domingo, 28 de octubre de 2018
CAPITULO 27 (PRIMERA HISTORIA)
Durante toda la tarde Pedro estuvo pensando que tendría que llegar un momento en el que pudiera hacerse cargo de Olivia él solo, para que Paula pudiera regresar a su casa. Creía que ésa era la mejor elección, pero tenía miedo de dejarla marchar antes de asegurarse de que podría pasar la noche solo con la niña.
Mientras acostaba a la pequeña en la cuna Paula preparó algo para cenar y lo sirvió en la mesa de café que había frente al fuego.
El deseo se apoderó de Pedro con sólo mirarla. La imaginó desnuda a la luz de la lumbre y se le aceleró el pulso. Pero creía que no era el mejor momento para romanticismos.
Comieron en silencio mientras él trataba de decidir cómo sacar el tema. Por fin, dejó el plato sobre la mesa y dijo mirando al fuego:
—No para de nevar.
—No —ella dejó el plato también y se acurrucó en el sofá.
Su aspecto era delicado. Y parecía receptiva.
Él recordó lo receptiva que podía ser y notó que se excitaba. Trató olvidar las imágenes eróticas que se formaban en su cabeza y respiró hondo.
—Paula, creo que lo que has sugerido antes no funcionará.
—¿Porque no me deseas?
—Sabes que no es eso.
—No estoy segura.
—Estoy pensando en tí, Paula. Es un camino sin salida. Cuánto más miro a Olivia más convencido estoy de que es hija mía. Creo que sería mejor que todo terminara entre nosotros.
Paula suspiró.
—Bueno, si no estás interesado, no estás interesado. Así de sencillo —agarró las botas que estaban junto al sillón y comenzó a ponérselas—. Creo que ya estás preparado para hacerte cargo de Olivia, así que me voy a casa.
—No quiero que conduzcas hasta tu casa con éste tiempo. La carretera estará mal.
—Llegaré a casa. Mi camioneta es cuatro por cuatro y he conducido en peores condiciones...
—No me importa. No quiero que lo hagas.
—Lo siento, vaquero. No voy a quedarme otra noche en la habitación de invitados. Sadie y yo nos vamos a casa. Iré a buscarla —se puso en pie y salió del salón.
—Maldita sea, Paula. No seas cabezota —la siguió—. Podemos aguantar una noche más, y mañana te seguiré en mi coche para asegurarme de que no acabas en la cuneta.
—Olvídalo. Te llamaré cuando llegue a casa. Si no te llamo en una hora, llama a una grúa y diles que me busquen. No hay mucho trecho. Estoy segura de que me encontrarán —entró en el dormitorio de Pedro y se acercó a la cuna.
Fleafarm y Sadie estaban tumbadas debajo.
Pedro imaginó a Paula volcada en la cuneta a causa de la nieve y el pánico se apoderó de él.
—No —susurró, y la agarró del brazo—. Eres más inteligente que eso, Paula. Estas tormentas...
Ella se volvió para mirarlo.
—Si crees que voy a quedarme como una buena chica en la habitación del otro lado del pasillo porque no tienes lo que hay que tener para amarme, tampoco eres muy inteligente.
—¿Crees que no quiero hacerte el amor? —preguntó él.
—Eso es lo que creo. Ya te has liberado después de tu larga espera, y eso era todo lo que querías de mí.
Pedro tiró de ella y la abrazó.
—No tienes ni idea, Paula Chaves.
Ella lo miró a los ojos.
—Ah, ¿no? Entonces, demuéstralo.
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