sábado, 3 de noviembre de 2018

CAPITULO 13 (SEGUNDA HISTORIA)




Una a una, Pedro iba desmontando todas las ideas preconcebidas que Paula tenía acerca de él. El hombre que ella creía que conocía nunca habría admitido estar arrepentido por no haber asistido al nacimiento de su hija. Ella se había sentido atraída por él cuando creía que era un hombre sexy pero no sensible. Sexy y sensible era más de lo que ella podría controlar.


Terminó de limpiarle la nariz a Olivia y dijo:
—Ya está. Ahora probemos a darle el biberón de zumo.


—¿Puedes sostenerla un momento? —preguntó Pedro—. Se me ha dormido el brazo. Me lesioné hace mucho con un novillo.


—Claro —tomó a la pequeña en brazos.


—Así mejor —Pedro se puso en pie y movió el brazo—. Se me duerme siempre que lo tengo mucho rato en la misma postura — extendió los brazos—. Ya puedes dármela si quieres.


—Estoy bien. Yo le daré el biberón —dijo Paula. No era capaz de apartar la vista del cuerpo musculoso de Pedro—. ¿Has probado con masaje? —le preguntó.


—¿Es una oferta? —preguntó él con brillo en la mirada.


—Um, no —se sentó en la mecedora y colocó a Olivia sobre su hombro para que pudiera respirar mejor. El cojín seguía caliente debido a que Pedro había estado sentado en él, y Paula experimentó un cosquilleo en un punto concreto de su cuerpo—. No sé nada sobre masajes.


—Yo sí. Podría enseñarte lo que tienes que hacer.


No le cabía ninguna duda. Deseaba haberse sentado en la mecedora una vez que el cojín se hubiera enfriado. El calor que Pedro había dejado le estaba provocando sensaciones que la habían hecho sonrojar.


—Ya veremos. Será mejor que preparemos el biberón antes de que se congestione otra vez. He dejado todo en la cocina.


—Lo he visto. Enseguida vuelvo.


Cuando Pedro salió de la habitación, Paula suspiró aliviada. Superaría aquella situación y, por su bien, esperaba no terminar en la cama con aquel hombre.


Olivia tosió y apoyó la cabeza contra su hombro.


—Estás agotada, ¿verdad, cariño? —murmuró Paula—. No puedes dormir, no puedes comer. Es casi como estar enamorada —ella tampoco había comido ni dormido mucho durante los últimos días.


—¿Quién está enamorado? —preguntó Pedro nada más entrar con el biberón en la mano.


—Maria y Sebastian —respondió Paula. Colocó a Olivia sobre su regazo y agarró el biberón—. Nunca he visto a dos personas tan enamoradas —le ofreció el zumo a la pequeña y ésta agarró la tetina.


—No sólo están enamorados, están en un mundo de ilusión. Tanto así que he tenido que vigilar a Sebastian de cerca porque no le funcionaba bien la cabeza. Echó el pienso en el abrevadero dos veces, y menudo lío que montó.


—Sé a qué te refieres —Paula observó ala pequeña mientras bebía—. Cuando Maria y yo fuimos a Canon City para comprar ropa, ella iba conduciendo mientras me contaba lo maravilloso que era Sebastian y estuvo a punto de cargarse las marchas de la camioneta.


Pedro suspiró hondo.


—Me preguntaba por qué su camioneta no cambiaba bien. Ayer la arranqué para que no estuviera parada toda la semana. Seguro que le falta algún diente en el cambio.


—Es posible —sonrió Paula, recordando lo emocionada que estaba Maria los días anteriores a la boda.


—Tengo que admitir que esto del amor da un poco de miedo —dijo Pedro.


—Deduzco que nunca te has...


—No hasta el punto de dar grasa de caballo al coche pensando que era cera para automóviles. Eso también lo hizo Sebastian —hizo una pausa—. Imagino que tú sí has estado enamorada, como has estado casada.


Paula pensó en Dario. Había estado loca por él. El amor la había hecho ser ciega, sorda y muda.


—He estado enamorada —miró a Olivia—. Si tienes suerte, te enamoras de alguien que siente lo mismo por ti.


—Eh, él debía sentir lo mismo si te pidió matrimonio.


—Puede que sí. A su estilo. Pero no era un hombre fiel —Paula levantó un poco más el biberón—. Por desgracia, no se dio cuenta de ello hasta que no me puso el anillo.


—¿Todavía lo amas?


Por el tono de voz, Paula tuvo la sensación de que a Pedro le preocupaba la respuesta. Sin embargo, no debería importarle si todavía quería a Dario o no. Para Pedro, el sexo y el amor eran dos cosas diferentes y él sólo quería una de ellas.


Antes de que pudiera contestar, Olivia comenzó a llorar.


Paula le dio el biberón a Pedro y colocó a la niña sobre su hombro.


—¿Está bien? —Pedro se acercó—. ¿Quieres que llame al médico?


