lunes, 22 de octubre de 2018
CAPITULO 8 (PRIMERA HISTORIA)
El frío de la noche atravesó la ropa de Pedro mientras se dirigía al granero. Se sentía estúpido por haber encerrado a Fleafarm allí pero, ¡qué diablos!, hacía catorce años que no salía con una mujer y la situación había hecho que no fuera capaz de pensar con claridad.
Quizá debería abandonar por completo el tema de las mujeres. Aunque en realidad no tenía esa opción, y menos si Olivia era su hija. Tenía que encontrar a Jesica y descubrir la verdad. Si era el padre de Olivia, convencería a Jesica para que se casaran. Él se había criado sin tener a su lado a ambos progenitores y no quería que la pequeña pasara por lo mismo.
Abrió la puerta y sin encender la luz para que no se agitaran los caballos, silbó para que saliera Fleafarm.
La perra salió corriendo hacia él y le olisqueó la mano.
—Vamos, bonita —le dijo, y cerró la puerta tras ella.
Pedro se había encontrado a la perra ocho años atrás mientras vagaba preñada por la carretera y desde entonces, vivía con él.
Al llegar a la puerta de la casa, la perra lo miró cómo pidiéndole permiso para entrar. Pedro recordó las palabras de Paula y se sintió culpable. La perra creía que la habían castigado.
—Entra. No pasa nada.
Fleafarm entró en la casa y comenzó a mover el rabo. Pedro entró detrás y recibió con agrado el calor de la cocina. Estaba helado. Se frotó las manos y las sopló para que entraran en calor.
Desde el comedor provenía el ruido que hacía Olivia. No estaba llorando, sólo balbuceando. Fleafarm se detuvo y levantó las orejas con atención.
—Es un bebé —Pedro colgó el sombrero en el perchero y acarició la cabeza de la perra—. Creo que nunca has estado cerca de uno.
Fleafarm ladró una vez y se dirigió despacio hacia el sonido que tanto la fascinaba.
—¡Hola, Fleafarm! —exclamó Paula—. Ven y dile hola a Olivia.
La perra entró en el comedor y miró a Paula.
—¿Crees que está bien que se acerque? —preguntó Pedro.
—Es fundamental. Quieres que Fleafarm proteja a Olivia, ¿no es así?
—¿Qué más da? Puede que Olivia sólo esté aquí unos días.
—Puede... —Paula lo miró—. O puede que se quede mucho más tiempo. A menos que Jesica te haya dicho cuánto tiempo la dejará aquí...
—No exactamente. En la nota sólo me pide que sea el padrino de Olivia hasta que ella regrese.
—Lo que quiere decir que puede ser cualquier día. Será mejor que te prepares para tenerla una larga temporada. No estoy segura de si te has dado cuenta de que tu vida acaba de ponerse patas arriba.
—Estoy empezando a hacerlo.
—Bien. Enfrentarse a la realidad es admirable —Paula observó cómo se acercaba la perra—. Muy bien, Fleafarm. Tú has sido mamá, así que sabes mucho sobre bebés. Éste es como un cachorro, pero más grande. Y con menos pelo —miró a Pedro—. A lo mejor deberías acercarte y acariciar a Fleafarm mientras se hace a la idea de que el bebé se quedará en ésta casa. Tenemos que evitar que se ponga celosa. Y que lama a Olivia y la asuste.
Pedro se acercó y acarició la cabeza de la perra. Después, se agachó y le rodeó el cuello para que no se acercara más.
—No te vas a poner celosa del bebé, ¿verdad, Fleafarm?
La perra le lamió la cara.
—Me temo que sí —dijo Paula—. Pero si te aseguras de demostrarle que todavía la quieres, protegerá a la pequeña en todo momento. Al menos, eso es lo que pasó con mis sobrinos y los perros que tenían. Tienes que asegurarte de que no parezca que le prestas más atención a Olivia que a Fleafarm.
—Esto se está poniendo complicado.
Paula lo miró a los ojos.
—Todavía tienes elección.
—No —contestó él.
Olivia hizo un sonido y Pedro la miró complacido. Era un sonido agradable al que pronto se acostumbraría.
Olivia miró a la perra y movió la mano. Por primera vez, Pedro admitió que era muy linda. Fleafarm comenzó a mover el rabo.
—Amor a primera vista —dijo Paula.
—Nada de eso —dijo Pedro. Ni siquiera estaba seguro de lo que era el amor.
—Quizá el amor a primer vista sea algo extraño entre personas, pero con los perros y los niños pasa a menudo —Paula. Bueno, creo que Fleafarm y Olivia ya se han comunicado bastante por hoy —colocó a la pequeña sobre su hombro y la besó de nuevo—. Seguiremos más tarde, cariño. Ahora hay que cambiarte el pañal.
