domingo, 28 de octubre de 2018

CAPITULO 28 (PRIMERA HISTORIA)




Pedro la empujó contra la cama con tanta fuerza, que Paula rebotó. En menos de un segundo, estaba sobre ella tratando de desabrocharle los pantalones.


Paula había sido capaz de controlar su deseo todo el día, pero en cuanto Pedro la rozó, sintió que aquello era incontrolable.


Él acercó la boca a la de ella, pero no la besó.


—Eres la mujer más testaruda que he conocido nunca —dijo él—. Así que voy a demostrarte lo mucho que te deseo, Paula. Aquí y ahora. Y si despiertas al bebé mientras lo hago, vas a ser tú la que la pasee de un lado a otro.


Pedro, no crees que deberíamos... —dijo con voz temblorosa.


—Cállate. Hoy mando yo —le bajó los vaqueros y la ropa interior. Después, se arrodilló en el suelo, la agarró por las caderas, le separó las piernas y la atrajo hacia sí. Sin más preliminares, agachó la cabeza y comenzó a acariciarle con la boca la parte más íntima de su ser.


Enseguida, todo su cuerpo se convirtió en una llama y tuvo que cubrirse la boca con la mano.


Cada vez estaba más excitada y Pedro no le dejaba ni un momento de descanso. La sujetaba por el trasero mientras ella se arqueaba en busca del éxtasis que él le había prometido. 


Ningún hombre le había demostrado tanta pasión. Él consiguió que alcanzara el orgasmo y ella tuvo que morderse la mano para no gritar.


Temblando, notó que él se levantaba y oyó que abría el cajón de la mesilla. Después el sonido de sus vaqueros al caer al suelo. Cuando regresó, terminó de desvestirla. Se colocó entre sus piernas y la besó en la boca. Su miembro erecto rozaba su entrepierna, provocándole un inmenso placer.


—Quiero hacerte el amor, Paula, de todas las maneras que puedas imaginar, pero sobre todo así —la penetró.


Ella gimió de puro placer.


—No habría dormido en toda la noche sabiendo que estabas en la otra habitación. Me vuelves loco —se movió despacio.


—¿Quieres que me quede? —preguntó ella.


—Esta noche —le mordisqueó el labio inferior—. Pero quiero que te vayas mañana.


—No.


—Sí.


—No —no podía abandonar. Aquello era mágico—. Si esto se acaba, podré superarlo.


—Estoy seguro de que podrás. Eres fuerte —se movió un poco más rápido—. Pero yo no —la besó de manera apasionada e incrementó el ritmo hasta que ambos estallaron de placer.




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