lunes, 22 de octubre de 2018
CAPITULO 7 (PRIMERA HISTORIA)
Si Paula hubiese conocido un buen psiquiatra, habría ido a su consulta. Había pensado en Pedro Alfonso durante dos años, tiempo durante el cual él había permanecido indiferente. Había ido a Aspen a celebrar su cumpleaños con sus amigos e incluso había admitido que había coqueteado con aquella mujer, o incluso había hecho algo más. Después de divorciarse, había invitado a cenar a Charlotte Crabtree, y no a ella.
Y sin embargo, lo único que tenía que hacer era estar confuso y desesperado para que corriera en su ayuda. No estaba dispuesta a permitir que otra mujer cuidara de aquel bebé, y menos si podía ser hija de Pedro.
—Tenemos que hacer un plan —dijo ella. Se puso en pie con el bebé y se dirigió al comedor—. Pero primero será mejor que busques los pañales y las instrucciones para cambiar a la pequeña. Estoy segura de que lo necesita.
—¿Adonde la llevas?
—La mesa del comedor es un buen sitio, supongo, porque nunca he cambiado un pañal. Recuerdo que mi hermana utilizaba la mesa de la cocina o la del comedor si no había nada más.
—¿Tú tampoco has cambiado nunca un pañal? ¿Y qué hacías con tus sobrinos?
—Me negué a cuidar de ellos hasta que no usaron el orinal —le dijo por encima del hombro—. Los niños son mucho más interesantes cuando ya saben hablar y cuando son lo suficientemente mayores para montar y tirar el lazo.
Pedro negó con la cabeza y buscó las instrucciones que estaban sobre la mesa.
—No puedo creer que en la misma noche haya estado con dos mujeres que no saben nada sobre bebés. ¿En qué tipo de mundo vivimos?
Paula se volvió y le dijo:
—Pedro Alfonso, ¡eso es un comentario machista! Te he ofrecido ayuda para cuidar del bebé, pero te aseguro que yo no voy a hacer todo el trabajo. Si tú no estás dispuesto a hacer al menos la mitad, será mejor que contrates a esa enfermera de la que hablabas.
—Te ayudaré. No te pongas nerviosa. No quería decir eso.
—Me temo que sí. Es muy conveniente ser un inútil en estas cosas, ¿a que sí?
—Hum...
—Bueno, encanto, sé tanto de bebés como tú, así que aprenderemos juntos. Y esta vez, seré yo quien lea las instrucciones. Tú puedes cambiarle el pañal.
—¿Yo?
—De todos modos, tendrás que hacerlo pronto —trató de no sonreír—. Será mejor que aprendas desde el principio.
—Sí, pero...
—Como solía decir mi abuela, será mejor que empecemos cuanto antes si queremos seguir adelante. Y mi intención es que tú cambies, al menos, la mitad de los pañales —lo miró fijamente tratando de parecer dura. Por dentro, se derretía al ver la incertidumbre que reflejaba su mirada y su cara de preocupación.
Él respiró hondo.
—Está bien —llevó la caja con los pañales al comedor—. Lo haré.
Paula nunca había sentido tantas ganas de abrazarlo, pero en cuanto vio que había velas y flores sobre la mesa, se olvidó de sus deseos.
Todo estaba preparado para seducir a Charlotte.
—Será mejor que retiremos todo ésto —sin mirarla, él recogió los platos y los llevó a la cocina.
Por primera vez, Paula se dio cuenta de que faltaba alguien en la casa.
—¿Dónde está Fleafarm? —le preguntó a Pedro.
—En el granero.
—¿Por qué?
Él se sonrojó y no contestó. Se acercó a la mesa y agarró las instrucciones.
—Veamos. Pone algo acerca de un cambiador. Debe de ser ésta especie de mantita —la desdobló y la colocó sobre la mesa.
El hecho de que hubiera sacado a la perra de casa era más doloroso que las flores o las velas.
—¿Qué pasa? ¿A Charlotte tampoco le gustan los perros?
—Mmm, dijo algo acerca de que un perro podría arruinar la velada.
—Ve a buscar a Fleafarm.
—Creí que querías que... —señaló hacia la caja.
—Sí. Estarás aquí dentro de dos minutos. Pero en el granero hace mucho frío y Fleafarm ya está mayor. No puedo creer que hayas metido a la pobre perra en el granero para que Charlotte y tú pudierais estar tranquilos.
—No hemos hecho nada, ¿de acuerdo? ¡Trajeron al bebé! Y no he dejado a Fleafarm tirada en el granero. Le he preparado una cama con muchas mantas.
Así que no les había dado tiempo a hacer nada. En agradecimiento, Paula abrazó al bebé un poco más fuerte.
—Me da igual que le hayas puesto veinte mantas. Esa perra debería estar en casa. Es un miembro de la familia, ¡maldita sea!.
Posiblemente crea que la has castigado porque ha hecho algo malo.
—No hace tanto frío —Pedro regresó a la cocina, se puso el sombrero y salió por la puerta trasera. No se molestó en ponerse una chaqueta.
Paula suspiró.
—Hombres —acarició al bebé—. Puedo enseñarte muchas cosas, Olivia. Puedo enseñarte a montar tan rápido como el viento sin caerte, cómo calmar a un rebaño de ganado y cómo lanzar el mejor lazo de todo el valle pero, en lo que se refiere a los hombres, no tengo ni idea de cómo aconsejarte.
Se sentó en una silla y esperó al hombre que estaba dispuesto a congelarse para demostrar que tenía razón.
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