—Creo que se le ha ido el zumo por el otro lado —se puso en pie y caminó con la pequeña en brazos.


La niña eructó y dejó de toser.


—¿Crees que tiene más fiebre? —Pedro le puso la mano en la frente—. Quizá deberíamos tomarle la temperatura otra vez.


—Vamos a esperar un poco —dijo Paula, y se separó un poco de él—. Creo que sólo necesita tiempo para ponerse bien. Quizá deberíamos cambiarle el pañal y acostarla de nuevo.


—Yo lo haré. Dámela —la tomó en brazos.


En el proceso, rozó sin querer el pecho de Paula y ella notó que el pezón se le endurecía.


—Subiré contigo —dijo ella, y lo siguió—. Quiero ponerle una manta enrollada debajo del colchón para que no esté totalmente horizontal. Creo que así respirará mejor.


—Buena idea —subió otro escalón y la madera crujió bajo sus pies—. Tienes que arreglar esa tabla.


—Me gusta que esté así. El ruido hace que me entere de si baja algún huésped. Así no me pillan por sorpresa —lo mismo servía para Pedro. Si aquella noche oía el ruido, sabría que se avecinaba un problema.


—¿Has tenido alguna vez a alguien que te preocupara?


—No —«hasta ahora», pensó ella—. Compruebo quién es cuando hacen la reserva. Si encuentro algo sospechoso, los llamo y les digo que me he equivocado y que no tengo sitio.


—Eso está bien, pero puede que no sea suficiente. Si se corre la voz de que llevas el sitio tú sola...


—Sé algunas técnicas de autodefensa.


Paula no sabía cómo tomarse el hecho de que Pedro se preocupara por ella. Por un lado creía que simplemente era condescendencia típicamente masculina pero, por otro, le gustaba. Dario siempre había pensado que ella podía cuidar de sí misma, y podía hacerlo, pero era agradable que alguien se preocupara por su seguridad.


—Creo que sería buena idea que tuvieras un perro —se metió en la habitación de Olivia—. Un perro grande.


—No tengo mucho jardín —Paula lo siguió y se agachó para agarrar una manta que había sobre la cama.


—No pasa nada. Llévalo a pasear al parque. Y cuando vayas a visitar a Maria y Sebastian —Pedro dejó a Olivia en la cuna y la pequeña comenzó a quejarse—. Eh, Oli, ¿qué pasa? Tengo que cambiarte el pañal.


Paula se percató de que Pedro hablaba sobre el futuro con mucha normalidad. Puesto que Pedro trabajaba en el rancho de Maria y Sebastian, ella lo vería cada vez que fuera a visitar a la pareja y, si Pedro se convertía en su amante, por muy poco que durara la relación, él pasaría a ser una parte complicada del futuro.


Apretó la manta contra su pecho mientras observaba cómo le cambiaba el pañal a Olivia mientras jugaba con ella. La pequeña comenzó a reír a pesar de estar enferma.


Pedro siempre sabía qué hacer en el momento adecuado.


—¡Mira lo que he encontrado! —dijo al sacar un mono de trapo de la bolsa de la niña—. ¡Es Bruce!


La pequeña agarró el muñeco y gritó de contenta.


—Echabas de menos a Bruce, ¿a que sí? —dijo Pedro—. No me extraña que no pudieras dormir.


— ¡Vaya!, ni siquiera se me ocurrió buscar en la bolsa para ver si estaba el mono —dijo ella—. Seguro que ayudaba en esta situación.


—Tiene que dormir con Bruce —dijo Pedro mientras le quitaba el pañal mojado.


—Descubrí que Sebastian tenía un mono de trapo que se llamaba Bruce —dijo Paula—. Ahora que éste también se llama Bruce, imagino que cuando Olivia tenga niños les regalará un mono de trapo que también se llamará Bruce. Dentro de cien años, sus descendientes seguirán teniendo monos de trapo llamados Bruce.


Pedro se volvió para mirar a Paula.


—Cielos. Si Oli es hija mía, algún día seré abuelo.


—¿Y te horroriza la idea? —preguntó Paula entre risas.


—No —dijo él pensativo—. No me horroriza. Quizá debería hacerlo, pero no es así.


Paula deseaba que él le explicara por qué no quería casarse. Desde su punto de vista, era perfecto para esa clase de compromiso.


—Aquí está la manta para meterla debajo del colchón —dijo ella, y la dejó sobre la cómoda—. Voy a por más agua para el humidificador y después prepararé algo de cena para nosotros.


—Eso sería estupendo —la miró—. Estoy mucho más tranquilo respecto a Oli que hace unas horas. Gracias por todo lo que has hecho.


—No he hecho gran cosa.


—Estabas aquí cuando te necesitaba.


—Me alegro de haberte servido de ayuda —contestó ella, y salió de la habitación antes de hacer una estupidez.




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