viernes, 14 de diciembre de 2018
CAPITULO 44 (CUARTA HISTORIA)
A Pedro le dolía la cabeza de una forma insoportable y tenía tierra en la boca. Se incorporó y escupió. ¿Qué había ocurrido?
Entonces lo recordó todo.
Tenía el pecho oprimido mientras se ponía en pie. No tenía tiempo para vomitar. Pau. Olivia. Corrió, como pudo, hasta la puerta de la cabaña, gritando sus nombres.
Sin embargo, sabía que allí no encontraría nada.
Recorrió el perímetro de la cabaña, pero, aparte de los pájaros que revoloteaban asustados, no había señales de vida junto a la casa.
Finalmente, se obligó a pensar. ¿Cómo se las había llevado? Buscó huellas de un vehículo, pero no encontró ninguna salvo las de su camioneta. Sin embargo, había huellas de caballos. Automáticamente, Pedro comenzó a seguirlas, pero miró al sol, y por su posición en el cielo, supo que hacía mucho tiempo que se habían marchado. Nunca los alcanzaría a pie.
Tenía que ponerse en contacto con el rancho.
Corrió hacia la casa, entró y buscó el teléfono móvil. Lo encontró destrozado en la cocina.
¡Dios mío!.
Tenía que irse rápidamente en la camioneta.
Rebuscó las llaves en los bolsillos del pantalón mientras salía de la cabaña. Entonces, miró con atención el vehículo y soltó un grito de angustia y de dolor. Las ruedas estaban pinchadas.
Lentamente, el sonido de su grito se acalló en el bosque. Pero, mientras estaba allí, inmóvil, con la cabeza a punto de explotar, tuvo la certeza de que iba a encontrarlas. Encontraría a Paula y encontraría a su hija, y mataría al hombre que se había atrevido a llevárselas. Era tan sencillo como eso.
Volvió a la cabaña y tomó el revólver de Sebastian. Comprobó que estaba cargado y salió de la cabaña hacia la camioneta. Guardó el revólver en la guantera y arrancó el motor.
Destrozaría las llantas, pero no le importaba.
Después las cambiaría. Tenía que llegar al rancho cuanto antes.
Cuando llegara, ensillaría un caballo. Sebastian podía llamar a la policía si quería, pero él no iba a esperar a que llegaran. Sin embargo, antes de montar, tendría que hacer algo que no podía hacer nadie más. Era cosa suya llamar a Ramiro Chaves.
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