sábado, 20 de octubre de 2018
CAPITULO 2 (PRIMERA HISTORIA)
Jesica se sentía como si hubiera recorrido en su coche la mitad del estado de Colorado, tratando de asegurarse de que nadie la había seguido al salir de Aspen. O quizá había estado evitando la situación a la que tenía que enfrentarse.
No le quedaba mucho tiempo. Se había tomado un café en Canon City y después había continuado hasta el pequeño pueblo de Huérfano. Unas millas después, la carretera dejaba de estar asfaltada, y eso indicaba que ya casi había llegado.
Pedro le había pedido cientos de veces que visitara el Rocking D, pero ella nunca había encontrado el momento. Después, se había quedado embarazada y si hubiese ido a visitarlo, él le habría hecho preguntas que ella prefería no contestar.
Pero Pedro y Rocking D se habían convertido en la mejor opción para proteger a Olivia, la querida niña que iba dormida en una sillita de coche entre montones de cosas.
Jesica pensó en sus padres, que vivían seguros en la finca vallada que tenían en Hudson Éiver. Allí, Olivia estaría muy protegida, igual que Jesica lo había estado durante los primeros veinticuatro años de su vida, aunque ella no lo llamaría vida.
No deseaba esa experiencia a nadie, y mucho menos a su propia hija.
Tres años atrás, se había marchado de casa convencida de que podría convertirse en una ciudadana corriente siempre que mantuviera poco contacto con sus padres y tratara de pasar desapercibida. Pero al parecer, alguien había descubierto que era la heredera de la familia Franklin. De pequeña, había conseguido escapar de suficientes intentos de secuestro como para reconocer que alguien había intentado secuestrarla.
Habían tratado de hacerlo después del trabajo mientras Paula estaba en casa con una niñera, por lo que dedujo que no sabían que tenía una niña. Y ella estaba dispuesta a que siguieran ignorando su existencia.
Durante los días anteriores, había tratado de controlar sus sentimientos, de centrarse en el futuro, de convertir la pesadilla en un interesante experimento científico como los que le interesaban cuando iba a la universidad. Se había comprado varias pelucas para cubrir su cabello rojizo y había cambiado su coche azul por un Subaru de color gris. Había empaquetado sus cosas y se había marchado en mitad de la noche confiando en que nadie la viera. Y durante tres días había tratado de acostumbrar a Olivia a la leche preparada para biberón.
La luna se reflejaba en el hielo que había en el lateral de la carretera. Todavía había manchas de nieve bajo los árboles. Por fortuna seguía haciendo frío y el camino estaba helado en lugar de embarrado. Quedarse atascada allí sería desastroso.
Y gracias a Dios, Pedro estaba en casa aquella noche. Ella lo había llamado desde Canon City, fingiendo que quien llamaba era alguien de una empresa de limpieza de alfombras. Su voz masculina había provocado que se le llenaran los ojos de lágrimas, a pesar de que él parecía impaciente por librarse de la llamada no deseada. Era un gran amigo. Y ella deseaba contarle toda la historia para que él la consolara y aconsejara. Pero no podía arriesgarse.
Aminoró la marcha y buscó la entrada del rancho. Al encontrarla, sintió un intenso dolor en el corazón y se quedó boquiabierta. Detuvo el coche y agarró el volante con fuerza hasta que recuperó el control de la situación.
En el asiento de atrás, Olivia gimoteó en sueños.
El vulnerable sonido la destrozó, pero era el sonido que necesitaba oír. Tragó saliva para superar la angustia, y dobló por el camino que llevaba hasta el rancho.
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