apretó los puños—. Al menos, hasta ahora. Si Mario se queda con él, no estoy segura de cuánto le durará esa capacidad.
—Estabas preocupada por ese misterioso coche negro que vio Julian, ¿verdad?
—Sí —respiró hondo—. Mario tiene un Land Rover negro.
—Lo sé. Eugenio me lo dijo.
—Pedro, no tienes por qué meterte en esto. Nunca debí permitírtelo. ¿Y si Mario no está de camino a Wyoming? ¿Y si ha descubierto lo que hemos hecho y lo que Julian ha visto ha sido su Land Rover?
—Más motivo para que estés conmigo.
—Pero ¿no te das cuenta? No mereces verte implicado en lo que Mario tenga planeado. Es un hombre violento. No sé lo que es capaz de hacer. No deberías arriesgarte por alguien a quien ni siquiera conoces.
Él la miró fijamente.
—Haría lo mismo por un extraño. Y a ti no te considero una extraña. Aunque quizá eso es lo que me consideras a mí.
—No. No —ella lo miró arrepentida. Había herido sus sentimientos y era lo último que quería hacer—. Te considero un amigo. Un amigo muy generoso. Y por eso me preocupa que te impliques en esto. No acostumbro a meter a mis amigos en situaciones horribles. De veras pensé que Mario estaría de camino a Wyoming y que nunca tendrías que enfrentarte a él. Ahora no estoy tan segura.
—Concéntrate en Julian —dijo Pedro—. Haz lo que sea mejor para él y estarás tomando la decisión adecuada.
—¿Aunque te imponga algo terrible?
—Te lo haré saber cuando considere que me estás imponiendo algo —dijo él—. Hasta el momento, ni siquiera te acercas.
—Eres demasiado bueno. Debes de haberte criado en una familia muy cariñosa para tener un corazón tan grande.
—Cariñosa, siempre y cuando mi padre estuviera sereno. Cuando estaba borracho, todos buscábamos refugio.
Paula se quedó callada un instante.
—Debe de ser muy duro criarse así.
—A veces. Y pensarás que aprendí que el alcohol cambia a las personas. Pues no, tuve que hacer el idiota y demostrármelo a mí mismo.
—Oh, Pedro, no puedo imaginarte haciendo nada malo. Ni borracho, ni sereno.
—¿Y qué te parece mantener relaciones sin utilizar protección?
—A veces la gente se deja llevar. Imagino cómo puede suceder. Eres tan... —se calló antes de decir algo que la avergonzara.
—Soy peor que una víbora, eso es lo que soy. Jesica sólo trataba de ser amable conmigo y yo la recompensé dejándola embarazada. No la culpo por no habérmelo dicho cuando lo descubrió. Probablemente no estaba segura de quererme cerca del bebé.
Paula colocó la mano sobre su brazo. Estaba temblando.
—Escucha, no conozco a esa mujer ni sé cómo piensa, pero te conozco a ti. Yo me fiaría de ti cuidando un niño, de cualquier edad. Ella también debería hacerlo.
—Entonces, ¿por qué le pidió a Augusto y a Sebastian que fueran sus padrinos? —apretó el volante—. Porque quería que me vigilaran cuando ella no estuviera allí, por eso.
—¿No está en el rancho?
—Ahora no.
—¿Dónde está?
Paula se sintió aliviada de saber que Jesica no estaría allí cuando llegaran. No quería conocer a la mujer con la que Pedro compartía una hija.
—Tiene algún problema y no quiere implicar al bebé. Dejó a Olivia en el Rocking D hace dos meses.
—¿Dos meses? ¿Cuánto tiempo tiene la niña?
—Debe de tener cuatro meses, para cumplir cinco.
—¿Y no ha visto a su hija desde hace más de dos meses?
—No, pero llama de vez en cuando para preguntar si está bien. Debe de estar asustada por algo y cree que el bebé corre peligro si está con ella.
—Bueno, eso lo comprendo.
—Sebastian y Augusto han contratado a un detective privado para que encuentre a Jesica —dijo Pedro—. Cuando lleguemos allí, me ocuparé de esos gastos y veré qué más puedo hacer.
—Me sorprende que no hayas ido allí hace dos meses.
—Lo habría hecho. Jesica nos escribió una carta a cada uno, pidiéndonos que fuéramos los padrinos de Olivia, pero la mía se retrasó.
—Espera un momento. ¿Ella no ha dicho claramente que tú seas el padre?
—No, pero yo sé que soy yo. Aunque no recuerde exactamente qué pasó aquella noche.
—¿Quieres decir que no recuerdas... umm, el hecho en sí?
—No. Y es una pena. Eso demuestra lo que el alcohol puede hacerle a una persona.
—Bueno, no tengo mucha experiencia en ese tema, pero siempre he creído que cuanto más borracho va un hombre, peor puede... bueno, eso.
—Pero soy irlandés.
Paula se rió.
—Lo siento —dijo ella—. Sé que no es para reírse. Pero no comprendo qué tiene que ver que seas irlandés.
—Un irlandés puede hacer borracho todo lo que hace sereno. Aunque puede que después no lo recuerde.
—Ya...
Paula no pudo evitar sonreír. Sabía que seguir discutiendo no serviría de nada, y se preguntaba si él sería el padre de verdad. La idea de que quizá no lo fuera le gustaba.
—En cualquier caso, no creas que hago todo esto por Julian y por ti. También lo hago por mí.
—¿Qué quieres decir?
—Si te ayudo, intentaré convencerme de que después de todo, no soy tan malo.
—Pedro—le apretó el brazo—. No eres malo. No eres un hombre malo.
—Gracias, Paula —suspiró—. Lo único que sé es que tengo que hacerlo todo por Jesica, si es que me perdona, y por mi hija.
—Estoy segura de que lo harás —Paula deseaba preguntarle a qué se refería, pero no era asunto suyo. Lo único importante para ella era saber si Pedro estaba enamorado de Jesica o no.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario