domingo, 21 de octubre de 2018

CAPITULO 4 (PRIMERA HISTORIA)





Cinco años atrás, Paula Chaves se había considerado una viuda joven. Veintisiete años no eran tantos. Sus amigos y su familia le habían asegurado que encontraría a un buen hombre, tendría hijos y continuaría por el camino de la vida con normalidad.


Sin embargo, a los treinta y dos años, la idea de estar sola en casa un viernes por la noche cuando sabía que Charlotte Crabtree estaba en Rocking D cenando a solas con Pedro no le parecía nada normal.


Pedro nunca se le habría ocurrido invitarla a cenar. No a ella, la mujer que podía montar a caballo tan bien como él, y que tiraba el lazo casi igual de bien. Paula a veces se preguntaba si él recordaba que ella era una mujer. Por otro lado, ella nunca había conseguido olvidar que él era un hombre. Lo había intentado hacer desde que conoció a Pedro Alfonso, el día en que Benjamin y ella se mudaron al rancho Leaning C y sus vecinos, Bárbara y Pedro, los dueños del Rocking A, les dieron la bienvenida.


Recordaba que había pensado que una mujer no podía mirar a otro hombre que no fuera su esposo de la manera en que ella miraba a Pedro. Y durante años había tratado de olvidar su fuerte atractivo sexual. Después, Benjamin falleció, y tras superar el dolor, se percató de que ignorar a Pedro le resultaba cada vez más difícil, sobre todo cuando Bárbara y él comenzaron a no llevarse bien. Después de que Bárbara se marchara, Paula se permitió soñar un poco.


Pero no le sirvió de mucho. Dos años después de haberse divorciado, Pedro seguía tratándola como a uno de los chicos. Y ella sabía que Pedro nunca trataría así a Charlotte Crabtree.


Recordó cómo Charlotte había alardeado de que aquella noche había quedado con Pedro. A Paula le había sentado tan mal, que había estado a punto de marcharse del banco sin hacer un ingreso sólo por no oír a Charlotte.


Paula sabía que Pedro habría preparado su especialidad: coq au vin. Era lo que solía preparar para los cuatro cuando Benjamin y Bárbara todavía estaban por allí.


Seguramente, también habría encendido la chimenea y habría puesto unas velas. Paula apretó los dientes. Y el vino. A Pedro le gustaba beber buen vino. Y prefería no pensar sobre lo que pasaría después de la cena.


Quizá debería cambiarse de banco. Merecería la pena conducir hasta Canon City sólo para no tener que enfrentarse a la sonrisa de Charlotte. 


Sí, eso es lo que haría. El lunes se cambiaría de banco.


Sonó el teléfono y se sobresaltó. Nadie llamaba un viernes a esas horas de la noche a menos que fuera una emergencia. Con el corazón acelerado, Paula entró en la cocina y contestó el teléfono.


—¿Paula? —Pedro parecía nervioso.


Paula frunció el ceño. A menos que estuviera muy equivocada, se oía llorar a un bebé.


—¿Qué pasa?


—Es muy complicado. ¿Puedes venir?


No iría mientras Charlotte estuviera en casa de Pedro.


—¿Para qué?


—Porque necesito que me ayudes.


—¿A qué?


—Te lo explicaré cuando llegues. Por favor, Paula. Ven rápido.


—¿Charlotte todavía está ahí?


—¿Cómo sabes lo de Charlotte?


Pedro, todo el mundo que tenga una cuenta en Colorado Savings sabe que Charlotte ha ido a cenar a tu casa. ¿Esta ahí todavía?


—No. ¿Puedes venir?


Así que Charlotte se había marchado y en su lugar había un bebé. Paula se moría de curiosidad.


—Enseguida voy.





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