miércoles, 31 de octubre de 2018

CAPITULO 3 (SEGUNDA HISTORIA)




Pedro sonrió al pensar cómo había agarrado a Paula por la cintura, a pesar de que sabía que ella lo odiaba. Además, le pareció gracioso que se pusiera a temblar cuando sus cuerpos entraron en contacto.


Él conocía esos temblores. Las mujeres solían temblar cuando él las tocaba, pero no esperaba que Paula reaccionara así, y menos cuando le había dejado claro que no estaba interesada en él.


Así que cuando ella comenzó a quejarse, la agarró con más fuerza y comprobó que se ponía colorada. Se fijó en su escote y, al recordar que estaban en un lugar público, apartó la mirada. Imaginó una escena en la que él le desabrochaba el vestido y le acariciaba los senos. Comenzó a respirar de manera acelerada.


Cuando llegaron a la salida de la iglesia y entraron en el vestíbulo donde Maria y Sebastian estaban esperando, Pedro ya había decidido que merecería la pena tratar de cortar el alambre de espino que Paula había colocado a su alrededor para mantenerlo alejado de ella.


¿Y qué más daba que no fuera un hombre hecho para el matrimonio? Había enseñado a varias mujeres que disfrutar del sexo no implicaba tener una relación amorosa para siempre. En su opinión, disfrutar y divertirse era suficiente para acostarse con alguien. Paula necesitaba ampliar horizontes y él era el indicado para ayudarla.


Nada más salir de la iglesia, Paula se separó de él rápidamente.


—¡Me alegro tanto por ti! —exclamó mientras abrazaba a Maria.


Pedro sabía que Paula estaba siendo sincera, pero notó que le temblaba la voz, como si no lo tuviera todo bajo control. Eso lo complacía. Respiró hondo y se encogió de hombros al ver que Maria lo miraba por encima del hombro de Paula.


Después, con la niña en brazos, se acercó a Sebastian para estrecharle la mano.


—Ya es demasiado tarde para cambiar de opinión, amigo.


—¿Lo he hecho de verdad? —preguntó Sebastian con una sonrisa.


—Me temo que sí. Enhorabuena —miró a Maria y vio que estaba más feliz que nunca.


Él había trabajado para ella durante su infeliz matrimonio con Benjamin y durante los años de soledad que vivió después de que Benjamin se estrellara con su avioneta. Técnicamente, ella era su jefa, pero él la quería como a una hermana y se alegraba de que Sebastian hubiera decidido casarse con ella.


Se agachó para besar a Maria en la mejilla.


—Espero que sepas que te has casado con el vaquero más testarudo de todo el valle —murmuró—. Si te da problemas, cuéntamelo y yo me encargaré de él.


—Lo recordaré —dijo Maria con brillo en la mirada.


—Estupendo, Pedro —Sebastian le dio una palmadita en la espalda—. Ya había convencido a Maria de que yo era perfecto, pero has tenido que abrir la boca y arruinar mi imagen.


—Ha sido un placer —sonrió Pedro, e hizo una mueca cuando Oli le agarró la nariz—. Esta niña va a ser una luchadora —dijo mientras le retiraba la mano.


Maria se rió.


—Le he enseñado todo lo que sabe. Espero que para cuando cumpla dieciocho se haya aprendido el truco de la nariz a la perfección.


Pedro sabía que no era el momento de mencionar que era posible que Oli no creciera en Rocking D. Maria estaba más encariñada con la criatura de lo que pensaba.


—Ya lo hace muy bien —dijo él, y agarró la mano de Oli antes de que lo hiciera otra vez.


Maria extendió los brazos.


—Deja que la sostenga mientras esperamos a los invitados. Ya te ha torturado bastante.


—Es cuestión de opiniones —dijo Paula.


Pedro la miró fijamente. El desafío estaba presente en la mirada de Paula, pero él ya no se sentía intimidado. Bajo aquella máscara había una mujer deseando que la besaran. Él se preguntaba si encontraría la oportunidad de hacerlo antes de que la noche terminara.


—Oli está bien conmigo —dijo Pedro—. Sobre todo ahora que le he quitado ese lazo.


—Sabía que lo del lazo no era buena idea —dijo Maria, y miró a su marido—. Pero Sebastian insistió en que pareciera una niña.


—Me gustaba el lazo —dijo Sebastian.


—Pero a ella no —dijo Maria—. Y estoy orgullosa de que se haya mantenido en sus trece —se volvió hacia Pedro—. Dámela. Ya la echo de menos.


—Será mejor que la tenga yo. Llevas un vestido precioso y mi esmoquin es alquilado. Será mejor que ensucie sólo uno.


Maria miró su vestido.


—Tienes razón. No estoy acostumbrada a ir vestida tan elegantemente y se me olvida que tengo que tener cuidado —sonrió a Pedro—. Gracias por tu sacrificio. Has salvado el día.


—¿Sacrificio? —dijo Paula—. Ja. Pero si no ha hecho nada. Él...


—Será mejor que formemos la fila de felicitaciones —dijo Maria—. La gente viene hacia aquí. Paula, ponte la primera, después Pedro, después Sebastian y después...


—¡Ahí está esa adorable criatura! —exclamó Donna Rathbone, una profesora de primaria y antigua novia de Pedro.


Él recordaba haber disfrutado de apasionadas noches de verano junto a ella. Donna se acercó a él, seguida de otras mujeres que querían conocer al bebé.


—Quizá Pedro debería colocarse el primero en la fila —dijo Maria al verlo rodeado de mujeres perfumadas.




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