—Esperaba que lo hubieras hecho mientras yo estaba fuera sacando a la perra.
Paula sonrió.
—Estoy segura de ello. Será mejor que te laves las manos. Y utiliza agua caliente. A ninguna mujer le gusta que la toquen con las manos frías.
Ese comentario lo hizo pensar en cómo sería tocar a Paula. Pero no como amigo, sino como amante.
Ella le había dicho que Fleafarm podía sentir celos del bebé. Pues Pedro sentía celos de que Paula abrazara a la pequeña, la besara y la acariciara. Nunca se había dado cuenta de que Paula fuera tan cariñosa, pero tampoco la había visto nunca con un bebé.
Se preguntaba si habría sido igual de cariñosa con Benjamin cuando estaban a solas. Si había sido una mujer tan abierta y vulnerable, sentía lástima por ella porque había estado casada con un hombre infiel.
—No frunzas el ceño —se rió Paula—. Dudo que cambiar un pañal sea peor que limpiar un establo.
—Y lo dices tú, una persona que no tiene más experiencia en el tema que yo —se puso en pie y animó a Fleafarm para que se tumbara debajo de la mesa.
—No te preocupes —dijo Paula—. Dentro de poco serás un experto en cambiar pañales.
—Eso es lo que me temo.
—¿Te preocupa perder tu reputación de hombre entre tus amigos?
Él hizo una mueca y se dirigió a la cocina, desde donde oyó que ella se reía bajito. Desde luego, nunca había imaginado que haría ese tipo de tareas ni aunque fuera padre.
Una vez más, Paula le había mostrado otra verdad sobre sí mismo. Siempre se había imaginado como padre comprándole un poni a su hijo, ayudándolo con los deberes y volando cometas. Pero no cambiando pañales. Inconscientemente, había dejado el cuidado del bebé para la madre.
Mientras se lavaba las manos con agua caliente, se dio cuenta de que Paula siempre le decía la verdad sobre las cosas y en esos momentos, necesitaba la verdad más que nunca.
Necesitaba a Paula. Menos mal que ella se había ofrecido a ayudarlo.
Aunque todavía no habían ultimado los detalles.
La pequeña necesitaría atención veinticuatro horas al día, y él se sentiría mucho mejor si ambos estuvieran disponibles, al menos al principio. Se preguntaba si Paula consideraría la posibilidad de quedarse en su casa hasta que establecieran una rutina de trabajo.
Sí, esa era la respuesta. Los tres necesitaban estar juntos una temporada. Podrían ir todos juntos a la finca de Paula para alimentar a los animales y trabajar y después regresar a la suya para hacer lo mismo. En aquella época del año había que asegurarse de que las vallas estuvieran preparadas para los potros que comprarían en mayo. Las de su rancho estaban en buenas condiciones, y él podría ayudar a Paula si tenía que reparar alguna. De hecho, le parecía divertida la idea de tener a Paula junto a él. Pedro comenzó a silbar en voz baja.
En el comedor, Paula tumbó a Olivia sobre el cambiador. El silbido de Pedro provenía desde la cocina y ella sintió que se le aceleraba el corazón. Comenzaba a preguntarse si no se habría precipitado al ofrecerle su ayuda. Eso implicaría quedarse en Rocking A hasta que establecieran una rutina con el bebé.
Aparentemente no era una propuesta complicada. Trabajar en los dos ranchos no supondría un problema. Hasta que no compraran ganado en mayo, sólo tenían que arreglar las vallas y cuidar de los caballos. Su perra Sadie se llevaba bien con Fleafarm. Y Pedro tenía una habitación libre.
Pero cada vez que Paula pensaba en dormir allí, o en compartir cada hora con Pedro, se le hacía un nudo en el estómago. Si pasaban mucho tiempo juntos, él terminaría dándose cuenta de que estaba enamorada de él.
Durante años, había conseguido ocultarlo tras la fachada de una ranchera dura e independiente, pero le resultaría difícil mantener la pose si tenía que cuidar de aquel bebé. Sólo con abrazarlo ya sentía deseos maternales. Quizá por eso se había negado a cuidar de sus sobrinos, para no recordarse que no tenía hijos propios.
Pedro entró en el comedor con las manos levantadas como si estuviera listo para operar.
—Mi bata, enfermera.
Al ver sus manos fuertes, Paula imaginó cómo sería que la acariciara con ternura y se estremeció.
—Tonto —dijo ella, y sonrió. Pero temiendo que su mirada mostrara sus sentimientos, miró a otro lado—. Ven aquí y sujeta al bebé para que yo pueda leer cómo se hace. No quiero que se caiga al suelo porque no estamos prestándole atención.
—Oh, cielos —se acercó a la mesa—. Quizá deberíamos hacerlo en el suelo para que no pueda caerse.
—Sí, ahí, entre las migas y el pelo de la perra. Estaría muy bien —se separó un poco de él para no rozarlo—. Para ser un chico limpias bastante bien, pero no me gustaría poner a un bebé en el suelo de tu casa. En la mesa estará bien si la vigilamos. Ponle la mano en el pecho y sujétala mientras leo las instrucciones.
Pedro colocó la mano sobre Olivia y la pequeña lo miró sin pestañear.
—Me pregunto si sabe que somos novatos en esto de cambiar pañales —dijo él.
—Si no lo sabe aún, pronto lo sabrá —agarró la hoja de instrucciones y empezó a leer—. Tenemos que colocarla sobre el cambiador en una superficie plana y asegurarnos de que no se caiga. Después, hay que desabrocharle el pijama para sacarle las piernas.
Pedro comenzó a desabrocharle el pijama con una mano.
—No puedo hacerlo con una mano. ¿Dañaría tu sensibilidad femenina si te pido ayuda?
—Supongo que no —pero sí la perturbaba el olor a loción de afeitar y el calor que desprendía su cuerpo. Dejó la hoja y se concentró en desvestir al bebé, a pesar de que lo que deseaba era que Pedro la abrazara.
—¿Por qué me mira así? —preguntó él.
«Porque lo hacen todas las mujeres. Eres guapísimo», pensó ella.
—Probablemente trata de averiguar quién eres.
—Creo que tiene mis ojos.
—¿Sabes qué? No estoy tan segura —Paula no quería creer que Pedro había hecho el amor con Jesica, aunque él no recordara el incidente. Continuó con las instrucciones—. Ahora hay que soltarle el pañal y quitárselo despacio porque...
—Paula comenzó a reír.
—¿Por qué? —preguntó Pedro.
—Pone que uno nunca sabe lo que se puede encontrar y que hay que evitar que se caiga, sea lo que sea —se secó los ojos y continuó riendo—. He de decir que tu amiga de Aspen tiene un gran sentido del humor.
—Muchísimo. No hay nada como dejar bebés en el porche de un amigo —murmuró mientras trataba de quitarle el pañal—. ¿Puedes venir y hacerte cargo de la pequeña mientras intento quitarle esto? Desde luego esto es trabajo de dos.
Paula obedeció. Estaban muy cerca y sus cuerpos se rozaban cada vez que uno se movía. Podía sentir la respiración de Pedro en el cuello y el roce de su codo contra su pecho.
—¿Qué perfume llevas?
—¿Qué? —preguntó ella, asombrada de que él estuviera pensando en lo mismo.
—¿Cuál es?
—No recuerdo cómo se llama —dijo con el corazón acelerado—. Se supone que huele a jazmín. ¿Por qué?
—Me gusta.
—Ah —intentó convencerse de que no era nada serio. Que sólo trataba de establecer conversación. Pero, ¿y si no era así?
—Ya está —suspiró aliviado—. Hemos tenido suerte. Sólo está mojado.
Ella se rió.
—Me temo que no siempre vas a tener tanta suerte, vaquero.
—Probablemente no. Ahora ¿qué?
Paula leyó las instrucciones.
—Enrollar el pañal para tirarlo a la basura. Después limpiar al bebé con una toallita húmeda.
—¿Dónde están?
—Sujétala. Creo que las he visto en la caja.
—¿Puedes imaginarme haciendo esto yo solo? A estas alturas ya la habría matado.
Ella sacó un toallita y se la entregó.
—No, no la habrías matado, pero parece que necesitamos ser dos para reemplazar a una madre experta.
—Eso es lo que he estado pensando —miró a Olivia—. Quédate quieta, pequeña.
Al ver que trataba al bebé con tanto cariño, Paula sintió un nudo en la garganta. Pedro iba a ser un padre estupendo, si resultaba que esa criatura era hija suya.
—Paula, ¿crees que podrías quedarte por aquí los próximos días? —preguntó él en tono despreocupado.
Ella sintió que se le aceleraba el corazón.
Aunque esperaba la pregunta, no sabía qué contestarle.
—Sé que será una lata —continuó él—. Pero no veo cómo podemos hacerlo de otra manera. Podemos traer a Sadie aquí, y yo te ayudaré a hacer el trabajo de tu rancho. Podríamos ir un par de veces al día. Si tienes que arreglar alguna valla, te ayudaré encantado —la miró en silencio—. Estás muy callada.
—Estoy pensando.
—Te necesito, Paula. Me da miedo quedarme solo con este bebé desde el principio.
Como si ella pudiera negarle cualquier cosa. Y si seguía mirándola así, estaría dispuesta a darle todo lo que quisiera, incluso su corazón.
—De acuerdo —dijo ella—. Me quedaré en tu casa.
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